98. Lo que resulta de siempre complacer a otros
Superviso el trabajo evangélico en la iglesia. La hermana Wanda y yo trabajamos juntas como líderes de equipo. Al principio, veía que Wanda era proactiva en su deber y que era bastante efectiva en su trabajo. Creía que ella era una persona responsable que llevaba cargas. Pero, después de un tiempo, noté que cada vez era más pasiva en su deber. Casi nunca notaba problemas en el trabajo y mucho menos los resolvía. En el pasado, cuando resumíamos nuestro trabajo, siempre acudía a mí para que hiciera el resumen de los problemas o desviaciones en el trabajo y para discutir formas de solucionarlos. Pero ahora solo había silencio. En general, compartíamos todo el trabajo en nuestro equipo y los problemas se resumían oportunamente en cuanto eran descubiertos. Esto permitía solucionar mejor los problemas y mejorar la efectividad del trabajo. Pero ahora, Wanda no volcaba su corazón en los problemas del grupo. Pensé: “No está cumpliendo bien sus responsabilidades como líder de equipo. Esto no es aceptable, debo hablar con ella al respecto”. Pero después, pensándolo bien: “Mi relación con Wanda suele ser muy buena. Si le digo directamente que lleva una carga liviana en su deber y que no hace nada de trabajo real, ¿eso la avergonzará? Si al decir esto perturbo la paz, ¿cómo nos llevaremos después? Olvídalo. Cuantos menos problemas, mejor. No debería ofenderla”. En ese momento, me sentía acusada en forma constante en mi mente: “¿El estado de Wanda no ha sido negativo durante este último tiempo? Si esto continúa, su vida sufrirá y eso afectará su trabajo. ¿No debería apurarme a hablar con ella? Pero, si solo señalo directamente que carece de un sentido de carga, ¿se sentirá limitada y pensará que estoy controlando su trabajo? Tal vez debería decírselo a la líder y que ella ayude a Wanda. Así, no necesitaré ofenderla”. Pero después pensé: “Si le digo a la líder y Wanda se entera, ¿dirá que la delaté? No, mejor no digo nada”. Dudaba mucho y no encontraba alivio para el problema. Estaba al tanto de que mi estado era equivocado, por lo que oré a Dios y le pedí que me guiara para buscar la verdad y corregir mis problemas.
Una vez, en una reunión, leí estas palabras de Dios: “Cuando veis un problema y no hacéis nada para pararlo, no comunicáis sobre él ni tratáis de limitarlo y, además, no informáis sobre él a vuestros superiores, sino que hacéis el papel de un complaciente, ¿es esto una señal de deslealtad? ¿Son estos complacientes leales a Dios? Ni un poco. Tal persona no es solo desleal con Dios, también actúa como cómplice de Satanás, su asistente y seguidora. Son desleales respecto a su deber y responsabilidad, pero le son bastante leales a Satanás. Ahí radica la esencia del problema. En cuanto a la inhabilidad profesional, es posible aprender constantemente y reunir experiencias mientras cumples con tu deber. Tales problemas pueden ser fácilmente resueltos. Lo más difícil de resolver es el carácter corrupto del hombre. Si no perseguís la verdad ni resolvéis vuestro carácter corrupto, sino que siempre os desempeñáis como complacientes, y no podáis ni ayudáis a los que habéis visto violar los principios, ni los ponéis en evidencia o reveláis, sino que siempre reculáis y no asumís la responsabilidad, entonces un cumplimiento del deber como el vuestro solo comprometerá y demorará la obra de la iglesia” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). “La conducta de las personas y sus formas de lidiar con el mundo deben estar basadas en las palabras de Dios; este es el principio más básico para la conducta humana. ¿Cómo pueden las personas practicar la verdad si no entienden los principios de la conducta humana? Practicar la verdad no consiste en decir palabras vacías ni gritar consignas. Más bien consiste en