Así aprendí una lección de obediencia
Por Mu Qing, Estados Unidos En septiembre del año pasado, un día mi líder me asignó supervisar una iglesia recién fundada, mientras que el...
¡Damos la bienvenida a todos los buscadores que anhelan la aparición de Dios!
A principios de 2021, servía como predicador, y se me emparejó con el hermano Matthew para presidir el trabajo de la iglesia. Acababa de empezar en ese deber y todavía había mucho que no entendía, así que iba a él con preguntas a menudo. Durante ese tiempo, Matthew me hablaba a menudo sobre las actitudes corruptas que revelaba en su deber. Con el tiempo, llegué a despreciarlo. Pensaba que no era tan corrupto como él, y no era beneficioso para mí ser su compañero. Pensaba que era mejor que él. Incluso pensé: “¿Cómo se convirtió en predicador primero? Yo solía ser su líder. Debería ser yo el que le dice cómo ser un predicador, no al revés. Como se convirtió en predicador primero, todos le tienen en mayor estima”. No podía aceptarlo y creía que podía hacerlo mejor que él. Para sobresalir por encima de él, a menudo comparaba nuestro trabajo. Por ejemplo, cuando Matthew me dijo que no tenía suficiente tiempo para estar al día con todo su trabajo, me alegré porque sabía que yo ya estaba al día con todo el trabajo del que era responsable, y, por eso, los líderes superiores me tendrían en más alta estima. Sin embargo, para mi sorpresa, Matthew hizo muy bien el trabajo del que era responsable. Un día, el líder nos asignó que identificásemos a algunas personas que pudieran ser cultivadas como regadores. En dos días, Matthew ya había encontrado 3 candidatos. Me entró pánico y pensé: “Tengo que empezar. Por lo menos tengo que obtener las mismas cifras que Matthew. De lo contrario, recibirá más elogios que yo”. Así que, en tan solo tres días, encontré siete personas. Me sentía muy satisfecho porque lo había hecho mejor que Matthew. Pero, cuando el líder vino a preguntarme acerca de la situación de los candidatos, concluyó que ninguno de ellos era apto para servir como regador porque yo no había entendido su situación real cuando los identifiqué como candidatos. Pero todos los candidatos de Matthew fueron considerados aptos, tenían calibre, buena humanidad, amaban la verdad y estaban dispuestos a gastarse por Dios. Esos tres últimos días de trabajo habían sido todos en vano y me sentí muy decaído. También empecé a tener celos de Matthew. ¿Por qué siempre obtenía tan buenos resultados en su deber? ¿Y por qué yo no? Él solía compartir las palabras de Dios con entusiasmo en nuestros grupos, e incluso hacía seguimiento del trabajo del que yo era responsable; no había manera de que yo destacase cuando él estaba presente. Estaba harto de él e incluso empecé a odiarlo. ¿Por qué tenía que hacer mi deber con él? No quería que se hiciera notar tanto y deseaba que no obtuviese resultados en su trabajo. Seguí compitiendo por la fama y no cambié.
