49. Una bendición de otro tipo
Tengo hepatitis B desde que era joven. Para recibir tratamiento, busqué todo tipo de médicos y medicamentos y me gasté mucho dinero, pero no me curé. Al final, el médico me dijo con un gesto de impotencia: “Esta enfermedad es un dilema para los médicos en todas partes; no podemos hacer nada”. Estaba desesperada. Para mi sorpresa, un año y medio después de aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, y, milagrosamente, me curé. En ese momento, el médico miró los resultados de las pruebas y me dijo que todos mis niveles habían vuelto a la normalidad por sí solos, y que no tendría que tomar medicación en el futuro. No hace falta decir que me sentí muy feliz al oír esto, y supe en mi corazón que Dios había eliminado mi enfermedad. Estaba llena de gratitud y alabanzas a Dios, y pensé: “Dios me ha honrado y bendecido de verdad. Debo entregarme a Él con dedicación y recompensar Su amor cumpliendo con mi deber”. También pensé: “Acabo de empezar a creer en Dios y todavía no he hecho nada por Él, pero ya me ha favorecido y bendecido tanto. Si me esfuerzo más por Él en el futuro, ¿no serán aún mayores la gracia y las bendiciones que Él me otorgue? ¡Puede que incluso pueda alcanzar la salvación y seguir viviendo cuando Dios termine Su obra!”. Acto seguido, dejé mi trabajo bien remunerado y me dediqué a hacer mi deber en la iglesia a tiempo completo. Después, me eligieron para ser líder de la iglesia, y eso me motivó aún más a renunciar y a esforzarme. Me mantuve muy ocupada en la iglesia, trabajando de sol a sol. Divulgaba el evangelio y regaba a los recién llegados, y ni siquiera tenía tiempo para cuidar a mi hijo. Incluso cuando mi esposo fue hospitalizado y mi padre tuvo que someterse a cirugía lejos de casa dos veces, no me hice el tiempo para ir a cuidarlos. Mis familiares no me entendían y se quejaban, pero mi determinación de cumplir con mi deber no flaqueó. Pensaba que, si soportaba el sufrimiento y pagaba este precio, Dios lo tendría en cuenta y no me trataría injustamente.
A principios de 2015, a menudo sentía que a mi cuerpo le faltaba energía. Hasta cuando subía al quinto piso sin cargar nada, tenía que descansar antes de seguir subiendo. Al llegar a casa después de las reuniones, solo quería tumbarme y no me apetecía hacer nada. Fui al hospital para hacerme pruebas, y el médico dijo que el hígado estaba funcionando de manera anormal. Si no recibía tratamiento de inmediato, podría convertirse en cirrosis hepática y ascitis, y si seguía empeorando, podría volverse canceroso. Al escuchar las palabras del médico, me quedé helada. Pensé: “¿Cómo puede ser esto? En las pruebas que me hice, ¿no dijo el médico que mi enfermedad se había curado? ¿Por qué ha vuelto a empeorar?”. De repente recordé haber oído de alguien que se enfermó de cáncer de hígado y falleció. Me asusté mucho; me preocupaba que, dado que mi enfermedad era tan grave, tal vez también moriría. Pensé: “Si muero ahora, ¿podré aún alcanzar la salvación?”. En ese momento, mi corazón se llenó de dolor. Sin embargo, también pensé que como ahora era líder de iglesia, y trabajaba sin parar allí de sol a sol, Dios debería cuidarme y protegerme para evitar que muriera. Durante esos dos días, vi por casualidad a una hermana mayor conocida mía, y me contó que le habían diagnosticado leucemia hacía varios años y que sus marcadores tumorales estaban bastante altos. En sus momentos de mayor debilidad, solía cantar himnos de las palabras de Dios, y a través de ellas, ganaba cierta comprensión sobre la soberanía de Dios y ganaba fe. También reflexionaba sobre sus motivaciones e impurezas en el cumplimiento de su deber, y una vez que ganó cierto autoconocimiento, poco a poco su enfermedad empezó a mejorar. Al escuchar la experiencia de esta hermana, me di cuenta de que mi enfermedad podría ser una prueba de Dios; tal vez Él estaba probándome. No podía quejarme en absoluto contra Él; tenía que mantenerme firme en mi testimonio de Dios. Tal vez Él vería que aún era capaz de perseverar en mi deber, incluso cuando mi enfermedad era tan grave, y, entonces, me curaría. Así que decidí no quedarme en el hospital y solo comprar algunos medicamentos, y continué realizando mi deber en la iglesia.
