46. Perseverar en la difusión del evangelio en medio de la tribulación
En junio de 2022, el líder dijo que el PCCh recientemente había allanado una iglesia y que ahora su trabajo evangélico no era eficaz, así que quería que yo fuera como supervisora. También mencionó que habían arrestado a cinco o seis obreros del evangelio y que era necesario formar nuevo personal con rapidez. Estaba un poco preocupada y pensé: “El PCCh me persigue y casi me captura dos veces. Si voy allí y me hago ver, ¿me vigilará la policía y me arrestará? Si me arrestan, me torturan y me matan a golpes, o no puedo resistir su coerción y su seducción, y traiciono a Dios, mi camino de fe en Él se acabará por completo”. Al pensarlo, no quise acceder, pero me sentí un poco culpable y pensé: “Llevo muchos años creyendo en Dios, pero al enfrentar las cosas, todavía sigo teniendo en cuenta mis propios intereses. ¡De veras soy rebelde! No puedo seguir haciéndolo”. Con esto en mente, me sometí y acepté este deber.
Después de llegar a la iglesia, descubrí que el trabajo evangélico no era productivo porque todos los obreros evangélicos vivían en un estado de timidez. Rápidamente, encontré algunas palabras de Dios para compartir con los hermanos y hermanas, y los ayudé a comprender verdades, como la autoridad de Dios, que la vida y la muerte humana están en Sus manos y que difundir el evangelio es nuestra misión. Después de escucharlo, la fe de todos se reafirmó, reconocieron su egoísmo y su mezquindad, se sintieron arrepentidos y estuvieron dispuestos a revertir la situación y a realizar el trabajo evangélico como corresponde. Me sentí muy agradecida con Dios. Después de un tiempo, el trabajo evangélico mejoró. Sin embargo, sorpresivamente, cinco meses después, rastrearon y arrestaron a algunos hermanos y hermanas más. La policía también interrogó a la hermana que nos acogía para nuestras reuniones. Entonces, el líder envió una carta que decía que habían arrestado a todos los compañeros de trabajo con los que había estado en contacto últimamente, y que ahora yo también estaba en peligro y debía irme enseguida. Después de leer la carta, me sentí algo asustada y pensé: “Este último tiempo, salí a difundir el evangelio con estos compañeros casi todo el tiempo. Ahora que todos han sido arrestados, si la policía revisa sus registros de vigilancia, indudablemente me encontrarán. ¡Tengo que esconderme! ¡No puedo permitir que la policía me atrape!”. Pensé en las veces que la policía había ido a mi casa todos los años a averiguar mi paradero, y que si esta vez realmente me atrapaban, sin duda no me dejarían ir. Si no podía resistir la tortura y la coerción, y traicionaba a Dios, al final, no solo castigarían mi cuerpo, sino que mi alma también iría al infierno. Así que decidí que lo más importante era que primero me escondiera y me protegiera a mí misma. Le entregué al líder todo el trabajo de seguimiento de inmediato. A pesar de que sabía que había destinatarios potenciales del evangelio que necesitaban mi prédica, y recién llegados que necesitaban mi riego, relegué todo eso al fondo de mi mente.