Durante ese tiempo, supervisaba el trabajo de la hermana Anais, que era una líder de iglesia. Se encontraba en un mal estado porque no le iba bien en su deber, y por eso mi líder me hizo ir a ofrecerle apoyo. Pero, cuando contacté con ella, me dijo que ya había acudido a Matthew para buscar y compartir, y que Matthew ya había compartido las palabras de Dios con ella y le había ayudado a resolver el problema. Esto me hizo sentir que no tenía ninguna función. Estaba muy infeliz porque Matthew se había entrometido en mi trabajo. Esta líder de la iglesia estaba bajo mi supervisión, y no quería que la gente pensase que no cumplía mi deber ni resolvía problemas. Cuanto más pensaba en ello, más me enojaba, y ya no quería colaborar con Matthew. Quería trabajar por mi cuenta porque entonces podría hacer que la gente me prestara atención. Después de eso, intenté evitarlo mientras hacía mis deberes. Una vez, Matthew me pidió que charláramos de un problema del que resolveríamos en una reunión. Me llamó y mandó mensajes de texto, pero yo lo ignoré a propósito. No quería charlar de nada con él. Cuando me hacía preguntas sobre situaciones del trabajo, no le respondía de manera oportuna, y cuando me pedía que compartiese en la reunión, me quedaba en silencio a propósito y dejaba que compartiese él. Pensé para mí mismo: “Después de todo, siempre que estés aquí, los hermanos y hermanas no me prestarán atención. ¿Qué sentido tiene que yo comparta?”. Durante una reunión Matthew me pidió mi opinión después de terminar de compartir. Yo pensaba que había compartido demasiado y que había dicho todo lo que yo quería decir, por lo que estaba bastante triste. Así que le dije: “Estás compartiendo con un carácter arrogante. No has expuesto tu propia naturaleza corrupta, y has hablado de manera imprecisa sobre algo de tu entendimiento. Solo has hecho un resumen, pero no has hablado de los detalles”. Sabía que lo que yo había dicho no era correcto, lo había dicho a propósito. Solo quería pisotear su entusiasmo para que no hablase tanto en reuniones futuras. Cuando me enviaba mensajes preguntando cómo me iba o por otras cosas, yo no respondía. Pensaba que entonces él sabría que no quería ser su compañero. Incluso quería que dejase de mandarme mensajes. Solo quería que se fuera y que me dejara espacio para usar mis talentos. También quería hacer mi deber a tiempo completo como él para que, cuando los hermanos y hermanas me necesitasen, yo estuviera ahí para ellos de inmediato. De esa manera, todos me tendrían en alta estima. Así que quería dejar mi trabajo mundano y dedicarme completamente a mi deber, pero tenía que trabajar para ganarme la vida y mantener a mi familia. Me sentía bastante frustrado por no poder dedicarme a mi deber a tiempo completo como Matthew. Incluso pensé: “Bien podría dejar de ser predicador. De esa manera, no tendré que colaborar con Matthew. Él no me influirá si cambio a un deber diferente y tendré chances de destacarme”. Pero, cuando consideré abandonar de verdad, me sentí un poco culpable y no supe qué hacer. Oré a Dios, le pedí que me ayudase a entender mi estado. Pensé en un pasaje de las palabras de Dios que dice: “Los deberes vienen de Dios; son las responsabilidades y las comisiones que Dios confía al hombre. ¿Cómo, entonces, debe entenderlos el hombre? ‘Puesto que este es mi deber y la comisión que Dios me ha confiado, es mi obligación y mi responsabilidad. Es justo que la acepte como mi obligación ineludible. No puedo declinarlo ni rechazarlo; no puedo elegir. Sin duda, debo hacer lo que me corresponde. No es que no tenga derecho a elegir, sino que no debo elegir. Esta es la razón que un ser creado debe tener’” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A través de las palabras de Dios, me di cuenta de que Dios nos otorga nuestro deber. Debería atenerme a mi deber y cumplir mis responsabilidades. No debería evadir las responsabilidades ni querer elegir. Esa era la razón que debía tener. En cuanto a mí, debido a que mi deseo ambicioso de sobrepasar a Matthew no estaba satisfecho, quería abandonar mi deber. ¡Esto le resultó muy doloroso a Dios! No traté mi deber como una responsabilidad, sino como una manera de destacar y ganar respeto y admiración. Quería dejar mi trabajo y cumplir mi deber a tiempo completo, no para satisfacer a Dios en el cumplimiento de ese deber, sino para competir por el estatus con mi compañero y sobrepasarlo. Cuando no fui capaz de cumplir mi deber a tiempo completo por mis problemas actuales, quise cambiar a un deber diferente para tener la oportunidad de destacar. La realidad me mostró que todo lo que hacía no era en realidad para cumplir mi deber, sino para usar mi deber como una oportunidad para competir por el estatus. Dios detesta este comportamiento.
