93. Una experiencia particular en la pandemia

Por Mingxin, China

A principios de noviembre de 2022, la situación de la pandemia en el lugar donde cumplía con mis deberes se volvía cada vez más grave, y en el lapso de pocos días, varias zonas aledañas se convirtieron en áreas de alto riesgo. Inmediatamente después de eso, todo el condado fue confinado y todos tuvieron que permanecer en cuarentena en casa. Poco después, la pandemia se propagó rápidamente por la comunidad donde yo estaba. Más de cien personas fueron aisladas una tras otra, mientras seguían llevándose a más personas constantemente. No podía creer lo rápido que se propagaba la enfermedad. Muchísimas personas se contagiaron en solo unos pocos días. No pude evitar preocuparme: “¿Nos contagiaremos también mis compañeras y yo?”. Pero luego pensé: “Nosotros somos diferentes a los no creyentes, porque los que creemos en Dios estamos bajo Su protección. Además, somos responsables del trabajo de video, que es bastante importante. Nuestro trabajo también está generando buenos resultados. Si los hermanos y hermanas en otros lugares tienen problemas, nos escriben para pedirnos ayuda. Si nos contagiamos y no podemos cumplir con nuestros deberes, ¿no se demorará el trabajo? La Biblia dice: ‘Aunque caigan mil a tu lado y diez mil a tu diestra, a ti no se acercará’ (Salmos 91:7). Si Dios no lo permite, aunque toda la comunidad se contagie, nosotras estaremos a salvo”. Estos pensamientos me daban calma y una inexplicable sensación de superioridad. A veces veía a las hermanas de acogida con miedo a contagiarse, y sentía que les faltaba fe. Pensaba: “Nos están acogiendo. Dios las protegerá también”.

Con el tiempo, la pandemia se propagó sin control en nuestra comunidad. Todos los días veía trabajadores desinfectando grandes espacios al aire libre y las hermanas de acogida comentaban con frecuencia sobre cómo se llevaban a los no creyentes a aislamiento. Yo estaba muy contenta de ser creyente, y me sentía como un bebé en las manos de Dios. Con el cuidado y la protección de Dios, era imposible que la pandemia nos afectara. Pero poco después, sucedió algo inesperado. El 18 de noviembre, una hermana con quien yo estaba colaborando de repente comenzó a tener fiebre y a toser después de bañarse. Después, las hermanas de acogida comenzaron a tener fiebre y dolor de cabeza, y no pude evitar preguntarme: “¿Se habrán contagiado?”. Rápidamente disipé esos pensamientos porque no creía que fuera cierto. Pero al día siguiente, de repente sentí todo el cuerpo dolorido y débil, y otra hermana también tuvo fiebre. Nos hicimos la prueba, y tanto nosotras como las hermanas que nos estaban acogiendo dimos positivo. Al principio, ni me atrevía a creer que podía ser verdad y no sabía cómo pude contagiarme. Pensaba en mis últimas conductas al cumplir con mis deberes, y me decía: “No he hecho nada que claramente se resistiera a Dios, y nuestro trabajo también ha ido bastante bien. No debería ser castigada, entonces, ¿por qué me contagié? ¿Podría ser que Dios me ha visto crecer en estatura y está usando esta enfermedad para probarme para que pueda dar testimonio de Él? Si es así, mientras no me queje y siga cumpliendo con mi deber, Dios no permitirá que me pase nada”. Luego, me recordaba a mí misma todo el tiempo que debía seguir cumpliendo mi deber como antes y que con la protección de Dios, mi condición mejoraría pronto. Pero las cosas no sucedieron como yo había imaginado, y mi condición no solo no mejoró, sino que siguió empeorando más y más. La fiebre regresaba constantemente y me dolía mucho todo el cuerpo. Sobre todo, la garganta estaba inflamada y me dolía. Cuando intentaba comer o beber, sentía que estaba tragando un cuchillo, y cuando trataba de dormir por la noche, se me tapaba la nariz y solo podía respirar por la boca. Eso hacía que mi garganta se inflamara y secara aún más. Empecé a quejarme en mi corazón: “¿Por qué no está mejorando esta enfermedad?”