89. Reflexiones de una lucha contra la enfermedad

Por Chen Jie, China

Desde que acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, siempre me ha apasionado predicar el evangelio y cumplir con mi deber, llueva o truene, sin demora. Más adelante, me eligieron líder de la iglesia y cuando veía que los hermanos y hermanas tenían problemas o dificultades, los ayudaba en todo lo posible a resolverlos. Tras hacerme cargo del trabajo de video, hacía horas extra, supervisaba y guiaba las tareas. Cuando el progreso era lento o había desviaciones, enseguida compartía y lo resolvía. Al cabo de un tiempo, vi que las habilidades de los hermanos y hermanas habían mejorado y que el trabajo de video mostraba progresos. Estaba muy contento y pensaba: “Mientras siga soportando adversidades, pague un precio y obtenga resultados en mi deber, seguro que recibiré la aprobación de Dios en el futuro y tendré grandes esperanzas de salvación”. Pero un día, cuando estaba del todo comprometido con mi deber, empecé a sentirme muy cansado y sin apetito, aunque no le presté atención; pensaba que se debería a que por entonces no descansaba lo suficiente y supuse que no sería nada grave. Sin embargo, mi apetito seguía disminuyendo y tenía el rostro demacrado. El hermano Guan Ming, que colaboraba conmigo, me aconsejó que fuera al hospital a hacerme un chequeo. Para mi sorpresa, el médico dijo que padecía hepatitis B y que tenía un bultito en el hígado, y que, si seguía empeorando, podría derivar en un cáncer de hígado. Me empezó a dar vueltas la cabeza. “¡No puede ser! Cumplo con mi deber, ¿cómo me he puesto tan enfermo? Esta enfermedad no se cura fácilmente…”. Me sentía como si una piedra me oprimiera el pecho, y tenía el corazón lleno de dolor y debilidad. Pensaba en cómo, a lo largo de los años, renuncié a mi familia y mi carrera, soporté sufrimiento y me esforcé. No había traicionado a Dios ni siquiera cuando el Partido Comunista me acosaba y me perseguía. Entonces, ¿por qué Dios no me había protegido? En mi sufrimiento, recordé un himno de las palabras de Dios: “Cuando la enfermedad llega, esto es el amor de Dios, y ciertamente alberga dentro Su buena intención. Aunque tu cuerpo padezca un poco de sufrimiento, no albergues las ideas de Satanás. Alaba a Dios en medio de la enfermedad y disfruta a Dios en medio de tu alabanza. No flaquees ante la enfermedad, sigue buscando una y otra vez y nunca te rindas, y Dios te iluminará y te esclarecerá(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Las palabras de Dios trajeron cierta paz a mi corazón. Sí, que esta enfermedad empeorara o no estaba en manos de Dios, y aunque en ese momento no comprendía Sus intenciones, no podía quejarme de Él. Tenía que buscar Sus intenciones, persistir en mi deber y mantenerme firme en mi testimonio. Pensando en esto, me sentí un poco mejor.

