Ya no soy exigente con mi deber

17 Ene 2025

Por Liu Huizhen, China

Cuando empecé a creer en Dios, noté cómo los hermanos y hermanas que eran líderes a menudo platicaban con la gente sobre las palabras de Dios para resolver sus problemas y que los hermanos y hermanas acudían a ellos con sus problemas. Esto me hizo envidiarlos mucho. Pensé que cumplir con este tipo de deber les permitía ser respetados y admirados dondequiera que fueran. En cuanto a los deberes de acogida y asuntos generales, creía que los hermanos y hermanas que los cumplían solo trabajaban tras bambalinas sin distinguirse, ni ser vistos o admirados. Pensaba que sería muy bueno cumplir con un deber que me permitiera distinguirme y ser admirada en el futuro. Más adelante, me eligieron como líder de la iglesia, y los hermanos y hermanas en las reuniones que presidía eran muy cálidos conmigo. Se sentía muy bien ver cómo me miraban con envidia, y me sentía superior al resto. Cumplir con un deber de liderazgo era muy estresante e implicaba mucho más trabajo, pero no importaba cuánto sufriera o cuán cansada estuviera, nunca me alejé ni me quejé. Un tiempo después, me destituyeron por mis pocas aptitudes y por no manejar los asuntos de acuerdo con los principios. A menudo actuaba con base en mis propias opiniones y apegándome a los preceptos, lo que causó pérdidas al trabajo de la iglesia. Después de mi destitución, mi líder se acercó y me preguntó si estaría dispuesta a cumplir con un deber en asuntos generales. Me resistí un poco y pensé: “El trabajo en asuntos generales es solo manejar diversas tareas menores de la iglesia, es solo trabajo básico y manual. Si los otros hermanos y hermanas descubren que estoy haciendo tal deber, ¿qué pensarán de mí? ¿Pensarán que lo hago porque no tengo la realidad-verdad?”. Sin embargo, como sabía que una asignación de deber era la comisión de Dios que debía aceptar y a la que tenía que someterme, acepté a regañadientes.

Más adelante, cuando salía a cumplir con mi deber, a menudo me topaba con hermanos y hermanas que conocía de antes. Cuando me preguntaban cuál era mi deber, me daba vergüenza decirlo. Me preocupaba que pensaran menos de mí si supieran que estaba cumpliendo un deber de asuntos generales. Pero lo que más temía sucedió realmente. Una vez, fui a la casa de una hermana para pedirle prestado su escúter y, mientras charlábamos, le mencioné que estaba cumpliendo un deber de asuntos generales. Se sorprendió y preguntó: “¿Por qué estás ahora en asuntos generales? Pensé que estabas cumpliendo un deber relacionado con textos”. Me sentí muy incómoda y cambié de tema para charlar un poco con ella antes de irme lo más rápido posible. En el camino a casa, seguía repasando en mi mente la expresión de sorpresa de la hermana cuando oyó que estaba en asuntos generales. Me sentía horrible y me preguntaba qué pensaría la hermana de mí. ¿Pensaría que me asignaron ese deber porque no tenía la realidad-verdad y me faltaban aptitudes? ¿Pensaría menos de mí? Esto me hizo resistirme aún más a ese deber. A veces, me demoraba en entregar cartas urgentes y no las llevaba a mis hermanos y hermanas a tiempo. Otras veces, me olvidaba las cosas, y mis hermanos y hermanas me podaron por ser superficial e irresponsable. Me recordaban ser más diligente en mi deber y ponerle más atención. Frente a esta situación, no solo no reflexioné sobre mí misma, sino que me resistía más a mi deber. Recordé cómo, cuando era líder, los obreros de asuntos generales me entregaban los libros de las palabras de Dios y cartas, pero ahora los papeles se habían invertido y era yo quien tenía la tarea de hacer recados y entregar cosas a otros hermanos y hermanas. Sentía como si mi estatus se me hubiese desplomado repentinamente y estaba cada vez más infeliz y oprimida.

