15. El amor de Dios en medio de la enfermedad
Hace veinte años, empecé a sufrir artritis reumatoide grave y me dolía todo el cuerpo. Fui a varios hospitales importantes, pero ninguno de los tratamientos funcionó. Al final, tuve que usar medicamentos hormonales para controlar los síntomas y, sin medicamentos, se me agarrotaban y me dolían todas las articulaciones. Lo único que podía hacer era quedarme en cama todo el día, como si estuviera en estado vegetativo, sin poder moverme en absoluto. Necesitaba que los demás me ayudaran a comer, vestirme, darme la vuelta y usar el baño. Era completamente inútil. Pensé: “Sería mejor morir que vivir con tanto dolor”. Debido al uso prolongado de medicamentos hormonales, tenía el sistema inmunológico muy debilitado, solía tener tos y resfriados, y también desarrollé una pleuresía. También empecé a tener problemas del corazón, tenía más de diez enfermedades diferentes en todo el cuerpo y mi rostro parecía el de un cadáver. En pleno verano, mi esposo encendía el aire acondicionado en casa, mientras yo llevaba ropa acolchada de algodón y disfrutaba del sol afuera. Incluso tenía que usar una manta eléctrica para dormir, de lo contrario, tenía demasiado frío como para conciliar el sueño. Más tarde, oí que varios conocidos con la misma enfermedad que yo habían fallecido uno tras otro, y tuve mucho miedo. Ante una enfermedad tan difícil, me sentía impotente y lo único que podía hacer era vivir cada día con miedo y ansiedad.
En 2010, tuve la suerte de aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Las palabras de Dios me enseñaron que Dios creó el cielo, la tierra y todas las cosas, que Él es soberano sobre la suerte de toda la humanidad, que Él da a las personas todo lo que disfrutan y que deben adorarlo. Todos los días, comía y bebía las palabras de Dios, le oraba, me reunía con hermanos y hermanas y, sin darme cuenta, mis resfriados y mi tos se calmaron. Después de tres meses, se alivió el dolor que tenía en las articulaciones de las piernas, dejé de tomar todos los medicamentos, incluidos los hormonales, mis articulaciones fueron recuperando su flexibilidad y mi tez ganó algo de color. Todos los que me conocían decían que parecía una persona distinta. Le agradecí a Dios desde lo más profundo del corazón. ¡Dios es verdaderamente omnipotente y maravilloso! Había tenido una enfermedad incurable y solía sufrir mucho, incluso con medicamentos, pero, ahora, seguía mejorando de mi enfermedad y ni siquiera necesitaba medicación. Debía creer realmente en Dios, predicar más el evangelio, hacer más buenas obras y, así, Dios quizás vería cómo me esforzaba y me curaría por completo de mis enfermedades. Después de eso, ignoré el dolor que tenía en las piernas y prediqué el evangelio a mis familiares, amigos, compañeros de estudios y colegas. Sin importar el viento o la lluvia, el calor abrasador o el frío helado, si alguien se encontraba cerca o lejos, siempre que cumplieran con los principios para recibir el evangelio y estuvieran dispuestos a escuchar las palabras de Dios, yo iba a darles testimonio de la obra de Dios de los últimos días. Algunas personas vivían en el séptimo u octavo piso, por lo que tenía que subir las escaleras, pero, aun así, solía ir a regarlas y apoyarlas. Había quienes tenían buena humanidad y estaban dispuestos a buscar e investigar el camino verdadero, pero tenían muchos enredos familiares, así que fui a hablar con ellos varias veces hasta que aceptaron la obra de Dios de los últimos días. Por ese entonces, difundí el evangelio a muchas personas. Con el tiempo, me hice conocida por predicar el evangelio y hubo personas malvadas que me denunciaron, por lo que el líder me asignó el deber de acogida. Le pedí activamente que me asignase otros deberes, ya que pensaba que, si hacía más buenas obras, Dios me cuidaría y me protegería, y tendría mayores esperanzas de salvación.