En septiembre de 2017, fui al hospital para hacerme otro chequeo y el médico me dijo: “Está en el primer estadio de cirrosis, y tiene tubérculos y quistes en el hígado. Lo mejor es que le hagamos más pruebas”. Al oír las palabras del médico, mi mente se alborotó y pensé: “Mi familia tiene antecedentes de enfermedades hepáticas. Mi abuelo murió de cáncer de hígado hace tiempo, y mi padre también falleció hace poco porque los tubérculos en el hígado se volvieron cancerosos. Ahora, también los tengo yo; ¿también me voy a morir pronto?”. En ese momento me asusté muchísimo y pensé: “Solo tengo treinta y tantos años, ¿de verdad voy a morir? La obra de Dios ni siquiera está acabada y yo ya estoy al borde de la muerte. ¿No significa esto que Dios me descartará y no podré alcanzar la salvación?”. Al pensar en eso, ya no pude contener las lágrimas. Mientras caminaba hacia casa, recordé los años que llevaba creyendo en Dios. Había dejado un trabajo bien remunerado para cumplir con mi deber y me había dedicado a la iglesia de sol a sol. No tenía tiempo de cuidar de mi hijo, y ni siquiera estuve dispuesta a retrasar mi deber cuando operaron a mi esposo y a mi padre. Mis familiares no me entendían y se quejaban, pero seguí persistiendo en mi deber. Me había esforzado tanto en esos años; ¿Por qué Dios no me cuidaba ni me protegía e incluso permitía que empeorase? ¿Sería que no había cumplido bien con mi deber y por eso Dios no me prestaba atención y me daba por muerta? No estaba preparada para morir tan joven. Quería esperar a que la obra de Dios estuviera terminada para poder sobrevivir y entrar en el reino.
Aquella noche, no paré de dar vueltas en la cama sin poder dormir. Vi a mi hijo profundamente dormido junto a mí, y eso me hizo sentir muy triste y angustiada. No sabía cuánto tiempo más podría estar a su lado, y sentía que la muerte podía llegarme en cualquier momento. Me sentía muy triste e indefensa. Durante esos dos días, la hermana con la que trabajaba vio que mi estado era malo y compartió conmigo las palabras de Dios, pero me entraron por un oído y salieron por el otro. Solo esperaba que Dios pudiera quitarme la enfermedad porque no había abandonado el deber, incluso estando gravemente enferma. Durante ese tiempo, siempre me sentía muy abatida, sobre todo cuando veía que algunos de los hermanos y hermanas a mi alrededor no habían renunciado ni se habían esforzado tanto como yo, pero aún así, gozaban de una excelente salud y no estaban gravemente enfermos como yo. Pensé que Dios podría haber utilizado esta enfermedad para ponerme en evidencia y descartarme. Mi abatimiento llegó hasta tal extremo que ya no era tan diligente como antes en mi deber. Si, cuando realizaba mi deber, se hacía tarde o estaba ligeramente cansada, temía que mi cuerpo se quedara sin fuerzas, y a veces dejaba para el día siguiente tareas que podía haber terminado si me daba prisa. Pensaba: “¿Qué sentido tiene esforzarme aún más? He sufrido y me he entregado todos estos años, pero, al final, mi enfermedad no ha remitido e igualmente tendré que morir cuando llegue el momento”. Hasta quería decirle a la líder que iba a abandonar mi deber para recuperarme bien. Aunque no llegué a hacerlo, mi corazón se había distanciado de Dios. Cuando oraba, no tenía nada que decir y no leía las palabras de Dios tan a menudo. Más adelante, fui arrestada por el Partido Comunista. Aun después de que me pusieran en libertad, la policía seguía vigilándome, así que tuve que marcharme a trabajar a otra parte del país. Vi a no creyentes que tenían muy buena salud y desempeñaban su trabajo con vigor, mientras que yo, con mi tez amarillenta, era claramente una enferma. No podía evitar razonar en mi corazón, y pensaba: “Me he entregado tanto a Dios todos estos años. Incluso cuando el Partido Comunista me arrestó, no negué Su nombre y me mantuve firme en mi testimonio. ¿Por qué Dios no me cuida ni me protege, ni me ayuda a superar esta enfermedad rápidamente?”. Era consciente de que no debía razonar con Dios así, pero no buscaba la verdad, y pasé mucho tiempo sin resolver mi estado.
