91. Perseguir la verdad, sin importar la edad

Por Liu Lei, China

He tenido problemas de salud e hipertensión en estos años. He pasado mucho tiempo descansando en casa y me he limitado a realizar solo los deberes que mi salud me permite. En julio del año pasado, nuestro supervisor de riego notó que yo solía regar a los recién llegados y me encomendó este deber. Me entusiasmaba mucho volver a desempeñar ese deber y me propuse a hacerlo muy bien. Al observar que los dos supervisores tenían alrededor de treinta años, contaban con buenas aptitudes y aprendían los principios con facilidad, y que la hermana Xin Xin tenía mucha energía y estudiaba con rapidez, experimenté una gran alegría en mi corazón. Tenía sesenta años, y aún contaba con la oportunidad de desempeñar mi deber junto a estos jóvenes hermanos y hermanas. Sentía que eso me rejuvenecía a mí también. Cuando iba en bicicleta a las reuniones que organizaba para los recién llegados, siempre iba tarareando cánticos. Me entusiasmaba mucho cumplir con mi deber. Con el tiempo, experimenté un crecimiento en mi comprensión de los principios y un progreso en mi vida. Este deber me gustaba mucho más. Sin embargo, tras entusiasmarme, surgieron algunos problemas nuevos. Tenía problemas de salud e hipertensión. Además, me sentía agotada después de un día de trabajo. Lo único que deseaba era recostarme y descansar. Xin Xin y los demás podían seguir resumiendo las anomalías de sus deberes después de las reuniones, y hacer los preparativos para el día siguiente. Anhelaba participar más como mis compañeros más jóvenes, pero poco después de cenar, la somnolencia se apoderaba de mí, y terminaba yéndome a descansar temprano. En cierto momento, tras tres días seguidos sin dormir bien, mi cuerpo no pudo resistirlo. Consciente de que no podía cumplir con mi deber, tuve que pedirle a Xin Xin que dirigiera una reunión en mi lugar. Después de esto, me sentí bastante desanimada. Ni siquiera podía hacer mis deberes habituales y tenía que pedir ayuda a otra persona. Lo más probable era que me despidieran pronto. A veces, cuando nuestro supervisor compartía los principios para regar a los recién llegados y las sendas rectas de la práctica, Xin Xin y los demás los comprendían de inmediato. Aplicaban los principios en diferentes situaciones y los empleaban de forma práctica en sus deberes. Yo, por el contrario, tenía que reflexionar durante un buen tiempo y, a veces, necesitaba la enseñanza constante del supervisor. Durante ese tiempo, siempre me sentía intranquila y no podía descansar bien por las noches. Me preocupaba que, debido a mi edad avanzada, mis problemas de salud, mi lentitud para comprender y mi falta de memoria, si llegaba un día en que ya no pudiera cumplir con mi deber, ¿significaría eso el fin de mi camino como creyente? ¿Aún podría alcanzar la salvación? Me sentía desanimada constantemente y no podía concentrarme en mi deber. No cumplía con mi deber tan bien como Xin Xin. No me gustaba sentirme vieja. Me definía como vieja e inútil, y siempre me preocupaba que me reasignaran. Envidiaba a todos esos jóvenes. Imaginaba lo maravilloso que sería retroceder el tiempo veinte años y recuperar algo de vitalidad y juventud. Así, podría entregarme a Dios hasta el final, y ¿acaso no habría esperanza de que entrara en el reino de Dios? Cuando pensaba en esto, no podía evitar preocuparme por mi destino.

Un día, mi líder me visitó en el lugar donde me alojaba y me dijo: “Debido a tu edad avanzada y a tu hipertensión, te vamos a reasignar a asuntos generales, así no tendrás que ir de un lado a otro constantemente”. Me costó mucho aceptar la noticia. Regar era un deber que me gustaba mucho y nunca había pensado en dejar de hacerlo, pero ahora, de repente, me encomendaban otro deber. Cada vez me hacía más vieja, y parecía menos probable que pudiera regar en el futuro. Sentí como si me hubiera caído un balde de agua fría, apagando ese fuego de entusiasmo que había en mi corazón. Aunque mis hermanos y hermanas me leían las palabras de Dios y me hablaban de Su voluntad, yo no escuchaba. Me quedé sentada, paralizada, y apenas podía mantenerme erguida. Aquella noche, recostada en la cama, no dejaba de dar vueltas. Reflexionaba sobre la energía y la vitalidad de los hermanos y hermanas jóvenes, en lo rápido que comprendían la verdad y los principios, y en que eran dignos de ser cultivados. Esos jóvenes tenían todo el futuro por delante. En cambio, para una anciana como yo, mi salud me impedía esforzarme por Dios, mi comprensión de la verdad era limitada y no era tan digna de ser cultivada. Además, mi cuerpo enfermo podía fallarme en cualquier momento. Sin duda Dios no miraría con buenos ojos a un anciana como yo, y mi destino era incierto. ¡Si tan solo tuviera veinte años menos y pudiera dedicarme por completo a esforzarme por Dios! Cuanto más reflexionaba, peor me sentía. Estaba realmente deprimida. Sentía un peso aplastante en el pecho, una opresión que dificultaba mi respiración. Estaba tan angustiada por haber sido trasladada que no pude dormir en toda la noche.