En mayo de 2019, empecé a sentir debilidad en todo el cuerpo y me empezaron a doler de nuevo las articulaciones. El dolor en las articulaciones de las piernas era especialmente fuerte, y mi única opción era usar muletas y apretar los dientes para caminar a paso de tortuga. El dolor me hacía sudar profusamente. No me podía sentar después de estar de pie y, tras haberme esforzado para sentarme, no me podía volver a levantar. Me dolía todo el cuerpo, incluso cuando estaba recostada. Tenía la presión arterial por encima de los 200 mm/Hg, mi nivel de azúcar en sangre también había aumentado y ni siquiera los medicamentos podían controlarlo. Estaba completamente aterrada. Tenía miedo de que estuviera volviendo a sufrir de artritis. Tras ir al hospital para que me examinaran, resultó que, en efecto, los síntomas eran de artritis. Mi corazón dio un vuelco y pensé: “Es como el dicho: ‘Señal mortal, recaer y empeorar’. ¿Terminaré completamente paralizada esta vez? Incluso si sobrevivo, seré una inútil si quedo paralizada en la cama. ¿Cómo haré para cumplir con mis deberes? ¡Me he esforzado mucho por Dios durante todos estos años como creyente! Mira cómo he difundido el evangelio. A pesar del dolor, seguí haciendo este trabajo y logré difundir el evangelio a muchas personas. Después de que unas personas malvadas me denunciaran por difundir el evangelio, me reasignaron como anfitriona y también di todo de mí para hacer ese deber. ¿Cómo puedo estar enferma de nuevo?”. Pensé en que tenía varios conocidos con la misma enfermedad que habían fallecido y en cómo yo podía ser la siguiente. Cuanto más lo pensaba, más abatida me sentía. No podía concentrarme cuando leía las palabras de Dios en mis prácticas devocionales y no tenía ganas de orar. Pasaba los días abotargada, como si hubiera caído en un congelador profundo y se me hubiera congelado el corazón. Lo único que quería hacer era pasar más tiempo descansando y recuperándome para aliviar el dolor que sentía en el cuerpo. Más tarde, oí que un vecino con la misma enfermedad había fallecido, lo que me asustó aún más y pensé: “Tal vez algún día moriré como mi vecino. Si muero ahora, ¿habrán sido en vano todos los sufrimientos y sacrificios que he padecido a lo largo de los años para hacer mis deberes? No solo no me salvaría, sino que también me perdería todas las oportunidades que me quedan para ser mano de obra y sobrevivir”. Solo pensar en mi enfermedad me impedía comer o dormir. Vivía en un estado de tristeza, ansiedad y preocupación, y estaba realmente atormentada por dentro. Oré a Dios: “Dios, mi salud está empeorando cada vez más y vivo en un estado de intranquilidad constante. Sé que eso está mal, pero no sé cómo resolverlo y, aunque sé que Tú permites este sufrimiento, no soy capaz de someterme. Dios, te ruego que me guíes para que me someta a esta situación y aprenda una lección de ella”.
Leí dos pasajes de las palabras de Dios: “Cuando la gente no es capaz de desentrañar, comprender, aceptar o someterse a los entornos que Dios orquesta y a Su soberanía, y cuando la gente se enfrenta a diversas dificultades en su vida diaria, o cuando estas dificultades superan lo que la gente normal puede soportar, sienten de un modo subconsciente todo tipo de preocupación y ansiedad, e incluso angustia. No saben cómo será mañana, ni pasado mañana, ni cómo serán las cosas dentro de unos años, ni cómo será su futuro, y por eso se sienten angustiados, ansiosos y preocupados por todo tipo de cosas. ¿Cuál es el contexto en el que la gente se siente angustiada, ansiosa y preocupada por todo tipo de cosas? Es que no creen en la soberanía de Dios, es decir, son incapaces de creer en la soberanía de Dios y desentrañarla. Aunque lo vieran con sus propios ojos, no lo entenderían ni lo creerían. No creen que Dios tenga soberanía sobre su sino, no creen que sus vidas estén en manos de Dios, y por eso surge en sus corazones la desconfianza hacia la soberanía y los arreglos de Dios, y entonces surge la culpa, y son incapaces de someterse” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). “Luego están aquellos que no gozan de buena salud, tienen una