De ahí en adelante, considerando lo ajetreado del trabajo de video, a los líderes les preocupaba que mi cuerpo no lograra aguantarlo, así que dispusieron que el hermano Li Cheng y yo cooperáramos en la predicación del evangelio. Mientras recibía tratamiento, perseveraba en el cumplimiento de mi deber, y cada vez que encontrábamos dificultades en nuestra labor, compartíamos y buscábamos las verdades pertinentes para resolverlas. Aunque soporté adversidades físicas y pagué algún precio, ver que cada vez más personas aceptaban la obra de Dios de los últimos días me hizo muy feliz y pensé: “Mientras persista en mi deber y sufra más adversidades y pague un mayor precio, quizá Dios me proteja y mi estado mejore”. Pero al cabo de un tiempo, noté que mi estado empeoraba. Me sentía cansado todos los días, débil en todos los aspectos, y perdí el apetito aún más, así que fui a hacerme otro chequeo. El médico dijo que la hepatitis B se había agravado, y que me tenía que internar para recibir tratamiento de inmediato; de lo contrario, seguiría avanzando y sería más difícil de tratar. Como el Partido Comunista me estaba buscando, la hospitalización revelaría mi identidad y me pondría en peligro, así que tuve que confiar en la medicación y el tratamiento intravenoso, pero mi estado seguía sin mejorar demasiado. Con el tiempo, me debilité bastante y pensé: “Esta hepatitis B ya se ha recrudecido varias veces; si se agrava más y deriva en cirrosis o cáncer de hígado, mi vida podría correr peligro en cualquier momento. Si muriera por esto, ¿aún podría ser salvado? Mi vida de fe en Dios no puede terminar así, ¿verdad?”. Ante este pensamiento, me sentí débil y sin fuerzas en todos los aspectos, y en mi interior brotaron de golpe la perplejidad y la queja: “Desde que soy creyente, me he dedicado con entusiasmo a mi deber y la predicación del evangelio. Con viento o lluvia, calor abrasador o frío cortante, y a pesar de que el Partido Comunista me acosaba y me perseguía, y no podía regresar a casa, jamás he demorado mi deber. Incluso durante estos años de enfermedad, he perseverado en mi deber todo el tiempo, sin tirar nunca la toalla, y aunque no haya conseguido méritos, he sufrido y me he esforzado. ¿Por qué mi enfermedad no solo no ha mejorado, sino que, de hecho, ha empeorado?”. Veía a los hermanos y hermanas con buena salud que cumplían activamente con sus deberes, mientras yo padecía una grave enfermedad. Cuanto más pensaba en ello, mayor sensación de agravio me embargaba; apenas conteniendo las lágrimas, volví a la casa de acogida. Me sentía muy dolido y negativo, sin motivación para cumplir con mi deber. En ese momento, el hermano Li Cheng me recordó: “Ante la enfermedad, debemos buscar las intenciones de Dios y no malinterpretarlo ni quejarnos de Él”. Las palabras del hermano Li Cheng me ayudaron a calmarme. Todo lo que sucede Dios lo permite, y yo tenía que empezar por someterme para buscar la verdad y reflexionar sobre mí mismo. Así que oré a Dios y busqué, con la esperanza de que me condujera a comprender Sus intenciones.

