Me hice daño a mí misma con máscaras y engaños

22 Dic 2024

Por Serena, Corea del Sur

En septiembre de 2021, la iglesia me asignó a la producción de un nuevo proyecto de video, el cual parecía bastante difícil. Sabía que me faltaban principios y habilidades profesionales. Así que estudié mucho, y cuando asistía a las reuniones y discutíamos los problemas, siempre participaba activamente, con la esperanza de que los demás vieran que tenía un calibre bastante bueno y pensaran que era una persona a la que valía la pena cultivar. Pero pronto comenzaron a surgir una serie de problemas, uno tras otro.

Una vez, cuando estábamos platicando sobre la producción de un video, señalé algo que me parecía un problema. Sin embargo, tras una evaluación basada en los principios, todos los demás decidieron que, en realidad, no lo era. Esto me desanimó, sentí que no era buena. En otra ocasión, tenía una sugerencia para un video, y me lo pensé mucho antes de compartir mi opinión. Sin embargo, aun así no acerté. Después lamenté haber hablado, y me dije: “Si hubiera sabido que la gente iba a reaccionar así, no habría dicho nada”. Anteriormente, cuando había trabajado en proyectos simples, había podido conseguir la aprobación de mis hermanos y hermanas casi siempre que hacía una sugerencia o expresaba una opinión. Pero ahora, ni siquiera podía ver los problemas con claridad y siempre cometía errores. ¿Pensarían los hermanos y hermanas que mi calibre no era tan bueno? Si las cosas continuaban así, ¿comenzarían a cuestionar si estaba capacitada para este trabajo? Me parecía que tendría que ser más cautelosa al hacer una sugerencia o expresar una opinión en el futuro. Si no estaba segura de algo, sería mejor no decir nada y evitar cometer errores tanto como fuera posible, para que los demás no vieran lo inepta que era en verdad. Pero entonces, mi peor miedo se hizo realidad. Un día, estaba compartiendo en una reunión cuando el líder de equipo me interrumpió de repente. Dijo que me había desviado del tema y que mi enseñanza debía centrarse en las palabras de Dios. Sentí tanta vergüenza que me puse roja, solo quería que me tragara la tierra. Durante el resto de la reunión, mantuve la cabeza agachada, cual flor marchita. Me sentía avergonzada, humillada y apática. Desde el principio, mis habilidades profesionales eran peores que las de los demás, y mi opinión sobre los temas era superficial. Pero ahora, ni siquiera podía expresar bien los puntos clave cuando hablaba. ¿Qué pensaría todo el mundo de mí, ahora que había mostrado tantas deficiencias en tan poco tiempo? ¿Pensarían que mi calibre era mediocre? Desde ese momento, cada vez que platicábamos en grupo sobre el trabajo me sentía inquieta, y se me ponía un nudo en el estómago. Quería hacer sugerencias, pero cada vez que pensaba en una, lo reconsideraba y no me atrevía a decirla, por miedo a que, si me equivocaba, todos se dieran cuenta de que no estaba a la altura. Decidí que era preferible no decir nada antes que equivocarme al hablar. Así que, al discutir los problemas, dejé de hablar por completo. A veces, me sorprendía admirando a los demás, que siempre expresaban cualquier idea que se les ocurría. Pero aun así, no lograba hacer lo mismo; me faltaba valor. En realidad, sabía que esto no estaba bien. Me sentía incómoda y angustiada, pero no sabía qué hacer. Un tiempo después, destituyeron a una líder de nuestra iglesia. Cuando los líderes superiores expusieron su desempeño, mencionaron que siempre había intentado ocultar sus defectos y nunca se había mostrado abierta al cumplir con su deber. Sus palabras me calaron hondo, y no pude evitar pensar en mis propias acciones. Últimamente, me había vuelto más reservada; ocultaba mis ideas y puntos de vista por miedo a que la gente me viera tal como era. En ese momento, me di cuenta de lo peligroso que era mi estado, y supe que tenía que buscar la verdad y resolverlo de inmediato.

