Los cambios de deber me dejaron en evidencia

16 Abr 2023

Por Mu Zhen, Estados Unidos

Hacía videos en la iglesia, pero como no había mucho que hacer, el líder me trasladó a regar a nuevos fieles. Luego me trasladaron de vuelta por necesidades del trabajo. Inesperadamente, meses después, disminuyó el trabajo y volví al riego. Luego me trasladaron de vuelta una vez más, y una hermana me dijo: “¡Te tienen de aquí para allá!”. Entonces no le di importancia, pero, menos de un mes después, el trabajo de video menguó de nuevo y no pude evitar comenzar a preocuparme de que enseguida no nos haría falta tanta gente y a mí me devolverían al riego de nuevos fieles. Se me hacía un nudo en la garganta al pensarlo. ¿Por qué era tan inútil? En cuanto había algo menos de trabajo y hacía falta menos gente, era yo a la que trasladaban. ¡Era prescindible en el equipo! Si, en efecto, volvían a trasladarme, ¿qué opinarían los otros de mí? ¿Se preguntarían por qué siempre me cambiaban a mí, y no a otra gente? Creerían que porque no servía para nada y no tenía un cargo importante. Me inquietaban mucho estas ideas y no quería afrontar esa situación.

Después pasaron cosas que me llevaron a un estado aún peor. Una vez estábamos debatiendo unos problemas en un video y todo el mundo intervenía con su opinión; era un debate dinámico. Sin embargo, yo no tenía buenas ideas ni nada que decir, ni siquiera tras pensarlo mucho. Confusa, me quedé callada. Todos estaban colaborando, pero yo no aportaba nada. Me sentía como si no existiera. Estaba pensando que tenía que decir algo. Tenía que compartir algo perspicaz para que no me ignoraran. Me devané mucho los sesos y finalmente logré expresar una idea, pero nadie estuvo de acuerdo. Me sentí abochornada. ¡Qué vergüenza! ¿Qué opinarían de mí? Como llevaba ocho meses sin hacer trabajos en video, mis competencias profesionales y mi comprensión de los principios estaban peor que cuando me marché del equipo. Me había descolgado mucho de los demás. Hay que estudiar siempre para mejorar ese tipo de competencias, y los demás habían trabajado en los videos todo el tiempo. Su comprensión de las destrezas y los principios no había dejado de mejorar, mientras que yo había pasado un tiempo aquí y un tiempo allá. No había practicado mucho tiempo en ningún sitio, así que no era especialmente hábil en ningún campo. En cuanto había menos trabajo, yo era la primera en salir. Estaban bien tanto conmigo como sin mí. Por el volumen de trabajo, creía que el supervisor podría regresarme en cualquier momento al riego de los nuevos. Esa idea me inquietaba mucho, y no pude evitar llorar. Me pregunté: “¿Por qué me pasa siempre esto?”. Algunos del equipo tenían competencias profesionales, otros eran hábiles, otros más tenían experiencia y llevaban un tiempo en este deber, otros eran muy eficientes… Todos destacaban de uno u otro modo, pero yo no tenía tanta aptitud como ellos, no era tan hábil y siempre iba un paso por detrás de ellos. Cuando se aligeraba el trabajo y hacía falta menos gente, naturalmente, era a mí a quien quitaban. Si tuviera su aptitud y sus competencias profesionales, no me trasladarían todo el tiempo, pero, por desgracia, no las tenía. ¿Por qué no era tan hábil como los demás? Cuanto más pensaba de esta forma, más triste me sentía, y empecé a malinterpretar a Dios.