cómo, independientemente de lo que la gente encuentre en la vida, siempre que tenga que ver con los principios de la conducta humana, sus perspectivas sobre las cosas, o el cumplimiento de sus deberes, se enfrenta a una elección y debe buscar la verdad, encontrar un fundamento y principios en las palabras de Dios, y luego debe encontrar una senda de práctica. Aquellos capaces de practicar de este modo son personas que persiguen la verdad. Ser capaz de perseguir la verdad de este modo, por muy grandes que sean las dificultades que uno encuentre, es recorrer la senda de Pedro, la senda de búsqueda de la verdad. Por ejemplo: ¿Qué principio debe seguirse a la hora de relacionarse con los demás? Tal vez tu perspectiva original sea que ‘La armonía es un tesoro y la paciencia, una virtud’, que debes mantenerte en una posición en la que agrades a todos, evitar que los demás queden mal y no ofender a nadie, con lo que logras tener buenas relaciones con ellos. Constreñido por esta perspectiva, guardas silencio cuando presencias que otros hacen cosas malas o vulneran los principios. Preferirías que la obra de la iglesia sufriera pérdidas antes que ofender a nadie. Tratas de estar del lado de todos, sin importar quiénes sean. Tan solo piensas en los sentimientos humanos y en guardar las apariencias cuando hablas, y siempre pronuncias palabras que suenan bien para complacer a los demás. Incluso si descubres que otros tienen problemas, optas por tolerarlos y te limitas a hablar sobre ellos a sus espaldas, pero a la cara respetas la paz y mantienes la relación. ¿Qué opinión te merece tal conducta? ¿Acaso no corresponde a la de una persona complaciente? ¿No es muy poco fiable? Vulnera los principios de la conducta humana. ¿No es una bajeza comportarse de esa forma? Quienes actúan así no son buenas personas, esa no es una manera noble de comportarse. Da igual lo mucho que hayas sufrido y cuántos precios hayas pagado, si te comportas sin principios, entonces habrás fracasado a este respecto, y tu conducta no será reconocida, recordada ni aceptada ante Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para cumplir bien con el deber, al menos se ha de tener conciencia y razón). Las palabras de Dios me hicieron reconocer que había estado albergando la falaz idea de que las relaciones entre las personas siempre debían ser pacíficas. Si siempre señalaba y exponía los problemas de otros, eso los ofendería y, probablemente, heriría a la vez su orgullo y nuestra relación, lo que dificultaría más que nos lleváramos bien. Al comparar esta idea con las palabras de Dios, por fin vi que yo no estaba de acuerdo con la verdad y que iba contra los principios de ser una persona. Las personas así son egoístas, despreciables, escurridizas y falsas. Para mantener buenas relaciones, no dicen nada cuando ven que alguien tiene un problema y solo ofrecen adulación y elogios. No son sinceras en sus interacciones y no ayudan de verdad, sino que dañan a la gente. Estas personas son escorias a ojos de Dios y Él no las aprueba. Justo así había tratado a Wanda… Vi con claridad que ella no llevaba una carga en su deber y que no hacía trabajo real, pero no practiqué la verdad mostrándole sus problemas. Ni siquiera tuve el valor de informarlos. Solo consideraba cómo preservar mi relación con ella. Pensaba que exponer los problemas de una persona la ofendería y lastimaría sus sentimientos. Aunque veía que afectaba el trabajo, aún no estaba dispuesta a rebelarme contra mi carne y practicar la verdad. ¡Estaba siendo falsa y complaciente! Descubrí el problema de mi hermana, pero no lo expuse. Aunque preservé nuestra relación, no beneficié en nada su entrada en la vida y también afecté el trabajo evangélico de la iglesia. Al hacer esto, verdaderamente estaba dañando a otros y a la obra de la iglesia.