Una mañana, me quedé sin batería mientras andaba en el escúter eléctrico y tuve que empujarlo. Mientras lo hacía, sin querer apreté el acelerador. El escúter se disparó hacia adelante, y caí sobre él sin poder reaccionar. Me golpeé la boca contra el borde frontal del escúter, lo que me aflojó algunos dientes, me dejó con moretones en la cara y me causó una lesión en el pie. Después de regresar a casa, oré a Dios: “¡Oh, Dios! Últimamente me he resistido mucho a mi deber en asuntos generales y no sé cómo resolver este problema. Por favor, guíame para conocerme a mí misma y así poder someterme”. Después de orar, leí dos pasajes de las palabras de Dios que decían: “En la casa de Dios se hace referencia constante a aceptar la comisión de Dios y cumplir con el deber propio adecuadamente. ¿Cómo surge el deber? En términos generales, surge como resultado de la obra de gestión de Dios de traer la salvación a la humanidad; hablando de manera más concreta, a medida que la obra de gestión de Dios se desarrolla entre la humanidad, surgen diversos trabajos que requieren de la gente que colabore para completarlos. Esto ha hecho que surjan responsabilidades y misiones que las personas tienen que cumplir y estas responsabilidades y misiones son los deberes que Dios confiere a la humanidad. En la casa de Dios, las diversas tareas que requieren la cooperación de las personas son los deberes que han de cumplir. Entonces, ¿se diferencian los deberes entre mejores y peores, nobles y humildes o grandes y pequeños? No existen tales diferencias; todo aquello que guarde relación con la obra de gestión de Dios, sea requisito de la obra de Su casa y sea un requerimiento para la difusión del evangelio de Dios, entonces es el deber de una persona(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). “Sea cual sea tu deber, no discrimines entre lo superior y lo inferior. Supongamos que dices: ‘Aunque esta tarea es una comisión proveniente de Dios y la obra de Su casa, si la hago, la gente podría menospreciarme. Otros llevan a cabo una obra que les permite destacar. Se me ha asignado esta tarea que no me permite destacar, sino que me hace trabajar entre bastidores, ¡es injusto! No haré este deber. Mi deber tiene que hacerme destacar ante los demás y permitirme forjarme un nombre, y aunque no me forje un nombre o me haga destacar, aun así, debería poder recibir algún beneficio de él y sentirme cómodo físicamente’. ¿Es aceptable esta actitud? Ser quisquilloso es no aceptar cosas de Dios; es tomar decisiones de acuerdo con tus propias preferencias. Esto no es aceptar tu deber; es rechazarlo, es una manifestación de tu rebeldía contra Dios. Tal quisquillosidad es adulterada con tus propias preferencias y deseos. Cuando consideras tus propios beneficios, tu reputación y otras cosas similares, tu actitud hacia tu deber no es de sumisión(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). Estas palabras pusieron al descubierto con claridad mi estado actual. Vi que mi actitud y visión de mi deber eran erróneas. Distinguía entre deberes altos y bajos, y los separaba en grados y rangos. Pensé que ser líder o hacer un deber relacionado con textos hacía a uno superior al resto y permitía alcanzar la admiración y el respeto de los demás. No importaba cuánto sufriera o me sintiera cansada en tal deber, estaba muy dispuesta a hacerlo. Pero cuando se trataba de deberes que requerían trabajo manual y no me permitían distinguirme y ser vista, no estaba dispuesta a hacerlos y pensaba que eran claramente humildes y que la gente me despreciaría por hacerlos. Bajo la influencia de estos puntos de vista falaces, cuando mi líder me asignaba un deber de asuntos generales, sentía que era un deber inferior y dañaría mi reputación. Así que me resistía sin estar dispuesta a someterme y actuaba de manera superficial e irresponsable en el deber. ¡Qué ridícula era mi visión! Dado lo corrupta que estaba y mis pocas aptitudes, solo con la exaltación y gracia de Dios pude cumplir con un deber en Su casa, pero sin considerar Sus intenciones en absoluto. No sabía cómo retribuir el amor de Dios. Solo consideraba mis propios intereses y reputación, y actuaba como yo quería en mi deber, usándolo para servir a mis propios intereses. ¿Dónde estaba mi humanidad? ¡Dios ciertamente aborrecía tal conducta!