constitución débil y les falta energía, que sufren a menudo de dolencias más o menos importantes, que ni siquiera pueden hacer las cosas básicas necesarias en la vida diaria, que no pueden vivir ni desenvolverse como la gente normal. Tales personas se sienten a menudo incómodas e indispuestas mientras cumplen con su deber; algunas son físicamente débiles, otras tienen dolencias reales, y por supuesto están las que tienen enfermedades conocidas y potenciales de un tipo o de otro. Al tener dificultades físicas tan prácticas, estas personas suelen sumirse en emociones negativas y sentir angustia, ansiedad y preocupación. […] Aquellos que padecen una enfermedad suelen pensar: ‘Estoy decidido a cumplir bien con mi deber, pero tengo esta enfermedad. Pido a Dios que me proteja de todo mal, y con Su protección no tengo nada que temer. Pero si me fatigo en el cumplimiento de mis deberes, ¿se agravará mi enfermedad? ¿Qué haré si tal cosa sucede? Si tengo que ingresar en un hospital para operarme, no tengo dinero para pagarlo, así que si no pido prestado el dinero para pagar el tratamiento, ¿empeorará aún más mi enfermedad? Y si empeora mucho, ¿moriré? ¿Podría considerarse una muerte normal? Si efectivamente muero, ¿recordará Dios los deberes que he cumplido? ¿Se considerará que he hecho buenas acciones? ¿Alcanzaré la salvación?’. También hay algunos que saben que están enfermos, es decir, saben que tienen alguna que otra enfermedad real, por ejemplo, dolencias estomacales, dolores lumbares y de piernas, artritis, reumatismo, así como enfermedades de la piel, ginecológicas, hepáticas, hipertensión, cardiopatías, etcétera. Piensan: ‘Si sigo cumpliendo con mi deber, ¿pagará la casa de Dios el tratamiento de mi enfermedad? Si esta empeora y afecta al cumplimiento de mi deber, ¿me curará Dios? Otras personas se han curado después de creer en Dios, ¿me curaré yo también? ¿Me curará Dios de la misma manera que se muestra bondadoso con los demás? Si cumplo con lealtad mi deber, Dios debería curarme, pero si mi único deseo es que Él me cure y no lo hace, entonces ¿qué voy a hacer?’. Cada vez que piensan en estas cosas, les asalta un profundo sentimiento de ansiedad en sus corazones. Aunque nunca dejan de cumplir con su deber y siempre hacen lo que se supone que deben hacer, piensan constantemente en su enfermedad, en su salud, en su futuro y en su vida y su muerte. Al final, llegan a la conclusión de pensar de manera ilusoria: ‘Dios me curará, me mantendrá a salvo. No me abandonará, y no se quedará de brazos cruzados si me ve enfermar’. No hay base alguna para tales pensamientos, e incluso puede decirse que son una especie de noción. Las personas nunca podrán resolver sus dificultades prácticas con nociones e imaginaciones como esas, y en lo más profundo de su corazón se sienten vagamente angustiadas, ansiosas y preocupadas por su salud y sus enfermedades; no tienen ni idea de quién se hará responsable de estas cosas, o siquiera de si alguien lo hará en absoluto” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Lo que Dios puso en evidencia fue precisamente mi estado. Al repasar lo sucedido, en menos de tres meses de creer en Dios, mi grave artritis casi se había curado, por lo que difundí activamente el evangelio, cumplí con mis deberes y quise hacer más buenas obras, ya que pensaba que Dios quizás vería los sacrificios que hacía y me curaría por completo de mi enfermedad. Cuando recaí en mi enfermedad y se agravó cada vez más hasta el punto de que casi no podía cuidar de mí misma, orar a Dios no paliaba mi enfermedad, por lo que comencé a dudar de la soberanía de Dios, me preocupaba quedar paralizada y no ser capaz de cuidar de mí misma ni de soportar el sufrimiento físico. Si volvía a tomar los medicamentos hormonales y recaía en las otras muchas enfermedades que había tenido, moriría de esas enfermedades, por más que no muriera de artritis. Si fallecía, no tendría ninguna posibilidad de salvarme ni tampoco de ser mano de obra y sobrevivir. Eso me hizo sentir débil y angustiada y que todos los años de cumplir mis deberes, sufrir y sacrificarme habían sido en vano. Al enfrentar la