La realidad de la negligencia
Por Qianbei, Corea del Sur
En octubre acabamos de producir un video. Trabajamos mucho en él y le dedicamos mucho tiempo y energía, pero, sorprendentemente, al examinarlo el líder, señaló problemas en muchos detalles. Según él, los efectos especiales del video no estaban bien hechos, no suponía una mejora respecto a los videos anteriores y había que repetirlo. Eso me desconcertó. Jamás había imaginado que habría unos problemas tan grandes. ¿Eso no implicaba que todos nuestros esfuerzos y recursos habían sido vanos? Parecía un enorme desperdicio.
Estaba un tanto confundido. No sabía cómo salir de esa situación ni qué lección tenía que aprender. Pensaba que el video había pasado varias fases de edición, en las cuales el líder lo había mirado, pero nunca comentó esos problemas. Como yo creía carecer de aptitud, normal que no notara esos problemas. Sin embargo, no dejaba de pensarlo y algo no me olía bien. ¿Semejantes problemas se debían únicamente a mi falta de aptitud? Lo hacía muy mal en el deber; ¿por qué se producía ese problema? Recordé algo que el líder había señalado previamente: que solo había revisado los conceptos y la continuidad del video, pero eso no implicaba que no hubiera problemas. Nos dijo que lo pensáramos detalladamente, lo revisáramos a fondo y arregláramos los problemas que encontrásemos. No obstante, eso no fue lo que hice yo. Supuse que, como el líder había visto el video, debía de estar bien, por lo que, durante la producción, no lo analicé atentamente ni le di mucha importancia. Tuve una actitud totalmente negligente y superficial. Luego, cuando surgieron problemas, le dije que el líder que ya lo había analizado. ¿No estaba evadiendo mi responsabilidad? Fue algo muy irracional de mi parte. Pensé entonces que, sin duda, aquello entrañaba una lección para mí, así que oré y busqué pidiéndole a Dios que me guiara para conocerme a mí mismo.
Días después, la hermana con quien trabajaba me pidió que analizara con ella un video completo. Le hablé claro de unos problemas que había advertido en mi análisis, pero ella alegó que el líder lo había mirado y había comentado que le gustaba el concepto y que debíamos terminarlo ya. Yo tenía sugerencias de modificaciones, pero no me atreví a señalarlas tras oír que el líder lo había mirado y le había gustado. Temía que mi juicio fuera incorrecto e hiciéramos cambios que estuvieran mal. Entonces yo estaría estorbando. Sin embargo, realmente apreciaba problemas en el video, así que le pedí a otro hermano que lo mirara, y estuvo de acuerdo conmigo. Pensé que debía volver a plantearlo. No obstante, después reflexioné que, si lo modificábamos y los cambios que sugiriera yo daban problemas, cuando el líder preguntara quién lo había hecho, ¿no sería responsabilidad mía? ¿No trataría conmigo? Si íbamos a preguntar al líder y él decía que bien, no haría falta editar más. Eso nos ahorraría trabajo y no tendríamos que insistir en ello. Por ello, le sugerí a la hermana compañera mía que preguntáramos al líder para poder quedarnos tranquilos. Sin embargo, nada más salir esas palabras de mi boca, sentí que algo no iba bien. Esta situación me resultaba muy familiar; es decir, siempre tenía la misma reacción a una opinión diferente: preguntar al líder y que decidiera él. Si el líder daba su visto bueno, no teníamos que preocuparnos de ello y podíamos pasar página; si no, si alegaba que había problemas, editábamos. Eso hacíamos siempre. De hecho, no es que no conociéramos los principios y requisitos de los videos. Podíamos buscar la verdad y actuar según los principios para esos problemas, y el líder había aclarado que su análisis era una mirada más amplia al video, mientras que nosotros teníamos que buscar y arreglar problemas menores. Ese era el deber que me había encargado, mi trabajo. Entonces, ¿por qué no me volcaba para nada en él? Ante los problemas o las diferencias de opinión, no estaba buscando los principios con los hermanos y hermanas para alcanzar un consenso ni estaba siendo responsable; por el contrario, se lo estaba pasando al líder y no estaba cumpliendo con mi deber. Recordé unas palabras de Dios: “Hay algunos que siempre son pasivos en el cumplimiento de su deber, siempre sentados y esperando y dependiendo de los demás. ¿Qué clase de actitud es esa? Es una irresponsabilidad. […] Solo predicas letras y palabras de doctrina y solo dices cosas que suenan bien, pero no haces ningún trabajo práctico. Si no quieres cumplir con tu deber, deberías aceptar la responsabilidad y dimitir. No mantengas tu posición y te quedes sin hacer nada allí, poniendo en riesgo la labor de la casa de Dios. ¿Acaso hacer eso no es infligir daño al pueblo escogido de Dios y comprometer el trabajo