Luego, aunque estuviera cumpliendo mi deber, no me sentía motivada. Seguía la rutina establecida en todo y me conformaba con lo que terminara. No pensaba en trabajar más eficientemente para lograr más cosas. No hacía lo posible por resolver los problemas que me encontraba. Al no saber cuánto estaría en el equipo, dejaba estar las cosas. En esa época estaba muy nerviosa cada vez que venía a hablarme el líder del equipo, pues creía que igual iba a comentarme un reajuste de mi deber. Se me aceleraba el corazón hasta saber que era una conversación normal de trabajo. Esto ocurría una y otra vez, lo que hacía que cada día fuera agotador. Dormía lo suficiente, pero no paraba de dar cabezadas en mis devociones, y no aprendía nada de las palabras de Dios. Consciente de mi estado incorrecto, me apresuré a presentarme ante Dios a orar, buscar y reflexionar sobre mi problema. Después leí un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a comprenderme. Dios Todopoderoso dice: “¿Cuáles son vuestros principios para comportaros? Debéis comportaros conforme a vuestro puesto, buscar el puesto adecuado para vosotros y cumplir el deber que os corresponde; solo alguien así posee razón. A modo de ejemplo, hay personas que dominan ciertas competencias profesionales y captan los principios, y son ellas las que deberían asumir esa responsabilidad y hacer las revisiones finales sobre ese tema; hay personas que pueden brindar ideas y percepciones, inspirando a los demás y ayudándoles a cumplir mejor con su deber, y, luego, deberían ser ellas las que brindasen ideas. Si podéis encontrar el puesto indicado para vosotros y trabajar en armonía con vuestros hermanos y hermanas, estaréis cumpliendo con vuestro deber y os estaréis comportando acorde a vuestro puesto. Si solo sois capaces de brindar unos cuantos pensamientos, pero querríais brindar otras cosas y termináis haciendo un gran esfuerzo, pero seguís sin lograrlo, y, luego, cuando alguien brinda esas otras cosas, os sentís incómodos, no estáis dispuestos a escuchar y tu corazón está acongojado y oprimido y culpáis a Dios y decís que es injusto, entonces eso es ambición. ¿Cuál es el carácter que engendra ambición en una persona? El carácter arrogante engendra ambición. Estos estados pueden, sin duda, surgir en vosotros en cualquier momento, y si no buscáis la verdad para resolverlos y no tenéis entrada en la vida y no podéis cambiar en este sentido, entonces el grado de aptitud y pureza con el que lleváis a cabo vuestros deberes será bajo, y los resultados tampoco serán muy buenos. Esto es no cumplir con vuestro deber de un modo satisfactorio y significa que Dios no ha obtenido gloria de vosotros. Dios ha dado a cada persona diferentes talentos y dones. Algunas personas tienen talentos en dos o tres áreas; algunas tienen talento en un área y, otras, no tienen talento alguno; si podéis abordar estas cuestiones de manera correcta, habréis encontrado un sentido de la razón. Las personas que tienen sentido de la razón sabrán encontrar su puesto, comportarse de acuerdo con este y cumplir bien con su deber. Una persona que jamás puede encontrar su puesto es una persona que siempre tiene ambición. Siempre buscan el estatus y el beneficio. Nunca están satisfechos con lo que tienen. A fin de obtener más beneficios, tratan de tomar todo lo que pueden; siempre aspiran a satisfacer sus deseos extravagantes. Piensan que si tienen dones y su calibre es bueno, deberían disfrutar de más gracia de Dios, y que albergar algunos deseos extravagantes no es un error. ¿Este tipo de persona tiene razón? ¿No es una desvergüenza tener siempre deseos extravagantes? Quien tiene conciencia y razón se da cuenta de que es una desvergüenza. Las personas que entienden la verdad no hacen estas tonterías. Si esperas cumplir con tu deber con lealtad para retribuir el amor de Dios, eso no es un deseo extravagante. Esto se ajusta a la conciencia