Al día siguiente hubo una reunión de encargados del riego, y vi al supervisor, Zhao Liang, pasar por mi casa. Verlo llegar a la reunión fue un duro golpe. Si no me hubieran reasignado, lo habría acompañado, pero esa oportunidad ya había pasado. ¿Por qué tenía que ser vieja y estar enferma? Al pensar en todo eso, sentí un profundo vacío y no sabía qué iba a hacer en el futuro. Permanecí sentada en mi silla, inmóvil, mirando el cielo por la ventana. Sentía que mis perspectivas como creyente eran sombrías y que no tenía esperanzas de ingresar al reino de Dios. Cuanto más reflexionaba, más me desesperaba, y se me caían las lágrimas. Así que oré a Dios: “¡Oh, Dios! No he podido someterme de verdad a esta reasignación ni he podido aceptarla. Sé que esto es una rebeldía en Tu contra y que te repugna. ¡Oh, Dios! Por favor, guíame para conocerme y someterme”. Más tarde, Zhao Liang notó que yo estaba mal y me leyó un pasaje de las palabras de Dios: “Debes aprender a someterte cuando tu deber se reajusta. Una vez que te has ejercitado durante un tiempo en tu nuevo deber y has logrado resultados en él, comprobarás que eres más adecuado para ese deber y comprenderás lo erróneo que era elegir deberes en función de tus preferencias. ¿No resuelve esto el problema? Por encima de eso, la casa de Dios dispone que las personas cumplan con ciertos deberes no en función de las preferencias de estas, sino de las necesidades de la obra y de si una persona concreta puede conseguir resultados al cumplir ese deber. ¿Diríais que la casa de Dios debe disponer los deberes en función de las preferencias individuales? ¿Habría que escoger a las personas para los deberes dependiendo de la satisfacción de sus preferencias personales? (No). ¿Cuál de estas cosas se alinea con los principios de la casa de Dios al utilizar a las personas? ¿Cuál de ellas se alinea con los principios-verdad? Escoger a las personas en función de las necesidades de la obra en la casa de Dios y los resultados obtenidos por esas personas al desempeñar sus deberes. Tienes algunas aficiones e intereses, y cierto deseo de llevar a cabo tus deberes, pero ¿deben anteponerse tus deseos, intereses y aficiones a la obra de la casa de Dios? Si insistes tercamente y dices: ‘Debo llevar a cabo esta obra; si no se me permite, no quiero vivir, ni cumplir con mi deber. Si no se me permite realizar esta obra, me faltará el entusiasmo para cualquier otra cosa y no podré dedicarle todas mis fuerzas’, ¿no demuestra esto un problema en tu actitud con respecto al cumplimiento del deber? ¿No carece eso de toda conciencia y razón? A fin de satisfacer tus deseos, intereses y aficiones personales, no vacilas en entorpecer y retrasar la obra de la iglesia. ¿Es esto conforme a la verdad? ¿Cómo deben manejarse las cosas que no son conformes a la verdad? Hay quienes dicen: ‘Uno debe sacrificar el yo personal en aras del yo colectivo’. ¿Es esto correcto? ¿Es la verdad? (No lo es). ¿Qué clase de afirmación es esta? (Es una falacia satánica). Esa es una afirmación falaz, engañosa y capciosa. Si aplicas la frase ‘Uno debe sacrificar el yo personal en aras del yo colectivo’ al contexto de cumplir con tus deberes, estás resistiendo a Dios y blasfemando contra Él. ¿Por qué es una blasfemia contra Dios? Porque estás imponiendo tu voluntad a Dios, ¡y eso es una blasfemia! Estás intentando intercambiar tu sacrificio personal por la perfección y las bendiciones de Dios; tienes la intención de hacer un trato con Dios. Él no necesita que sacrifiques nada tuyo; lo que Dios exige es que las personas pongan en práctica la verdad y se rebelen contra la carne. Si no puedes practicar la verdad, te estás rebelando contra Dios y resistiendo a Él. Has llevado a cabo tu deber de forma deficiente porque tus intenciones eran erróneas, tus ideas de las cosas eran incorrectas, y tus afirmaciones entraban en completa contradicción con la verdad. Sin embargo, la casa de Dios no te ha despojado del derecho a cumplir con tu deber; solo se trata de que tus deberes se han reajustado porque no eras adecuado para este deber y se te ha reasignado a un deber apropiado para ti. Esto es de lo más normal y fácil de entender. Las personas deberían abordar esta cuestión de forma correcta(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12: Quieren echarse atrás cuando no hay ninguna posición ni esperanza de recibir bendiciones). Tras leer el pasaje, Zhao Liang me ofreció esta enseñanza: “Cuando la casa de Dios reasigna a la gente, no la priva de la oportunidad de cumplir con su deber y ser salvada, sino que realiza arreglos razonables según las necesidades de la iglesia. No te has sentido bien, tienes una edad más avanzada y sufres de hipertensión. Si algo llegara a sucederte mientras te desplazas para desempeñar tu deber o asistir a reuniones, no solo sería perjudicial para la iglesia, sino también para ti. Es preferible que regreses a tu iglesia local y desempeñes tu deber allí. Primero sometámonos, aceptémoslo de parte de Dios y aprendamos la lección”. Me sentí muy avergonzada al escuchar la enseñanza de Zhao Liang. Pese a mis muchos años de fe, seguía sin someterme en lo más mínimo. Me gustaba realizar mi deber de regar y era tan entusiasta como los jóvenes, pero como tenía más de sesenta años y estaba enferma, simplemente no tenía la energía, la memoria ni la capacidad de aprender cosas nuevas que ellos sí tenían. Si me dejaban seguir con mi labor de riego, podría afectar de forma negativa a los resultados del riego de los recién llegados. La iglesia me había reasignado a un rol más adecuado en función de mi desempeño laboral y de mis problemas de salud. Tenía que ser sensata, aceptar y someterme. Así que oré a Dios, diciendo que estaba dispuesta a someterme a Sus arreglos y a esforzarme al máximo en cooperar en mi nuevo deber. Más tarde, me pregunté por qué no me había sometido cuando me reasignaron. ¿Por qué me desanimé tanto? En mi búsqueda, encontré estas palabras de Dios: “También hay gente anciana entre los hermanos y hermanas, de edades comprendidas entre los 60 y los 80 o 90 años, y que debido a su avanzada edad, también experimentan algunas dificultades. A pesar de su edad, su pensamiento no es necesariamente correcto o racional, y sus ideas y puntos de vista no tienen por qué conformarse a la verdad. Estas personas ancianas también tienen problemas, y siempre se preocupan: ‘Mi salud ya no es buena y los deberes que puedo cumplir son limitados. Si solo cumplo con ese pequeño deber, ¿me recordará Dios? A veces me pongo enfermo y necesito que alguien cuide de mí. Cuando no hay nadie que me cuide, no puedo desempeñar mi deber, entonces ¿qué puedo hacer? Soy viejo y no recuerdo las palabras de Dios cuando las leo, y me resulta difícil entender la verdad. Al comunicar la verdad, hablo de un modo confuso e ilógico, y no tengo ninguna experiencia que merezca ser compartida. Soy viejo y no tengo suficiente energía, mi vista no es muy buena y ya no soy fuerte. Todo me resulta difícil. No solo no puedo cumplir con mi deber, sino que olvido fácilmente las cosas y las confundo. A veces me despisto y causo problemas para la iglesia y para mis hermanos y hermanas. Quiero lograr la salvación y buscar la verdad, pero es muy complicado. ¿Qué puedo hacer?’. Cuando meditan sobre estas cosas, empiezan a inquietarse, pensando: ‘¿Por qué empecé a creer en Dios a esta edad? ¿Por qué no soy igual que los de 20, 30 o incluso 40 o 50 años? ¿Por qué me he encontrado con la obra de Dios ahora que soy tan viejo? No es que mi destino sea malo, al menos no ahora que me he encontrado con la obra de Dios. Mi destino es bueno, y Dios ha sido bueno conmigo. Solo hay una cosa con la que no estoy contento, y es que soy demasiado viejo. Mi memoria no es muy buena, mi salud no anda muy allá, pero tengo mucha fuerza interior. Es solo que mi cuerpo no me obedece, y me entra sueño tras un rato de escucha en las reuniones. A veces cierro los ojos para orar y me quedo dormido, y mi mente vaga cuando leo las palabras de Dios. Tras leer un poco, me entra sueño y me quedo traspuesto, y las palabras no me llegan. ¿Qué puedo hacer? Con esas dificultades prácticas, ¿sigo siendo capaz de buscar y entender la verdad? Si no, y si no soy capaz de practicar conforme a los principios verdad, entonces ¿no será toda mi fe en vano? ¿No fracasaré en obtener la salvación? ¿Qué puedo hacer? Estoy muy preocupado. A esta edad, ya nada es importante. Ahora que creo en Dios ya no tengo más preocupaciones ni nada que me haga sentir ansiedad, mis hijos han crecido y ya no necesitan que los cuide o los crie, mi mayor deseo en la vida es buscar la verdad, cumplir con el deber de un ser creado y en última instancia lograr la salvación en los años que me quedan. Sin embargo, al fijarme en mi situación actual, con la vista nublada por la edad y la mente confusa, con mala salud, incapaz de cumplir bien con mi