de Su casa? Por la forma en la que hablas, pareces entender todo tipo de doctrina, pero cuando se te pide que cumplas con un deber, eres descuidado y superficial, no eres en absoluto concienzudo. ¿Es eso lo que significa dedicarse sinceramente a Dios? No tienes sinceridad hacia Dios, pero la finges. ¿Eres capaz de engañarle? En tu forma de hablar parece haber una gran confianza; te gustaría ser el pilar de la casa de Dios y su roca. Pero cuando realizas una tarea, no eres más útil que una simple cerilla. ¿No es esto un abierto engaño a Dios por tu parte? ¿Sabes lo que resulta de intentar engañar a Dios? Que Él te deteste y te descarte. Todas las personas se revelan en el cumplimiento de su deber: basta con poner a una persona en un deber, y no tardará en revelarse si se trata de una persona honesta o de una embustera, y si es o no amante de la verdad. Los que aman la verdad pueden cumplir su deber con sinceridad y sostener la obra de la casa de Dios; los que no la aman no sostienen la obra de la casa de Dios en lo más mínimo, y son irresponsables en el cumplimiento de su deber. Esto resulta evidente para los que tienen ojos para ver. Nadie que cumpla de manera pobre su deber es un amante de la verdad o una persona honesta; todos ellos están expuestos a la revelación y a ser descartados” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto se puede vivir con auténtica semejanza humana). Dice Dios que debemos ser responsables en el deber y hacer un trabajo práctico. Es el único modo de cumplir bien con el deber. Si no nos volcamos en el deber, sino que tan solo salimos del paso sin tomarnos en serio los problemas ni asumir responsabilidades, queriendo siempre pasarle el deber a otro y hacer un mero trabajo superficial, entonces no podemos cumplir bien con el deber y Dios estará insatisfecho. A ojos de Dios, la gente así es inútil e indigna de cumplir con un deber. Vi que yo era como lo expuesto por Dios. Cuando me topara con problemas en el deber, si me volcaba en él orando, buscando y hablando de los principios con los demás hermanos y hermanas, llegaríamos a un consenso y a una solución. No obstante, eso me parecía un lío y no quería hacer el esfuerzo. Por eso quería ir directo al líder, pues creía que sería menos lío que él llevara la voz cantante. Nos ahorraría muchísimo trabajo. Si no, estaríamos siglos quejándonos y a lo mejor no encontrábamos respuesta. Así, le pasaba muchos problemas al líder. Como líder del equipo, no asumía mis responsabilidades ni pagaba el precio que debía pagar. Además, en los debates de trabajo, a veces detectaba problemas o tenía la guía del Espíritu Santo, pero, una vez que me explicaba, si un hermano o hermana expresaba otra opinión, me callaba como un muerto. Temía que dijeran que era arrogante y me resultaba aún más aterrador tener que asumir la responsabilidad en caso de problemas. Para mí, como ya había compartido mi opinión, era cosa de ellos analizarla, y si no alcanzábamos un consenso, podríamos preguntar al líder. De ese modo, si surgía un problema, al menos no se volvería totalmente contra mí. No buscaba la forma de actuar según los principios de la verdad ni de las exigencias de la casa de Dios, y ni mucho menos pensaba en lo que beneficiaría a esta última. No quería pagar el más mínimo precio y era un irresponsable. A simple vista, detectaba y planteaba problemas, pero no los resolvía. Siempre dejaba que otros tuvieran la última palabra y no tomaba decisiones. ¿No estaba haciendo trampas y siendo egoísta y despreciable? No defendía los intereses de la casa de Dios. Antes, siempre que enfrentábamos un problema, preguntaba al líder porque me parecía razonable preguntar cuando no entendiera en vez de confiar ciegamente en mí. Con la revelación de las palabras de Dios descubrí que era un irresponsable, negligente en el deber, nada fiel. Ahora que me había percatado, veía que era realmente estúpido e insensible. Dios me había dispuesto muchas situaciones, pero nunca busqué la verdad ni aprendí ninguna lección. Siempre era evasivo en el deber y no me lo tomaba con responsabilidad. ¡Qué forma más peligrosa de cumplir con el deber! Ahora había encontrado problemas y mi compañera tenía unas ideas distintas. Si no buscaba con ella los principios de la verdad para llegar a un acuerdo o buscar una solución, sino que corría a preguntar al líder, era obvio que estaba saliendo del paso. Entendí que tenía que cambiar mi estado, que, si seguía sin decidir y siendo un irresponsable, estaba cometiendo un error a sabiendas. Por ello, le sugerí a mi compañera crear otra versión, comparar las dos y pedir al líder que analizara la que consideráramos mejor. Ella se manifestó de acuerdo. Tras ponerlo en práctica, me sentí muy tranquilo.