y a la razón de la humanidad normal. Esto hace feliz a Dios. Si de verdad deseas cumplir bien con tu deber, lo primero que debes hacer es encontrar el puesto adecuado para ti, y luego hacer todo lo posible con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas, y hacerlo lo mejor que puedas. Eso es satisfactorio, y cumplir de esa manera el deber tiene un grado de pureza. Esto es lo que un verdadero ser creado debería hacer(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Las palabras de Dios me enseñaron que me sentía triste porque no se habían cumplido mis alocados deseos. Los otros no me admiraban ni valoraban y yo no era capaz de cambiar mis circunstancias, por lo que malinterpretaba y culpaba a Dios con la sensación de que lo que Él me dio no era suficiente. Me habían cambiado dos veces de deber porque había disminuido el trabajo, y era posible que tuviera que afrontar un tercer traslado menos de un mes después de mi regreso. En esta situación, creía que era la peor del equipo, la prescindible, y que mi existencia no tenía valor alguno. No podía admitir esta realidad y estaba triste. En el debate de trabajo, como no quería parecer demasiado inferior, me devané los sesos e intenté expresar opiniones valiosas y perspicaces, pero echaron por tierra mis sugerencias y me sentí totalmente humillada. Y, al ver lo inferiores que eran mis competencias a las del resto, me quedé mal y disgustada. Pensaba que no era hábil en nada porque no paraban de cambiarme de deber y que allá donde iba era el último eslabón y podían trasladarme en cualquier momento. Me comparaba en secreto con los demás. Para mí, todos tenían puntos fuertes y sobresalían en un área determinada, yo era inferior en todos los sentidos y, además, tenía un gran defecto: ser lenta en todo. Incapaz de afrontar esa realidad, culpaba a Dios por no darme aptitud. Deprimida y agraviada, me faltaba empuje en el deber. Pero, a decir verdad, Dios da a cada cual unos dones, unos puntos fuertes y una aptitud. Nos predestina para distintos deberes; todo está orquestado por Él. Una persona con razonamiento tiene un corazón sumiso. Ocupa un lugar de acuerdo con sus puntos fuertes y se saca partido, pero yo no me sometía en absoluto; no quería ser la menos importante. Quería un hueco en el corazón de los demás, su respeto y admiración, y holgazaneaba cuando no lo lograba. Carecía de toda razón. Dios no me dio una gran aptitud, pero tampoco me exigía mucho. Solo quería que yo encontrara el lugar correcto y que lo diera todo en el deber. Con que hiciera lo que pudiera, bastaba. Pero yo era muy arrogante y carente de razón. No se me daba bien nada y no quería afrontar la realidad. Albergaba alocadas ambiciones de éxito repentino y de ganarme la estima de otra gente. Por ello, gastaba mucha energía, pero nunca lo lograba, y me sentía negativa. Me atormentaba yo sola.

Más tarde me pregunté: ¿Por qué envidiaba siempre los dones y puntos fuertes de otros? ¿Por qué intentaba siempre ganarme un hueco en el corazón de la gente y no quería quedarme atrás? ¿Cuál era la causa profunda de esto? En mi búsqueda encontré estas palabras de Dios: “Para un anticristo, el estatus y el prestigio son su vida y su objetivo durante toda su existencia. En todo lo que hace, lo primero que piensa es: ‘¿Qué pasará con mi estatus? ¿Y con mi prestigio? ¿Me dará prestigio hacer esto? ¿Elevará mi estatus en la mentalidad de la gente?’