En mi búsqueda, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Equivocarse o disfrazarse: ¿cuál de las dos cosas se relaciona con el carácter? Disfrazarse es una cuestión de carácter, implica un carácter arrogante, perversidad y engaño, Dios lo detesta especialmente. […] Si tras cometer un error puedes tratarlo correctamente, y eres capaz de permitir que todo el mundo hable de él, permites sus comentarios y que lo disciernan, puedes exponerte al respecto y diseccionarlo, ¿qué opinión tendrá todo el mundo de ti? Dirán que eres una persona honesta, porque tu corazón está abierto a Dios. Podrán ver tu corazón mediante tus acciones y comportamientos. Pero si intentas disfrazarte y engañar a todo el mundo, la gente te tendrá en poca estima y dirá que eres un necio y una persona poco prudente. Si no intentas fingir ni justificarte, si admites tus errores, todos dirán que eres honesto y prudente. ¿Y qué te convierte en prudente? Todo el mundo comete errores. Todo el mundo tiene fallos y defectos. Y en realidad, todo el mundo tiene el mismo carácter corrupto. No te creas más noble, perfecto y bondadoso que los demás; eso es ser totalmente irracional. Una vez que tengas claro el carácter corrupto de la gente y la esencia y el verdadero rostro de su corrupción, no intentarás cubrir tus propios errores ni les reprocharás a los demás los suyos; podrás afrontar ambas cosas correctamente. Solo entonces te volverás perspicaz y no harás necedades, lo cual te convertirá en prudente. Aquellos que no son prudentes son gente necia y siempre insisten en sus pequeños errores mientras se esconden entre bastidores. Es repugnante de presenciar. De hecho, lo que haces les resulta obvio al instante a otras personas, pero sigues actuando con total descaro. A los demás les parece la actuación de un payaso. ¿Acaso no es una tontería? Sí. La gente necia carece de sabiduría. No importa cuántos sermones oigan, siguen sin entender la verdad ni ver nada tal y como es realmente. Nunca se bajan de su púlpito, pensando que son diferentes de todos los demás y son más respetables; esto es arrogancia y sentenciosidad, es necedad. Los necios carecen de comprensión espiritual, ¿verdad? Los asuntos en los que te muestras necio e imprudente son aquellos en los que no tienes comprensión espiritual y no puedes entender la verdad fácilmente. Esta es la realidad del asunto(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Tras leer las palabras de Dios, reflexioné sobre el estado en el que me había encontrado últimamente. Al principio, pensé que ser seleccionada para participar en un nuevo proyecto de video significaba que mi calibre y habilidades no eran malos, y que valía la pena que me cultivaran. Por lo tanto, siempre expresaba mis opiniones y participaba activamente en las discusiones y enseñanzas, con la esperanza de ganarme la aprobación de todos. Sin embargo, al darme cuenta de que estaba exponiendo constantemente mis problemas, me sentí avergonzada. La gente me veía tal como era, y no podía aceptar eso. Pensaba que mis errores demostraban que no era competente, que no era adecuada para este trabajo. Así que me encerré en mí misma y traté de ocultarme tras una máscara, esperando que los demás no notaran cuán inadecuada era. ¡Qué carácter más falso y arrogante tenía! En realidad, que me hubieran asignado a este deber ni siquiera demostraba que fuera competente. La iglesia simplemente me estaba dando una oportunidad para practicar. De hecho, aún tenía muchas deficiencias y fallas, y necesitaba aprender y mejorar en el transcurso de mi deber. Pero no estaba abordando estos problemas de manera correcta. No reflexionaba sobre las causas de mis errores, ni buscaba los principios-verdad para compensar mis deficiencias. En lugar de eso, me devanaba los sesos tratando de encontrar maneras de ocultar mis problemas para que los demás no me vieran tal como era. ¿Cómo pude ser tan falsa e ignorante? Luego, leí más de las palabras de Dios: “Cuando cumplen su deber o cualquier trabajo ante Dios, las personas han de tener un corazón puro. Debe ser como un cuenco de agua fresca, cristalina, sin impurezas. Entonces, ¿qué clase de postura es la correcta? Hagas lo que hagas, puedes debatir con los demás lo que habita en tu corazón, sean cuales sean las