Luego leí este pasaje de las palabras de Dios: “¿Es cobarde alguien que teme asumir responsabilidades o es que existe un problema con su carácter? Hay que saber diferenciarlo. El hecho es que no se trata de una cuestión de cobardía: Si esa persona fuera en busca de riquezas o de hacer algo en su propio interés, ¿cómo no habría de ser tan valiente? Asumiría cualquier riesgo. Pero cuando hacen cosas por la iglesia, por la casa de Dios, no asumen ninguno. Tales personas son egoístas y viles, las más traicioneras de todas. Quien no asume responsabilidades no es en absoluto sincero con Dios, ya no hablemos de su lealtad. ¿Qué clase de persona se atreve a asumir responsabilidades? Alguien que asume el liderazgo y da un paso adelante con valentía en el momento crucial de la obra de la casa de Dios, que no teme cargar con una gran responsabilidad, soportar grandes dificultades, cuando ve la obra más importante y crucial. Se trata de alguien leal a Dios, un buen soldado de Cristo. ¿Es que todos los que temen asumir responsabilidades en su deber lo hacen porque no entienden la verdad? No; es un problema de su humanidad. No tienen sentido de la justicia ni de la responsabilidad. Son personas egoístas y viles, no son creyentes sinceros de Dios. No aceptan la verdad en lo más mínimo, y por ello, no pueden ser salvados. Para creer en Dios y obtener la verdad, hay que pagar un gran precio, y para poner en práctica la verdad, hay que pasar también por algunas dificultades, renunciando y abandonando algunas cosas. Entonces, ¿puede obtener la verdad quien teme asumir responsabilidades? No, porque tiene miedo de poner en práctica la verdad, de incurrir en una pérdida para sus intereses; tiene miedo de ser humillado, de ser despreciado y de ser juzgado. No se atreven a poner en práctica la verdad, por lo que no pueden obtenerla, y no importa cuántos años crean en Dios, no pueden alcanzar Su salvación. Para poder cumplir con un deber en la casa de Dios, hay que ser personas cuya carga sea el trabajo de la iglesia, que asuman la responsabilidad, que defiendan los principios de la verdad, sufran y paguen el precio. La ausencia de estos aspectos supone no ser apto para cumplir con un deber y no estar en condiciones para ello. Hay muchas personas con miedo a asumir la responsabilidad de cumplir con un deber. Su miedo se manifiesta de tres maneras básicas. La primera es que eligen deberes que no exigen asumir responsabilidades. Si un líder de la iglesia les ordena un deber, primero preguntan si deben responsabilizarse de él; si es así, no lo aceptan. Si no exige que se responsabilicen de él, lo aceptan a regañadientes, pero aun así deben comprobar si el trabajo es agotador o incómodo y, pese a su aceptación a regañadientes del deber, no están motivadas para cumplir bien con él y siguen prefiriendo ser descuidadas y superficiales. Su principio es: ocio, no negocio, y ninguna penalidad física. En segundo lugar, cuando les acontece una dificultad o se encuentran con un problema, su primer recurso es informar a un líder para que se ocupe y lo resuelva, con la esperanza de que ellas puedan conservar la tranquilidad. No les importa cómo se ocupe el líder del asunto y no le dan importancia; mientras ellas no sean las responsables, todo bien. ¿Es leal a Dios esta forma de cumplir con el deber? A esto se le llama escurrir el bulto, incumplir con el deber, holgazanear. Es pura charla, no están haciendo nada real. Se dicen a sí mismos: ‘Si tengo que ocuparme de esto, ¿qué pasa si termino cometiendo un error? ¿No seré yo del que se ocupen luego? ¿No recaerá la responsabilidad sobre mí primero?’