Después, pensé cuáles deberían ser los principios para interactuar con otros. Vi que la palabra de Dios dice: “Debéis centraros en la verdad; solo entonces podréis tener entrada en la vida, y solo cuando tengáis entrada en la vida podréis proveer a otros y guiarlos. Si se descubre que los actos de los demás no concuerdan con la verdad, hemos de ayudarlos amorosamente a buscarla. Si los demás son capaces de practicar la verdad y hacen las cosas con principios, debemos tratar de aprender de ellos y emularlos. Esto es el amor mutuo. Este es el tipo de ambiente que hay que tener dentro de la iglesia, con todos enfocados en la verdad y esforzándose por alcanzarla. Da igual lo jóvenes o mayores que sean, o si son creyentes veteranos o no. Tampoco importa si son de alto o bajo calibre. Estas cosas son irrelevantes. Frente a la verdad, todos son iguales. En lo que hay que fijarse es en quién habla correctamente y conforme a la verdad, quién considera los intereses de la casa de Dios, quién lleva la mayor carga en la obra de la casa de Dios, quién entiende la verdad con mayor claridad, quién comparte el sentido de la rectitud y quién está dispuesto a pagar el precio. Sus hermanos y hermanas deben apoyar y aplaudir a estas personas. Este ambiente de rectitud que proviene de la búsqueda de la verdad debe prevalecer dentro de la iglesia; de esta manera, tendrás la obra del Espíritu Santo, y Dios te otorgará bendiciones y guía. Si el ambiente que prevalece en la iglesia es el de contar historias, montar escándalos y guardarse rencor unos a otros, tenerse celos y discutir unos con otros, entonces el Espíritu Santo ciertamente no obrará en vosotros” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo aquel que cumple bien con el deber con todo su corazón, su mente y su alma ama a Dios). La verdad reina en la iglesia; los hermanos y hermanas deberían interactuar según los principios-verdad. Los miembros de la iglesia deberían priorizar la verdad cuando interactúan. Si alguien viola los principios, hay que comunicárselo, podarlo y ayudarlo amorosamente para que pueda esforzarse hacia la verdad. Quien habla y actúa de acuerdo con la verdad, tiene un sentido de la rectitud y es capaz de proteger la obra de la iglesia, debería ser apoyado y protegido. Cuando todos se esfuercen en hacer sus deberes según los requerimientos de Dios y compartan y practiquen la verdad, las desviaciones del pueblo escogido de Dios en la realización de sus deberes disminuirá con el tiempo. Cuando comprendí estas cosas, mi corazón se elevó y tuve una senda de práctica. Luego pensé que, en realidad, todo verdadero creyente en Dios quiere hacer bien su deber y retribuir Su amor. Pero nadie puede evitar revelar su corrupción y sus muchas insuficiencias en el curso de su deber. Los hermanos y hermanas deben ayudarse y corregirse mutuamente. No se señalan y exponen los problemas de los demás para avergonzarlos ni para atacarlos, si no que se hace para ayudarlos a detectar sus problemas y a revertir su estado incorrecto en cuanto sea posible. Solo esto es verdadero amor y la expresión de amor mutuo. Esto se hace para proteger la obra de la iglesia. En contraste, cuando ves que alguien tiene problemas, pero no lo mencionas, acatando así la filosofía satánica de proteger tus intereses personales, esto es ser irresponsable para con la entrada en la vida de la gente y la obra de la iglesia. Vivir así es demasiado egoísta y despreciable. Pensé en mis interacciones con Wanda. Vi que había problemas en su deber, pero no le di ninguna ayuda real porque solo me preocupaba proteger mi imagen y no pensé en su entrada en la vida ni en la obra de la iglesia. ¡Era en verdad egoísta, vulgar y carente de humanidad! En este punto, estaba llena de reproches y dispuesta a practicar las palabras de Dios y tratar a mi hermana de acuerdo con los principios-verdad.
Después, busqué a Wanda, me sinceré y hablé con ella. Le hablé de todos los problemas que había visto, uno por uno. Ella quedó muy conmovida tras leer un pasaje de las palabras de Dios y dijo que su estado había sido muy negativo últimamente y que incluso no había tenido nada que decir al orar. Me sorprendió oír esto y me culpé a mí misma. Si se lo hubiera señalado y la hubiera ayudado antes, tal vez ella podría haber corregido antes su estado incorrecto y eso no habría afectado su deber. Vi que no practicar la verdad y ser complaciente solo para preservar mi relación con mi hermana en verdad la estaba dañando. Por eso, oré a Dios y decidí que, en mis interacciones futuras con la gente, me concentraría en practicar la verdad y que, si descubría un problema, lo señalaría y ayudaría de inmediato en lugar de ser complaciente.