deber, y a veces creando problemas cuando intento hacer todo lo que está en mi mano, parece que alcanzar la salvación no me va a resultar fácil’. Reflexionan una y otra vez sobre estas cosas y se angustian, y entonces piensan: ‘Parece como si las cosas buenas solo les ocurrieran a los jóvenes y no a los viejos. Parece que por muy buenas que sean las cosas, ya no podré disfrutar de ellas’. Cuanto más piensan en esto, más se inquietan y más ansiosos se sienten. No solo se preocupan por sí mismos, sino que también se sienten heridos. Si lloran, sienten que en realidad no merece la pena llorar, y si no lloran, ese dolor, ese daño, los acompaña siempre. Entonces, ¿qué deben hacer? En particular, hay algunos ancianos que quieren dedicar todo su tiempo a gastarse por Dios y cumplir con su deber, pero no se encuentran bien físicamente. Algunos tienen la tensión alta, otros el azúcar, algunos tienen problemas gastrointestinales, y su fuerza física no puede seguir el ritmo de las exigencias de su deber, lo cual les inquieta. Ven a jóvenes que pueden comer y beber, correr y saltar, y sienten envidia. Cuanto más ven a los jóvenes hacer tales cosas, más angustiados se sienten, pensando: ‘Yo quiero cumplir bien con mi deber y perseguir y comprender la verdad, y también quiero practicarla, así que ¿por qué es tan difícil? Soy tan viejo e inútil. ¿Acaso Dios no quiere a los ancianos? ¿De verdad son tan inútiles? ¿Acaso no podemos alcanzar la salvación?’. Están tristes y son incapaces de sentirse felices, lo miren por donde lo miren. No quieren perderse un momento tan maravilloso y una oportunidad tan grande, pero son incapaces de gastarse y cumplir con su deber con todo su corazón y su alma como hacen los jóvenes. Estos ancianos caen en una profunda angustia, ansiedad y preocupación debido a su edad. Cada vez que encuentran alguna dificultad, contratiempo, adversidad u obstáculo, culpan a su edad, e incluso se odian y se desagradan a sí mismos. Pero en cualquier caso, es en vano, no hay solución, y no tienen forma de avanzar. ¿Será que realmente no hallan una salida? ¿Existe alguna solución? (Las personas mayores también deben cumplir con su deber en la medida de sus posibilidades). Es aceptable que las personas mayores cumplan con sus deberes en la medida de sus posibilidades, ¿verdad? ¿Acaso los ancianos ya no pueden perseguir la verdad debido a su edad? ¿No son capaces de comprenderla?(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). Dios dio voz a los pensamientos íntimos de todas las personas mayores. Estos también quieren esforzarse por Dios todo el tiempo, pero sus cuerpos no resisten. Carecen de la energía y la memoria de los jóvenes, por lo que solo pueden cumplir con los deberes propios de su capacidad. Pero se preocupan por no hacer lo suficiente y que Dios no los recuerde. Y por su edad avanzada, no ven bien y no pueden comprender mucho de la verdad, por eso se desaniman, sufren de ansiedad y se preocupan por su futuro y destino. Estaba justo en el estado que Dios había revelado. Observé que la mayoría de las personas que cultiva la casa de Dios son jóvenes, con buenas aptitudes, enérgicos y con una mente ágil, mientras que yo era mucho mayor y, a pesar de tener la motivación para realizar bien mi deber, mi energía y mi memoria no se comparaban con las de los jóvenes. Tras cumplir con sus deberes todo el día, los jóvenes aún rebosaban de energía y podían revisar los problemas y errores de su trabajo, así como su senda de práctica, mientras que yo tenía que acostarme temprano. En ocasiones, cuando mi cuerpo no podía con la carga de trabajo, tenía que pedir a otros que regaran a los recién llegados en mi lugar. Cuando los supervisores compartían principios y métodos útiles, los más jóvenes los asimilaban de inmediato y los aplicaban a sus deberes, mientras que yo necesitaba más tiempo para comprenderlos. En comparación con los hermanos y hermanas más jóvenes, el cumplimiento de los deberes era mucho más difícil para mí. Me sentía muy descontenta con la situación y me culpaba por ser vieja y no poder hacer mucho en mi deber. Incluso si perseguía la verdad, no comprendía mucho, y Dios debía de estar disgustado. Vivía malinterpretando a Dios, y no podía evitar preocuparme por mi destino futuro. Ahora, me he dado cuenta de que los mayores y los jóvenes pueden tener distintas cantidades de energía y memoria, pero son iguales en cuanto a sus actitudes corruptas. Tanto los