. Esto es lo que les preocupa. Sin embargo, ¿crees tú que Dios puede examinar todas las cosas? Todo el mundo comete errores. Si una persona de intención correcta carece de experiencia y no se ha ocupado anteriormente de algún tipo de asunto, pero lo ha hecho lo mejor posible, eso es visible para Dios. Debes creer que Dios escudriña todas las cosas y el corazón del hombre. Si uno ni siquiera cree esto, ¿no es un incrédulo? ¿Qué puede significar que alguien así cumpla con un deber? Hay otra forma en que se manifiesta el miedo de alguien a asumir responsabilidades. Cuando cumplen con su deber, algunas personas solo hacen un poco de trabajo superficial y sencillo, un trabajo que no conlleva asumir responsabilidades. Descarga sobre otros el trabajo que conlleva dificultades y responsabilidad, y si algo va mal, culpa a esa gente y no se mete en líos. […] Cualquiera que tema aceptar responsabilidades al cumplir con su deber no se puede considerar siquiera un leal hacedor de servicio. No son aptos para cumplir con un deber” (La Palabra, Vol. 4. Desenmascarar a los anticristos. Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). La palabra de Dios me tocó de veras la fibra sensible y sentí que Él describía mi estado preciso en aquella época. En el deber que me había confiado la casa de Dios, no trabajaba con los principios de la verdad ni me amparaba en Dios para hacerlo lo mejor posible. En cambio, huía de los problemas, eludía la responsabilidad y le pasaba todo al líder para que él se ocupara. Hacía lo que dijera el líder porque creía que, si al final no estaba bien, yo no sería el responsable y él no trataría conmigo. ¿No estaba haciendo trampas? Hasta creía que era una manera inteligente de hacer las cosas. Sin embargo, en las palabras de Dios descubrí que cedía la responsabilidad, incumplía con el deber y era astuto. Era malicioso y astuto para con Dios en el deber. Siempre me dejaba una salida para poder eludir la responsabilidad. No era sincero ni pagaba un precio real, ni tampoco procuraba hacer todo lo posible. Solo me evadía y era deshonesto y, aunque hiciera servicio, no era fiel. No era digno de un deber. Me di cuenta de que, cada vez que habíamos acabado un video, siempre que el líder dijera que estaba bien en el análisis preliminar, yo no lo analizaba seriamente ni reflexionaba de verdad. Aunque los demás hicieran sugerencias en el proceso de producción, no les hacía mucho caso. Echaba un rápido vistazo y decía que estaba bien. Era muy irresponsable. Por tanto, algunos videos terminados tenían problemas y había que modificarlos. A veces, el equipo no alcanzaba un consenso sobre un video; yo veía el problema, pero no decía nada decisivo, sino que se lo llevaba al líder para que tomara la decisión. En ocasiones, realmente no captábamos los principios de un problema, no podíamos garantizar que habíamos hecho las cosas de forma óptima y necesitábamos que el líder nos guiara para ayudarnos a corregir los fallos. No obstante, había problemas claramente asequibles para nosotros, pero yo encontraba un resquicio y no hacía algo que sabía hacer. No pagaba el precio ni lo meditaba como debía, sino que iba a lo fácil. No buscaba los principios de la verdad ni pensaba mucho en los problemas que apreciaba. Tampoco intentaba resumir ni aprender lecciones de las anomalías y fallas. Me acostumbré a actuar así. Pensaba incluso que todo el mundo cometía errores en el deber, por lo que, si yo pasaba por alto algunos problemas, era por falta de aptitud. Aparte de que viera o no los problemas, ni siquiera tenía el debido sentido de la responsabilidad. Por protegerme, era negligente e irresponsable en el deber y hasta responsabilizaba al líder cuando surgían problemas. Tergiversaba la verdad y todo lo convertía en problema de otro. Ahora veía que no era cuestión de aptitud, sino de un problema mío de humanidad.
Leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Si te proteges cada vez te acontece algo y buscas una vía de escape, una puerta trasera, ¿estás poniendo en práctica la verdad? Eso no es practicar la verdad, sino que es ser esquivo. Ahora cumples con el deber en la casa de Dios. ¿Cuál es el primer principio del cumplimiento del deber? Cumplir con él de todo corazón, sin escatimar esfuerzos, para que puedas proteger los intereses de la casa de Dios. Este es un principio de la verdad que has de poner en práctica. Protegerse a uno mismo buscándose una vía de escape, una puerta trasera, es el principio de práctica que siguen los incrédulos, su máxima filosofía. ¿Acaso no es ser un incrédulo pensar primero en uno mismo en todas las cosas y anteponer los propios intereses a todo lo demás sin consideración por nadie, sin ninguna vinculación con los intereses de la casa de Dios ni con los intereses de los demás, pensar primero en los propios intereses y luego en buscar una vía de escape? Eso es precisamente lo que es un incrédulo. Este tipo de persona no está en condiciones de cumplir con un deber” (La Palabra, Vol. 4. Desenmascarar a los anticristos. Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Las palabras de Dios me resultaron muy incisivas. Nunca habría imaginado que cumpliría con un deber con la perspectiva de un incrédulo y que, a ojos de Dios, parecía un incrédulo. Ante los problemas, siempre había pensado primero en mis intereses por miedo a que cualquier problema se volviera contra mí. Así, parecía cumplir con el deber, pero en realidad nunca me volcaba en él, no buscaba la verdad ni actuaba según los principios, ni tampoco pensaba en los intereses de la casa de Dios. Además, me contentaba con hacer algo de trabajo en el deber, con cumplir con las formalidades cada día. ¿No era como un incrédulo que trabajaba para un jefe? Cuando mi compañera y yo teníamos opiniones distintas, ¿por qué quería dejar que decidiera el líder? Era una cuestión de no querer asumir la responsabilidad. Por ello, aunque identificara claramente problemas reales, dejaba que el líder decidiera al respecto y hasta me parecía bien hacerlo. Descubrí que no asumir responsabilidades había llegado a ser algo habitual en mi deber y que era una revelación espontánea de mi naturaleza. Era verdaderamente malicioso y egoísta y totalmente indigno de confianza. Jugaba con Dios, era astuto y carecía de cualquier semblanza de autenticidad. Me había quedado fuera de la casa de Dios y me había situado en las filas de los incrédulos. La gente así no es muy digna de cumplir con un deber. Las palabras de Dios dicen: “Algunas personas no asumen ninguna responsabilidad cuando cumplen con su deber, son siempre descuidadas y superficiales, y aunque detectan el problema, no buscan una solución. No están dispuestos a ofender a la gente, y también tienen miedo de crearse problemas, por lo que hacen las cosas con prisas, dando como resultado que hace falta volver a hacer el trabajo. Y si alguien inspecciona ese trabajo, saltan con un montón de excusas para evadir su responsabilidad. Esto es exactamente lo que significa ser superficial y descuidado en el cumplimiento del deber propio. ¿Entonces están siendo negligentes en sus responsabilidades cuando cumplen su deber de esta manera? No importa quién asuma la responsabilidad principal, todos los demás son responsables de vigilar las cosas, todos deben tener esta carga y este sentido de la responsabilidad; pero ninguno de vosotros prestáis atención, sois realmente superficiales, no tenéis lealtad, sois negligentes en vuestros deberes. No es que seáis incapaces de detectar el problema, sino que no estáis dispuestos a asumir la responsabilidad; cuando detectáis el problema tampoco deseáis prestarle ninguna atención a este asunto, os conformáis con un "basta con eso". Si cuando yo trabajo y comunico la verdad con vosotros, me bastara con lo mínimo, entonces, como corresponde a cada uno de vuestras aptitudes y búsquedas, ¿qué podríais ganar con eso? Si Yo tuviera la misma actitud que vosotros, no podríais ganar nada. [...] Por lo tanto, no puedo hacer eso, sino que debo hablar en detalle, y dar ejemplos para los estados de cada tipo de persona, las actitudes que la gente tiene hacia la verdad, y cada tipo de carácter corrupto; solo entonces comprenderéis lo que estoy diciendo, y entenderéis lo que escucháis. Sea cual sea el aspecto de la verdad que se comunique, yo hablo de diversas maneras, con estilos de comunicación para adultos y para niños, y también en forma de razonamientos e historias, utilizando