Más adelante, miré unos videos de testimonios vivenciales y vi que algunos hermanos y hermanas pudieron hacer autorreflexión y buscar la verdad en medio de la enfermedad, e incluso escribir sobre las ganancias que habían obtenido. Realmente los envidiaba y también me conmovían. También yo sufría la enfermedad, pero no había buscado la verdad, y hasta ese día no había ganado nada. Me presenté ante Dios y oré: “Dios, quiero aprender lecciones en medio de mi enfermedad, como estos hermanos y hermanas. Por favor, guíame y ayúdame”. Un día vi una película llamada: “Gritar de júbilo en medio del sufrimiento”, en la que una hermana, en medio de su enfermedad, llega a conocer el amor de Dios y comprende que Él está usando su enfermedad para cambiarla y perfeccionarla. Al final, esta experiencia la lleva al arrepentimiento y a la transformación. Su hermana pequeña le dice: “¡Tienes tantas bendiciones! ¡Cuánto debe amarte Dios para ponerte a prueba y refinarte y así cambiarte y perfeccionarte! ¡Me da tanta envidia! ¿Cuándo me bendecirá así a mí?”. Me conmoví mucho al oír esto, y también sentí vergüenza. Siempre había pensado que tener una enfermedad tan grave significaba que Dios me odiaba y detestaba, que Él utilizaba esta enfermedad para ponerme en evidencia y descartarme. ¡Comparado con el entendimiento de esta hermana, mi punto de vista sobre las cosas era totalmente absurdo! Durante mis devocionales, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Si Dios te ama, lo expresa a menudo castigándote, disciplinándote y podándote. Aunque tus días pueden pasar incómodos entre castigos y disciplina, una vez que hayas experimentado esto, descubrirás que has aprendido mucho, que tienes discernimiento y eres sensato a la hora de relacionarte con otras personas, y también que has llegado a comprender algunas verdades. Si el amor de Dios fuera como te imaginas, como el amor de una madre o un padre, si Él fuera tan escrupuloso en Su cuidado e invariablemente indulgente, ¿podrías conseguir estas cosas? No. Así pues, el amor de Dios que la gente es capaz de comprender es diferente a Su verdadero amor, el que se experimenta en Su obra; deben abordarlo según las palabras de Dios y buscar la verdad en ellas a fin de conocer qué es el amor verdadero. Si no busca la verdad, ¿cómo va a poder alguien que es corrupto conjurar de la nada un entendimiento de lo que es el amor de Dios, cuál es el objetivo de Su obra en el hombre y dónde residen Sus meticulosas intenciones? La gente nunca entendería tales cosas. Este es el malentendido más probable que tienen sobre la obra de Dios, y es el aspecto de Su esencia que les resulta más difícil de entender. Han de experimentarlo profundamente y en persona, e involucrarse en ello y apreciarlo a fin de poder entenderlo. Normalmente, cuando la gente dice ‘amor’ se refiere a darle a alguien lo que le gusta, a no dar algo amargo cuando se quiere algo dulce, o si alguna vez se da algo amargo, es para tratar una enfermedad; es decir, tiene que ver con el egoísmo, los sentimientos y la carne del hombre; hace referencia a los objetivos y las motivaciones. No obstante, al margen de lo que Dios haga contigo, de cómo te juzgue y castigue, te reprenda y te discipline, o de cómo te pode, aunque malinterpretes a Dios, e incluso si te quejas de Él en tu corazón, Dios continuará obrando en ti con una paciencia infatigable. ¿Cuál es el objetivo último de Dios al hacer esto? Emplea este método para despertarte, para que algún día entiendas las intenciones de Dios. Sin embargo, cuando Dios observa este desenlace, ¿qué ha ganado Él? En realidad, nada. ¿Y por qué digo esto? Porque todo lo tuyo viene de Dios. A Él no le hace falta ganar nada. Lo único que necesita es que la gente lo siga de la manera adecuada y que entre de acuerdo con lo que Él requiere mientras desempeña Su obra, que viva en última instancia la realidad-verdad, que viva con la semejanza del hombre y Satanás no la confunda, seduzca ni tiente, poder rebelarse contra este, someterse y venerar a Dios, y entonces Él queda bien satisfecho, y Su gran obra se lleva a cabo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se resuelven las propias nociones es posible emprender el camino correcto de la fe en Dios (1)). A partir de las palabras de Dios, entendí