jóvenes como los mayores son arrogantes. Ambos son egoístas. Frente a una situación instrumentada por Dios que no nos gusta, todos revelamos actitudes rebeldes. Somos incapaces de someternos a la soberanía y a los arreglos de Dios. Siempre nos preocupamos primero por nosotros mismos cuando se trata de nuestros propios intereses, y revelamos nuestras actitudes egoístas, despreciables y corruptas. Tanto jóvenes como mayores han sido profundamente corrompidos por Satanás. A menudo, todos debemos reflexionar sobre nosotros mismos, aceptar el juicio y el castigo de la palabra de Dios, y buscar la verdad para acabar con nuestra corrupción. Creía que mi edad y mi esfuerzo en el deber eran los criterios que Dios usaba para decidir si yo era digna de elogio. Pensaba que a Dios no le gustaban las personas mayores y que tenía escasa posibilidad de ser salvada. ¡Mis ideas y opiniones estaban muy distorsionadas! Ahora sé que debo someterme a la soberanía y a los arreglos de Dios, esforzarme al máximo por cumplir con mi deber y centrarme en reflexionar sobre mí misma, conocerme y buscar la transformación de carácter en el deber, conforme a la voluntad de Dios. Tras darme cuenta de esto, gané cierta lucidez.

Una mañana, durante las prácticas devocionales, encontré un pasaje de las palabras de Dios que me impresionó profundamente, y me ayudó a comprender mejor Su voluntad. “En la casa de Dios y cuando se trata de la verdad, ¿son los ancianos un grupo especial? No, no lo son. La edad es irrelevante en cuanto a la verdad, como lo es en cuanto a tus actitudes corruptas, la profundidad de tu corrupción, si eres apto para buscar la verdad, si puedes alcanzar la salvación, o cuál es la probabilidad de que te salves. ¿No es así? (Así es). Hemos comunicado sobre la verdad durante muchos años ya, pero nunca hemos comunicado diferentes tipos de verdades según las distintas edades de la gente. Nunca se ha comunicado sobre la verdad ni se han revelado las actitudes corruptas en exclusiva solo para los jóvenes o los ancianos, ni se ha dicho que, debido a su edad, su pensamiento inflexible y su incapacidad para aceptar cosas nuevas, sus actitudes corruptas decrezcan o cambien con naturalidad; nada de esto se ha dicho nunca. Nunca se ha comunicado una sola verdad específicamente en función de la edad de las personas y excluyendo a los ancianos. Los ancianos no son un grupo especial en la iglesia, en la casa de Dios o ante Él, sino que son iguales a cualquier otro grupo de edad. No tienen nada de especial, solo que han vivido un poco más, que llegaron a este mundo unos años antes que los otros, que tienen el pelo un poco más canoso que los demás y que sus cuerpos han envejecido un poco antes; aparte de estas cosas, no hay ninguna diferencia(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). A través de las palabras de Dios, aprendí que, en la casa de Dios, los mayores no tienen una entidad especial. Solo son un poco más grandes, con un poco más de desgaste. Tal vez no tengan la energía y el vigor de los jóvenes, y puede que padezcan ciertas dolencias, pero ante la verdad, no hay distinciones de edad. Cuando Dios expresa Sus palabras y realiza Su obra de juicio en los últimos días, no distingue entre jóvenes y ancianos. Tanto los jóvenes como los ancianos han sido profundamente corrompidos por Satanás, y todos requieren la salvación de Dios. La edad o el deber de alguien no determina si puede salvarse o no. La clave está en si sigue la senda de la búsqueda de la verdad. Esto lo determina el carácter justo de Dios. En el mundo secular, los trabajadores ancianos suelen ser mal vistos. La gente los considera lentos, débiles y menos productivos, por eso la mayoría de los jefes prefieren a los trabajadores jóvenes y menosprecian a los mayores. Había definido a Dios según las opiniones de los incrédulos, pensando que como los hermanos y hermanas jóvenes podían cumplir muchos deberes y contribuir mucho, tenían más posibilidades de ser salvados, mientras que los ancianos hacían deberes insignificantes y contribuían poco, por lo que no gozaban del favor de Dios, y tenían menos oportunidades de que Él los salvara. No había comprendido el carácter justo de Dios y lo juzgaba basándome en mis propias nociones y figuraciones. ¡Esto era una blasfemia contra Dios! También llegué a entender que la casa de Dios está regida por la verdad, y que Dios evalúa las acciones de cada persona en función de ella. Como