la teoría y la práctica, y hablando de experiencias, para que la gente pueda comprender la verdad y entrar en su realidad. De este modo, los que tengan calibre y estén dispuestos a ello tendrán la oportunidad de entender y aceptar la verdad y salvarse. Pero vuestra actitud hacia el deber siempre ha sido de descuido y superficialidad, de dejarse llevar, y no os preocupáis por el largo retraso que provocáis. No reflexionáis sobre cómo buscar la verdad para resolver los problemas, no pensáis en cómo realizar vuestro deber correctamente para poder dar testimonio de Dios. Esto es descuidar vuestro deber, y por eso vuestra vida crece muy lentamente, y no os molesta el tiempo que habéis perdido. De hecho, si cumplierais con vuestro deber de forma concienzuda y responsable, no tardaríais ni siquiera cinco o seis años en poder hablar de vuestras experiencias y dar testimonio de Dios, en cuyo caso las diversas obras de la iglesia se llevarían a cabo con gran efecto; pero vosotros no estáis dispuestos a tener en cuenta la voluntad de Dios, ni os esforzáis por alcanzar la verdad. Hay algunas cosas que no sabéis hacer, así que yo os doy instrucciones precisas. No tenéis que pensar; simplemente tenéis que escuchar y poneros a hacerlas. Esa es la única parte de responsabilidad que debéis asumir; sin embargo, hasta eso queda fuera de vuestro alcance. ¿Dónde está vuestra lealtad? ¡No se ve por ningún lado! Lo único que hacéis es decir cosas agradables. En vuestros corazones, sabéis lo que debéis hacer, pero simplemente no practicáis la verdad. Esto es rebelión contra Dios, y en el fondo, es una falta de amor por la verdad. Sabéis muy bien en vuestros corazones cómo actuar de acuerdo con la verdad, pero no la ponéis en práctica. Este es un problema serio; tenéis la verdad justo delante y no la ponéis en práctica. No sois alguien que obedezca a Dios en absoluto. Para cumplir con un deber en la casa de Dios, lo mínimo que debéis hacer es buscar y practicar la verdad y actuar de acuerdo con los principios. Si no podéis practicar la verdad en el cumplimiento de vuestro deber, entonces ¿dónde puedes practicarla? Y si no practicas nada de verdad, entonces eres un incrédulo. ¿Cuál es tu propósito, en realidad, si no aceptas la verdad y andas confuso en la casa de Dios? ¿Deseas hacer de la casa de Dios tu hogar de retiro o una casa de caridad? Si es así, te equivocas: la casa de Dios no se ocupa de los gorrones, de los despilfarradores. Todo aquel de pobre humanidad, que no cumpla con su deber de buena gana, que no sea apto para cumplir con un deber, debe ser purgado; todos los incrédulos que no aceptan la verdad en absoluto han de ser descartados” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Realizar bien el deber requiere, por lo menos, conciencia). Me avergoncé tras leer las palabras de Dios. Dios es completamente sincero al tratar a las personas. Para ayudarnos a comprender y alcanzar la verdad y salvarnos, habla paciente y ardientemente y nos enseña por todos los medios, con lo que nos habla muy al detalle de varios aspectos de la verdad. Nos da muchos ejemplos para guiarnos por si no lo entendemos, siempre está enseñando verdades para regarnos y proveernos, y ha pagado el mayor precio posible. Reflexioné sobre mi actitud en el deber y comprendí que la casa de Dios me confiaba un deber tan importante, pero yo no asumía la responsabilidad. Lo abordaba negligentemente, holgazaneando en lo que pudiera e incluso engañando a Dios. ¿Dónde estaba mi humanidad? Dios era sincero, pero lo único que yo le retribuía era falsedad. Antaño había leído unas palabras de Dios sobre la gente de poca humanidad, pero no las relacioné conmigo. Después vi que, en efecto, tenía poca humanidad y nada de conciencia. Parecía cumplir a diario con el deber y estar pagando cierto precio y cumplía con todas las formalidades. No obstante, mi corazón no miraba a Dios. No procuraba hacer todo lo posible en el deber, volcarme en él, ser considerado y diligente. En cambio, era superficial y solo cumplía con las formalidades. No cumplía con un deber, ni siquiera daba la talla de un hacedor de servicio. A esas alturas me di cuenta de que aquellos problemas del video no eran casuales: entrañaban el carácter de Dios. Así me revelaba y juzgaba. Supe que ello se debía exclusivamente a mi irresponsabilidad y que no podía compensar las pérdidas o transgresiones derivadas de eso. Solo podía orar a Dios para pedirle una oportunidad de arrepentirme, y a partir de entonces decidí cambiar de actitud en el deber. No podía seguir siendo tan negligente.