. Y hubo dos noches en particular en las que sentí opresión en el pecho y tuve dificultades para respirar. Pensé en las imágenes de los que habían muerto por insuficiencia respiratoria a causa de la enfermedad y eso me dio aún más miedo. Seguía preocupándome: “¿Cómo es posible que mi condición siga empeorando? ¿Me voy a morir? ¿Será que Dios me está poniendo a prueba o me está castigando con esta enfermedad?”. Al pensar esto, sentía mucho peso en el corazón. Durante esos días de enfermedad en particular, cuando llovía y hacía frío en la casa, era como si me rodeara un aire de muerte. Sentía una especie de amargura inexplicable, como si Dios me hubiera abandonado. A esta altura, mi anterior sensación de superioridad había desaparecido. Pensaba que Dios antes me había otorgado Su gracia y Su bendición, y los demás me admiraban y me envidiaban, pero ahora me sentía totalmente insignificante, como si un día fuera a desvanecerme en silencio… Cuanto más lo pensaba, más miserable me sentía, como si la senda frente a mí se hubiera vuelto oscura. No tenía energía para hacer nada. Por las reacciones adversas de la enfermedad, solo quería quedarme acostada y descansar. Aunque sabía que tenía que seguir cumpliendo con mi deber, todo mi cuerpo se había quedado sin energía, y pensaba: “No solo no estoy mejorando, sino que estoy empeorando cada vez más. No puedo cumplir con mi deber y no he dado ningún testimonio. ¿Será este mi fin?”. En mi dolor, oré a Dios: “¡Oh, Dios! Me siento tan débil ahora y no entiendo Tu intención. No sé cómo superar esto. ¡Por favor, esclaréceme y guíame!”.

Después de esto, leí dos pasajes de las palabras de Dios: “Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). “Aunque habéis padecido toda clase de sufrimiento y experimentado todo tipo de tormentos, ese sufrimiento no es, en absoluto, como las pruebas de Job, sino que es el juicio y el castigo que las personas reciben por su rebeldía, por resistirse y debido a Mi carácter justo. Es juicio justo, castigo y maldición. Job, por otro lado, era un hombre justo entre los israelitas que recibió el gran amor y cariño de Jehová. Él no había cometido actos malvados ni se resistió a Jehová; más bien, se dedicó fielmente a Él. Fue sometido a pruebas a causa de su justicia y experimentó pruebas de fuego por ser un siervo fiel de Jehová. Las personas de hoy están sometidas a Mi juicio y a Mi maldición por culpa de su inmundicia e injusticia. Aunque su sufrimiento no es como el que Job experimentó cuando perdió su ganado, sus propiedades, a sus sirvientes, a sus hijos y a todos los que amaba, lo que ellos sufren es refinamiento ardiente y fuego. Y lo que lo hace más grave aún que lo que experimentó Job es que este tipo de pruebas no se reducen ni se eliminan porque la gente sea débil, sino que son duraderas y continúan hasta el último día de vida de las personas. Esto es castigo, juicio y maldición; es un abrasamiento inmisericorde; más aún, es la ‘herencia’ legítima de la humanidad. Es lo que las personas merecen y es donde se expresa Mi carácter justo. Este es un hecho conocido(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cuál es vuestro entendimiento de las bendiciones?). A partir de las palabras de Dios, comprendí que el hecho de que Dios permitiera que me contagiara no era para que viviera