que el amor de Dios es diferente del de nuestros padres o familiares. Él no cuida de nosotros de manera indulgente, sin principios y tolerándolo todo; ni tampoco simplemente protege a las personas y las mantiene a salvo de las desgracias y las enfermedades. Todo esto era mi entendimiento equivocado del amor de Dios. Dios no muestra Su amor solo por medio de la misericordia, la bondad y concediendo gracia a las personas. También usa el juicio y el castigo, las pruebas y el refinamiento y la reprensión y la disciplina para ayudar a la gente a comprender la verdad y despojarse de sus actitudes corruptas. Esto les permite, finalmente, vivir una semejanza humana y ser salvados por Él. Tras leer las palabras de Dios, me sentí muy molesta y llena de remordimiento. Había creído en Él todos estos años, y, sin embargo, no tenía ningún entendimiento de cómo ama y salva a la gente. Yo solo quería que Dios me diera gracia y bendiciones, y me protegiera de enfermedades y desgracias, sin aceptar Sus pruebas y refinamiento ni Su purificación y perfección. Durante dos largos años, había vivido según mi entendimiento incorrecto de Dios, con el corazón siempre cerrado hacia Él. Pero Dios no me trató basándose en mi rebeldía y corrupción, sino que, soportando en silencio mi entendimiento incorrecto y mi rebeldía, y permaneciendo a mi lado, esperó al día en que despertara. También se sirvió de las experiencias de los hermanos y hermanas para apoyarme y ayudarme, y me guio para que saliera de mi estado de entendimiento incorrecto y abatimiento. Al entender la intención de Dios, Su amor tocó mi corazón, y dejé de ser insensible e intransigente. Tenía muchos remordimientos, y pensaba que estaba muy en deuda con Dios. Él había dispuesto estas circunstancias para revelar mi corrupción, para purificarme y salvarme, pero me tomé a mal Sus buenas acciones y seguí malinterpretándolo y quejándome de Él. ¡Qué irrazonable fui! Me presenté ante Dios y oré pidiéndole que me perdonara y diciéndole que estaba dispuesta a arrepentirme ante Él. También le pedí que me esclareciera y me guiara para reflexionar sobre mí misma y conocerme, y aprender las lecciones que debía aprender de esta enfermedad.
Un día, leí las palabras de Dios: “Primero, cuando las personas comienzan a creer en Él, ¿quién de ellas no tiene sus propios objetivos, motivaciones y ambiciones? Aunque una parte de ellas crea en la existencia de Dios y la haya visto, su creencia en Él sigue conteniendo esas motivaciones, y su objetivo final es recibir Sus bendiciones y las cosas que desean. En sus experiencias vitales piensan a menudo: ‘He abandonado a mi familia y mi carrera por Dios, ¿y qué me ha dado Él? Debo sumarlo todo y confirmarlo: ¿He recibido bendiciones recientemente? He dado mucho durante este tiempo, he corrido y corrido, y he sufrido mucho; ¿me ha dado Dios alguna promesa a cambio? ¿Ha recordado mis buenas obras? ¿Cuál será mi final? ¿Puedo recibir Sus bendiciones?…’. Toda persona hace constantemente esas cuentas en su corazón y le pone exigencias a Dios con sus motivaciones, sus ambiciones y una mentalidad transaccional. Es decir, el hombre lo está verificando incesantemente en su corazón, ideando planes sobre Él, defendiendo ante Él su propio final, tratando de arrancarle una declaración, viendo si Él puede o no darle lo que quiere. Al mismo tiempo que busca a Dios, el hombre no lo trata como tal. El hombre siempre ha intentado hacer tratos con Él, exigiéndole cosas sin cesar, y hasta presionándolo a cada paso, tratando de tomar el brazo cuando le dan la mano. A la vez que intenta hacer tratos con Dios, también discute con Él, e incluso hay personas que, cuando les sobrevienen las pruebas o se encuentran en ciertas circunstancias, con frecuencia se vuelven débiles, negativas y holgazanas en su trabajo, y se quejan mucho de Él. Desde el momento que empezó a creer en Él por primera vez, el hombre lo ha considerado una cornucopia, una navaja suiza, y se ha considerado Su mayor acreedor, como si tratar de conseguir bendiciones y promesas de Dios fuera su derecho y obligación inherentes, y la responsabilidad de Dios protegerlo, cuidar de él y proveer para él. Tal es el entendimiento básico de la ‘creencia en Dios’ de todos aquellos que creen en Él, y su comprensión