Leí un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando las personas tienen un carácter corrupto, a menudo son superficiales y descuidadas a la hora de cumplir con su deber. Entre todos los problemas, este es de los más graves. Si la gente quiere cumplir con su deber adecuadamente, primero debe abordar este problema de superficialidad y descuido. Mientras tengan una actitud tan superficial y descuidada, no podrán cumplir con su deber adecuadamente, por lo que resolver el problema de la superficialidad y el descuido es de vital importancia. Entonces, ¿cómo deben poner esto en práctica? En primer lugar, han de resolver el problema de su estado de ánimo; han de enfocar su deber correctamente, y hacer las cosas con seriedad y sentido de la responsabilidad, sin ser astutos ni superficiales. El deber se realiza para Dios, no para una persona; si las personas son capaces de aceptar el escrutinio de Dios, se hallarán en el estado mental correcto. Es más, después de hacer algo, la gente debe examinarlo y reflexionar sobre ello, y si tienen alguna duda en su corazón, y después de un análisis detallado, descubren que en verdad hay un problema, entonces deben hacer cambios. Una vez los hayan hecho, ya no albergarán ninguna duda en su corazón. Cuando las personas tienen dudas, esto evidencia que existe un problema, y deben examinar minuciosamente lo que han hecho, sobre todo en las etapas clave. Esa es una actitud responsable para cumplir con el deber propio. Cuando una persona puede ser seria, responsable, dedicada y trabajadora, el trabajo se hará apropiadamente. A veces estás en un estado mental equivocado, y no puedes encontrar ni descubrir un error que está claro como el agua. Si estuvieras en el estado mental correcto, entonces, con el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo, serías capaz de identificar el problema. Si el Espíritu Santo te guiara y te otorgara esa conciencia, permitiéndote sentir que algo está mal, pero tú estuvieras en un estado mental equivocado, distraído y descuidado, ¿serías capaz de notar el error? No lo serías. ¿Qué observamos con esto? Muestra que es muy importante que la gente coopere, e igual de importantes son sus corazones y donde dirigen sus pensamientos e intenciones. Dios escudriña a las personas y puede ver en qué estado mental están mientras cumplen con su deber y cuánta energía utilizan. Es crucial que las personas dediquen todo su corazón y todas sus fuerzas a lo que hacen. La cooperación es un componente crucial. Solo si las personas se afanan en no tener remordimientos de los deberes que han completado y las cosas que han hecho, en no estar en deuda con Dios, actuarán con todo su corazón y todas sus fuerzas. Si no dedicas de manera constante todo tu corazón y fuerza a cumplir con tu deber, si eres perennemente descuidado y superficial, y causas un tremendo daño a la obra, y te quedas muy lejos de los efectos requeridos por Dios, entonces solo te puede pasar una cosa: Serás descartado. ¿Y habrá entonces tiempo para lamentarse? No lo habrá. Estas cosas se convertirán en un lamento eterno, en una mancha. Ser perennemente descuidado y superficial es una mancha, es una transgresión grave, ¿sí o no? (Sí). Debes esforzarte por cumplir con tus obligaciones y en todo lo que debas hacer, con todo tu corazón y todas tus fuerzas, no debes ser descuidado y superficial ni quedarte con ningún remordimiento. Si puedes hacer eso, Dios recordará los deberes que cumplas. Las cosas que Dios recuerda son las buenas acciones. Entonces, ¿cuáles son las cosas que Dios no recuerda? (Las transgresiones y las malas acciones). Puede que la gente no aceptara que son malas acciones si se las describiera así en la actualidad, pero si llega un día en que estas cosas tienen consecuencias graves y se convierten en una influencia negativa, entonces te parecerá que no son meras transgresiones de la conducta, sino malas acciones. Cuando te des cuenta de esto, tendrás