. Eso es lo primero que piensa, lo cual es prueba fehaciente de que tiene el carácter y la esencia de los anticristos; si no, no considerarían estos problemas. Se puede decir que, para un anticristo, el estatus y el prestigio no son un requisito añadido, y ni mucho menos algo superfluo de lo que podría prescindir. Forman parte de la naturaleza de los anticristos, los llevan en sus huesos, en su sangre, son innatos en ellos. Los anticristos no son indiferentes a la posesión de estatus y prestigio; su actitud no es esa. Entonces, ¿cuál es? El estatus y el prestigio están íntimamente relacionados con su vida diaria, con su estado diario, con aquello por lo que se esfuerzan día tras día. Por eso, para los anticristos el estatus y el prestigio son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, aquello por lo que se esfuercen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un puesto alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejar de lado tales cosas. Estos son el verdadero rostro y la esencia de los anticristos. […] Si les parece que no tienen prestigio ni estatus, que nadie les admira ni les venera ni les sigue, entonces se sienten muy frustrados, creen que no tiene sentido creer en Dios, que no vale de nada, y se dicen: ‘¿Es tal fe en Dios un fracaso? ¿Es inútil?’. A menudo reflexionan sobre esas cosas en sus corazones, sobre cómo pueden hacerse un lugar en la casa de Dios, cómo pueden tener una reputación elevada en la iglesia, con el fin de que la gente los escuche cuando hablan, y los apoyen cuando actúen, y los sigan dondequiera que vayan; con el fin de tener una voz en la iglesia, una reputación, de disfrutar de beneficios y poseer estatus; tales son las cosas en las que de verdad se concentran. Estas son las cosas que buscan esas personas(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Dios revela que los anticristos valoran mucho el prestigio y el estatus. En todo lo que hacen, siempre tienen en cuenta su lugar entre los demás. Hacen del prestigio y del estatus su vida y su objeto de búsqueda. Si no tienen prestigio ni admiración de nadie, se sienten tan deprimidos que pierden todo interés por las cosas. ¿No actuaba yo así? Cuando me trasladaban de aquí para allá, creía haberme convertido en alguien prescindible, marginal, sin estatus, claramente intrascendente, así que me sentía muy molesta. Al debatir asuntos, no tenía ideas valiosas que aportar y nadie aceptaba mis opiniones. Creía ser la peor del equipo, que nadie me respetaba, y me parecía que mi vida no tenía valor alguno. Me volví débil y negativa, y malinterpretaba y culpaba a Dios. Hice del estatus y del prestigio mi vida, y holgazaneaba y me faltaba motivación cuando no los conseguía. Me importaban demasiado estas cosas. Reflexioné sobre por qué iba siempre en pos de ellas: porque era presa de la influencia de venenos satánicos como “llega a la cima”, “el legado de un hombre es el eco de su vida” y “el hombre siempre debería esforzarse por ser mejor que sus contemporáneos”. Me parecía que eran los objetivos vitales más legítimos y que ir en pos de ellos implicaba tener aspiraciones. En la escuela me esforcé mucho. En secundaria y bachillerato era la primera de la clase en casi todos los exámenes. Era muy popular y solían elogiarme mis compañeros y profesores. Para mí, ese tipo de vida era el único que valía la pena. Tras ingresar en la iglesia y asumir un deber, seguí viviendo con esos venenos satánicos y me importaba mucho mi lugar en el corazón de otras personas, así que siempre intentaba presumir de mi valía y conseguir que me admiraran. Aunque no fuera líder de equipo ni supervisora, tenía que ser alguien importante a quien vieran con buenos ojos. Cuando no lo lograba y no se cumplían mis ambiciones, me quejaba de las soberanas disposiciones de Dios y estaba descontenta con ellas. No me atrevía a decir nada, pero en el fondo me oponía a Dios y holgazaneaba en el deber. Vivir con esos venenos satánicos no me acarreaba más que tristeza y sufrimiento, y caí en desgracia con Dios por razonar y negociar con Él, y hasta por dudar de Su justicia y oponerme a Él. A ese paso, ofendería el carácter de Dios y Él me descartaría. Recordé unas palabras de Dios: “La gente debe asegurarse de no tener ambiciones ni sueños vanos, no buscar la fama, la ganancia y el estatus ni destacar entre la multitud. Además, no deben intentar ser una persona