más profunda del concepto de creer en Él. Desde la esencia-naturaleza del hombre a su búsqueda subjetiva, nada tiene relación con el temor de Dios. El objetivo del hombre de creer en Dios, no es posible que tenga nada que ver con la adoración a Dios. Es decir, el hombre nunca ha considerado ni entendido que la creencia en Él requiera que se le tema y adore. A la luz de tales condiciones, la esencia del hombre es obvia. ¿Cuál es? El corazón del hombre es malévolo, alberga insidia y engaño, no ama la ecuanimidad, la justicia ni lo que es positivo; además, es despreciable y codicioso. El corazón del hombre no podría estar más cerrado a Dios; no se lo ha entregado en absoluto. Él nunca ha visto el verdadero corazón del hombre ni este lo ha adorado jamás. No importa cuán grande sea el precio que Dios pague, cuánta obra Él lleve a cabo o cuánto le provea al hombre, este sigue estando ciego a ello y totalmente indiferente. El ser humano no le ha dado nunca su corazón a Dios, solo quiere ocuparse de su corazón, tomar sus propias decisiones; el trasfondo de esto es que no quiere seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal ni someterse a Su soberanía ni Sus disposiciones, ni adorar a Dios como tal. Este es el estado del hombre en la actualidad” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Las palabras de Dios dejaron en evidencia las despreciables motivaciones ocultas en mi fe a lo largo de los años. Desde el principio, estaba en esto para ganar gracia y bendiciones. Fui capaz de renunciar a todo y esforzarme por Dios, porque había visto que Él me sanó de mi enfermedad hepática, y me alegraba al pensar que había encontrado a alguien en quien podía confiar plenamente. Veía a Dios como un gran médico, un refugio seguro, y vanidosamente utilicé mi renuncia y entrega superficiales para obtener más recompensas y bendiciones Suyas, como mantenerme en buena salud y tener un buen destino. No había sinceridad ni sumisión en mi entrega, y mucho menos era para corresponder al amor de Dios y satisfacerlo. Estaba usando y engañando a Dios, haciendo transacciones con Él. Me regía en la vida según leyes satánicas como: “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “No muevas un dedo si no hay recompensa” y “El esfuerzo merece una recompensa”. Me había vuelto cada vez más egoísta y codiciosa, y abordaba cada asunto en función de mis propios intereses. Hacía cálculos con Dios en todas mis acciones, como contar a cuánto había renunciado y qué precio había pagado por Él, y cuántas bendiciones Suyas había recibido. Cuando vi que Dios había sanado mi enfermedad, cumplí con mi deber con energía, y pensé que renunciar a cualquier cosa por Dios valía la pena. Y cuando escuché al médico decir que mi enfermedad había empeorado, quise realizar bien mi deber para que Dios hiciera desaparecer mi enfermedad. Pero cuando vi que, después de esforzarme durante todos esos años, mi enfermedad no solo no mejoraba, sino que cada vez era más grave, sentí que mi deseo de bendiciones se había hecho añicos, y de inmediato utilicé los años que me había esforzado como capital para razonar y arreglar cuentas con Dios. Me quejaba de Él por ser injusto conmigo, y no estaba tan dedicada a mi deber como antes. Procrastinaba y no me esforzaba al máximo, e incluso quería abandonar mi deber y marcharme a casa a recuperarme. Realmente no tenía conciencia ni razón. Pensé en cómo Dios me había salvado de este mundo perverso y oscuro, y me había traído ante Él, usando Sus palabras para regarme, proveerme y apoyarme. También usó mi enfermedad para revelar mi corrupción, para purificarme y cambiarme. Dios había hecho un enorme esfuerzo y pagado un precio muy alto por mí. Sin embargo, yo, después de disfrutar de Su gran salvación sin coste alguno durante esos años, aparte de no pensar en retribuir a Dios, encima di por sentado todo lo que había ganado de Él. Cuando descubrí que estaba en peligro de morir a causa de mi enfermedad, enseguida me volví en contra de Dios y comencé a razonar y ajustar cuentas con Él, quejándome por ser injusto conmigo. Había creído en Dios durante años sin tratarlo como Dios en absoluto. No era más que una persona egoísta, despreciable y vil que ponía el beneficio ante todo, y que carecía totalmente de humanidad y razón.