Un día, me encontré con este pasaje de las palabras de Dios: “¿Qué actitud debes tener ante tu deber? Primero, no lo debes analizar ni tratar de determinar quién fue el que te lo asignó, sino que debes aceptarlo de Dios como un deber encargado por Él, y has de obedecer la instrumentación y los arreglos de Dios y aceptar de Él tu deber. Segundo, no discrimines entre lo superior y lo inferior, y no te preocupes por su naturaleza: que te permita destacar o no, que se haga delante de la gente o entre bastidores. No tomes en consideración estas cosas. Existe además otra actitud: la sumisión y la cooperación activa(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). Al leer las palabras de Dios, aprendí que nuestros deberes son la comisión de Dios y es nuestra obligación y responsabilidad cumplirlos. Independientemente de si el deber nos permite distinguirnos y ser vistos, o si nos gana el respeto y la admiración de los demás, como seres creados, debemos aceptar tales deberes y someternos, y mostrar nuestra mayor lealtad. Este es el tipo de actitud que debemos tener en nuestros deberes y la razón que todos debemos poseer. Pensé en cómo los asuntos generales podrían no ser un deber llamativo, pero son una parte indispensable del trabajo de la casa de Dios. Si no tuviéramos gente que entregue libros y cartas, nuestros hermanos y hermanas no podrían leer las palabras de Dios de manera oportuna y ciertos proyectos no se completarían a tiempo, lo que impactaría el trabajo de la iglesia. Como se me había asignado un deber de asuntos generales, debería haberlo tomado como mi responsabilidad y completar las tareas que me correspondían. Al comprender esto, por fin estaba dispuesta a aceptar y someterme. Me respetaran los demás o no, igual haría todo lo posible para cumplir bien con mi deber. Después de eso, puse toda mi energía y dedicación en esto. Cada día, cuando llegaba el momento de enviar y recibir cartas, las revisaba debidamente y hacía mi trabajo con el corazón. Cuando la hermana con la que trabajaba tenía que salir a gestionar otra tareas, ayudaba activamente a adelantar sus tareas y me esforzaba en hacer bien mi trabajo. Me sentía particularmente a gusto trabajando de esta manera diligente y detallada. Cuando otros hermanos y hermanas me preguntaban qué deber estaba cumpliendo, respondía con franqueza que trabajaba en asuntos generales. Ya no me sentía avergonzada.

En junio de 2019, mi líder me preguntó si estaría dispuesta a acoger a algunas hermanas. Pensé para mí misma: “Estoy dispuesta a aceptar un deber, pero si mis hermanos y hermanas cercanos descubren que he pasado mis días fregando platos y cocinando como parte de mi deber de acogida, ¿qué pensarán? ¿Pensarán menos de mí?”. Recomendé apresuradamente a la hermana Wang Yun, diciendo que pensaba que sería más adecuada para este deber, pero el líder respondió que esta hermana había estado enferma recientemente y no podía hacerlo. Me di cuenta de que este deber había llegado a mí por la soberanía y las disposiciones de Dios, así que dejé de intentar evitarlo. Durante mi tiempo realizando el deber de acogida, noté que las hermanas solían hablar sobre las habilidades y los conocimientos relevantes para sus deberes y lo que habían aprendido de sus experiencias. Cuando su supervisora vino, ella también hablaba con las hermanas sobre su trabajo. Las envidiaba por poder cumplir con tal deber, mientras yo estaba atascada manteniendo la seguridad del entorno de mi casa o preparando comida en la cocina. Ese sentido de inferioridad me hizo sentir muy infeliz. A veces, mi mente estaba en otro lugar mientras preparaba la comida y ponía demasiada sal o me olvidaba de agregarla. Algunas de las hermanas no podían comer comida picante, así que una de ellas amablemente me preguntó si podía separar algo de comida antes de agregar los pimientos picantes. Acepté su pedido, pero en mi mente pensé: “Cuando yo era líder, yo daba las órdenes. Ahora que estoy cumpliendo el deber de acogida, no solo no logro ganarme el respeto de los demás, sino que también tengo que seguir las órdenes de otros”. Esto me hizo sentir malhumorada y oprimida. A veces, cuando las hermanas estaban ocupadas con sus deberes, me pedían que les ayudara a comprar diferentes artículos de uso diario, lo que me hacía sentir como si me estuvieran mandoneando y yo solo estaba allí para hacer recados. Luego, me di cuenta de que estaba en mal estado, pero seguía viviendo a menudo en ese estado a pesar mío. Me sentía horrible y parecía que mi corazón se había desviado de Dios.