ideas que tengas. Si alguien dice que tu manera de hacer las cosas no va a funcionar y propone otra idea, y si te parece que se trata de una bastante buena, entonces renuncias a tu propio método y haces las cosas conforme a su propuesta. Si obras así, todo el mundo se da cuenta de que eres capaz de aceptar sugerencias de otros, de elegir la senda correcta, de actuar según los principios y con transparencia y claridad. No existe oscuridad en tu corazón, y obras y hablas con sinceridad, apoyándote en una postura de honestidad. Llamas a las cosas por su nombre. Lo que es, es; lo que no es, no es. Sin trucos ni secretos, tan solo una persona muy transparente. ¿Acaso no es esa una actitud? Se trata de una postura respecto a la gente, los acontecimientos y las cosas que es representativa del carácter de la persona(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A Dios le gusta la gente honesta. Debería realizar mi deber con una actitud honesta. No importa lo que haga o diga, debería ser abierta y sincera; decir lo que pienso; y, si surgen problemas, debería ser capaz de admitirlos, manejarlos y solucionarlos de manera apropiada. Así que, examiné mis errores anteriores uno por uno. Busqué las razones por las que las cosas habían salido mal, y traté de entender los principios correspondientes. Solo entonces me di cuenta de que cometer errores nos permite descubrir nuestras propias debilidades y compensarlas de manera oportuna, lo cual es positivo. Pero siempre me había preocupado por mi imagen y estatus, encerrándome y presentando una fachada falsa, sin expresar mis verdaderos pensamientos y con miedo de exponer mis defectos. Al hacer esto, nunca podría compensar lo que me faltaba y mi progreso sería lento. ¿Acaso no estaba cavando mi propia tumba? Después de darme cuenta de esto, de manera consciente, empecé a corregir mi mentalidad. Al platicar sobre el trabajo con los demás hermanos y hermanas o hacer sugerencias para los videos, expresaba cualquier opinión que tuviera en mente sin intentar adivinar cómo la recibirían. Aunque algunas de mis ideas y opiniones seguían siendo equivocadas, gracias a las correcciones y la guía de mis hermanos y hermanas, comencé a entender algunos de los principios aplicables. Poco a poco, me sentí menos constreñida y más a gusto, y mi corazón se aligeró.

Al cabo de un tiempo, tuvimos que implementar una nueva tecnología para mejorar la calidad del video. No conocía esa tecnología, pero al platicar sobre ella y aprender las destrezas que se necesitaban junto con los demás, poco a poco empecé a comprenderla. Al ver cómo la hermana con la que colaboro expresaba sus ideas y hacía sugerencias, que su análisis siempre era lógico y bien fundamentado, y que el supervisor solía pedirle su opinión sobre diversas cuestiones, sentí mucha envidia. En cambio yo seguía siendo insignificante. Me preguntaba cuándo llegaría el momento en que todos supieran quién era. A veces, en las discusiones de trabajo, pensaba en cómo utilizar las palabras para que los demás tuvieran una buena impresión de mí, para que vieran que no estaba completamente perdida en el tema. Un día, mientras discutíamos un plan de producción de video, noté un problema. Para hablar de forma concisa y al grano, y demostrar que tenía cierto conocimiento de esta nueva tecnología, quise escoger bien mis palabras antes de intervenir. Sin embargo, cuanto más me preocupaba por ello, menos sabía qué decir. Al final, fue la hermana con la que colaboro quien planteó el problema en lugar de mí. Más adelante, pensé en una solución. Podíamos discutir de antemano qué decir con la hermana con la que colaboro. Entonces, compartiría mi punto de vista con los demás primero en la reunión. De este modo, podría expresarme mejor y sentir que tenía una presencia real en el equipo. El problema era que, cuando participaba en las discusiones por mi cuenta, seguía sin atreverme a expresar mis puntos de vista. En lugar de eso, esperaba a que todos los demás terminaran de expresar sus opiniones, y luego asentía con un simple “Está bien”, fingiendo haber entendido lo que se había dicho. Esto llegó al punto en que ya no asumía ninguna carga al tratar los problemas. Mientras los escuchaba hablar, a veces me desconectaba o incluso cabeceaba de sueño.