una hermana que conocí, que era joven e inteligente y servía como líder, pero no cumplía con los arreglos de la obra y trastornaba y perturbaba el trabajo de la iglesia. Además, tomaba represalias y reprimía a los que le hacían sugerencias. Finalmente fue considerada una persona malvada y la expulsaron de la iglesia. Sin embargo, luego conocí a otra hermana mucho mayor, sin estudios y con menos aptitudes, pero que cumplía su deber con calidad constante. Tenía verdadera fe en Dios y era leal con su deber. Puede que estos hermanos y hermanas de mayor edad no sean tan fuertes o no tengan la mejor memoria, pero se esfuerzan al máximo para cumplir con sus deberes. Además, se centran en reflexionar y conocerse a sí mismos, y persiguen la transformación del carácter en sus deberes. Ellos también pueden ser elogiados por Dios y tener la oportunidad de salvarse. También comprendí que envejecer es un proceso natural e inalterable que está predestinado por Dios, por lo que debía someterme a él y limitarme a cumplir con los deberes que pudiera en función de mi edad. En realidad, mientras mantuviera la actitud correcta y me centrara en buscar la verdad en mi nuevo deber, ¿no podía obtener yo también el esclarecimiento y la guía de Dios? ¿No podía llegar a conocer mi corrupción y mis defectos? ¿No podía continuar persiguiendo la verdad? Dios no me había privado de mi derecho a cumplir con mi deber y alcanzar la salvación, y mucho menos me trataba de forma diferente debido a mi edad. Pero yo era desagradecida con Dios e incluso pensaba erróneamente que a Él no le gustaba lo viejo, y desafiaba Sus disposiciones e instrumentaciones. ¡Era completamente irracional! Cuando me di cuenta de todo esto, sentí bastante remordimiento. No podía seguir rebelándome y malinterpretando a Dios, tenía que dejar a un lado mis ansiedades y preocupaciones, y cooperar bien en mi nuevo deber para no demorar la obra de la iglesia.

Después de eso, empecé a preguntarme por qué, a pesar de saber que el deber del hombre no tiene nada que ver con las bendiciones o las desgracias, seguía sin poder evitar preocuparme por mi destino después de que me asignaran un deber con el que no estaba satisfecha. ¿Cuál era la raíz de mi problema? En una reunión, mis hermanos y hermanas me leyeron dos pasajes de las palabras de Dios e identifiqué la raíz de mi problema a través de Sus palabras. “Todos los humanos corruptos viven para sí mismos. Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda; este es el resumen de la naturaleza humana. La gente cree en Dios para sí misma; cuando abandona las cosas y se esfuerza por Dios, lo hace para recibir bendiciones, y cuando es leal a Él, lo hace por la recompensa. En resumen, todo lo hace con el propósito de recibir bendiciones y recompensas y de entrar en el reino de los cielos. En la sociedad, la gente trabaja en su propio beneficio, y en la casa de Dios cumple con un deber para recibir bendiciones. La gente lo abandona todo y puede soportar mucho sufrimiento para obtener bendiciones. No existe mejor prueba de la naturaleza satánica del hombre(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Antes de decidirse a cumplir sus deberes, los anticristos están desbordantes de expectativas en lo más hondo de su corazón en lo que se refiere a sus perspectivas, bendiciones, un buen destino y hasta una corona. Poseen la máxima confianza. Acuden a la casa de Dios para cumplir sus deberes con esas intenciones y aspiraciones. ¿Contiene, pues, su cumplimiento del deber la sinceridad, la fe y la lealtad genuinas que Dios exige? En este punto uno no puede atisbar aún su lealtad, fe o sinceridad genuinas porque albergan una mentalidad completamente transaccional antes de acometer sus deberes; toman la decisión de llevar a cabo sus deberes movidos por intereses y partiendo también de la condición previa de sus desbordantes ambiciones y deseos. ¿Qué intención tienen los anticristos al cumplir con sus deberes? Hacer un trato y llevar a cabo un intercambio. Cabría decir que estas son las condiciones que fijan para llevar a cabo su deber: ‘Si cumplo con mi deber, debo obtener bendiciones y alcanzar un buen destino. Debo obtener todas las bendiciones y los beneficios que Dios ha dicho que están reservados para el género humano. En caso de no poder obtenerlos, no cumpliré con este deber’. Acuden a la casa de Dios para llevar a cabo sus deberes con esas intenciones, ambiciones y deseos. Parece como