Más tarde, escuché que muchos hermanos y hermanas estaban difundiendo el evangelio y realizando sus deberes, y me vi a mí misma que, por miedo a que me arrestaran, no me atrevía a difundir el evangelio ni a dar testimonio de Dios. Me pregunté: ¿No soy una de las cizañas reveladas en la gran tribulación? Mientras más lo pensaba, más triste me sentía. No podía comer ni dormir, y reflexioné: “¿Por qué creo en Dios? Hoy día, para evitar que la policía me arreste, vivo una vida patética y, en el momento que es necesario expandir el evangelio, no doy un paso al frente y carezco de todo testimonio. ¡Sin lugar a dudas estoy descuidando mi deber!”. Leí las palabras de Dios: “Lo que deseo ahora es tu lealtad y sumisión, tu amor y tu testimonio. Incluso si en este momento no sabes lo que es el testimonio o lo que es el amor, debes entregarte por entero a Mí y entregarme los únicos tesoros que tienes: tu lealtad y tu sumisión. Debes saber que el testimonio de Mi derrota de Satanás está en la lealtad y la sumisión del hombre, del mismo modo que lo hace Mi testimonio de Mi conquista completa del hombre. El deber de tu fe en Mí es dar testimonio de Mí, ser leal a Mí y a ningún otro, y ser sumiso hasta el final. Antes de que Yo comience el siguiente paso de Mi obra, ¿cómo darás testimonio de Mí? ¿Cómo serás leal y sumiso a Mí? ¿Dedicas toda tu lealtad a tu función o simplemente te rendirás? ¿Preferirías someterte a cada arreglo mío (aunque sea muerte o destrucción) o huir a mitad de camino para evitar Mi castigo? Te castigo para que des testimonio de Mí y seas leal y sumiso a Mí. Es más, el castigo presente es para desplegar el siguiente paso de Mi obra y permitir que esta progrese sin obstáculos. Por lo tanto, te exhorto a que seas sabio y a que no trates tu vida o la importancia de tu existencia como arena sin ningún valor. ¿Puedes saber exactamente cuál será Mi obra por venir? ¿Sabes cómo voy a obrar en los días por venir y cómo Mi obra se desarrollará? Debes conocer la relevancia de tu experiencia de Mi obra y, además, la relevancia de tu fe en Mí” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). De pronto, las palabras de Dios me despertaron. Es cierto. Dios desea la lealtad y la sumisión de las personas, y vencer a Satanás también requiere de la lealtad de la gente. Pero después de enterarme de que mis compañeros habían sido arrestados, me preocupaba que la policía revisara los registros de vigilancia y me encontrara, así que me escondí, prioricé mi propia seguridad, e hice a un lado a los destinatarios potenciales del evangelio, sin preocuparme ni sentirme responsable en absoluto. La calamidad había crecido en gran medida, y algunos de los destinatarios potenciales del evangelio todavía no habían escuchado el evangelio de Dios y los recién llegados aún no habían echado raíces y corrían el riesgo de fracasar; sin embargo, yo los abandoné sin preocuparme en absoluto. Realmente no era digna de confianza. Siempre dije que debía ser leal a Dios, pero cuando me enfrenté a los hechos, quedé en evidencia. Lo que dije antes eran mentiras para engañar a Dios. Dios quiere gente que sea capaz de escuchar Sus palabras y a aquellos que pueden ser leales a Dios en todo momento, pero yo abandoné mi deber y me escondí en el momento que enfrenté algo de peligro, y no me preocupé por si las vidas de los recién llegados se verían afectadas. En el medio de la tribulación y las pruebas, vi que no era leal ni tenía testimonio. ¡Qué decepción era para Dios! Pensé en Job, cuyas enormes riquezas quedaron en manos de los ladrones en una noche, y se llenó de llagas. Su esposa incluso lo instó a que abandonara a Dios, pero en tales pruebas física y mentalmente dolorosas, prefirió maldecirse a sí mismo antes que quejarse de Dios, se mantuvo firme en su testimonio y, finalmente, avergonzó y derrotó a Satanás. También pensé en Abraham, quien, con sus propias manos, levantó un cuchillo para matar a su hijo y ofrecérselo a Dios, con lo que demostró absoluta sumisión a Él. Comparado con ellos, yo no tenía lealtad ni sumisión. Debía arrepentirme ante Dios, seguir los ejemplos de Job y Abraham, y aunque me atraparan, me torturaran y perdiera la vida, tenía que mantenerme firme en mi testimonio y avergonzar a Satanás. Pensando de esa manera, logré fe y fortaleza, y rápidamente le escribí al líder y le dije que podía trasladarme a otra iglesia a difundir el evangelio.
Posteriormente, fui a la Iglesia Shu Guang. Sin embargo, pasado un mes, el gran dragón rojo extendió sus garras sobre la Iglesia Shu Guang, y arrestó a decenas de hermanos y hermanas de una sola vez. Luego me enteré de que alguien nos había vendido como un judas, y que la policía había usado la foto de una hermana para que el judas la identificara. Pensé en que esa hermana había estado a menudo conmigo, y que si la policía tenía una foto de ella, ¿no tendrían también una de mí? Si la policía la rastreaba, yo también resultaría implicada. También me di cuenta de que, al no ser del lugar, si me atrapaban, la pena sería más severa, así que debía evitar salir o, de lo contrario, podría ser la siguiente en caer. Por lo tanto, dejé de ir a la iglesia para realizar el trabajo evangélico. Más tarde, de repente recordé que la última vez, debido a que mis compañeros de la iglesia habían sido arrestados, me escondí por más de veinte días debido al miedo, y esto causó demoras en el trabajo. Si cada vez que existía el menor indicio de problemas me escondía, ¿cómo podría difundir el evangelio? Al pensarlo, mi consciencia se llenó de culpa. Cuando me enfrenté a la tribulación, no pensé en la manera de proteger la obra de la iglesia, sino solo en mi propia seguridad. ¡Fue realmente egoísta y despreciable de mi parte! Posteriormente, comencé a reunirme con los hermanos y hermanas para compartir con ellos con respecto a cómo ser leal y cumplir nuestros deberes adecuadamente.