en la enfermedad ni para que considerara mi carne, ni para revelarme o descartarme, ni mucho menos porque tuviera una estatura, como yo pensaba, digna de dar testimonio de Dios como Job, sino porque tenía un carácter corrupto. Dios estaba usando esta enfermedad para revelar mi corrupción, para purificarme y transformarme. Si pudiera reflexionar sobre mí y buscar la verdad, esta sería una buena oportunidad para obtener la verdad, pero yo siempre vivía en nociones y figuraciones, y determinaba que Dios no permitiría que me enfermara. Solo quería vivir en los brazos de Dios, como un bebé, sin experimentar las tormentas de la vida. Cuando me enfermé, no me concentré en reflexionar sobre mí ni en aprender una lección, sino que tenía la absurda idea de que tenía estatura, y de que Dios estaba usando esta situación para que diera testimonio de Él. Evitaba quejarme y seguía cumpliendo con mi deber, creyendo que al hacerlo, podría mantenerme firme en mi testimonio y satisfacer a Dios, y entonces Dios me quitaría esta enfermedad. Sin embargo, cuando mi condición seguía empeorando en lugar de mejorar, me quejé, y deseé que Dios me quitara esta enfermedad, hasta el punto de desconfiar, malinterpretar y creer que Dios quería revelarme y descartarme. ¿De qué manera estaba experimentando la obra de Dios? Pensé en la gente de Nínive. Su corrupción, perversidad y acciones malvadas provocaron la ira de Dios, entonces Dios mandó a Jonás para anunciarles que tenían 40 días para arrepentirse. Toda la gente de Nínive creía en Dios, y tanto el rey como los plebeyos se arrepintieron sinceramente ante Dios, cubiertos de cilicio y de ceniza, y finalmente obtuvieron la misericordia y el perdón de Dios. El hecho de que me contagiara tenía la intención de Dios, y al igual que los ninivitas, tuve que arrepentirme ante Él.

En ese momento, reflexioné sobre los estados que había revelado mientras atravesaba esta enfermedad. Recordé algunas de las palabras de Dios: “En la familia de Dios, entre los hermanos y hermanas, sin importar cuál sea tu estatus o tu posición, la importancia de tu deber, la grandeza de tu talento y tus aportaciones o el tiempo que lleves creyendo en Dios, a ojos de Dios eres un ser creado, un ser creado normal, y no existen los títulos de nobleza y los tratamientos que te has otorgado a ti mismo. Si los consideras siempre coronas o un capital que te permite pertenecer a un grupo especial o ser un personaje único, con esto te resistes a las ideas de Dios, chocas con ellas y eres incompatible con Dios. ¿Cuáles serán las consecuencias? ¿Eso hará que te resistas a los deberes que ha de cumplir todo ser creado? A ojos de Dios no eres más que un ser creado, pero tú no te consideras como tal. ¿Puedes someterte sinceramente a Dios con semejante mentalidad? Siempre piensas ilusoriamente: ‘Dios no debería tratarme así, jamás podría tratarme así’. ¿No genera esto un conflicto con Dios? Cuando Dios actúe en contra de tus nociones, tu mentalidad y tus necesidades, ¿qué pensarás para tus adentros? ¿Cómo te enfrentarás a los entornos dispuestos por Dios para ti? ¿Te someterás? (No). No te someterás y, sin duda, te resistirás, te opondrás, refunfuñarás y te quejarás mientras le das vueltas una y otra vez para tus adentros, pensando: ‘Pero, antes, Dios me protegía y me trataba bondadosamente. ¿Por qué ha cambiado ahora? ¡Ya no puedo vivir más!’