Desde entonces, Wanda fue más activa en su deber. Pero, después de un tiempo, noté que su trabajo a menudo violaba los principios. Incluso si alguien tenía mala humanidad y no seguía los principios para recibir el evangelio, ella aún le predicaba el evangelio y malgastaba esfuerzos. Yo estaba confundida. Hacía mucho que Wanda predicaba el evangelio. Ya debería captar mejor todos los aspectos de los principios. ¿Cómo podía cometer errores tan obvios? ¿Su estado no se había revertido todavía? Tal vez debería recordárselo. Pero después pensé: “Ya la ayudé antes. No necesito corregirla constantemente. Esto es muy incómodo. Si siempre la estoy corrigiendo, ¿pensará que soy una persona arrogante, que siempre busco los problemas de los demás o que pido demasiado de la gente? Eso sería malo para mi imagen. Debería dejarlo”. Así que, sin más, vi que el estado y la condición de Wanda no eran los correctos en su deber, pero hice la vista gorda y no se lo señalé ni la ayudé. Pasó algo de tiempo y destituyeron a Wanda por ser negligente e ineficaz en sus deberes durante mucho tiempo. Me sentí muy culpable. Vi con claridad que había problemas en la forma en la que ella hacía su deber, pero no le presté atención. Hice la vista gorda y no hice nada por recordarle o ayudarla. Ahora que había sido destituida, ¿no era yo también responsable? Me sentí atormentada y perdida. ¿Por qué siempre era complaciente e incapaz de practicar la verdad? ¿Cuál era la raíz de este problema?
Mientras reflexionaba y buscaba, vi que la palabra de Dios dice: “Hay un dogma en las filosofías para los asuntos mundanos que dice: ‘Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena’. Esto significa que, para preservar una relación amistosa, uno debe guardar silencio sobre los problemas de su amigo, incluso si los percibe claramente, que debe respetar los principios de no pegarle a la gente en la cara ni llamarle la atención por sus defectos. Han de engañarse mutuamente, ocultarse el uno del otro, intrigar contra el otro; y aunque sepan con claridad absoluta qué clase de persona es el otro, no lo dicen abiertamente, sino que emplean métodos taimados para preservar su relación amistosa. ¿Por qué querría uno preservar esas relaciones? Se trata de no querer hacer enemigos en esta sociedad, dentro del propio grupo, lo cual significaría someterse a menudo a situaciones peligrosas. Al saber que alguien se convertirá en tu enemigo y te perjudicará después de que le hayas llamado la atención por sus defectos o le hayas hecho daño, y al no desear colocarte en esa situación, empleas el dogma de las filosofías para los asuntos mundanos que dice que ‘Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos’. A la luz de esto, si dos personas mantienen una relación de este tipo, ¿consideran que son verdaderos amigos? (No). No son verdaderos amigos, y mucho menos el confidente del otro. Entonces, ¿de qué tipo de relación se trata exactamente? ¿No es una relación social fundamental? (Sí). En este tipo de relaciones sociales, las personas no pueden expresar sus sentimientos, tener intercambios profundos ni hablar sobre lo que les venga en gana. No pueden decir en voz alta lo que hay en su corazón o los problemas que perciben en el otro, ni tampoco palabras que puedan beneficiar al otro. En cambio, optan por decir cosas agradables para conservar el favor del otro. No se atreven a decir la verdad ni a defender los principios por temor a suscitar la animadversión de los demás hacia ellos. Cuando nadie amenaza a una persona, ¿acaso esta no vive en relativa tranquilidad y paz? ¿No es este el objetivo de las personas que promueven el dicho ‘Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos’? (Así es). Es evidente que se trata de una forma de existencia taimada y engañosa, con un elemento defensivo, cuyo objetivo es la propia preservación. Las personas que viven así no tienen confidentes, ni amigos íntimos a los que puedan decirles lo que quieran. Están a la defensiva unos con otros, se explotan mutuamente y se superan en astucia unos a otros, y cada uno toma de la relación lo que le conviene. ¿No es así? En el fondo, el objetivo de ‘Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos’ es evitar ofender a otros y ganarse así enemigos, protegerse no causando