enfermedad, no la acepté de parte de Dios y no busqué Su intención. En cambio, malinterpreté a Dios y me quejé de Él. Mi actitud hacia mis deberes también fue indiferente. Me preocupaba que hacer más deberes me agotaría más físicamente, que mi condición empeoraría y que moriría más rápido, por lo que no quería cumplir con mis deberes y vivía en un estado de angustia y preocupación, esperando la muerte. Finalmente, a través de las palabras de Dios entendí que Él había permitido que recayera en mi enfermedad, pero yo no había reconocido Su soberanía, lo había malinterpretado y me había quejado de Él. Tenía el corazón lleno de quejas y lo único que revelé fue mi rebeldía y resistencia. ¡Mi estado era tan peligroso! Al darme cuenta de eso, me sentí asustada, así que oré a Dios y le pedí que me guiara para buscar la verdad y cambiar mis emociones negativas.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios y mi perspectiva cambió un poco. Dios dice: “Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me enseñaron que la intención de Dios estaba detrás de las enfermedades que enfrentaba y que todo era para que aprendiera lecciones, reflexionara y reconociera mis opiniones falaces, mi carácter corrupto y los deseos extravagantes de mi fe en Dios. Reflexioné sobre cuántos de mis años cumpliendo con mis deberes y haciendo sacrificios fueron para que Dios sanara mi enfermedad. Cuando se aliviaba mi dolor, agradecía y alababa a Dios, y estaba dispuesta a cumplir con más deberes y a hacer más buenas obras, pero cuando el dolor regresaba y empeoraba, malinterpretaba a Dios y me quejaba de Él, ya que pensaba que era justo que Dios me sanara porque había cumplido con mis deberes. Así que, cuando recaí en mi enfermedad y no se cumplieron mis deseos, ya no quise cumplir con mis deberes. Incluso cuando cumplía con mis deberes a regañadientes, no quería hacer ningún esfuerzo ni pagar ningún precio. ¿Cómo tenía siquiera algo de conciencia o razón? Cuando me sobrevino esta enfermedad, la intención de Dios era purificar las adulteraciones de mi fe y cambiar mis opiniones erróneas sobre la búsqueda para que pudiera someterme a Dios y caminar por la senda de la búsqueda de la verdad. Sin embargo, no perseguía la verdad y, al enfrentar la enfermedad, no buscaba la intención de Dios. En cambio, siempre sentí reticencia y me mostré desafiante y quería que Dios eliminara rápidamente mi dolor. Cuando eso no sucedió, entré en un estado de angustia, preocupación y ansiedad, y me opuse a Dios, por lo que me perdí la oportunidad de ganar la verdad. Si seguía así y no cambiaba, mi vida no crecería, mi carácter corrupto no cambiaría y mis esperanzas de salvarme serían aún más remotas. Cuanto más entendía, más sentía que creer en Dios no debería ser para hacerle exigencias. Vi lo irracional que era. Oré a Dios de inmediato: “Dios mío, no persigo la verdad ni entiendo Tu obra, ni me someto a Tus orquestaciones y arreglos. ¡Soy demasiado rebelde! Dios, te ruego que me guíes para que pueda entenderme a mí misma”.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Antes de decidirse a cumplir su deber, en lo más hondo de su corazón, los anticristos están rebosantes de expectativas en lo que se refiere a sus perspectivas, a ganar bendiciones, un buen destino y hasta una corona, y poseen la máxima confianza en obtener estas cosas. Acuden a la casa de Dios para cumplir su deber con esas intenciones y aspiraciones. ¿Contiene, pues, su cumplimiento del deber la sinceridad, la fe y la lealtad genuinas que Dios exige? En este punto uno no puede atisbar aún su lealtad, fe o sinceridad genuinas porque todos albergan una mentalidad completamente transaccional antes de cumplir su deber; todos toman la decisión de llevar a cabo su deber movidos por intereses y partiendo también de la condición previa de sus desbordantes ambiciones y deseos. ¿Qué intención tienen los anticristos al cumplir su deber? Hacer un trato y llevar a cabo un intercambio. Cabría decir que estas son las condiciones que fijan para llevar a cabo su deber: ‘Si cumplo con mi deber, debo obtener bendiciones y alcanzar un buen destino. Debo obtener