Más adelante, encontré algunas palabras de Dios: “¡Humanidad cruel! La confabulación y la intriga, robarse y agarrarse entre ellos, la lucha por la fama y la fortuna, la masacre mutua, ¿cuándo se van a terminar? A pesar de que Dios ha hablado cientos de miles de palabras, nadie ha entrado en razón. La gente actúa por el bien de sus familias, hijos e hijas, por sus carreras, perspectivas de futuro, posición, vanidad y dinero, por comida, ropa y por la carne. Pero ¿existe alguien cuyas acciones sean verdaderamente por el bien de Dios? Incluso entre aquellos que actúan por el bien de Dios, casi nadie lo conoce. ¿Cuántas personas no actúan por sus propios intereses? ¿Cuántos no oprimen ni condenan al ostracismo a los demás con el propósito de proteger su propia posición? Así, Dios ha sido condenado a muerte contundentemente en innumerables ocasiones; innumerables jueces bárbaros han condenado a Dios y una vez más lo han clavado en la cruz. ¿Cuántos se pueden llamar justos porque en verdad actúan para Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los malvados deben ser castigados). “Algunas personas siempre temen que otros sean mejores que ellas o estén por encima de ellas, que otros obtengan reconocimiento mientras a ellas se les pasa por alto, y esto lleva a que ataquen y excluyan a los demás. ¿Acaso no es eso envidiar a las personas con talento? ¿No es egoísta y despreciable? ¿Qué tipo de carácter es este? ¡Es malicia! Aquellos que solo piensan en los intereses propios, que solo satisfacen sus propios deseos egoístas, sin pensar en nadie más ni considerar los intereses de la casa de Dios tienen un carácter malo y Dios no los ama. Si realmente puedes mostrar consideración con las intenciones de Dios, podrás tratar a otras personas de manera justa. Si recomiendas a una buena persona y permites que reciba formación y cumpla un deber, con lo que la casa de Dios gana así a una persona talentosa, ¿no facilitará eso tu trabajo? ¿No estarás mostrando lealtad en tu deber? Se trata de una buena obra ante Dios, es el mínimo de conciencia y razón que debe poseer alguien que sirve como líder” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). A través de las palabras de Dios, llegué a entender mi estado actual. Dios dice: “Algunas personas siempre temen que otros sean mejores que ellas o estén por encima de ellas, que otros obtengan reconocimiento mientras a ellas se les pasa por alto, y esto lleva a que ataquen y excluyan a los demás. ¿Acaso no es eso envidiar a las personas con talento? ¿No es egoísta y despreciable? ¿Qué tipo de carácter es este? ¡Es malicia!”. Estas palabras eran realmente verdaderas y expusieron mi estado real. Cuando vi que mi compañero obtenía mejores resultados en su deber que yo, y que era mejor resolviendo los problemas de los hermanos y hermanas, sentí que era mejor que yo y que nunca destacaría con él presente. Así que sentí celos de él y lo excluí, y no quise ser su compañero. Ignoré sus mensajes a propósito y no contesté sus llamadas telefónicas. Cuando él compartió su entendimiento vivencial, yo no colaboré con él para mantener la vida de iglesia, e intenté señalar sus fallos. Incluso le llamé arrogante y lo ataqué a propósito para que tuviera menos entusiasmo y dejase de destacar y sobrepasarme. Era muy malévolo. Cada vez que tenía que cumplir mi deber con él, me sentía muy atormentado. Siempre quería competir con él y era completamente incapaz de mantener la calma. Era como Dios dijo: “¡Humanidad cruel! La confabulación y la intriga, robarse y agarrarse entre ellos, la lucha por la fama y la fortuna, la masacre mutua, ¿cuándo se van a terminar?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los malvados deben ser castigados). Como mi deseo por la fama y el estatus nunca se satisfacía, empecé a odiar a mi compañero. Solo quería alejarme y librarme de él para poder trabajar por mi cuenta. Incluso pensé en abandonar mi deber. Me di cuenta de que era malévolo y carecía de humanidad. Al hacer mi deber solo me tenía en cuenta a mí mismo, no la obra de la iglesia. Incluso si la obra de la iglesia era demorada, no me preocupaba ni me ponía nervioso. ¡Cuán egoísta y despreciable era! También pensé en por qué no podía tener una colaboración simple y armoniosa con Matthew. Me di cuenta de que, en mi fe, había tomado una senda incorrecta debido a mi carácter satánico. Si no buscaba la verdad y corregía mi carácter corrupto, perdería la obra del Espíritu Santo y caería en la oscuridad. Oré a Dios varias veces, y le pedí que me ayudase a comprender y a corregir mi carácter corrupto.