Un día, mi compañera vino a decirme que no estaba desempeñando mi deber tan activamente como antes. Me preguntó si estaba pasando por algún estado particular, y me sinceré con ella sobre las revelaciones que había tenido recientemente. Se sirvió de su experiencia para ayudarme y me envió algunas palabras de Dios, que dicen: “Los anticristos creen que, si hablan demasiado, expresan de manera constante sus puntos de vista y comparten con los demás, todo el mundo los desentrañará; pensarán que al anticristo le falta profundidad, que solo es una persona corriente, y no lo respetarán. ¿Qué significa para un anticristo perder respeto? Supone la pérdida de su apreciado estatus en el corazón de los demás, quedar como mediocre, ignorante y ordinario. Esto es lo que los anticristos no esperan ver. Por tanto, cuando perciben que otros en la iglesia siempre se abren y admiten su negatividad, su rebeldía contra Dios, los errores que cometieron el día anterior o el insoportable dolor que sienten ese día al no ser honestos, los anticristos consideran a estas personas necias e ingenuas, dado que ellos nunca se admiten tales cosas a sí mismos y mantienen ocultos sus pensamientos. Hay quienes no suelen hablar porque su calibre es escaso, son ingenuos o carecen de pensamientos complejos, pero cuando los anticristos hablan poco no es por la misma razón; se trata de un problema de carácter. Rara vez hablan al encontrarse con otra gente y no expresan de buena gana sus opiniones acerca de cualquier asunto. ¿Por qué no? En primer lugar, porque no cabe duda de que carecen de la verdad y no pueden desentrañar las cosas. Si hablan, podrían cometer errores y quedar retratados. Temen que los menosprecien, así que fingen que son silenciosos y profundos, por lo que a los demás les resulta complicado evaluarlos, pues dan la impresión de ser sabios y distinguidos. Con esta fachada, nadie se arriesga a subestimar al anticristo y, al percibir su exterior en apariencia calmado y sereno, lo tienen incluso en mayor estima y no se atreven a menospreciarlo. Este es el aspecto retorcido y perverso de los anticristos. No expresan de buena gana sus opiniones porque la mayoría no coinciden con la verdad, sino que son meras nociones y figuraciones humanas que no son dignas de sacarse a colación. Así que permanecen en silencio. […] No quieren que los desentrañen, pues conocen sus propias limitaciones, pero en ello radica un despreciable propósito: que los admiren. ¿No es esto lo más repugnante?(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 6). En el pasado, cuando leía las palabras de Dios que exponían las actitudes de los anticristos, casi nunca me miraba a mí misma a través de Sus palabras. Pensaba que no tenía ningún estatus, ni mucho menos deseos excesivamente ambiciosos. Pero en ese momento, al compararme con las palabras de Dios, vi que los anticristos a menudo eran reacios a expresar sus opiniones a fin de ocultar sus fallas, y que se quedaban callados para fingir que eran profundos. Tanto es así que todos los que los rodean piensan erróneamente que comprenden la verdad, y los admiran. ¿No estaba haciendo yo lo mismo? En realidad, no le había agarrado la mano a esta nueva tecnología en absoluto. Pero para guardar las apariencias y tener una posición segura dentro del grupo, nunca me sinceraba sobre mis fallas o errores. Adoptaba una fachada falsa, fingiendo entender las cosas y no me atrevía a compartir mis opiniones delante de la gente, por miedo a expresarme mal y que vieran que era inexperta. Incluso llegué al punto de disimular mis deficiencias al apresurarme a proponer ideas en las reuniones que ya había discutido previamente con mi compañera. Esto no solo me hacía sentir más parte del equipo, sino que también evitaba que los demás se dieran cuenta de lo limitado que realmente era mi nivel. ¡Qué falsa fui! Al hacer memoria, me di cuenta de que mucha gente había mencionado que no era muy habladora. Antes creía