todas las bendiciones y los beneficios que dios ha dicho que están reservados para la humanidad. En caso de no poder obtenerlos, no cumpliré este deber’. Acuden a la casa de Dios para llevar a cabo su deber con esas intenciones, ambiciones y deseos. Parece como si tuviesen cierta sinceridad y, por supuesto, en el caso de nuevos creyentes que acaban de empezar a llevar a cabo su deber, también puede describirse como entusiasmo. Sin embargo, esto carece de fe genuina o de lealtad; solo hay un cierto grado de entusiasmo, no se puede calificar de sinceridad. A juzgar por esta actitud de los anticristos ante el cumplimiento de su deber, se trata de algo completamente transaccional y repleto de sus deseos de beneficios, tales como ganar bendiciones, entrar en el reino de los cielos, obtener una corona y recibir recompensas. Por eso desde fuera parece que muchos anticristos, antes de que los expulsen, están cumpliendo su deber e incluso que han renunciado a más cosas y sufrido más que la persona promedio. El esfuerzo que hacen y el precio que pagan están a la par de los de Pablo, y ellos también van de aquí para allá tanto como él. Eso es algo que todo el mundo puede ver. En términos de su comportamiento y de su disposición a sufrir y pagar el precio, no deberían quedarse sin nada. En todo caso, Dios no considera a una persona en función de su comportamiento externo, sino en base a su esencia, su carácter, lo que revela y la naturaleza y la esencia de cada una de las cosas que hace. Cuando las personas juzgan a los demás y tratan con ellos, determinan su identidad basándose únicamente en su comportamiento externo, en cuánto sufren y qué precio pagan, y este es un grave error” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). Vi que Dios pone en evidencia que los anticristos cumplen con sus deberes para obtener bendiciones y coronas, que todos los sacrificios que hacen son para negociar con Dios por las bendiciones de entrar al reino de los cielos y que esa forma de cumplir el deber no es leal ni sincera en absoluto. Si no reciben bendiciones, se quejan mucho e incluso discuten con Él e intentan ajustar cuentas. Comparé mi propia conducta con eso y vi que era igual a la de un anticristo. Al principio, cuando vi que se curaba mi artritis crónica después de empezar a creer en Dios, me sentí llena de gratitud hacia Él y, con la mentalidad de que Dios me sanaría y luego podría asegurarme un buen destino, difundí activamente el evangelio y cumplí con mis deberes. Sin importar el viento o la lluvia, el calor o el frío, trabajaba incansablemente y difundía el evangelio para hacer buenas obras. Incluso aunque tuviera familiares, amigos y colegas que me ridiculizaban y calumniaban, no me rendía. Sin embargo, cuando recaí en mi enfermedad y vi que se moría gente con la misma enfermedad que yo, me quejé de que Dios no me protegía y ya ni siquiera quería cumplir con mis deberes, ya que temía que tener más preocupaciones empeoraría mi condición y aceleraría mi muerte. Los hechos me revelaron que creía en Dios y cumplía mis deberes solo para negociar con Dios, y que todos mis sacrificios eran para que Dios me curara y para alcanzar un buen desenlace y destino. Cuando se hizo añicos mi deseo de bendiciones, no estaba dispuesta a cumplir ni siquiera un poco de mi deber, ya que temía que afectara negativamente mis intereses en cuanto a lo físico. No tenía lealtad ni sinceridad hacia Dios en absoluto. Decía que cumpliría bien con mis deberes y retribuiría el amor de Dios, pero la verdad es que estaba engañando a Dios e intentando usar mis deberes como moneda de cambio para recibir bendiciones en el futuro. ¡Era realmente egoísta, despreciable y falsa! Sostenía la ley satánica: “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, hacía todo para beneficiarme a mí misma y no movía un dedo si no me beneficiaba. Después de empezar a creer en Dios, todo lo que hacía seguía siendo para recibir bendiciones y beneficios. Era codiciosa, egoísta y, si no podía sacar partido, me volvía en contra de Dios para ajustar cuentas. ¡No tenía un corazón temeroso de Dios y realmente no tenía humanidad!