Entonces vi un pasaje de las palabras de Dios: “¿Cuál es el lema de los anticristos en cualquier grupo en que estén? ‘¡Debo competir! ¡Competir! ¡Competir! ¡Debo competir por ser el más grande y el mejor!’. Este es el carácter de los anticristos; allá donde van, rivalizan y tratan de lograr sus objetivos. Son lacayos de Satanás y perturban la labor de la iglesia. Así es el carácter de los anticristos: lo primero que hacen es permanecer atentos en la iglesia para averiguar quién lleva creyendo muchos años en Dios y tiene capital, quién tiene algunos dones o talentos, quién ha sido de utilidad para los hermanos y hermanas en su entrada en la vida, quién tiene mayor prestigio, antigüedad, de quien hablan bien los hermanos y hermanas, quién tiene más cosas positivas. Esas personas serán sus rivales. En resumen, cada vez que los anticristos se encuentran en un grupo de personas esto es lo que hacen siempre: compiten por el estatus, compiten por tener buena reputación, compiten por tener la última palabra sobre los asuntos y el derecho a tomar decisiones en el grupo, lo cual, una vez alcanzado, los hace felices. […] Así de vanidoso, odioso e irracional es el carácter de los anticristos. No tienen ni conciencia ni razón, ni siquiera una pizca de la verdad. Uno puede ver en las acciones y los actos de los anticristos que lo que hacen no tiene nada de la razón de una persona normal, y, aunque se les puede comunicar la verdad, no la aceptan. Por muy correcto que sea lo que digas, para ellos no tiene sentido. Lo único que les gusta buscar es la reputación y el estatus, que es lo que veneran. Mientras puedan disfrutar de los beneficios del estatus, están contentos. Ellos creen que ese es el valor de su existencia. En cualquier grupo de gente en que se encuentren, tienen que mostrar la ‘luz’ y ‘calidez’ que aportan, sus talentos, su singularidad. Y como se creen especiales, piensan, naturalmente, que hay que tratarlos mejor que a la gente corriente, que deben recibir el respaldo y la admiración de la gente, que esta ha de respetarlos y adorarlos; se creen que todo esto es lo que les corresponde. ¿Acaso no es gente descarada y sinvergüenza? ¿No es un problema tener a esa gente presente en la iglesia?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). A través de las palabras de Dios, fui consciente de la gravedad de mis acciones. Resulta que, al buscar la fama, el estatus y la admiración de otros en mi deber, estaba revelando el carácter de un anticristo. Cuando vi que la comunión de Matthew sobre la verdad era esclarecedora, que obtenía resultados en su deber y que los hermanos y hermanas lo elogiaban y acudían a él con preguntas, me puse celoso. Para sobrepasarlo y ganar un lugar en el corazón de los demás, incluso pensé en dejar mi trabajo para cumplir mi deber a tiempo completo para poder estar disponible en el momento en que alguien me necesitase para resolver sus problemas. De esa manera, los hermanos y hermanas me tendrían en alta estima y ya no habría un lugar especial para mi compañero en sus corazones. Cada vez que cumplía deberes con Matthew, sentía que vivía bajo su sombra y que no tenía la oportunidad de destacar. No me gustaba que él siempre ganase la admiración y los elogios de los hermanos y hermanas de cualquier manera, e incluso esperaba que nadie le respondiese cuando enviaba mensajes al chat de grupo. Debido a él, ninguno de los hermanos y hermanas me prestaban atención, así que pasaba todo el tiempo compitiendo con él, esperando sobrepasarlo y hacer que los hermanos y hermanas me admirasen y adorasen. Este era el tipo de estado que solía revelar en mi intento por ganar fama y estatus. Cuando mi ambición y mi deseo no se vieron satisfechos una y otra vez, pensé que no tenía ninguna oportunidad de destacar y quise dejar de ser predicador, pues pensaba que tendría una oportunidad de hacerme un nombre en un deber diferente. Me di cuenta de que mi obsesión con la fama y el estatus estaba fuera de control. Era como un anticristo en mi