daño a nadie. Se trata de una técnica y un método que uno adopta para evitar ser lastimado” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (8)). “La naturaleza satánica del hombre contiene gran cantidad de filosofías y venenos satánicos. En ocasiones, tú mismo no eres consciente de ellas y no las entiendes, pero vives basándote en estas cosas cada momento de tu vida. Además, piensas que estas cosas son muy correctas y razonables y que no están en absoluto equivocadas. Esto es suficiente para ilustrar que las filosofías de Satanás se han convertido en la naturaleza de las personas, y que estas viven completamente de acuerdo con esas filosofías, pensando que esa manera de vivir es buena y sin ningún sentido de arrepentimiento en absoluto. Por lo tanto, constantemente están revelando su naturaleza satánica y constantemente viven según las filosofías de Satanás. La naturaleza de Satanás es la vida de la humanidad, y es la esencia-naturaleza de esta” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo caminar por la senda de Pedro). Gracias a la exposición de la palabra de Dios, comprendí que la razón por la que no podía evitar ser complaciente era que había sido corrompida muy profundamente por Satanás. Mi corazón estaba lleno de las filosofías y leyes de Satanás, tales como: “Si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos” y “Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”, etcétera. Estas cosas se habían convertido en el estándar según el cual yo actuaba y me comportaba. Bajo las órdenes de estas filosofías satánicas, pensaba que no ofender a la gente con mis palabras y mis acciones, mantener buenas relaciones y cuidar la paz era una forma sabia de comportarme. Así que, aunque vi que Wanda era negligente en su deber, que violaba los principios y que eso ya había afectado el trabajo, no estuve dispuesta a dejarla en evidencia o corregirla. Prefería dejar que el trabajo evangélico sufriera para mantener mis relaciones. Estaba tan atada por las filosofías satánicas que no podía practicar la verdad; ¡no tenía ni una pizca de conciencia ni razón! Vi que la palabra de Dios dice: “Es evidente que se trata de una forma de existencia taimada y engañosa, con un elemento defensivo, cuyo objetivo es la propia preservación” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (8)). Quedé muy conmovida. Las palabras de Dios dieron en el clavo y expusieron mis intenciones vulgares cuando vivía según las filosofías satánicas. Antes, pensaba con arrogancia que la razón por la que no corregía a mi hermana era porque temía que ella se sintiera limitada. Pero, en realidad, esto solo era una excusa para no practicar la verdad. Temía que, si la corregía demasiado a menudo, ella se ofendería y pensaría que yo era una persona arrogante que disfruta de buscar problemas y que no puede tratar a los demás de forma justa. Para darle una buena impresión a mi hermana, ignoré sus problemas y no le compartí la verdad ni la puse al descubierto para ayudarla. En realidad, ahora que lo pienso, señalar y exponer los problemas de los hermanos y hermanas cuando los detecto es ayudarlos. Eso es tener un sentido de la rectitud y responsabilidad por su vida y por la obra de la iglesia; no es revelar un carácter arrogante ni tratar de hacerlos pasar un mal rato. Sin embargo, distorsionadamente, yo pensaba que señalar y exponer los problemas de otros era signo de arrogancia y trataba a esta práctica positiva como si fuera una revelación de corrupción. Era realmente incapaz de distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal y ¡era tan absurda! Solo entonces me di cuenta de que yo no era sincera en mis interacciones con los demás, sino que era todo apariencias falsas y trucos. ¡Había sido muy escurridiza y falsa! Pensé que cuando Wanda y yo empezamos a ser compañeras en nuestros deberes, no practiqué la verdad como debería haber hecho y no cumplí bien la responsabilidad que se suponía que debía cumplir. Ahora la habían destituido y yo sentía remordimientos. Había experimentado que vivir según las filosofías satánicas realmente lastima a los demás y me lastima a mí misma, además de hacer que mi vida sea vulgar y sórdida. Ya no quería vivir de acuerdo a estas filosofías. Quería buscar la verdad y cumplir bien mi deber.