Un día, leí dos pasajes de las palabras de Dios que decían: “Nacido en una tierra tan inmunda, el hombre ha sido infectado de extrema gravedad por la sociedad, influenciado por una ética feudal y educado en ‘institutos de educación superior’. Un pensamiento retrógrado, una moral corrupta, una visión mezquina de la vida, una filosofía despreciable para los asuntos mundanos, una existencia completamente inútil y un estilo de vida y costumbres depravados, todas estas cosas han penetrado fuertemente en el corazón del hombre, y han socavado y atacado severamente su conciencia. Como resultado, el hombre está cada vez más distante de Dios, y se opone cada vez más a Él(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tener un carácter invariable es estar enemistado con Dios). “Satanás corrompe a las personas mediante la educación y la influencia de gobiernos nacionales, de los famosos y los grandes. Sus palabras demoníacas se han convertido en la vida y naturaleza del hombre. ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’ es un conocido dicho satánico que ha sido infundido en todos y esto se ha convertido en la vida del hombre. Hay otras palabras de las filosofías para los asuntos mundanos que también son así. Satanás utiliza la cultura tradicional de cada nación para educar, desorientar y corromper a las personas, provocando que la humanidad caiga y sea envuelta en un abismo infinito de destrucción, y al final Dios destruye a las personas porque sirven a Satanás y se resisten a Dios. […] Sigue habiendo muchos venenos satánicos en la vida de las personas, en su conducta y comportamiento. Por ejemplo, sus filosofías para los asuntos mundanos, sus formas de hacer las cosas y sus máximas están todas llenas de los venenos del gran dragón rojo, y proceden por entero de Satanás. Así pues, todas las cosas que fluyen a través de los huesos y la sangre de las personas son de Satanás(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Mediante la lectura de estas palabras, me di cuenta de que la raíz de mi tendencia a distinguir entre deberes altos y bajos, y de separarlos en grados y rangos, era que había sido inculcada y corrompida profundamente por venenos satánicos como “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “Los que se esfuerzan con su mente gobiernan al resto, y los que se esfuerzan con sus manos son los gobernados”, y “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo”, y estos me habían corrompido. Vivía según estos venenos satánicos y buscaba fama, ganancias, estatus y respeto. Pensaba que solo vivir de esa manera era digno y honorable. También pensaba en los deberes de la casa de Dios en términos de filosofía y puntos de vista satánicos, y creía que los deberes que requerían habilidad y talento, como ser líder, trabajar en los textos y producir videos, eran respetados por la gente, mientras que los deberes de labor manual, como acoger a otras personas y hacer asuntos generales, eran inferiores. Influenciada por puntos de vista falaces, me volví superficial en mi deber. No me concentraba; a menudo me olvidaba de enviar cartas y retrasaba el trabajo porque pensaba que mi deber no era respetado. La comida que preparaba era muy sosa o muy salada, no consideraba si mis hermanas podrían comerla o no, y prefería prepararla a mi manera. Cuando las hermanas me pedían que les comprara cosas, pensaba que solo me trataban como su mandadera y me demoraba intencionalmente. Vi que los venenos satánicos ya habían echado raíces en lo profundo de mi corazón y se habían convertido en mi propia naturaleza. Esto me había vuelto egoísta, despreciable y carente de humanidad. Trataba mi deber como una forma de alcanzar estatus y reputación y quería usarlo como una oportunidad para ganar el respeto y los elogios de mis hermanos y hermanas. ¡Estaba engañando y resistiéndome a Dios! Me di cuenta de que estaba en un estado muy peligroso, así que oré a Dios arrepentida: “Oh Dios, ya no quiero perseguir fama, ganancia y estatus. Estoy lista para arrepentirme ante Ti. Por favor, guíame para encontrar una senda de práctica”.