amor por la fama y el estatus; este deseo estaba profundamente arraigado dentro de mí, era intrínseco a mi naturaleza. Me di cuenta de que la senda por la que caminaba era extremadamente peligrosa. El carácter de Dios es inofendible; Él es justo. Si no buscaba para hacer cambios, y solo me centraba en competir por la fama y el estatus sin pensar en lo más mínimo en la obra de la iglesia, sería desdeñado y descartado por Dios. Sentí asco de mí mismo y ya no quise competir por la fama y el estatus con mi compañero. Oré a Dios para pedirle que me ayudase a librarme de las cadenas y limitaciones de mi carácter corrupto.
Luego encontré este pasaje de las palabras de Dios: “Sea cual sea el rumbo o el objetivo de tu búsqueda, si no reflexionas sobre la búsqueda de estatus y reputación y te resulta muy difícil dejar esto de lado, eso afectará a tu entrada en la vida. Mientras haya un lugar para el estatus en tu corazón, controlará e influirá totalmente en la dirección de tu vida y en los objetivos por los que luchas, en cuyo caso te resultará muy difícil entrar en la realidad-verdad, por no hablar de conseguir cambiar tu carácter; si en última instancia puedes obtener la aprobación de Dios, claro está, no hace falta decirlo. Es más, si nunca eres capaz de renunciar a tus aspiraciones de estatus, esto afectará a tu capacidad para desempeñar tu deber de una manera que sea acorde al estándar, lo que dificultará mucho que te conviertas en un ser creado que cumpla con el estándar. ¿Por qué lo digo? No hay nada que Dios deteste más que el que la gente persiga el estatus, pues la búsqueda de estatus representa un carácter satánico; es una senda equivocada, nace de la corrupción de Satanás, es algo que Dios condena y es, precisamente, lo que Él juzga y purifica. No hay nada que Dios deteste más que la gente persiga el estatus, pero tú sigues compitiendo obstinadamente por él, lo valoras y proteges indefectiblemente y siempre tratas de conseguirlo. Y, en su naturaleza, ¿no es todo esto antagónico a Dios? Dios no dispone que la gente tenga estatus; Él provee a la gente de la verdad, el camino y la vida, para que, al final, se conviertan en seres creados acordes al estándar, pequeños e insignificantes, no en personas con estatus y prestigio veneradas por miles de personas. Por ello, se mire por donde se mire, la búsqueda del estatus es un callejón sin salida. Por muy razonable que sea tu excusa para buscar el estatus, esta senda sigue siendo equivocada y Dios no la aprueba. No importa cuánto te esfuerces o el precio que pagues, si deseas estatus, Dios no te lo dará; si Dios no te lo da, fracasarás en tu lucha por conseguirlo y, si sigues luchando, solo se producirá un resultado: que serás revelado y descartado y te encontrarás en un callejón sin salida” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). A través de las palabras de Dios, vi que mi búsqueda continua del estatus no solo obstaculizaba mi capacidad de cumplir bien mi deber, sino que también me impedía cumplir el estándar de un ser creado. Como siempre buscaba el estatus, siempre intentaba superar a Matthew y ganar la admiración de todos, y siempre competía y luchaba, me volví cada vez más malévolo y me faltaba humanidad normal. Vi que buscar la fama y el estatus no es la senda correcta, y que es el camino a la ruina por oposición a Dios. Como me consideraba creyente y un ser creado, debería centrarme en perseguir la verdad y dejar de esforzarme por algo tan inútil como la búsqueda de la fama y el estatus. Solo entonces podría evitar hacer el mal y oponerme a Dios. Así que oré a Dios diciendo: “¡Querido Dios! He llegado a darme cuenta de mi propia naturaleza satánica. Debido a mi obsesión con la reputación y el estatus, a menudo tengo celos de Matthew y no quiero ser su compañero. ¡Querido Dios! De ahora en adelante, estoy dispuesto a arrepentirme ante Ti y ya no buscaré la fama y el estatus. Solo deseo perseguir la verdad correctamente y cumplir bien mi deber. Por favor, guíame y ayúdame, Dios”.