Más adelante, leí algunas palabras de Dios: “Algunas personas consideran que creer en Dios debería traer paz y alegría, y que si enfrentan dificultades, solo necesitan orarle, y Él las escuchará, les otorgará gracia y bendiciones, y garantizará que todo transcurra de manera tranquila y sin contratiempos. Al creer en Dios, su propósito es buscar gracia, obtener bendiciones y disfrutar de la paz y la felicidad. Debido a estos puntos de vista, abandonan a sus familias o dejan sus trabajos para entregarse por Él y son capaces de soportar sufrimientos y de pagar un precio. Creen que, en tanto renuncien a algo, se esfuercen por Él, atraviesen penurias y trabajen arduamente a la vez que muestran un comportamiento excepcional, obtendrán las bendiciones y el favor de Dios, y que sin importar las dificultades que enfrenten, si oran, Él las resolverá y les abrirá una senda para todo. Esta es la opinión que sostiene la mayoría de los creyentes y la gente la considera legítima y correcta. La capacidad de muchas personas para mantener su fe en Dios durante años sin abandonar dicha fe está relacionada de manera directa con esta opinión. Piensan: ‘Me he esforzado mucho por Dios, me he comportado de manera muy satisfactoria, no he cometido ninguna acción malvada y, seguramente, Dios me bendecirá. Dado que he sufrido en gran medida y he pagado un precio muy alto por cada tarea, mis actos se correspondieron con las palabras y las exigencias de Dios y no he cometido ningún error, Dios debería bendecirme. Él debería procurar que nada me salga mal, que a menudo tenga paz y alegría en mi corazón y disfrute de Su presencia’. ¿No es esta una noción y una figuración humana? Desde una óptica humana, las personas disfrutan de la gracia de Dios y reciben beneficios y, de esta manera, tiene sentido que deban, hasta cierto punto, sufrir por ello, y vale la pena intercambiar tal dolor por las bendiciones de Dios. Esta mentalidad constituye hacer tratos con Dios. Sin embargo, desde la perspectiva de la verdad y el enfoque de Dios, esto no se ajusta en esencia a los principios de Su obra ni a los estándares que Él les exige a las personas. Es una manera de pensar completamente ilusoria, una noción y una figuración acerca de la fe en Dios puramente humanas. Ya sea que suponga hacer tratos o exigirle cosas a Dios o albergue nociones y figuraciones humanas, en cualquier caso nada de esto se ajusta a Sus exigencias ni cumple con Sus principios y criterios para bendecir a las personas. Esta forma de pensar y este enfoque transaccional en particular ofenden el carácter de Dios. Así y todo, la gente no se da cuenta. Cuando lo que Dios hace no se corresponde con las nociones de las personas, en sus corazones rápidamente surgen quejas y malentendidos sobre Él. Incluso se sienten agraviadas, quieren razonar con Dios y puede que hasta lo juzguen y lo condenen. […] Cuando Dios dispone un entorno para las personas que contradice por completo sus nociones y figuraciones, las personas forman nociones, juicios y condenas contra Dios en sus corazones, e incluso pueden negarlo. ¿Puede Dios entonces satisfacer sus necesidades? En absoluto. Dios jamás cambiará Su manera de obrar ni Sus deseos para ajustarlos a las nociones humanas. ¿Quién necesita cambiar entonces? Las personas. En lugar de comparar lo que Dios hace con sus nociones a fin de determinar si es correcto, son ellas las que deben desprenderse de sus nociones, aceptar, someterse y experimentar los entornos que Él dispone, y buscar la verdad para resolver sus propias nociones. Cuando las personas insisten en aferrarse a sus nociones, naturalmente, desarrollan cierta resistencia hacia Dios. ¿En qué radica esa resistencia? En el hecho de que lo que la gente alberga frecuentemente en sus corazones son, sin duda, nociones y figuraciones y no la verdad. Por lo tanto, cuando se enfrentan a que la obra de Dios no se corresponde con las nociones humanas, son capaces de desafiar a Dios y hacer juicios en su contra(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (16)). “Para ellas, no hay meta más legítima que creer en Dios para obtener bendiciones; es la esencia del valor de su fe. Si algo no contribuye a este objetivo, no las conmueve en absoluto. Esto es lo que ocurre con la mayoría de las personas que creen en Dios actualmente. Su objetivo y su intención parecen legítimos porque, al mismo tiempo que creen en Dios, también se esfuerzan por Él, se dedican a Él, y cumplen su deber. Entregan su juventud, renuncian a su familia y su profesión e, incluso, pasan años ocupados lejos de casa. En aras de su meta máxima, cambian sus intereses, su perspectiva de la vida e, incluso, la dirección que siguen, pero no pueden cambiar el objetivo de su creencia en Dios. […] Aparte de los beneficios tan estrechamente asociados con ellos, ¿podría existir alguna otra razón para que las personas, que nunca entienden a Dios, den tanto por Él? En esto descubrimos un problema no identificado previamente: la relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es la relación entre un empleado y un empleador. El primero solo trabaja duro para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación basada en los intereses no hay afecto, solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño y una indignación reprimida e inútil. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Las palabras de juicio de Dios expusieron con gran detalle las intenciones y opiniones erróneas que subyacían en mi fe en Él, y me dejaron con un sentimiento de humillación y vergüenza. Siempre había creído que si pagaba un mayor precio y me gastaba más, lograría recibir la protección y las bendiciones de Dios, y aumentarían mis esperanzas de salvación. Cuando de pronto me diagnosticaron hepatitis B, en mi corazón surgieron quejas contra Dios, pensando que había sufrido y me había gastado para Él todos estos años, y que Dios no debería haber permitido que me aquejara una enfermedad tan grave. Aunque al final me había sometido, seguía pensando que mientras perseverara en mi deber y soportara más sufrimiento y pagara un mayor precio, quizá Dios me protegería y mi estado mejoraría. Pero cuando mi enfermedad se agravó y llegué a enfrentarme a la posibilidad del cáncer y la muerte, pensé que mi deseo de bendiciones se había hecho añicos. Así que me volví negativo y desarrollé malentendidos; en mi corazón discutía con Dios, creyendo que, aunque no tenía méritos, había sufrido y me había esforzado, y que Dios no debía tratarme así; incluso me había quejado de Dios por no protegerme. Ante la revelación de los hechos, vi que mis esfuerzos y entrega estaban impulsados por una intención despreciable, en el sentido de que había querido usar mi trabajo duro, mis sacrificios y mi entrega como capital a cambio de un buen futuro y destino, lo que era hacer una transacción con Dios. En el momento en que no recibí bendiciones, malinterpreté a Dios y me quejé. Lo que estaba revelando era todo mi carácter satánico. Dios es el Creador, y da igual cómo Él orqueste y arregle las cosas, no tengo razón para exigirle nada y debería someterme a Sus arreglos. Pero yo en todo momento había querido que Dios actuara de acuerdo a mis nociones, y cuando las cosas no se ajustaban a mis nociones, discutía con Él. Había disfrutado libremente de tanto riego y sustento de las palabras de Dios, y sin embargo, no había correspondido a Su amor, sino que hasta lo había malinterpretado y me había quejado de Él. ¿Cómo podía ser yo un verdadero creyente en Dios?