Pasado un tiempo, el PCCh allanó muchas iglesias más y la policía también comenzó a vigilar la casa donde nos habíamos estado reuniendo. Sin un espacio apropiado para reunirnos, tuvimos que hacerlo en lugares improvisados, tanto en casas que habían abandonado hacía tiempo, como cerca de cementerios. Un día, cuando estábamos reunidos nuevamente en una casa antigua, una hermana vino corriendo de prisa y nos dijo: “Este lugar ya no es seguro. Ayer, más de cincuenta policías vinieron a inspeccionar las casas y revisaron varias donde se almacenaban libros de la palabra de Dios. ¡La policía sigue parando e inspeccionando autos en la carretera!”. Al escucharla, mi corazón empezó a palpitar como el de un conejo, y pensé: “El PCCh amenazó con matar a golpes a los creyentes si los atrapan y que su muerte quedará impune, por lo tanto, ¡caer en sus manos significa una muerte casi segura! El PCCh siempre me ha perseguido, así que, si me atrapan, indudablemente me matarán a golpes”. Al pensar en ello, me acobardé y no me atreví a predicar el evangelio. Más tarde, leí las palabras de Dios: “¿Cómo murieron esos discípulos del Señor Jesús? Entre los discípulos hubo quienes fueron lapidados, arrastrados por un caballo, crucificados cabeza abajo, desmembrados por cinco caballos; les acaecieron todo tipo de muertes. ¿Por qué murieron? ¿Los ejecutaron legalmente por sus delitos? No. Fueron condenados, golpeados, vituperados y asesinados porque difundían el evangelio del Señor y los rechazó la gente mundana; así los martirizaron. […] En realidad, así fue cómo murieron y perecieron sus cuerpos; este fue su medio de partir del mundo humano, pero eso no significaba que su resultado fuera el mismo. No importa cuál fuera el modo de su muerte y partida, ni cómo sucediera, así no fue como Dios determinó los resultados finales de esas vidas, de esos seres creados. Esto es algo que has de tener claro. Por el contrario, aprovecharon precisamente esos medios para condenar este mundo y dar testimonio de las acciones de Dios. Estos seres creados usaron sus tan preciadas vidas, aprovecharon el último momento de ellas para dar testimonio de las obras de Dios, de Su gran poder, y declarar ante Satanás y el mundo que las obras de Dios son correctas, que el Señor Jesús es Dios, que Él es el Señor y Dios encarnado. Hasta el último momento de su vida siguieron sin negar el nombre del Señor Jesús. ¿No fue esta una forma de juzgar a este mundo? Aprovecharon su vida para proclamar al mundo, para confirmar a los seres humanos, que el Señor Jesús es el Señor, Cristo, Dios encarnado, que la obra de redención que Él realizó para toda la humanidad le permite a esta continuar viviendo, una realidad que es eternamente inmutable. Los martirizados por predicar el evangelio del Señor Jesús, ¿hasta qué punto cumplieron con su deber? ¿Hasta el máximo logro? ¿Cómo se manifestó el máximo logro? (Ofrecieron sus vidas). Eso es, pagaron el precio con su vida. La familia, la riqueza y las cosas materiales de esta vida son cosas externas; lo único relacionado con uno mismo es la vida. Para cada persona viva, la vida es la cosa más digna de aprecio, la más preciada, y resulta que esas personas fueron capaces de ofrecer su posesión más preciada, la vida, como confirmación y testimonio del amor de Dios por la humanidad. Hasta el día de su muerte siguieron sin negar el nombre de Dios o Su obra y aprovecharon los últimos momentos de su vida para dar testimonio de la existencia de esta realidad; ¿no es esta la forma más elevada de testimonio? Esta es la mejor manera de cumplir con el deber, lo que significa cumplir con la responsabilidad. Cuando Satanás los amenazó y aterrorizó, y al final, incluso cuando les hizo pagar con su vida, no abandonaron su responsabilidad. Esto es cumplir con el deber hasta el fin. ¿Qué quiero decir con ello? ¿Quiero decir que utilicéis el mismo método para dar testimonio de Dios y difundir Su evangelio? No es necesario que lo hagas, pero debes entender que es tu responsabilidad, que si Dios necesita que lo hagas, debes aceptarlo como algo a lo que te obliga el honor” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Leer