que era solo debido a mi personalidad. Solo a través de la exposición de las palabras de Dios, entendí que me quedaba callada para evitar que los demás me vieran tal como era. Antes había actuado así también, en el desempeño de mi deber. A veces descubría problemas, pero me contenía de decir algo si no lo tenía del todo claro. En lugar de eso, esperaba a entender bien el problema y luego explicaba mi punto de vista de manera metódica y lógica. Al hacer esto, con el tiempo, todos pensaron que tenía un buen ojo para detectar problemas, y, de vez en cuando, escuchaba elogios sobre mi inteligencia y calibre alto. Me hacía sentir muy satisfecha de mí misma. Cuando veía que algunas de mis hermanas eran sinceras, al decir lo que pensaban y admitir que no entendían algo, las menospreciaba. Pensaba que hablaban sin pensar bien las cosas y que los demás enseguida verían lo ineptas que eran. Sabía que yo no podía actuar así. Ahora que me había dado cuenta de todo esto, supe que el carácter de anticristo estaba muy arraigado en mí. Había mostrado una fachada falsa para obtener estatus y hacer que los demás tuvieran una buena opinión de mí. Me preocupaba demasiado el estatus y me tenía en demasiada alta estima. Siempre quería ser una persona sin fallas, no estaba dispuesta a ser una persona corriente. Fue verdaderamente arrogante e irracional de mi parte. Pensé en mi participación en estos complejos proyectos de video. No solo tuve la oportunidad de mejorar mis habilidades profesionales, sino que también pude entender más principios en el proceso. ¡Era realmente genial! Pero en lugar de esforzarme por aprender nuevas habilidades y principios con mis hermanos y hermanas, había pasado los días desatendiendo mi deber. Pensaba de manera retorcida, me preocupaba por ganar o perder los elogios de los demás y hacía lo posible por proteger mi propia imagen. ¡Qué tonta fui! A pesar de haber creído en Dios durante tantos años, seguía sin saber dónde enfocar mi afán. Había malgastado de manera imprudente un tiempo tan precioso y, al final, no había logrado nada. No solo no había cumplido bien con mi deber, sino que también era objeto del desprecio y desagrado de Dios. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. Me sentía avergonzada. Así que, dispuesta a arrepentirme, oré a Dios.

Después de eso, encontré una senda de práctica a partir de Sus palabras. Dios dice: “¿Qué apariencia tienen las palabras y los actos de las personas normales? Una persona normal puede hablar desde el corazón. Dirá lo que tiene en su corazón sin un ápice de falsedad o engaño. Si es capaz de entender un asunto al que deba enfrentarse, actuará conforme a su conciencia y razón. Si no puede dilucidarlo con claridad, cometerá errores y fallos, albergará conceptos equivocados, nociones y figuraciones personales, y le cegarán las ilusiones que tenga ante sí. Esas son las señales externas de la humanidad normal. ¿Satisfacen dichas señales las exigencias de Dios? No. Las personas no pueden satisfacer las exigencias de Dios si no poseen la verdad. Esas señales externas de humanidad normal son las posesiones de un hombre corriente y corrupto. Son las cosas con las que el hombre nace, las que le son propias. Tienes que permitirte mostrar esas señales y revelaciones externas. Al mismo tiempo que te permites mostrarlas, debes comprender que se trata de los instintos naturales, el calibre y la naturaleza innata del hombre. ¿Qué debes hacer una vez que comprendas esto? Debes concederle la consideración correcta. Pero ¿cómo se pone en práctica esta consideración correcta? Se consigue leyendo más de las palabras de Dios, dotándote en mayor medida de la verdad, llevando más frecuentemente ante Dios las cosas que no entiendes, las cosas sobre las que tienes nociones y aquellas sobre las que puedes emitir juicios erróneos, a fin de reflexionar sobre ellas y buscar la verdad para resolver todos tus problemas. […] Dado que no eres un superhombre ni