Entonces, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Debes saber qué tipo de personas deseo; los impuros no tienen permitido entrar en el reino, ni mancillar el suelo santo. Aunque puedes haber realizado muchas obras y obrado durante muchos años, si al final sigues siendo deplorablemente inmundo, entonces ¡será intolerable para la ley del Cielo que desees entrar en Mi reino! Desde la fundación del mundo hasta hoy, nunca he ofrecido acceso fácil a Mi reino a cualquiera que se gana Mi favor. Esta es una norma celestial ¡y nadie puede quebrantarla!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). Las palabras de Dios me enseñaron que solo quienes obtienen la verdad y han cambiado su carácter pueden entrar en el reino de Dios. A Dios le gustan las personas honestas. Las personas honestas aman la verdad y cumplen con sus deberes sin negociar ni exigir nada. Pueden cumplir con seriedad el deber de un ser creado, y esas son las personas que Dios quiere salvar. Sin embargo, quienes creen en Dios, pero no persiguen la verdad y solo negocian con Él para obtener bendiciones, se quejan de Dios y se le resisten cuando sus deseos se frustran. A ese tipo de personas, por mucho que se esfuercen o sufran, Dios las descartará. Eso lo determina la esencia justa y santa de Dios. En mis deberes y en mi fe en Dios, traté de negociar con Él, traté a Dios como un tesoro escondido y como un médico que curaría mi enfermedad. Cuando mis deseos no se cumplieron, le reclamé a voces a Dios y me le resistí. ¡Era realmente desvergonzada! Dios es el Creador y yo soy un ser creado. Cumplir con mi deber es mi responsabilidad y obligación. Haciendo exigencias tan irrazonables a Dios y teniendo tales intenciones en mis deberes, ¿cómo Dios no me iba a detestar y aborrecer? Pensé en Pablo. Desde el principio, él trabajaba y se entregaba solo para obtener una corona de justicia. Recorrió la mayor parte de Europa para difundir el evangelio, sufrió mucho dolor y obró mucho. Pero todo lo que hizo no fue para retribuir el amor de Dios ni para cumplir el deber de un ser creado, sino para obtener bendiciones y recompensas para que, al final, pudiera decir estas palabras: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Los sacrificios y esfuerzos de Pablo no fueron sinceros ni sumisos. Solo los hizo para negociar con Dios, para engañarlo y usarlo. Al final, ofendió el carácter de Dios y lo arrojaron al infierno. En mi fe, siempre quise que Dios sanara mi enfermedad para satisfacer mis deseos egoístas y, como Pablo, siempre quería recibir bendiciones de Dios. Si no me arrepentía, mi desenlace sería recibir el mismo castigo que Pablo. Cumplí mi deber con intenciones muy despreciables y, aun así, deseé que Dios me aprobara. ¡Qué ilusa era! Al darme cuenta de eso, me sentí avergonzada, humillada y culpable. Pensé en cómo Dios se encarnó dos veces en la tierra y sufrió todo tipo de adversidades humanas para salvarnos a nosotros, personas corruptas. Él compartió muchas palabras y nos guio y regó personalmente en la oscuridad, sin pedirnos nada ni exigir nada de nosotros. Disfruté de muchas verdades que Dios proporcionó y cumplir con mi deber es lo que yo, como un ser creado, debo hacer, pero, aun así, quería negociar con Dios y hacerle exigencias. ¡Había sido verdaderamente perversa! Pensé en cómo, al borde de la muerte, había tenido la oportunidad de oír la voz de Dios y regresar a Su casa, de comer y beber las palabras de Dios, de disfrutar de la provisión de la vida y pensé en cómo Dios había sanado mi enfermedad y me había permitido vivir hasta hoy. Todo esto se debía al cuidado y la protección de Dios. Todo lo que Dios hizo por mí fue parte de Su amor y Su salvación. Si podía cumplir con algún deber, era por la gracia de Dios, y lo que me correspondía hacer. Pero no supe ser agradecida y, en cambio, usé todo eso como capital para negociar con Dios y hacerle constantes exigencias. ¡Realmente carecía de conciencia y humanidad, y le debía tanto a Dios! Cuanto más lo pensaba, más arrepentida me sentía. Oré a Dios en mi corazón y le prometí que, desde ese momento, ya no viviría para obtener bendiciones, perseguiría la verdad, me sometería a Sus orquestaciones y arreglos y cumpliría con mi deber adecuadamente.