. Así, empiezas a ser petulante y a comportarte mal. Si, en casa, te comportaras de este modo con tus padres, sería excusable y no te harían nada. Sin embargo, eso no es aceptable en la casa de Dios. Como eres adulto y creyente, ni siquiera otras personas soportarían tus tonterías; ¿crees que Dios toleraría esa conducta? ¿Consentiría que le hicieras esto? No. ¿Por qué no? Porque Dios no es tu progenitor; es Dios, el Creador, y el Creador nunca permitiría que un ser creado fuera petulante e irracional ni que se agarrara una rabieta delante de Él. Cuando Dios te castiga y juzga, te prueba o te quita algo, cuando te enfrenta a la adversidad, quiere ver la actitud de un ser creado en su forma de tratar al Creador, quiere ver qué tipo de senda escoge un ser creado, y nunca permitirá que seas petulante e irracional ni que lances justificaciones absurdas. Una vez entendidas estas cosas, ¿no debería pensar la gente en cómo debería asumir todo aquello que hace el Creador? En primer lugar, las personas deberían asumir el lugar que les corresponde como seres creados y reconocer su identidad como tales. ¿Reconoces que eres un ser creado? Si lo reconoces, debes asumir el lugar que te corresponde como tal y someterte a las disposiciones del Creador y, aunque sufras un poco, hacerlo sin quejarte. Esto es lo que significa ser una persona con sentido. Si no crees que eres un ser creado, sino que imaginas que tienes títulos y una aureola sobre la cabeza y que eres una persona con estatus, un gran líder, jefe, editor o director en la familia de Dios, alguien que ha hecho valiosas aportaciones a la obra de la familia de Dios, si eso es lo que piensas, eres una persona de lo más irracional y descaradamente desvergonzada. ¿Sois vosotros personas con un estatus, una posición y valía? (No). Entonces, ¿qué eres tú? (Un ser creado). Exacto, no eres más que un ser creado normal. En medio de la gente puedes alardear de cualificaciones, jugar la baza de la antigüedad, presumir de tus aportaciones o hablar de tus hazañas heroicas. Sin embargo, ante Dios, estas cosas no existen y nunca debes hablar ni alardear de ellas ni darte aires de veterano. Las cosas te saldrán mal si haces alarde de tus cualificaciones. Dios te considerará totalmente irracional y arrogante en extremo. Sentirá asco y repugnancia por ti y te marginará, y entonces tendrás problemas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (11)). ¡Las palabras de Dios me despertaron de mi letargo! Había estado considerando mi importante deber, los resultados de mi trabajo y la aprobación de los líderes, obreros, hermanos y hermanas como un capital. Había empezado a presumir de mis capacidades, a resaltar mis logros y a pensar que era distinta a los no creyentes y que Dios seguramente me protegería de la pandemia, incluso si me enfermaba, sería porque tenía estatura y Dios estaba poniéndome a prueba para que diera testimonio de Él, como si de algún modo estuviera separada del resto de la humanidad corrupta. Vi lo arrogante que me había vuelto. Al leer estas palabras de Dios en particular: “Las cosas te saldrán mal si haces alarde de tus cualificaciones. Dios te considerará totalmente irracional y arrogante en extremo. Sentirá asco y repugnancia por ti y te marginará, y entonces tendrás problemas”, me di cuenta de cuánto aborrece Dios a esa clase de personas. Al reflexionar sobre el curso de mi enfermedad, no solo no me había sometido, sino que también alardeé de mis capacidades ante Dios e hice demandas irrazonables, que verdaderamente repugnan y disgustan a Dios. Si no me arrepentía, sería desdeñada y descartada por Dios. Al darme cuenta de esto, rápidamente oré a Dios: “¡Oh, Dios! Si no fuera por esta enfermedad, no habría reflexionado sobre mí y no me habría dado cuenta siquiera de que Te estaba resistiendo. Oh, Dios, por favor ten piedad de mí, y permíteme someterme y aprender una lección”.