Una vez, leí un pasaje de las palabras de Dios en un video de testimonio vivencial que me traspasó el corazón. Dios Todopoderoso dice: “No importa cómo sean probados, la lealtad de los que tienen a Dios en su corazón se mantiene sin cambios; pero para los que no tienen a Dios en su corazón, una vez que la obra de Dios no es favorable para su carne, cambian su opinión de Dios y hasta se apartan de Dios. Así son los que no se mantendrán firmes al final, que solo buscan las bendiciones de Dios y no tienen el deseo de entregarse a Dios y dedicarse a Él. Todas estas personas tan viles serán expulsadas cuando la obra de Dios llegue a su fin y no son dignas de ninguna simpatía. Los que carecen de humanidad no pueden amar verdaderamente a Dios. Cuando el ambiente es seguro y fiable o hay ganancias que obtener, son completamente obedientes a Dios, pero cuando lo que desean está comprometido o finalmente se les niega, de inmediato se rebelan. Incluso, en el transcurso de una sola noche pueden pasar de ser una persona sonriente y ‘de buen corazón’ a un asesino de aspecto espantoso y feroz, tratando de repente a su benefactor de ayer como su enemigo mortal, sin ton ni son. Si estos demonios no son expulsados, estos demonios que matarían sin pensarlo dos veces, ¿no se convertirían en un peligro oculto?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de Dios y la práctica del hombre). A partir de las palabras de Dios, entendí que las personas que tienen buena humanidad, conciencia y razón, ven que todo lo que disfrutan se lo concede Dios sin coste alguno. Están dispuestas a cumplir con sus deberes como seres creados para retribuir el amor de Dios. En esencia, esto es algo completamente natural y está justificado, al igual que cuando los hijos son buenos con sus padres, están cumpliendo con sus responsabilidades y obligaciones, y no deberían esperar compensación ni poner condiciones. Por otra parte, los que no tienen humanidad le dan las gracias a Dios cuando obtienen intereses y beneficios de Él. Sin embargo, cuando su deseo de ganar bendiciones se hace añicos, enseguida se vuelven contra Dios, y razonan y ajustan cuentas con Él. Llegan incluso a oponerse a Él, tratándolo como a un enemigo, reclamándole a voces abiertamente y contrariándolo. Lo que las palabras de Dios expusieron, me hizo ver que yo era exactamente este tipo de persona carente de humanidad. Cuando Dios sanó mi enfermedad en aquel entonces, le di gracias y estuve dispuesta a renunciar y abandonarlo todo. Sin embargo, cuando me diagnosticaron cirrosis y estaba en peligro de muerte, me volví inmediatamente en contra de Dios, y utilicé mis años de renuncia y entrega como capital para preguntar con osadía: “¿Por qué Dios no se preocupa por mí ni me protege después de haber renunciado y entregado tanto? ¿Por qué está haciendo lo contrario y empeorando mi enfermedad? ¿Por qué todas esas personas que no han renunciado ni se han entregado tanto tienen una salud perfecta mientras yo estoy atrapada en esta grave enfermedad? ¿Por qué la gente que no cree en Dios está sana, mientras yo aquí me esfuerzo y renuncio a todo, y Dios aún así no me hace mejorar enseguida? Además, cuando fui arrestada por el Partido Comunista, no negué a Dios y me mantuve firme en mi testimonio; entonces, ¿por qué Dios no me libra de esta enfermedad?”. ¿No era eso reclamar a voces a Dios y oponerse a Él? El significado implícito detrás de mis palabras era el siguiente: “He renunciado y me he esforzado mucho, por lo tanto, Dios debería darme bendiciones. Solo entonces reconoceré la justicia de Dios. Si no puedo obtener bendiciones, no reconoceré que Dios es justo”. Estaba forzando y exigiendo a Dios que me diera bendiciones, lo que reflejaba un carácter perverso y cruel. En esencia, esto era desafiar y contrariar a Dios descaradamente. ¿Acaso no estaba buscando la muerte al hacer esto? En aquella época, Pablo iba por todas partes difundiendo el evangelio, estableciendo iglesias y trabajando mucho, pero su motivo al renunciar y esforzarse no era satisfacer a Dios, ni mucho menos cumplir con su deber como un ser creado. Más bien, quería utilizar su entrega y su trabajo para exigir de Dios una corona de justicia, con la intención de obtener a cambio las bendiciones del reino de los cielos. Dios desdeñó y condenó su opinión sobre la búsqueda y la senda que siguió, y, finalmente, además de no entrar en el reino de los cielos, fue enviado al infierno para recibir el castigo que merecía. La esencia de Dios es santa y justa, y Él no determina el final de las personas en función de cuánto se ajetrean y se esfuerzan. Más bien, Él decide si pueden ser salvas apoyándose en si su carácter-vida puede cambiar. Para alguien como yo, llena de actitudes corruptas satánicas, que razona sin pudor, reclama a voces y contraría a Dios cuando no obtiene bendiciones, si no experimenta Su juicio