Más tarde, leí más palabras de Dios y entendí cómo enfrentar correctamente la enfermedad y la muerte. Dios dice: “El que alguien se enferme o no, qué enfermedad grave contraerá y cómo será su salud en cada etapa de la vida no lo puede cambiar la voluntad del hombre, sino que todo está predestinado por Dios. […] Por consiguiente, el tipo de enfermedad que afligirá los cuerpos de las personas, en qué momento, a qué edad y cómo será su salud son todas cosas dispuestas por Dios y nadie puede decidir esto por su cuenta, del mismo modo que el momento en que alguien nace no es una decisión propia. Por tanto, ¿acaso no es una insensatez sentirse angustiado, ansioso y preocupado por cosas que uno no puede decidir por sí mismo? (Sí). La gente debe ocuparse de resolver las cosas que puede resolver por sí misma, y en cuanto a las que no, debe aguardar a Dios; debe someterse en silencio y pedirle a Dios que la proteja; esa es la mentalidad que debe tener la gente. Cuando la enfermedad golpea de verdad y la muerte está realmente cerca, entonces deben someterse y no quejarse ni rebelarse contra Dios o decir cosas que blasfemen contra Él o lo ataquen. En lugar de eso, las personas deben permanecer como seres creados y experimentar y apreciar todo lo que viene de Dios; no deben tratar de elegir las cosas por sí mismas. Esto debería ser una experiencia especial que enriquezca tu vida, y no es necesariamente algo malo, ¿verdad? Por tanto, cuando se trata de enfermedades, la gente debe resolver primero sus pensamientos y puntos de vista erróneos sobre el origen de estas, y entonces dejará de preocuparse del asunto. Además, la gente no tiene derecho a controlar las cosas conocidas o desconocidas, ni tampoco es capaz de hacerlo, ya que todas están bajo la soberanía de Dios. La actitud y el principio de práctica que deben tener las personas son las de esperar y someterse. Desde la comprensión hasta la práctica, todo debe hacerse de acuerdo con los principios-verdad: esto es perseguir la verdad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). “Si alguien rogara por la muerte, no moriría necesariamente; si rogara por vivir, tampoco viviría necesariamente. Todo esto está bajo la soberanía y predestinación de Dios, y lo cambia y decide la autoridad de Dios, Su carácter justo y Su soberanía y arreglos. Por tanto, imagina que contraes una enfermedad grave, una potencialmente mortal, no morirás necesariamente: ¿quién decide si morirás o no? (Dios). Él lo decide. Y puesto que Dios decide y nadie puede decidir una cosa así, ¿por qué las personas se sienten ansiosas y angustiadas? Es lo mismo que quiénes son tus padres y cuándo y dónde naces: tampoco puedes elegir estas cosas. La elección más sabia en estos asuntos es dejar que todo siga su curso natural, someterse y no elegir, no gastar ningún pensamiento o energía en este asunto, y no sentirse angustiado, ansioso o preocupado por ello. Ya que la gente es incapaz de elegir por sí misma, gastar tanta energía y pensamientos en esta cuestión es algo insensato e imprudente” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Tras leer las palabras de Dios, entendí que el tipo de enfermedad que una persona tiene y el momento en el que la sufre están bajo la soberanía y preordinación de Dios, que no dependen de la elección humana y que las personas deben desprenderse de las emociones negativas, como la angustia, la preocupación y la ansiedad, enfrentar esas cosas con calma, someterse a la soberanía y los arreglos de Dios, y buscar Su intención para aprender lecciones. Al contemplar las palabras de Dios, sentí cómo se me esclarecía de repente el corazón. Cuándo me vaya a enfermar, la gravedad de mi enfermedad y el momento de mi muerte está todo dentro de las orquestaciones de Dios. No por temerle a la muerte voy a conseguir evitarla, ni tampoco voy a morir solo por desearlo. Mi grave enfermedad, la parálisis o la muerte, todo lo permite Dios, y no tengo derecho a quejarme de Dios ni exigirle nada. Pensé en cómo Job enfrentó enfermedades y calamidades, pero no se quejó de Dios ni perdió la fe. En cambio, alabó la justicia de Dios desde el fondo del corazón y dijo: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* En cuanto a mí, tras haber disfrutado del riego y la provisión de tantas de las palabras de Dios, no debería exigirle nada a Dios al enfrentar la enfermedad. Si Dios cura mi enfermedad o deja que la tenga para siempre, todo forma parte de Su buena voluntad, y no debo quejarme ni hacerle exigencias. Incluso si un día llego a quedar paralizada o enfrento la muerte, me seguiré sometiendo