con grandeza o sobrehumana, que sea superior entre los hombres y haga que los demás la adoren. Ese es el deseo de la humanidad corrupta, y es la senda de Satanás; Dios no salva a tales personas. Si las personas buscan sin cesar la fama, la ganancia y el estatus y se niegan a arrepentirse, entonces no existe cura para ellas, y solo hay un desenlace posible: ser descartadas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Antes, yo no veía la gravedad de estas consecuencias. Pensaba que no cometía grandes maldades como un anticristo, que no interrumpía la labor de la iglesia y que, a lo sumo, solo me sentía negativa y molesta cuando no me ganaba la admiración ajena, pero luego vi que no era para nada así. A primera vista no parecía haber hecho nada terrible, pero estaba insatisfecha con la situación dispuesta por Dios y siempre me quejaba. En el fondo, me oponía a Dios. ¡Me resistía a Dios! ¿Cómo era posible que Dios salvara a alguien como yo? Me acordé de una hermana con quien había trabajado. Al principio era entusiasta en el deber, y la eligieron líder, pero luego la destituyeron y perdió su prestigio y estatus. Siempre estaba negativa por no poder ganarse la admiración de los demás, y al final renunció a Dios y se marchó. Si la gente siempre se afana por el prestigio y el estatus, cuando no se cumplen sus ambiciones, se vuelve negativa y malinterpreta y culpa a Dios. Lucha contra Dios, o incluso renuncia a Él. En ese punto entendí que mi estado era de peligro. No quería seguir resistiéndome a Dios, sino quitarme las limitaciones del prestigio y el estatus.

En mis devociones leí un par de pasajes de las palabras de Dios. “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande u honorable, ni que hagas un milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios, para que Sus palabras se puedan convertir en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). “Si Dios te hizo necio, entonces tu necedad tiene sentido; si te hizo brillante, entonces tu brillantez tiene sentido. Cualquiera que sea la destreza que Dios te conceda, cualquiera que sean tus puntos fuertes, sea cual sea tu coeficiente intelectual, todo tiene un propósito para Dios. Todas estas cosas fueron predestinadas por Dios. Él ordenó hace mucho tiempo el papel que desempeñas en tu vida, el deber que cumples. Hay personas que se dan cuenta de que otros tienen competencias que ellas no y están insatisfechas. Quieren cambiar las cosas aprendiendo más, viendo más y siendo más aplicados. Pero lo que pueden lograr con su diligencia tiene un límite y no pueden superar a los que tienen dones y experiencia. Por mucho que te esfuerces, es inútil. Dios ha ordenado lo que vas a ser y nadie puede hacer nada por cambiarlo. Debes esforzarte en aquello en lo que seas bueno. Sea cual sea el deber para el que eres apto, ese es el que debes realizar. No trates de meterte a la fuerza en campos ajenos a tus habilidades y no envidies a los demás. Cada uno tiene su función. No pienses que puedes hacerlo todo bien, o que eres más perfecto o mejor que los demás, ni desees reemplazar a otros y jactarte. Ese es un carácter corrupto. Hay quienes piensan que no saben hacer nada bien y que no tienen ninguna habilidad. Si ese es el caso, limítate a ser una persona que escuche y obedezca de manera sensata. Haz lo que puedas y hazlo bien, con todas tus fuerzas. Con eso es suficiente. Dios quedará satisfecho(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Con las palabras de Dios descubrí que Su voluntad no es que lleguemos a ser importantes. Espera que seamos sensatos y actuemos en función de nuestro lugar, que cumplamos con el deber, nos centremos en practicar Sus palabras y seamos seres creados obedientes. Sean cuales sean nuestra aptitud y nuestra capacidad profesional, son fruto de las soberanas disposiciones de Dios. Tenía que aprender a aceptar y someterme, aprovechar todo cuanto