Luego, me pregunté: “Yo pensaba que estaba obteniendo resultados en mi trabajo y ganando la aprobación de los hermanos y hermanas, y que Dios me aprobaría y me protegería de la pandemia, pero ¿es así como Dios lo ve realmente?”. Un día, encontré una respuesta en las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Podríais pensar que, habiendo sido un seguidor durante tantos años, habéis dedicado vuestro trabajo duro pasara lo que pasara, y que en cualquier caso podéis ser mano de obra y conseguir una fuente de sustento en la casa de Dios. Yo diría que la mayoría de vosotros piensa de esta forma, pues siempre habéis buscado el principio de cómo sacar provecho de las cosas y que no se aprovechen de vosotros. Por tanto, os digo con toda seriedad: no me importa lo meritorio que sea tu trabajo duro, lo impresionantes que sean tus cualificaciones, lo cerca que me sigas, lo renombrado que seas ni cuánto hayas mejorado tu actitud; mientras no hayas cumplido Mis exigencias, nunca podrás conseguir Mi elogio. Desechad todas esas ideas y cálculos vuestros tan pronto como sea posible, y empezad a tomaros en serio Mis requisitos. De lo contrario, convertiré a todas las personas en cenizas con el fin de terminar Mi obra; y, en el peor de los casos, convertiré en nada Mis años de obra y sufrimiento, porque no puedo llevar a Mi reino o a la era siguiente a Mis enemigos ni a esas personas que apestan a maldad y siguen teniendo esa misma vieja semejanza a Satanás(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las transgresiones conducirán al hombre al infierno). “En última instancia, que las personas puedan alcanzar la salvación no depende del deber que lleven a cabo, sino de si pueden comprender y obtener la verdad y de si son capaces de finalmente someterse a Dios por completo, de ponerse a merced de Su instrumentación, no tener consideración hacia su propio futuro y sino, y convertirse en seres creados aptos. Dios es justo y santo y estos son los estándares que usa para medir a toda la humanidad. Recuerda: estos estándares son inmutables. Fíjalos en tu mente y no pienses en ningún momento en buscar otra senda para perseguir algo que no es real. Los requisitos y las pautas que Dios tiene para todos los que desean alcanzar la salvación son inalterables para siempre. Son los mismos seas quien seas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios son muy claras. Dios no evalúa a las personas según los deberes que cumplen o el capital que tienen, sino según si una persona persigue la verdad y es capaz de someterse a Él y permitir que Él orqueste las cosas como desee. Esto es lo más importante. Sin perseguir la verdad, por muy importante que fuera mi deber, por mucho que contribuyera o por mucha gente que me admirara, sería incapaz de ganarme la aprobación o la salvación de Dios. Esta enfermedad me reveló por completo. Porque carecía de la verdad y tenía opiniones distorsionadas, no tenía fe en Dios ni voluntad de sufrir, y mucho menos amor por Dios. Cuando estuve a prueba, no reflexioné sobre mí ni busqué la verdad, y tenía la idea absurda de que Dios me estaba poniendo a prueba porque tenía estatura. Al enfrentar un dolor intenso, me quejé, y quise que Dios me quitara la enfermedad, al punto de no querer hacer mi deber. ¿Cómo podía decir que tenía estatura? No tenía ni un ápice de fe o sumisión. Siendo una persona que se rebelaba contra Dios y se resistía a Él, igual quería recibir Su protección y Sus bendiciones, y ser salvada y entrar al reino de los cielos. ¡Qué vergüenza tan grande! Durante muchos años había cumplido con mis deberes y había logrado algunos resultados en mi trabajo, lo que generó la admiración de otros. Tomé esas cosas como un capital y me volví arrogante y vanidosa, sin lugar para Dios en mi corazón, presumí de mis logros, exigí lo que Dios debía o no debía hacer, y me creí con derecho a dar testimonio de Él. Me estaba resistiendo a Dios sin siquiera darme