a los arreglos del Creador. Lo que debo hacer ahora es enfrentar de manera correcta la enfermedad y la muerte, desprenderme de la angustia, la ansiedad y la preocupación y encomendar todo a Dios. Reflexioné de nuevo en cómo, durante los últimos veinte años, muchos de los que tenían la misma enfermedad que yo, independientemente de su edad o del momento en que se enfermaron, acabaron muriendo. Si no fuera por la protección de Dios, yo no estaría con vida hoy. El hecho de que esté viva y disfrute del riego de muchas de las palabras de Dios ya se debe a la gracia de Dios. Al entender esto, ya no tuve miedo de cuándo fuera a morir y empecé a estar dispuesta a someterme a la soberanía y los arreglos de Dios. Tras eso, cada día me centraba en comer y beber las palabras de Dios, meditar en Sus palabras, escribir artículos vivenciales y, sin importar la gravedad de mi enfermedad, oraba, comía y bebía las palabras de Dios, asistía a reuniones y cumplía con mis deberes como de costumbre. A veces, cuando recaía gravemente en mi enfermedad, oraba a Dios y me acercaba a Él para pedirle que mantuviera sumiso mi corazón. Al mismo tiempo, reconocía las intenciones impuras que tenía, reflexionaba sobre ellas sin cesar y buscaba de inmediato la verdad para cambiarlas. Al practicar de esa manera, mi relación con Dios se volvió más cercana y sentí que mi enfermedad era como una gran protección para mí. Luego, sin darme cuenta, se alivió el dolor que sentía en todo el cuerpo y también volvieron a la normalidad mi presión arterial y el nivel de azúcar en sangre. Sabía que se debía a la misericordia y la protección de Dios, y le agradecí y lo alabé con el corazón.
Más tarde, leí más palabras de Dios: “Decidme, ¿quién de entre los miles de millones de personas de todo el mundo tiene la bendición de escuchar tantas palabras de Dios, de comprender tantas verdades de la vida y de entender tantos misterios? ¿Quién puede recibir personalmente la guía y la provisión de Dios, Su cuidado y protección? ¿Quiénes están tan bendecidos? Muy pocos. Por tanto, que vosotros, que sois pocos, podáis vivir hoy en la casa de Dios, recibir Su salvación y Su provisión, hace que todo valga la pena, aunque fuerais a morir ahora mismo. ¿Acaso no sois muy bendecidos? (Sí). Mirándolo desde esta perspectiva, la gente no debe asustarse por el asunto de la muerte, ni debe sentirse constreñida por ella. Aunque no hayas disfrutado de la gloria y la riqueza del mundo, has recibido la compasión del Creador y has escuchado muchas de las palabras de Dios, ¿no es eso maravilloso? (Lo es). No importa cuántos años vivas en esta vida, todo vale la pena y no sientes remordimientos, porque has estado cumpliendo constantemente con tu deber en la obra de Dios, has comprendido la verdad, has entendido los misterios de la vida y has comprendido la senda y los objetivos que debes perseguir en tu existencia; has ganado mucho. Has vivido una vida que vale la pena” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Tras leer las palabras de Dios, me conmoví hasta las lágrimas. Había tenido la suerte de oír la voz de Dios en la era final de Su plan de gestión, de vivir bajo Su cuidado y protección, de disfrutar de la provisión y el riego de muchas de Sus palabras y de entender muchos misterios de la verdad, lo que me había permitido disfrutar de bendiciones que la gente no había experimentado a lo largo de la historia. Incluso si fuera a morir ya, valdría la pena. Como sigo con vida, debo valorar cada día que me queda y cumplir con mis deberes con diligencia. Mi dolor se alivia cada día más, la hinchazón en las articulaciones de las piernas se ha reducido considerablemente, mi tobillo derecho prácticamente ha vuelto a la normalidad y también se ha aliviado el dolor en todo el cuerpo. Los hermanos y hermanas dicen que mi rostro tiene mejor color, que estoy radiante de salud y que parece como si me hubiera convertido en otra persona. Estoy tan emocionada y agradezco constantemente a Dios con el corazón por Su amor y Su salvación.
Es a través de la revelación de la enfermedad que finalmente entendí que tenía opiniones erróneas sobre creer en Dios y que no estaba cumpliendo con mis responsabilidades y obligaciones como ser creado, sino que buscaba bendiciones y usaba mis deberes para negociar con Dios, lo que me hacía perder la conciencia y la razón de una persona normal. Hoy tengo cierta comprensión de mi carácter corrupto y he cambiado algunas de mis opiniones erróneas sobre la búsqueda. Esto se debe a las palabras de Dios y es, además, el amor de Dios. ¡Gracias a Dios por Su salvación!