remordimientos y pensarás: ‘¡Debería haber optado por tener una pizca de prevención! Con un poco más de consideración y esfuerzo al principio, esta consecuencia podría haberse evitado’. Nada limpiará esta mancha eterna de tu corazón, y causaría problemas si te dejara en deuda permanente. Por eso, hoy debéis esforzaros por poner todo vuestro corazón y vuestras fuerzas en la comisión que Dios te ha dado, por cumplir con todos los deberes con la conciencia tranquila, sin ningún tipo de remordimientos, y de una manera que sea recordada por Dios. Hagas lo que hagas, no seas descuidado ni superficial; una vez que tengas remordimientos, no podrás remediarlo. Si cometes una transgresión grave, esta se convertirá en una mancha eterna, en un remordimiento permanente. Ambas sendas deben verse con claridad. ¿Cuál es la que debes elegir para encontrarte con la alabanza de Dios? Desempeñar vuestro deber de todo corazón y con todas vuestras fuerzas, y preparar y acumular buenas acciones, sin tener remordimientos. No permitáis que vuestras transgresiones se acumulen, no tengáis remordimientos de ellas ni os quedéis en deuda. ¿Qué pasa cuando una persona ha cometido demasiadas transgresiones? ¡Están acumulando la ira de Dios en Su presencia! Si no paras de transgredir y la ira de Dios hacia ti crece cada vez más, entonces, en última instancia serás castigado” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días). Anteriormente había admitido que era superficial en el deber, pero nunca supe qué consecuencias podría acarrearme eso ni cómo vería y describiría Dios a alguien así. Con la palabra de Dios ya he entendido que, por fuera, esas personas parece que no cometen grandes maldades, pero que Dios aborrece su actitud hacia el deber y que, si no se arrepienten, al final perderán la ocasión de salvarse. Revelado en esta situación, vi la gravedad de mi problema de salir del paso en el deber y ser irresponsable. Por mi irresponsabilidad, hubo que editar más el video, lo que retrasó todo nuestro trabajo. Eso fue una transgresión. Si no corregía de inmediato mi estado y seguía siendo negligente e irresponsable, podría ofender el carácter de Dios y ser descartado en cualquier momento, cuando ya sería demasiado tarde para lamentarse. En las palabras de Dios hallamos una senda de práctica para corregir la negligencia en el deber. Primero hemos de tener la actitud adecuada, asumir la responsabilidad y aceptar el escrutinio de Dios. Luego, analizar minuciosamente las cosas y no disimular los problemas que encontremos. Después, poner en práctica las palabras de Dios. Recapitulamos los motivos de nuestras fallas y repasamos diligentemente los videos según los principios sin dejarnos un solo detalle. Buscamos juntos los principios de la verdad y pensamos en cómo hacer la edición. Esta comunión, este debate con los hermanos y hermanas, nos ayudó a entender mejor los principios y nos percatamos de que, pese a haber analizado videos varias veces, ahora que éramos más conscientes, descubríamos más problemas en los detalles. Esto demostró de forma más clara la gravedad de nuestro problema al evadir el deber en el pasado. Analizamos entonces cómo editar estos videos según aquellos principios, hicimos todos los cambios que pudimos y se los dimos al líder para su análisis cuando ya no vimos más problemas. Todo el mundo se sintió mucho más a gusto tras poner eso en práctica. Después de editar aquellos videos, se los pasamos al líder para que los analizara. Dijo: “Están muy bien y no veo problema alguno. Lo hicieron bien esta vez”. Cuando afirmó eso el líder, no pude evitar dar gracias a Dios de corazón. Sabía que no era que hubiéramos hecho un buen trabajo, sino que Dios nos guio y bendijo cuando estuvimos ligeramente dispuestos a cambiar y a arrepentirnos y dejamos de ser tan negligentes. Esta experiencia me enseñó de veras que solo si te vuelcas en un deber, este tendrá sentido y te sentirás en paz. ¡Gracias a Dios!