Durante mis devociones, encontré este pasaje de las palabras de Dios: “¿Cuáles son vuestros principios para comportaros? Debéis comportaros conforme a vuestro puesto, buscar el lugar adecuado para vosotros y cumplir el deber que os corresponde; solo alguien así posee razón. A modo de ejemplo, hay personas que dominan ciertas competencias profesionales y captan los principios, y son ellas las que deberían asumir la responsabilidad y hacer las revisiones finales sobre ese tema; hay personas que pueden brindar ideas y percepciones, inspirando a los demás y ayudándoles a cumplir mejor con su deber, y, luego, deberían ser ellas las que brindasen ideas. Si eres capaz de encontrar el lugar indicado para ti y de trabajar en armonía con tus hermanos y hermanas, estarás cumpliendo con tu deber; esto es lo que significa comportarte conforme a tu puesto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica. “Soy una persona común y corriente debería buscar para convertirme en un verdadero ser creado, para permanecer en el lugar que me corresponde, trabajar en armonía con los demás y cumplir bien mi deber lo mejor que pueda. Solo esta es la senda correcta”. Pensé en que, cuando Dios hizo que Adán nombrase a los animales, Él aceptó los nombres que Adán había inventado, no rechazó a Adán y se inventó Sus propios nombres para mostrar que era mucho mejor, sino que aceptó las elecciones de Adán. Esto me demostró que la humildad y el ocultamiento de Dios son verdaderamente adorables. Dios es supremo, el Creador, pero aun así se esconde a Sí mismo humildemente. En cuanto a mí, yo era un ser creado común, pero siempre me gustaba alardear para ganar el respeto de los demás, e incluso trataba de suprimir a aquellos que recibían buenos resultados en su deber por el bien de mi propio estatus y de mi reputación. ¡Cuán arrogante e irracional era! Lamenté mucho lo que había hecho, así que me presenté ante Dios para arrepentirme y le oré para pedirle que me diera coraje para exponerme a mí mismo ante mi compañero.
Más adelante, me armé de valor y me disculpé con Matthew, expuse mi carácter de anticristo que se manifestaba en mi deseo de competir en secreto con él por la fama y el estatus. Tras practicar de esa manera, me sentí mucho más en paz. Más adelante, Matthew encontró algunas palabras de Dios que eran relevantes a mi estado y que fueron muy útiles para mí. ¡Cuán agradecido estoy a Dios! Oré a Dios y decidí que me comportaría como Él pedía. Después de eso, dejé de ignorar los mensajes de mi compañero y comencé a ponerle al día sobre el estado de todos los proyectos de los que era responsable, lo que le permitió comprender mi trabajo, supervisarme y ayudarme. Hablábamos juntos de nuestro trabajo y colaborábamos al compartir en las reuniones. Nos complementábamos el uno al otro y sosteníamos la obra de la iglesia como un equipo. ¡Gracias a Dios!
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