las palabras de Dios me brindó fe. La soberanía de Dios dispone el porvenir de cada persona, y sin importar las circunstancias con las que me encuentre al difundir el evangelio, debo defender mi deber como ser creado. Pensé en los discípulos del Señor Jesús que soportaron innumerables persecuciones y tribulaciones para difundir el evangelio del reino de los cielos, y finalmente los martirizaron por el Señor. A algunos los crucificaron, otros murieron después de haber sido arrastrados por caballos y a algunos los lapidaron, pero nunca abandonaron su misión ni su responsabilidad. Puede que sus cuerpos hayan muerto, pero sus almas estaban en manos de Dios y el precio de sus vidas que pagaron para difundir el evangelio se ganó la aprobación de Dios. Entonces, recordé las palabras del Señor Jesús: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Mi vida, mi muerte, mi futuro y mi porvenir están todos en manos de Dios. Incluso si la policía me captura y me mata a golpes, no pueden acabar con mi alma. La muerte del cuerpo no es aterradora, lo aterrador es oír hablar del peligro y luego esconderme, muerta de miedo por perder la vida, sin atreverme a cumplir con mi deber, y así, al vivir de una manera tan patética, perder mi testimonio. Si vivo de esa manera, aunque no me capturen, igual sería descartada cuando la obra de Dios termine. Al entenderlo, el miedo a la muerte ya no me limitaba.
Un día, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Aparte de considerar su propia seguridad, ¿en qué piensan además ciertos anticristos? Dicen: ‘Ahora mismo nuestro entorno no es favorable, así que vamos a mostrar menos nuestros rostros y a difundir menos el evangelio. De este modo, es menos probable que nos atrapen y no se destruirá la obra de la iglesia. Si evitamos que nos atrapen, no nos convertiremos en Judas y seremos capaces de persistir en el futuro, ¿verdad?’. ¿Acaso no hay anticristos que usen tales excusas para desorientar a sus hermanos y hermanas? […] ¿Qué principios siguen? Esta gente dice: ‘Un conejo astuto tiene tres madrigueras. Para que un conejo pueda protegerse del ataque de un depredador, tiene que preparar tres madrigueras en las que esconderse. ¿Es aceptable que una persona que se encuentra en peligro y ha de huir no tenga dónde esconderse? ¡Hemos de aprender de los conejos! Los animales creados por Dios cuentan con esta capacidad de supervivencia y la gente debería aprender de ellos’. Desde que asumen los puestos de liderazgo, han llegado a darse cuenta de esta doctrina, e incluso creen que han entendido la verdad. En realidad, están terriblemente asustados. En cuanto oyen hablar de un líder al que denunciaron a la policía porque no vivía en un lugar seguro, o de otro líder al que los espías del gran dragón rojo persiguieron por salir demasiado a menudo para hacer su deber e interactuar con demasiadas personas, y de cómo estos acabaron arrestados y condenados, se asustan enseguida. Piensan: ‘Oh, no, ¿seré yo el siguiente al que arresten? Debo aprender de ello. No debería ser demasiado activo. Si puedo evitar hacer algo del trabajo de la iglesia, no lo desempeñaré. Si puedo evitar dejarme ver, lo evitaré. Minimizaré mi trabajo tanto como sea posible, evitaré salir y relacionarme con las personas y me aseguraré de que nadie sepa que soy líder. Estos días, ¿quién se puede permitir preocuparse por los demás? ¡Estar vivo ya supone un desafío!’. Desde que adoptan el papel de líder, aparte de acarrear una maleta y ocultarse, no hacen ningún trabajo. Viven con el alma en vilo, con el constante temor de que los atrapen y los condenen. Supongamos que oyen a alguien decir: ‘¡Si te atrapan, te matarán! Si no fueras líder, si solo fueras un creyente corriente, puede que te soltarían tras pagar solo una pequeña multa, pero dado que eres líder, es difícil saberlo. ¡Es demasiado peligroso! Algunos líderes u obreros a los que atraparon se negaron a revelar información alguna y la policía los golpeó hasta la muerte’. Una vez que oyen que han golpeado a alguien hasta la muerte, su miedo se intensifica y trabajar les aterra incluso