cuenta. Al percatarme de esto, sentí un gran peso en mi corazón. Me pregunté exactamente qué había estado persiguiendo todo este tiempo si después de tantos años de fe no había ganado la verdad. En mi búsqueda, leí un pasaje de las palabras de Dios: “¿Cuál es la actitud de los anticristos hacia su deber desde el principio hasta el final? Creen que desempeñar su deber es una transacción, que quien más se esfuerce en su deber, haga la mayor contribución a la casa de Dios y aguante más años en ella tendrá más posibilidades al final de ser bendecido y de obtener una corona. Esta es la lógica de los anticristos. ¿Es correcta esta lógica? (No). ¿Es fácil de revertir esta perspectiva? No. La determina la esencia-naturaleza de los anticristos. En su interior, los anticristos sienten aversión por la verdad, no la buscan en absoluto y toman la senda equivocada, por lo que su perspectiva de hacer transacciones con Dios no es fácil de revertir. En el fondo, los anticristos no creen que Dios sea la verdad, son incrédulos, están aquí para especular y obtener bendiciones. Para los incrédulos, creer en Dios es insostenible, resulta absurdo, y lo que quieren es negociar con Dios y obtener bendiciones aguantando sufrimientos y pagando el precio por Dios, lo cual es incluso más ridículo(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me di cuenta de que si no había alcanzado la verdad después de tantos años, no era porque la verdad favoreciera a otras personas, sino porque nunca me había esforzado por obtenerla y porque solo había perseguido las bendiciones y recompensas. En todos estos años, nunca había buscado y reflexionado sobre lo que debía perseguir en mi fe, qué senda debía seguir, y qué clase de persona agrada a Dios, y rara vez había examinado mis intenciones, mis puntos de vista al cumplir mi deber o la senda que seguía. Siempre me limité a enfocarme en el trabajo, y pensaba que si trabajaba más y lograba más resultados, Dios seguramente me bendeciría y estaría complacido conmigo, y entonces aunque ocurrieran desastres, Él me protegería y no permitiría que me sucediera nada malo. A través de la exposición de las palabras de Dios, finalmente me di cuenta de que mis ideas seguían la lógica de un anticristo, que seguían opiniones transaccionales propias de los incrédulos, y que estaba tratando de engañar y usar a Dios para lograr mis propios objetivos. ¡Esto era resistirse a Dios! Pensé en Pablo en la Era de la Gracia. Difundió el evangelio a tantas personas, incluso en la mayor parte de Europa, y llevó a muchos a la fe. Pero todo lo que hizo Pablo no fue para dar testimonio del Señor Jesús, ni para cumplir con los deberes de un ser creado, sino que usó la predicación del evangelio para negociar con Dios a cambio de una corona de justicia. Durante su obra, Pablo siempre se exaltaba a sí mismo y presumía, y su carácter se volvió cada vez más arrogante. Se jactaba de sus logros ante Dios y le exigía descaradamente, diciendo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Incluso presumía de vivir como Cristo. Al final, como resistió a Dios y ofendió Su carácter, Pablo fue castigado. ¿No eran mis pensamientos sobre la búsqueda y la senda que seguía los mismos que los de Pablo? Solo quería buscar bendiciones y usar mi deber para lograr mis objetivos. ¡Era tan egoísta y despreciable! Sin esta revelación, todavía no habría comprendido la gravedad de mi carácter corrupto, y si seguía así, sería desdeñada y descartada por Dios. Esta noción me llenó de culpa y me arrodillé en oración: “Oh, Dios, mi enfermedad se debe a Tu justicia y tiene el propósito de salvarme. No soy más que un insignificante ser creado. Tú me exaltaste, me concediste la gracia y me diste la oportunidad de cumplir con un deber, pero yo fui muy arrogante e irrazonable. Te estaba resistiendo y pretendía negociar contigo sin darme cuenta. Oh, Dios, no quiero rebelarme contra Ti ni resistirte. Quiero arrepentirme”.