Más adelante, leí otro pasaje de las palabras de Dios y gané cierta comprensión de la causa de mi transacción con Él. Dios Todopoderoso dice: “Todos los humanos corruptos viven para sí mismos. Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda; este es el resumen de la naturaleza humana. La gente cree en Dios para sí misma; cuando abandona las cosas y se esfuerza por Dios, lo hace para recibir bendiciones, y cuando es leal a Él, lo hace también por la recompensa. En resumen, todo lo hace con el propósito de recibir bendiciones y recompensas y de entrar en el reino de los cielos. En la sociedad, la gente trabaja en su propio beneficio, y en la casa de Dios cumple con un deber para recibir bendiciones. La gente lo abandona todo y puede soportar mucho sufrimiento para obtener bendiciones. No existe mejor prueba de la naturaleza satánica del hombre(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). De la exposición de las palabras de Dios, comprendí que como las opiniones satánicas de “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda” y “No muevas un dedo si no hay recompensa” habían arraigado en mi corazón y se habían vuelto la base de mi existencia, todo lo que había hecho era en mi propio beneficio. Y hasta mis sacrificios y mi entrega habían sido para ganar bendiciones y protegerme de la muerte cuando golpeara el desastre. A lo largo de los años de cumplimiento del deber, no importaba cuántas adversidades físicas soportara ni qué precio tuviera que pagar, mientras creyera que me beneficiaba en términos de bendiciones y salvación, estaba dispuesto a soportar cualquier cantidad de sufrimiento. Pero a medida que mi enfermedad se agravaba y el deseo de bendiciones se hacía añicos, había perdido la motivación para cumplir con mi deber y en mi corazón había llegado a discutir con Dios y quejarme de Él. En todas mis acciones había antepuesto el beneficio personal, trataba mi deber como moneda de cambio para ganar recompensas y bendiciones y pensaba que estaba totalmente justificado. Al vivir según estos venenos satánicos, había perdido la conciencia y la razón y me había quejado y rebelado contra Dios. Si no me arrepentía, tarde o temprano Él me desdeñaría y descartaría. Este pensamiento me hizo sentir miedo y pesar. Alguien tan egoísta y despreciable como había sido yo, con un carácter inalterable, aún albergaba ilusas esperanzas de bendiciones. ¡Qué desvergüenza! El carácter de Dios es justo y santo. Da igual cuánto trabajo haga uno, o cuántas adversidades sufra, o qué precio pague, si no hay un cambio en el carácter, todo es en vano. Dios no hará excepciones para llevarnos a Su reino solo porque hayamos sufrido más adversidades. Dios dice: “Debes saber qué tipo de personas deseo; los impuros no tienen permitido entrar en el reino, ni mancillar el suelo santo. Aunque puedes haber realizado muchas obras y obrado durante muchos años, si al final sigues siendo deplorablemente inmundo, entonces ¡será intolerable para la ley del Cielo que desees entrar en Mi reino! Desde la fundación del mundo hasta hoy, nunca he ofrecido acceso fácil a Mi reino a cualquiera que se gana Mi favor. Esta es una norma celestial ¡y nadie puede quebrantarla! Debes buscar la vida. Hoy, las personas que serán perfeccionadas son del mismo tipo que Pedro; son las que buscan cambios en su carácter y están dispuestas a dar testimonio de Dios y a cumplir con su deber como seres creados. Solo las personas así serán perfeccionadas. Si solo esperas recompensas y no buscas cambiar tu propio carácter-vida, entonces todos tus esfuerzos serán en vano. ¡Y esta verdad es inalterable!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). Dios no mide a las personas por su sufrimiento o su entrega aparentes, sino por la senda que toman, si han ganado la verdad, y si su carácter corrupto ha cambiado. Aunque yo era creyente desde hacía muchos años, solo me centraba en trabajar y servir como mano de obra, y no persiguía la verdad, mi carácter corrupto no había cambiado, y aún trataba de negociar con Dios para ganar bendiciones. ¿Cómo podría alguien tan egoísta y despreciable como yo ser digno de la salvación? Pensé en Pablo. Predicó el evangelio, hizo mucho trabajo y sufrió enormemente, pero ni su sufrimiento ni su labor fueron para practicar las palabras de Dios, ni para cumplir con el deber de un ser creado, sino para ganar bendiciones y una corona. Tal como dijo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Se refería a que si Dios no le daba una corona o recompensas, eso significaba que Dios era injusto. Le exigía descaradamente a Dios una corona, lo que era un intento de coaccionarlo. Aunque Pablo sirvió como mano de obra, sufrió y se gastó, no persiguió la verdad, solo buscó bendiciones, y caminó por una senda de resistencia a Dios. A la larga, Dios lo castigó. Si yo continuaba por la senda de Pablo, al final también acabaría descartado por Dios. No podía seguir exigiéndole ni pidiéndole nada a Dios, ni viviendo de forma egoísta y despreciable para mí mismo. Al margen de cómo evolucionara mi enfermedad, estuve dispuesto a someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios.