más. En lo único que piensan todos los días es en cómo evitar que los atrapen, en evitar dejarse ver, en impedir que los vigilen y en evitar el contacto con los hermanos y hermanas. Se devanan los sesos pensando en estas cosas y se olvidan completamente de sus deberes. ¿Son leales estas personas? ¿Puede la gente así ocuparse de trabajo alguno? (No). La gente así es simplemente tímida y no podemos ponerles la etiqueta definitiva de anticristos solo en función de esta manifestación, pero ¿cuál es la naturaleza de esta manifestación? La esencia de esta manifestación es la de un incrédulo. No creen que Dios pueda proteger la seguridad de las personas y, desde luego, no creen que dedicarse a esforzarse por Dios sea consagrarse a la verdad ni sea algo que Él apruebe. No temen a Dios en su corazón; solo les asustan Satanás y los perversos partidos políticos. No creen en la existencia de Dios, no creen que todo esté en Sus manos y, por supuesto, no creen que Dios apruebe que una persona se gaste por completo para Él y en aras de seguir Su camino y de completar Su comisión. No son capaces de ver nada de esto. ¿En qué creen? Creen que, en caso de caer en manos del gran dragón rojo, tendrán un mal final, que se les sentenciará o incluso correrán el riesgo de perder la vida. En su corazón, solo consideran su propia seguridad y no la obra de la iglesia. ¿Acaso no son incrédulos? (Sí). ¿Qué dice la Biblia? ‘El que ha perdido su vida por mi causa, la hallará’ (Mateo 10:39). ¿Creen estas palabras? (No). Si se les pide que asuman un riesgo mientras hacen su deber, desearán esconderse y no permitir que nadie los vea; querrán ser invisibles. Así de asustados están. No creen que Dios sea el apoyo del hombre, que todo esté en manos de Dios, que si algo va realmente mal o de veras los atrapan es que Dios lo ha permitido y que esa gente debería tener un corazón sumiso. Estas personas no poseen este corazón, este entendimiento ni esta preparación. ¿Creen de verdad en Dios? (No). ¿No es la esencia de esta manifestación la de un incrédulo? (Sí). Así es. La gente como esta es excepcionalmente tímida, está muy asustada y teme el sufrimiento físico y que algo malo les ocurra. Se tornan en pájaros asustadizos y ya no pueden desempeñar su trabajo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Dios deja en evidencia que los anticristos son particularmente egoístas y despreciables, y que no creen en la soberanía de Dios en absoluto. Cuando les ocurren cosas, en todo momento priorizan su propia seguridad, su futuro y su destino. En sus corazones, las responsabilidades y la misión de un ser creado no existen. Cuando en su fe enfrentan el peligro, se esconden. No les preocupa la obra de la iglesia ni la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, y tampoco tienen en cuenta los intereses de la casa de Dios en absoluto. Al observarme a mí misma de nuevo, vi que era igual de egoísta y despreciable que un anticristo. Cuando no existía ningún peligro, era capaz de sufrir y esforzarme por mi deber, pero cuando surgía un peligro real y adversidades, me escondía como una tortuga que, a la más mínima señal de problemas, retrae la cabeza dentro de su caparazón, y deseaba ocultarme en un lugar seguro en donde nadie pudiera encontrarme e ignoraba a los recién llegados y a los destinatarios potenciales del evangelio. Más tarde, descubrí que un judas nos había vendido y pensé en mi propia seguridad una vez más. Me preocupaba que, al no ser del lugar, si me atrapaban me matarían a golpes o me dejarían lisiada o que posiblemente no resistiría la tortura, y delataría a la iglesia y perdería la oportunidad de salvarme. Por lo tanto, no quise salir a predicar el evangelio. No reconocí la soberanía de Dios, y cuando enfrenté el peligro, relegué mi deber al fondo de mi mente. No protegí los intereses de la casa de Dios en absoluto y vivía en un estado de total timidez, miedo y preservación personal. ¡Fui una incrédula absolutamente egoísta y despreciable! Al darme cuenta de ello, me sentí aún más arrepentida. Pensé: “Sin importar el entorno que enfrente más adelante, debo realizar mi deber bien”.