Después de eso, me encontré con dos pasajes de las palabras de Dios: “Todo el mundo es igual ante la verdad y no hay distinciones de edad o de inferioridad o nobleza entre aquellos que hacen su deber en la casa de Dios. Todo el mundo es igual ante su deber, lo único que sucede es que hacen diferentes trabajos. No hay distinciones entre ellos en función de quién tiene antigüedad. Ante la verdad, todo el mundo debería mantener el corazón humilde, sumiso y receptivo. Todos deberían poseer esta razón y esta actitud(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VIII)). “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande o noble ni que hagas ningún milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda bien lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios. Deja que se conviertan en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho. […] Cumplir con tu deber no es realmente difícil, ni tampoco lo es hacerlo tan lealmente y con un estándar aceptable. No tienes que sacrificar tu vida ni hacer nada especial ni difícil, simplemente tienes que seguir las palabras e instrucciones de Dios con honestidad y firmeza, sin añadir tus propias ideas u ocuparte de tus propios asuntos: solo has de caminar por la senda de perseguir la verdad. Si la gente puede hacer esto, básicamente tendrán una semejanza humana. Cuando tiene verdadera sumisión a Dios, y se ha convertido en una persona honesta, poseerá la semejanza de un auténtico ser humano(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). En verdad, no importa qué deber cumplamos en la casa de Dios, ya sea un deber de liderazgo, un deber relacionado con textos, un deber de acogida o trabajar en asuntos generales. Estos son solo trabajos diferentes y ninguno de ellos está más arriba o más abajo que otro. No importa qué deber cumplamos: todos estamos aceptando la comisión de Dios y sirviendo nuestra función como seres creados. Dios no pensaría particularmente bien de alguien solo porque tiene talento, habilidades o cumple con algún deber especial. Del mismo modo, no menospreciaría a alguien solo porque cumple con un deber menos llamativo. Lo que a Dios le preocupa es si las personas persiguen la verdad en el curso de su deber y si se someten y son leales en sus deberes. La iglesia me había asignado un deber de acogida, así que esta era una responsabilidad y un deber que debía cumplir. Sin importar si las personas pensaban bien de mí, debía aceptarlo y someterme: esta era la razón que debería tener. Pensé en cómo la variedad de cosas que Dios ha creado, sean grandes o pequeñas, existen de acuerdo con la soberanía y la predestinación de Dios, y cumplen la función que Él les ha dado. Una pequeña hoja de hierba no compara su altura con un árbol imponente, ni compite con las flores sobre cuál es más bonita; solo cumple su función obedientemente. Si pudiera ser como esa hoja de hierba y someterme a la soberanía y las disposiciones de Dios, con los pies en la tierra y buscando cumplir mi papel como un ser creado, no sufriría tanto por no alcanzar estatus. Es más, ser líder en la casa de Dios no se trata solo de mandar a la gente, como yo creía, sino que requiere que uno sea un sirviente de todas las personas y compartir la verdad para ayudar a los hermanos y hermanas, resolver sus problemas reales con la entrada en la vida y guiarlos hacia la realidad de las palabras de Dios. El deber de acogida tampoco es un deber inferior: requiere que uno cumpla con su deber de mantener el entorno de acogida para que los hermanos y hermanas puedan cumplir con su deber en paz. Cada uno de nosotros cumple su parte en nuestro papel para expandir el evangelio del reino. Al darme cuenta de todo esto, sentí una especie de liberación. La casa de Dios asigna a las personas los deberes con base en sus habilidades, aptitudes y estatura. Anteriormente, había servido en deberes de liderazgo y relacionados con textos, pero mis aptitudes eran insuficientes, no estaba a la altura de las tareas y era inadecuada para esos roles. Sin embargo, en realidad no me entendía a mí misma, y siempre tenía un concepto elevado de mí misma y buscaba el respeto de los demás. ¡Cuán irrazonable estaba siendo! La iglesia me asignó el deber de acogida con base en mi aptitud y el entorno de mi casa: este deber era muy adecuado para mí. No era muy respetada por mi deber de acogida, pero el deber dejó en evidencia mis puntos de vista erróneos sobre la búsqueda y mi carácter corrupto, y me impulsó a buscar la verdad y a obtener un poco de comprensión de mí misma. Esto es lo más valioso que podía obtener de este deber. Agradecí a Dios desde el fondo de mi corazón por orquestar este ambiente para purificarme y transformarme, y dispuse a someterme a Sus orquestaciones y disposiciones, cumpliendo bien con mi deber de acogida para retribuir Su amor.

Más adelante, empecé a buscar entrar en los principios de la forma en la que cocinaba para mis hermanas: considerando qué tipo de comidas serían más beneficiosas para su salud. Cuando no estaban ocupadas, me ayudaban con las tareas domésticas y no me mandaban como si fuera inferior. Cuando encontraba dificultades en mi deber, ellas hablaban pacientemente conmigo y me apoyaban, y cada una cumplía con su papel. De esta manera, comencé a tener una relación más armoniosa con las hermanas y estaba felizmente dispuesta a cumplir con mi deber. Todas estas ganancias y cambios fueron el resultado del juicio y castigo de las palabras de Dios.

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