si tuviesen cierta sinceridad y, por supuesto, en el caso de nuevos creyentes que acaban de empezar a llevar a cabo sus deberes, también puede describirse como entusiasmo. Sin embargo, esto carece de fe genuina o de lealtad; solo hay un cierto grado de entusiasmo, no se puede calificar de sinceridad. A juzgar por esta actitud de los anticristos ante el cumplimiento de sus deberes, se trata de algo completamente transaccional y lleno de sus deseos de beneficios, tales como recibir bendiciones, entrar en el reino de los cielos, obtener una corona y recibir recompensas(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). A través de la revelación de las palabras de Dios, vi que yo no era diferente de un anticristo, y que solo creía y cumplía con el deber para ganar bendiciones y entrar en el reino de Dios. Antes de depositar mi fe en Dios, me limitaba a vivir según toxinas satánicas como “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “No muevas un dedo si no hay recompensa”. Creía que era correcto y apropiado pensar en mis propios intereses. Mientras algo me beneficiara, lo hacía sin importar el sufrimiento o costo que tuviera que pagar. Después de aceptar la obra de Dios en los últimos días, escuché que podía alcanzar la vida eterna y entrar en el reino de Dios si me entregaba a Él y cumplía con el deber. Al ver que esta gran bendición no podía comprarse con dinero u objetos de valor, abandoné a mi familia, dejé mi trabajo y empecé a seguir a Dios y a cumplir con mi deber. Cuando la casa de Dios me encomendó el deber de regar, pensé que en el deber de riego podía leer mucho de la palabra de Dios y había muchas oportunidades de compartir la verdad. Todo ello me daría una buena oportunidad de obtener la verdad y alcanzar la salvación. Así que me sentía motivada para cumplir correctamente con mi deber, con la esperanza de alcanzar la salvación y entrar en el reino de Dios. Tenía la misma actitud hacia mi deber que un anticristo. Solo lo hacía para obtener bendiciones y estaba haciendo un trueque con Dios. ¡Dios debía de estar indignado! Estaba muy motivada en mi deber, pero mi salud era delicada y los años no pasan en vano. No tenía la energía, la fuerza ni la memoria de los jóvenes, e incluso necesitaba la ayuda de otros para cumplir con mi deber. Si continuaba con el deber de riego, retrasaría el trabajo e influiría en los resultados de la labor. Si tuviera un poco de autoconocimiento y razón, me habría desprendido de mi deseo de recibir bendiciones y habría dado paso a mis hermanos y hermanas más jóvenes. Esto beneficiaría a la obra de la iglesia. Sin embargo, solo pensaba en recibir bendiciones. Usaba el deber que Dios me había dado para satisfacer mi deseo de bendiciones. Cuando vi que no había esperanza de recibir bendiciones de mi nuevo deber, no me sometí, malinterpreté a Dios e incluso lo culpé. ¿Cómo se me podía considerar alguien que realmente se somete a Dios y tiene fe en Él? Esta toxina satánica de “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda” me había envenenado profundamente. En cualquier situación, primero consideraba si podía obtener beneficios o bendiciones de ella, anteponiendo mis propios intereses a la verdad. Descuidé por completo la obra de la iglesia, y solo pensaba en mis propios intereses. El hecho de haber sido elegida por Dios, de haber gozado tanto del riego y la provisión de Sus palabras en mis años como creyente, de haber comprendido algo de la verdad, y de haber podido cumplir con mi deber como un ser creado, todo esto era la enorme gracia de Dios. Sin embargo, no expresaba gratitud a Dios ni pensaba en cómo corresponder a Su amor. Si algo no salía como yo quería, lo malinterpretaba y culpaba a Dios. ¡Era completamente irracional! Gracias a Dios por desenmascararme a tiempo. De lo contrario, si mantenía esta actitud transaccional hacia mi deber, no solo no obtendría la verdad ni alcanzaría la salvación, sino que Dios me despreciaría y me descartaría. Al reconocer esto, sentí remordimiento y me reproché a mí misma, así que oré a Dios, diciendo: “¡Oh, Dios! Te he seguido durante muchos años, pero no me he sometido a Ti en lo más mínimo y he malinterpretado Tu voluntad. Consideré el deber que debía cumplir como ser creado como una moneda de cambio que podía canjear por bendiciones. ¡Cómo habrás detestado esto! ¡Oh, Dios! Estoy dispuesta a arrepentirme ante Ti. Por favor, guíame para vivir de acuerdo con Tus palabras”.