Más adelante, leí un pasaje de las palabras de Dios que me procuró una senda. Dios dice: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Recibir bendiciones se refiere a cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere a cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a actuar por temor a sufrir desgracias. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). De las palabras de Dios, comprendí que cumplir con el deber no guarda relación con ganar bendiciones o sufrir desgracias. Dios me dio la vida y todo lo que tengo, y lo natural y correcto es gastarme para Él como creyente. Esta es la responsabilidad y el deber que una persona debe cumplir, y es lo que una persona con un poco de conciencia y razón debe hacer. No debo usar mi esfuerzo como moneda de cambio para exigir bendiciones de Dios, ni debo quejarme de Él por mi grave enfermedad. Al igual que Job, al margen de si Dios le concedió cosas o le privó de ellas, aun cuando lo perdió todo y sufrió por las llagas, no se quejó de Dios ni le pidió que mitigara su sufrimiento, sino que alabó el nombre de Dios y se mantuvo firme en su testimonio para Él. Al reflexionar sobre la experiencia de Job, encontré una senda de práctica. No importaba cuánto durara mi enfermedad ni su gravedad, aunque mi vida corriera peligro, debía someterme a Dios y mantenerme firme en mi testimonio para Él. Esta es la conciencia y la razón que debo tener. Más adelante, cada vez que pensaba en ganar bendiciones, oraba a Dios para rebelarme contra esos deseos, y me concentraba en experimentar las palabras de Dios y practicar la verdad cada día, y de ese modo, mi corazón se tranquilizó mucho más.

Más adelante, gracias a los medicamentos, mi estado mejoró poco a poco, y me sentí muy feliz. Pero al cabo de un tiempo volví a sentirme fatigado y débil, así que fui al hospital para que me examinaran. El médico me dijo que el nivel del virus de la hepatitis B en mi organismo había aumentado a más de 100 millones, y que otros indicadores de la función hepática también eran altos. Dijo que si seguía esta evolución, podría ser problemático. Al oír esto, me sentí un poco nervioso y preocupado, y pensé: “He sufrido varias recaídas de esta enfermedad; ¿podría realmente desarrollar un cáncer? ¿Me curaré alguna vez de esta enfermedad?”. Estos pensamientos me deprimieron un poco. Entonces me di cuenta de que mi estado no era el correcto, así que oré a Dios. Leí un pasaje de las palabras de Dios: “Como crees en Dios y lo sigues, debes ofrecerle todo a Él y no hacer elecciones o exigencias personales; debes lograr satisfacer las intenciones de Dios. Como fuiste creado, debes someterte al Señor que te creó, porque inherentemente no tienes dominio sobre ti mismo ni capacidad para controlar tu propio porvenir. […] Como ser creado, el hombre debe procurar cumplir con el deber de un ser creado y buscar amar a Dios sin hacer otras elecciones, porque Dios es digno del amor del hombre. Quienes buscan amar a Dios no deben buscar ningún beneficio personal ni aquello que anhelan personalmente; esta es la forma más correcta de búsqueda(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). De las palabras de Dios, comprendí Sus intenciones, y me di cuenta de que la vida y la muerte están en Sus manos. Ya no podía hacerle demandas irrazonables a Dios, y no importaba si mi enfermedad se agravaba, aunque ello significara morir o no obtener un destino o resultado final, seguiría sometiéndome a las orquestaciones y arreglos de Dios. Con ello en mente, ya no me sentí constreñido por el estado de mi enfermedad, seguí haciendo mi deber como de costumbre, y me sentí bastante liberado. Más adelante, me traté con medicina tradicional china y sentí que mi estado mejoraba poco a poco. Tras la última revisión, varios indicadores de la función hepática prácticamente habían vuelto a la normalidad.

Por la experiencia de ser revelado por esta enfermedad, aunque sufrí un poco, estoy muy agradecido a Dios. Sin este entorno, no me habría conocido a mí mismo y habría seguido pensando que me gastaba sinceramente para Dios. Pero ahora veo claramente lo erróneo de buscar bendiciones a través de la fe en Dios, y gané cierta comprensión de mi carácter satánico egoísta, despreciable y con afán de lucro. Estas son las ganancias que obtuve al enfrentarme a esta enfermedad.

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