Dios me había dado en función de mis fortalezas y hacerlo lo mejor posible. Mis competencias no eran tan buenas como las de los otros, pero no era incapaz de hacer el trabajo. Ya que la iglesia me había dispuesto ese deber, tenía que darlo todo tenazmente y hacer lo que pudiera. Al debatir el trabajo, solo tenía que hablar de cosas que comprendiera. Si no tenía ideas o no conocía los principios, tenía que buscar y hablar con los demás, escuchar sus ideas y aprender de sus puntos fuertes para compensar los míos débiles. Al pensarlo, se me iluminó el corazón, y tuve una senda y un rumbo de práctica. Antes me parecía vergonzoso que me trasladaran. Cuando sucedía, creía que eso demostraba que yo era la peor, así que no sabía abordarlo correctamente. Ahora que lo pienso, era un problema de perspectiva. Dios da a cada cual unos dones, unos puntos fuertes y una aptitud y exige cosas distintas a cada persona. Es verdad que mis competencias no eran muy buenas, por lo que, cuando el equipo no tenía tanto trabajo, la iglesia reajustaba mi deber en función de mis puntos fuertes. Eso se ajustaba a los principios y favorecía la labor de la iglesia. Además, cuando Dios evalúa a alguien, no lo hace solo en función de si sabe hacer bien un trabajo, sino de si busca la verdad, se somete sinceramente a Él y se consagra a su deber. Pensarlo me iluminaba el corazón, y ya no me sentía limitada por los cambios de deber. Aparte, sabía qué debía buscar exactamente. Oré a Dios: “Oh, Dios mío, gracias por Tu esclarecimiento y por ayudarme a comprender Tu voluntad. No sé cuándo podrían trasladarme, pero quiero someterme a lo que dispongas. Sin importar dónde cumpla con el deber, solo quiero darlo todo y satisfacerte. ¡Por favor, guíame!”.

Tras cambiar de actitud, también cambió el estado de mi deber. Siempre pensé que no era como los demás, que era una miembro temporal del equipo que podría irse en cualquier momento. Creía estar en el escalón más bajo y no tenía sentimiento de pertenencia. Malinterpretaba a Dios, me alejé de Él y no lo daba todo en el deber, pero ya no me siento así. Sin importar dónde cumpla con el deber ni durante cuánto tiempo, ahí está la voluntad de Dios, así que debo aprender a someterme. Aunque después tenga que irme, ahora estoy haciendo videos y tengo que esmerarme cada día, además de volcarme en el deber y en toda situación que viva. En el deber suelo orar a Dios para pedirle que me guíe para ser más eficiente. También reflexiono sobre los problemas de mi trabajo, a fin de poder resumirlos y rectificarlos rápidamente. Cuando me topo con principios que no comprendo, hablo con los demás. Me siento a gusto cumpliendo así con mi deber, y me siento más cerca de Dios.

En una reunión leí un pasaje de las palabras de Dios que realmente me llegó al alma. Dios Todopoderoso dice: “¿Qué debe hacer la gente en respuesta a los arreglos y la soberanía de Dios sobre sus destinos? (Someterse a las instrumentaciones y arreglos de Dios). Primero, debes buscar por qué el Creador ha dispuesto para ti esta clase de destino y ambiente, por qué te hace encontrar y experimentar ciertas cosas, y por qué tu destino es como es. A partir de ahí, debes entender tus propias necesidades y la soberanía y los arreglos de Dios. Después de que entiendas y sepas estas cosas, no debes resistirte, tomar tus propias decisiones, rechazar, contradecir o evitar tu destino. Por supuesto, además, tampoco deberías tratar de regatearle a Dios. En vez de eso, has de someterte. ¿Por qué debes someterte? Porque no puedes orquestar tu destino y no tienes soberanía sobre él. Tu destino lo determina Dios. Eres un objeto de la creación y, en lo relativo a tu destino, eres pasivo y no tienes elección. Lo único que debes hacer es someterte. No debes realizar tus propias elecciones respecto a tu destino ni evitarlo, no debes regatearle a Dios y no debes contradecirle o quejarte. Por supuesto, sobre