Luego, me pregunté: “Hay otra razón por la que me quejé y no pude someterme cuando me enfermé. Es porque le temo a la muerte. ¿Cómo puedo resolver este problema?”. Oré y busqué, y en las palabras de Dios leí: “El asunto de la muerte es de la misma naturaleza que otros. No depende de la gente elegir por sí mismos, y mucho menos se puede cambiar por la voluntad del hombre. La muerte es lo mismo que cualquier otro acontecimiento importante de la vida: se encuentra por entero bajo la predestinación y soberanía del Creador. Si alguien rogara por la muerte, no moriría necesariamente; si rogara por vivir, tampoco viviría necesariamente. Todo esto está bajo la soberanía y predestinación de Dios, y lo cambia y decide la autoridad de Dios, Su carácter justo y Su soberanía y arreglos. Por tanto, imagina que contraes una enfermedad grave, una potencialmente mortal, no morirás necesariamente: ¿quién decide si morirás o no? (Dios). Él lo decide. Y puesto que Dios decide y nadie puede decidir una cosa así, ¿por qué las personas se sienten ansiosas y angustiadas? Es lo mismo que quiénes son tus padres y cuándo y dónde naces: tampoco puedes elegir estas cosas. La elección más sabia en estos asuntos es dejar que todo siga su curso natural, someterse y no elegir, no gastar ningún pensamiento o energía en este asunto, y no sentirse angustiado, ansioso o preocupado por ello(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Las palabras de Dios me hicieron comprender que si vivo o muero después de esta enfermedad, está en manos de Dios y no depende de ningún ser humano. Es como el momento en que nací, la familia en la que nací y mi aspecto físico. No son cosas que yo pueda elegir. Del mismo modo, cuándo y dónde moriré no está en mis manos. Todo depende de la soberanía y la predestinación de Dios. Si Dios me predestinó a morir de esta enfermedad, no hay nada que pueda hacer al respecto, y si no era mi hora de morir, por más grave que fuera mi enfermedad, no moriría. Mis preocupaciones y temores eran innecesarios porque no podía cambiar nada. Eran solo un dolor y una carga innecesarios. Debía entregarme a Dios, someterme a Sus orquestaciones y arreglos, y cumplir con mi deber bien. Dios dice: “Tanto si estás enfermo como si sufres, mientras te quede aliento, mientras vivas, mientras puedas hablar y caminar, tienes energía para cumplir con tu deber, y debes comportarte bien en el cumplimiento de este, con los pies bien plantados en el suelo. No debes abandonar el deber de un ser creado ni la responsabilidad que te ha dado el Creador. Mientras no estés muerto, debes completar tu deber y cumplirlo bien(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). A través de las palabras de Dios comprendí que es perfectamente natural y justificado que un ser creado cumpla con un deber, así como es justo que los hijos muestren piedad filial a sus padres. Tener la oportunidad de cumplir un deber en la iglesia es la gracia de Dios, y no importa si vivo o muero, o cuánto dolor sufra, debo someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios y cumplir bien con mis responsabilidades y deberes. Esta es la única manera de vivir una vida de valor y significado. También pensé en Noé. Después de haber aceptado la comisión de Dios, las preocupaciones y los pensamientos de Dios se volvieron suyos. Nunca retrocedió, a pesar de las dificultades y el dolor que enfrentó, y después de 120 años, terminó el arca y completó la comisión de Dios. La lealtad y sumisión de Noé reconfortaron a Dios, y este es el ejemplo que yo debería seguir. Esta comprensión me llenó de fuerza y tomé una decisión: mientras respire, nunca abandonaré mi deber ni dejaré de lado mi responsabilidad.

Después, puse mi corazón en mi deber. Ya no me preocupaba si mi condición empeoraba o si moriría. Decidí que mientras viviera un día más, debía cumplir con mi deber bien, de modo que aunque un día muriera, no habría vivido en vano. A veces estaba tan ocupada con mis deberes que me olvidaba de que estaba enferma. Realmente llegué a apreciar las palabras: “Vivir en la enfermedad es estar enfermo, pero vivir en el espíritu es estar sano(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Poco después, mis síntomas desaparecieron y mi prueba salió negativa. Sabía que todo esto se debía a la misericordia de Dios. Esta pandemia me hizo sentir el amor y la salvación de Dios y le agradezco desde el fondo de mi corazón.

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