Después de eso, los arrestos se tornaron más rigurosos y los líderes superiores me trasladaron a otra iglesia. Apenas dos meses después de llegar, me di cuenta de que en mi bicicleta eléctrica habían instalado un rastreador. Me pregunté: “¿Acaso la policía me rastreó hasta aquí cuando revisó los registros de vigilancia a lo largo del camino? Si es así, ¡no tengo forma de escaparme!”. Tuve miedo de nuevo; me asustaba la idea de que si salía, la policía me arrestaría. No obstante, recordé las palabras de Dios que había leído antes, y supe que no podía abandonar mi deber para protegerme a mí misma de nuevo porque perdería mi testimonio. Leí más palabras de Dios: “Independientemente de lo ‘poderoso’, lo audaz y ambicioso que sea Satanás, de lo grande que sea su capacidad de infligir daño, del amplio espectro de las técnicas con las que corrompe y atrae al hombre, lo ingeniosos que sean los trucos y las artimañas con las que intimida al hombre y de lo cambiante que sea la forma en la que existe, nunca ha sido capaz de crear una simple cosa viva ni de establecer leyes o normas para la existencia de todas las cosas, ni de gobernar y controlar ningún objeto, animado o inanimado. En el cosmos y el firmamento no existe una sola persona u objeto que haya nacido de él o que exista por él; no hay una sola persona u objeto gobernados o controlados por él. Por el contrario, no solo tiene que vivir bajo el dominio de Dios, sino que, además, debe someterse a todas Sus órdenes y Sus mandatos. Sin el permiso de Dios, le resulta difícil incluso tocar una gota de agua o un grano de arena sobre la tierra; ni siquiera es libre para mover a las hormigas sobre la tierra, y mucho menos a la humanidad creada por Dios. A los ojos de Dios, Satanás es inferior a los lirios del campo, a las aves que vuelan en el aire, a los peces del mar y a los gusanos de la tierra. Su papel, entre todas las cosas, es servir a todas las cosas, a la especie humana y a la obra de Dios y a Su plan de gestión” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I). Dios es soberano sobre todas las cosas. Ninguna persona, acontecimiento o cosa puede superar Su autoridad. Sin importar cuán desenfrenado y cruel sea Satanás, no puede sobrepasar los límites establecidos por Dios. Sin el permiso de Dios, no se atreve a extralimitarse, y mucho menos a hacernos daño. Satanás no es más que un peón en la mano de Dios, ¡y su función es perfeccionar al pueblo escogido de Dios! Reflexioné sobre los años en los que solía predicar el evangelio casi todos los días, y corría bajo las cámaras de vigilancia sin ser arrestada. Una vez, los policías llamaron a la puerta en una de las casas de acogida, pero no les abrimos, y media hora más tarde, antes de salir, nos disfrazamos. Los policías que estaban en la planta baja no nos reconocieron, y logramos escapar. Percibí que, sin el permiso de Dios, la policía no podía atraparme. Al darme cuenta de ello, decidí que si Dios permitía que me arrestaran, me sometería a Sus orquestaciones y arreglos, y daría mi vida para dar testimonio de Él.
Más tarde, leí un himno de las palabras de Dios titulado La vida más significativa: “Eres un ser creado, debes por supuesto adorar a Dios y buscar una vida con significado. Como eres un ser humano, ¡te debes gastar para Dios y soportar todo el sufrimiento! El pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job y Pedro. Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es esa la vida con mayor sentido?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (2)). Al meditar sobre este himno, percibí una sensación de seguridad en mi corazón. Para un ser creado, ser capaz de cumplir su deber es lo más significativo y valioso, y Dios lo conmemora. Pasar por repetidas persecuciones y tribulaciones me permitió ver con claridad la omnipotencia y la soberanía de Dios, y fortalecer mi fe, discernir la esencia maligna del gran dragón rojo y comprender mi propia naturaleza egoísta. Sobre todo, aprendí a abordar la muerte. Estas son cosas que no podría haber obtenido en un entorno cómodo. ¡Gracias a Dios!