un gran hombre, no puedes captar y comprender todas las cosas. Es imposible que desentrañes el mundo y a la humanidad de un vistazo, y que comprendas de inmediato todo lo que sucede a tu alrededor. Eres una persona corriente. Has de pasar por muchos fracasos, muchos periodos de desconcierto, muchos errores de juicio y muchas desviaciones. Esto puede revelar completamente tu carácter corrupto, tus debilidades y deficiencias, tu ignorancia e insensatez, permitiéndote reexaminar y conocerte a ti mismo, así como tener conocimiento de la omnipotencia de Dios, Su plena sabiduría y Su carácter. Obtendrás cosas positivas de Él, y llegarás a comprender la verdad y a entrar en la realidad. En medio de tu experiencia habrá muchas cosas que no salgan como deseas, ante las que te sentirás impotente. En este caso, debes buscar y esperar; debes obtener de Dios la respuesta a cada asunto, y comprender de Sus palabras la esencia que subyace en cada uno y en cada tipo de persona. Así es como se comporta una persona normal y corriente. Debes aprender a decir: ‘No puedo’, ‘Me supera’, ‘No logro entenderlo’, ‘No lo he experimentado’, ‘No sé nada en absoluto’, ‘¿Por qué soy tan débil?’, ‘¿Por qué soy tan inútil?’, ‘Tengo muy poco calibre’, ‘Estoy tan adormecido y soy tan lerdo’, ‘Soy tan ignorante que me llevará varios días entender esto y ocuparme de ello’, y ‘Tengo que discutir esto con alguien’. Debes aprender a practicar de esa manera. Esta es la señal externa de que admites y deseas ser una persona normal(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Tras meditar sobre las palabras de Dios, entendí que era una persona corriente de calibre mediano, con poca experiencia y entendimiento de los principios-verdad. Al enfrentarme a una nueva herramienta tecnológica y a problemas nuevos, a veces no entendía las cosas y cometía errores; pero esto era normal. Tenía que admitir y aceptar mis propias fallas y deficiencias, y buscar los principios-verdad para resolver el problema. Solo así podría lograr una mejora constante. Trás darme cuenta de todo esto, la mente se me iluminó. Estaba dispuesta a practicar de acuerdo con las exigencias de Dios: dejar de fingir y de ser engañosa; conducirme y realizar mi deber de manera sensata.

En una ocasión, algunos de nuestro equipo estaban hablando con el supervisor sobre cómo arreglar un video. Después de que todos dieran sus sugerencias, encontré otro problema, pero no estaba segura de si estaba en lo cierto o no, y tenía algunas inquietudes. Pensé: “¿Debería mencionarlo o no? Si saco un tema que realmente no es un problema, quedaré en evidencia como ignorante y estúpida”. Justo entonces caí en la cuenta de que, de nuevo, quería protegerme y ocultarme bajo una máscara para guardar las apariencias. Así que oré a Dios y le pedí que me diera fuerzas para rebelarme contra mi intención errónea, y luego me abrí con los demás sobre lo que opinaba. La supervisora y las otras hermanas también ofrecieron sus opiniones. Aunque el asunto que había planteado resultó no ser un problema, a través de nuestra discusión logré entender mejor los principios. Con el tiempo, al comunicarme y discutir el trabajo con los demás, me volví menos ansiosa y aprensiva. A veces identificaba algunos problemas, pero no estaba segura de cómo resolverlos. Así que los compartía honestamente con los demás y entre todos trabajábamos para encontrar soluciones. A veces, proponía una solución, pero durante la discusión se descubría que no era adecuada. En momentos así, reconocía que me había equivocado, y discutía con todos cómo solucionarlo para lograr mejores resultados… Cuando practicaba de esta manera, sentía que mi corazón estaba más tranquilo y relajado, y lograba hacer mi pequeño aporte en mi deber. He aprendido, por experiencia propia, que comportarme y cumplir con mi deber de esta forma me brinda una sensación de paz, tranquilidad y liberación.

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