Después, vi que la palabra de Dios dice: “Sé una persona honesta, o para ir un poco más al detalle: sé una persona sencilla y abierta, que no encubre nada, que no miente, que no tiene pelos en la lengua, y sé una persona directa que tiene sentido de la justicia, que puede hablar con la verdad. Las personas deben lograr esto primero. […] Dios detesta sobre todo a las personas taimadas. Si quieres liberarte de la influencia de Satanás y alcanzar la salvación, entonces debes aceptar la verdad. Primero debes empezar por convertirte en una persona honesta. Sé franco, di la verdad, no te dejes limitar por tus sentimientos, despójate de tus simulaciones y artimañas, y habla y trata los asuntos con principios: esta es una manera fácil y feliz de vivir, y podrás vivir ante Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo al practicar la verdad es posible despojarse de las cadenas de un carácter corrupto). “Mi reino necesita a los que son honestos; a los que no son hipócritas o falsos. ¿Acaso las personas sinceras y honestas no son impopulares en el mundo? Yo soy justo lo opuesto. Es aceptable que las personas honestas vengan a Mí; me deleito en esta clase de personas, y también necesito a esta clase de personas. Esto es precisamente Mi justicia” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 33). Las palabras de Dios me hicieron entender que a Dios le agrada la gente honesta que es pura y recta, que puede ser directa y que no es falsa en su discurso y en sus acciones. Solo la gente honesta es digna de entrar en el reino de Dios. Esto fue decidido por el carácter justo de Dios. Piensa que en el mundo de los incrédulos toda interacción es performativa. Frente a otros, solo se dicen palabras amables de adulación, sin una sola palabra de honestidad. Al enfrentar cosas malvadas que están en contra de la conciencia y la ética, la mayoría de las personas eligen protegerse a sí mismas y creen que lo mejor es evitar agitar las aguas. No se animan a pronunciar ni una palabra sincera o justa. Son especialmente hipócritas y traicioneras, no tienen integridad ni temple. Pero cuando yo interactuaba con los hermanos y hermanas, también acataba estas filosofías satánicas. Cuando veía un problema, no lo exponía ni ayudaba, solo protegía mis relaciones con los demás. Vivir así es muy escurridizo y falso. Desagrada a Dios y Él lo odia. En este punto, pensé que Dios es santo y tiene una esencia fiel. Dios encarnado interactúa con la gente de una manera real. Él expresa la verdad, juzga y expone a la gente todo el tiempo y en todos lados, según el carácter corrupto que revelan y sus nociones de Dios. En particular, las palabras de juicio y exposición de Dios hablan directamente a la raíz y esencia de nuestra corrupción. Aunque Sus palabras son severas y duras, todas son para que nos conozcamos, nos arrepintamos y cambiemos. Las palabras de Dios son incondicionales e inequívocas. Todas son palabras desde el corazón. Dios tiene un corazón especialmente honesto y confiable hacia la gente. Si Dios no nos lo señalara y especificara, si Él no expusiera la verdad de cuán profundamente Satanás corrompió a los humanos, nunca nos conoceríamos. En cambio, viviríamos según nuestras propias imaginaciones, creyendo que somos buenos. Nuestro carácter corrupto nunca se transformaría y nunca alcanzaríamos la salvación. Dios espera que podamos reconocer la verdad de nuestra corrupción a través de Sus palabras de juicio y exposición, y que podamos arrepentirnos ante Dios, vivir según Sus palabras y buscar ser personas honestas. Este es el amor de Dios hacia la gente. Tras considerar esto, tuve una gran sensación de aliento. Decidí que estaba dispuesta a cumplir las exigencias de Dios y ser una persona pura, recta y honesta.