todo no debes decir cosas como: ‘El destino que Dios ha dispuesto para mí es malo. Es terrible y peor que el destino de los demás’, o ‘Mi destino es malo y no me toca disfrutar nada de felicidad o prosperidad. Dios ha dispuesto mal las cosas para mí’. Estas palabras son juicios y, al decirlas, te extralimitas en tu autoridad. No son palabras que deba decir un objeto de la creación y no son puntos de vista o actitudes que debas tener como tal. En su lugar, has de deshacerte de estos falsos entendimientos, definiciones, puntos de vista y comprensiones del destino. Al mismo tiempo, debes ser capaz de adoptar una actitud y una postura correcta para poder someterte a todas las cosas que ocurrirán como parte del destino que Dios ha dispuesto para ti. No debes resistirte, y desde luego no debes deprimirte y quejarte de que el Cielo no es justo, que Dios ha dispuesto mal las cosas para ti y no te ha proporcionado lo mejor. Los objetos de la creación no tienen derecho a elegir su destino. Dios no te concedió esa clase de obligación y no te otorgó ese derecho. Por tanto, no deberías realizar elecciones, razonar con Dios o hacerle peticiones adicionales. Debes adaptarte y enfrentarte a los arreglos de Dios, sean cuales sean. Debes afrontar y tratar de experimentar y apreciar lo que sea que ha dispuesto Dios para ti. Debes someterte por completo a todo lo que debes experimentar por medio de los arreglos de Dios. Debes acatar el destino que Dios ha dispuesto para ti. Aunque algo no te guste, o si sufres por ello, incluso si amenaza y reprime tu orgullo y dignidad, siempre que sea algo que debas experimentar, algo que Dios ha orquestado y dispuesto para ti, debes someterte a ello y no puedes hacer nada al respecto. Dado que Dios arregla los destinos de las personas y tiene soberanía sobre ellos, no se pueden negociar con Él. Por lo tanto, si las personas son sensatas y poseen la razón de la humanidad normal, no deben quejarse de que su destino es malo o de que esto o aquello no es bueno para ellos. No deberían afrontar su deber, su vida, el camino que siguen en su fe, las situaciones que Dios ha dispuesto o Sus exigencias hacia ellos con una actitud abatida simplemente porque les parece que su destino es malo(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo buscar la verdad (2)). La meditación de las palabras de Dios me enseñó de forma más clara cómo abordar Sus soberanas disposiciones. Nuestro destino está en manos de Dios. El tipo de familia en que nazca una persona, el tipo de formación que reciba, sus dones y puntos fuertes, cuándo llegue a la iglesia y asuma un deber, y el deber que cumpla, todo ello lo dispone Dios y a ello subyace Su benevolencia. Antes no entendía por qué me trasladaban siempre, pero, tras pensarlo detenidamente, vi que, en realidad, era lo que necesitaba. Sin estas experiencias no habría descubierto cuánto deseaba el prestigio y el estatus. Aún pensaría que había cambiado un poco, no sería consciente de lo arraigadas que estaban las filosofías satánicas en mí y de que, por ellas, había perdido el razonamiento de la humanidad normal y me oponía a Dios, y no vería que sería descartada si seguía afanándome por ellas. Al pasar por esto, vi con cierta claridad mis ideas equivocadas sobre el afán de prestigio y estatus y me di cuenta de que esa no es la senda correcta, sino una manera en que Satanás corrompe y lastima a los humanos. También aprendí que debía enfocar bien mi aptitud, aceptar y someterme a lo dispuesto por Dios, ser capaz de estar en mi lugar y ser un ser creado con razonamiento. Sin importar que me trasladen en un futuro ni cuál sea mi deber, he de someterme a las soberanas disposiciones de Dios, buscar Su voluntad, adaptarme, experimentar y abandonarme a toda situación que Él me disponga, y esforzarme por aprender algo y conocerme por medio de ellas.

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