Durante las prácticas devocionales, encontré un pasaje de las palabras de Dios que me aportó una senda de práctica. “Mientras vivan, los ancianos deben esforzarse aún más por buscar la verdad, buscar la entrada en la vida y trabajar armoniosamente junto con los hermanos y hermanas para cumplir con su deber; solo así puede crecer su estatura. Los ancianos no deben presumir en absoluto de ser más veteranos que los demás ni hacer alarde de su vejez. Los jóvenes pueden revelar todo tipo de carácter corrupto, y tú también; los jóvenes pueden hacer todo tipo de tonterías, al igual que tú; los jóvenes albergan nociones, y los ancianos también; los jóvenes pueden ser rebeldes, como los ancianos; los jóvenes pueden revelar un carácter de anticristo, igual que los ancianos; los jóvenes tienen ambiciones y deseos descabellados, y también los ancianos, sin la menor diferencia; los jóvenes pueden causar interrupciones y perturbaciones y ser expulsados de la iglesia, y lo mismo pueden hacer los ancianos. Por consiguiente, además de cumplir bien con su deber en la medida de sus posibilidades, hay muchas cosas que pueden hacer. A menos que seas estúpido, demente y no puedas entender la verdad, y a menos que seas incapaz de cuidar de ti mismo, hay muchas cosas que debes hacer. Al igual que los jóvenes, puedes buscar la verdad, investigarla, y debes acudir a menudo ante Dios para orar, buscar los principios verdad, esforzarte por contemplar a las personas y las cosas, comportarte y actuar en todo de acuerdo con las palabras de Dios, con la verdad por criterio. Esta es la senda que debes seguir, y no debes sentirte angustiado, ansioso o preocupado porque seas viejo, porque tengas muchas dolencias o porque tu cuerpo esté envejeciendo. Sentir angustia, ansiedad y preocupación no es lo correcto: son manifestaciones irracionales(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (3)). A través de las palabras de Dios aprendí que, independientemente del deber que me asigne la iglesia, la voluntad de Dios es que busque la verdad a través de mi deber, que la utilice para acabar con mi carácter corrupto, que aborde los asuntos en mi deber de acuerdo con los principios y que, en última instancia, avance hacia la senda de la salvación. Ahora, además de hacer todo lo posible en mi deber, siempre que puedo reflexiono sobre mis posibles manifestaciones de corrupción y escribo artículos sobre testimonios vivenciales. Al reunirme con los hermanos y hermanas, debatimos sobre las nociones de los recién llegados, y comparto sobre todo lo que entiendo. Me siento muy tranquila y en paz al practicar de esta manera. Lo que más he aprendido de esta experiencia es que Dios trata a todos con justicia. Dios examina todo con la verdad. A Él no le importa la edad que tengas o el deber que cumplas. Solo le importa si sigues la senda de perseguir la verdad. Mientras busques la verdad y sigas la senda correcta, tendrás la oportunidad de alcanzar la salvación. Dios no ve con malos ojos a los ancianos en lo más mínimo. Cada vez que recuerdo cómo malinterpreté a Dios, me siento muy en deuda con Él, y se me llenan los ojos de lágrimas. A esta edad, todavía tengo la oportunidad de recibir al Creador, y he tenido la suerte de oír la voz de Dios, recibir el juicio y el castigo de Sus palabras, y entregarme para Él en mis deberes. ¡Esta es una gran bendición! No importa si recibo bendiciones o no, ni cuál será mi destino, perseguiré la verdad con esmero y haré todo lo que pueda en el deber para retribuir el amor de Dios.

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