Una vez, nuestra líder, la hermana Belinda, hablaba del trabajo con nosotros. Me di cuenta de que había una desviación en el trabajo que ella había asignado y quise señalársela. Pero luego pensé: “Esta hermana es la líder. Si le señalo un descuido o una desviación en su deber, ¿se avergonzará? Si piensa que intento complicarle las cosas e intenta vengarse después, ¿qué pasará? Olvídalo, no debería decir nada. Todos cometen errores”. En este punto comprendí que mi visión complaciente asomaba otra vez. Por eso, oré a Dios para que me guiara para practicar según los principios-verdad. Después, leí la palabra de Dios que dice: “Si tienes las motivaciones y la perspectiva de una ‘complaciente’, entonces, en todos los asuntos, serás incapaz de practicar la verdad y acatar los principios, y fracasarás y caerás siempre. Si no despiertas y no buscas nunca la verdad, entonces eres un incrédulo, y nunca obtendrás la verdad y vida. Así pues, ¿qué deberías hacer? Cuando te enfrentes con esas cosas, debes orar a Dios y llamarle, suplicando salvación y pidiéndole que te otorgue más fe y fuerza, y te permita acatar los principios, hacer lo que debas hacer, manejar las cosas de acuerdo con los principios, mantenerte firme en la posición que debes defender, proteger los intereses de la casa de Dios y evitar que entre algo perjudicial en la obra de la casa de Dios. Si puedes rebelarte contra tus propios intereses, tu orgullo y tu punto de vista de complaciente y si haces lo que debes hacer con un corazón honesto e íntegro, entonces habrás derrotado a Satanás y habrás ganado este aspecto de la verdad. Si siempre continúas viviendo según la filosofía de Satanás, proteges tus relaciones con los demás, nunca practicas la verdad y no te atreves a acatar los principios, ¿podrás entonces practicar la verdad en otros asuntos? Seguirás sin tener fe ni fuerza. Si nunca eres capaz de buscar o aceptar la verdad, entonces ¿esa fe en Dios te permitirá obtener la verdad? (No). Y si no puedes obtener la verdad, ¿puedes ser salvado? No puedes. Si siempre vives según la filosofía de Satanás, totalmente desprovisto de la realidad-verdad, entonces nunca podrás ser salvado. Debe quedarte claro que obtener la verdad es una condición indispensable para la salvación. ¿Cómo, entonces, puedes obtener la verdad? Si eres capaz de practicar la verdad, si puedes vivir según ella, y si esta se convierte en la base de tu vida, entonces obtendrás la verdad y tendrás vida, y así serás uno de los que se salven” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras leer las palabras de Dios vi que, si la gente vive según las filosofías satánicas y siempre es complaciente, nunca obtendrá la verdad y, al final, nunca alcanzará la salvación. Al mismo tiempo comprendí que, si queremos corregir el problema de ser complacientes, debemos orar mucho y ampararnos en Dios, pedirle fuerza, ser capaces de rebelarnos contra la carne, abandonar los intereses personales y tener en consideración la obra de la iglesia. Al practicar así a menudo, de a poco podemos superar las limitaciones de nuestro carácter corrupto. Si nunca podemos practicar la verdad y no somos devotos en nuestro deber, al final, seremos revelados y descartados. Al pensar esto, tuve el valor y la motivación para practicar la verdad. No podía seguir siendo complaciente, sin conciencia ni humanidad. Por eso, le mencioné el asunto a Belinda. Tras decírselo, sentí un gran alivio. Después, en una reunión, Belinda habló sobre su reflexión y sobre lo que ganó tras haber sido corregida. Oír sobre su entendimiento vivencial me conmovió mucho, ¡y probé la dulzura de practicar la verdad! Esta experiencia aumentó mi fe en practicar la verdad. Después, cuando enfrenté situaciones similares, aunque a menudo todavía revelaba las ideas de alguien complaciente, experimentaba menos dolor y lucha que antes. Podía rebelarme contra mí misma conscientemente y practicar la verdad. Al practicar así la verdad, mi corazón sentía mucho alivio y paz. Las palabras de Dios lograron este efecto. ¡Gracias a Dios!