y castigo, Su reprensión y disciplina, ¿cómo podría estar preparada para entrar en el reino de Dios? En última instancia, a una persona así se la enviaría al infierno para recibir su castigo, como a Pablo. En este momento, comprendí que Dios había usado mi enfermedad para hacerme regresar rápidamente de la senda equivocada de resistirle, y ayudarme a reflexionar sobre mí misma, a conocerme, y a caminar por la senda de perseguir la verdad. Así, no me resistiría a Dios ni al final Él me castigaría. Al comprender la intención sincera de Dios, sentí en lo más hondo que mi enfermedad era la forma de Dios de protegerme, que era una bendición de otro tipo. Leí más de Sus palabras: “Dios ha predeterminado la duración de la vida de cada persona. Una enfermedad puede parecer terminal desde el punto de vista médico, pero desde la perspectiva de Dios, si tu vida debe continuar y aún no ha llegado tu hora, no podrías morir aún si lo quisieras. Si Dios te ha encargado una comisión, y tu misión no ha terminado, no morirás ni siquiera de una enfermedad que supuestamente es fatal: Dios no te llevará todavía. Aunque no ores ni busques la verdad, o no te ocupes de tratar tu enfermedad o incluso si aplazas el tratamiento, no vas a morir. Esto es especialmente cierto para aquellos que han recibido una comisión de Dios. Cuando la misión de tales personas aún no se ha completado, sin importar la enfermedad que les sobrevenga, no han de morir de inmediato, sino que han de vivir hasta el momento final del cumplimiento de la misión” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A partir de las palabras de Dios, entendí que la vida y la muerte de las personas están en manos de Dios. Él predeterminó hace mucho tiempo cuánto duraría mi vida; estaba preordenada hasta el último minuto. Incluso si me diagnosticaban una enfermedad mortal, o, si a los ojos de la gente, todo el mundo en mi familia había muerto de cáncer de hígado y no había nada que pudiera hacer para evitarlo, si desde la perspectiva de Dios, mi hora aún no había llegado y mi misión aún no estaba acabada, por eso no podría morir, Él no me dejaría. Si mi misión estuviera completa y mi hora hubiese llegado, entonces, tendría que morir incluso gozando de excelente salud y sin enfermedad ninguna. Esto tenía que ver con la predestinación de Dios y no guardaba relación alguna con los antecedentes de enfermedades en mi familia. Al reconocer que Dios tiene soberanía sobre la vida y la muerte de las personas, ya no estaba tan constreñida como antes por la muerte. Estaba dispuesta a confiar mi vida y mi muerte a Dios y someterme a Su soberanía y arreglos, y sentí una gran tranquilidad y libertad en mi corazón.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Al enfrentarte a la enfermedad, puedes buscar activamente tratamiento, pero también debes abordarlo con una actitud positiva. En cuanto a hasta qué punto se puede tratar tu enfermedad y si tiene cura, y qué acabará pasando al final, debes siempre someterte y no quejarte. Esta es la actitud que debes adoptar, dado que eres un ser creado y no tienes otra opción. No puedes decir: ‘Si me curo de esta enfermedad, creeré que es el gran poder de Dios, pero si no, no estaré contento con Él. ¿Por qué me mandó Dios esta enfermedad? ¿Por qué no la cura? ¿Por qué cogí yo esta enfermedad y no otro? No la quiero. ¿Por qué tengo que morir tan pronto, a una edad tan temprana? ¿Cómo es que otras personas pueden seguir viviendo? ¿Por qué?’. No preguntes por qué, se trata de la instrumentación de Dios. No hay razón, y no debes preguntar el porqué. Plantearse el porqué es un discurso rebelde, y no es una pregunta que deba hacerse un ser creado. No preguntes por qué, no hay ningún porqué. Dios ha dispuesto las cosas y las ha planeado así. Si preguntas por qué, solo se puede decir que eres demasiado rebelde, demasiado intransigente. Cuando algo no te satisface, o Dios no hace lo que quieres o no te deja salirte con la tuya, te disgustas, estás descontento, y siempre preguntas por qué. Entonces, Dios te interroga así: ‘Como ser creado, ¿por qué no has cumplido bien con tu deber? ¿Por qué no has cumplido fielmente con ese deber?’. ¿Y cómo responderás? Dirás: ‘No existe un porqué, yo soy así’. ¿Es eso aceptable? (No). Es aceptable que Dios te hable así, pero no lo es que tú le respondas a Él de esa manera. Estás adoptando la posición equivocada, y eres demasiado insensato. No importa qué dificultades encuentre un ser creado, es perfectamente natural y justificado que te sometas a los arreglos e instrumentaciones del Creador. Por ejemplo, tus padres te engendraron, te criaron y tú los llamas madre y padre; esto es perfectamente natural y justificado, y así es como debe ser; no hay un porqué. Por consiguiente, Dios instrumenta todas estas cosas para ti y, tanto si disfrutas de bendiciones como si sufres adversidades, esto también es perfectamente natural y justificado, y no tienes elección al respecto. Si te sometes hasta el final, alcanzarás la salvación como Pedro. Sin embargo, si culpas a Dios, lo abandonas y lo traicionas a causa de alguna enfermedad temporal, entonces toda la renuncia, el gasto, el cumplimiento de tu deber y el pago del precio que has hecho antes no habrán servido para nada. Esto se debe a que todo tu trabajo duro pasado no habrá sentado ninguna base para que cumplas bien con tu deber de ser creado u ocupes tu lugar pertinente como tal, y no habrá cambiado nada en ti. Esto causará entonces que traiciones a Dios debido a tu enfermedad, y tu final será como el de Pablo: acabarás castigado. El motivo tras esta determinación es que todo lo que has hecho antes ha sido para obtener una corona y para recibir bendiciones. Si, cuando finalmente te enfrentes a la enfermedad y a la muerte, todavía eres capaz de someterte sin quejarte, eso prueba que todo lo que has hecho antes lo hiciste de manera sincera y voluntaria por Dios. Le eres sumiso, y en última instancia tu sumisión marcará el final perfecto de tu vida de fe en Dios, y esto es digno de elogio por Su parte. Así pues, una enfermedad puede hacer que tengas un buen final, o que tengas un mal final; el tipo de final al que llegues depende de la senda que sigas y de cuál sea tu actitud hacia Dios” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Dios habla con suma claridad sobre cómo la gente debería practicar y qué tipo de senda debería tomar al afrontar una enfermedad. Si alguien se enferma, puede recibir tratamiento. Dios no desea ver a las personas viviendo en medio de la enfermedad, sintiéndose tristes, ansiosas y preocupadas por su salud. Mucho menos desea ver a personas que, como Pablo, no persiguen la verdad en lo más mínimo, que carecen de la razón que un ser creado debería tener, y que utilizan sus años de renuncia y entrega como moneda de cambio para negociar con Dios en tiempos de pruebas y adversidades. Le exigen una corona de justicia, reclamándole a voces y contrariándolo, solo para acabar siendo castigados por oponerse a Él. Dios espera que podamos ser como Job al enfrentarse a la enfermedad, que asumamos nuestro lugar como seres creados, y que aceptemos y nos sometamos a Su soberanía y arreglos sin imponer nuestras propias decisiones y exigencias. Solo de este modo puede alguien tener razón y humanidad. Al reflexionar sobre mí misma durante las pruebas de esta enfermedad, había estado negativa, llena de entendimientos incorrectos y quejas; hasta me había opuesto a Dios y contrariado Su soberanía y Sus orquestaciones. Realmente fui rebelde e intransigente, y no tenía nada de la razón que un ser creado debería tener. Me presenté ante Dios y oré: “Dios, en el pasado, no perseguí la verdad y traté de negociar contigo para obtener bendiciones. Ahora he llegado a comprender Tu intención sincera. Usaste mi enfermedad para purificarme y cambiarme, para revertir mis puntos de vista erróneos sobre la búsqueda. Estoy dispuesta a someterme a Tu soberanía y arreglos. A pesar de que no tengo la humanidad de Job, estoy dispuesta a seguir su ejemplo y mantenerme firme en mi testimonio de Ti. Si sigo quejándome ante Ti, te pido que me maldigas”. Desde entonces, pude ver mi enfermedad con una perspectiva adecuada. Tomaba la medicación cuando debía, y mi condición ya no me limitaba tanto, así que podía cumplir con mi deber con normalidad.
Posteriormente, fui al hospital para hacerme otro chequeo, y el médico me dijo que el diagnóstico previo de cirrosis había sido un tanto prematuro, y que los tubérculos en el hígado no habían crecido demasiado. Me dijo que volviera para chequeos regulares, de modo que pudieran seguir observando el desarrollo de los tubérculos. Pero, dado que tenía antecedentes policiales por creer en Dios y no podía mostrar mi documento de identidad, no pude hacerme pruebas en el hospital durante más de tres años. A principios de este año, una hermana que trabajaba en un hospital me ayudó para que pudiera hacerme unos análisis de laboratorio. Cuando salieron los resultados, el médico dijo que el funcionamiento del hígado y los marcadores eran normales. Al oírlo, sentí un profundo agradecimiento hacia Dios.
Al experimentar las revelaciones que me trajo esta enfermedad, aunque sufrí mucho, llegué a comprender mejor mi motivación para ganar bendiciones en mi fe en Dios, así como mi carácter satánico de crueldad. Experimentar el juicio y castigo de las palabras de Dios transformó en cierta medida mis puntos de vista equivocados sobre la fe en Él. Ahora, aunque mi enfermedad no está curada del todo, soy capaz de mostrar algo de razón y estoy dispuesta a someterme a la soberanía y a los arreglos de Dios. El hecho de haber podido cambiar un poco, solo se debe al juicio y castigo de las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!