Ya no me ensalzo ni presumo de mí misma

27 Mar 2025

Por Yixin, China

En 2021, me convertí en supervisora del trabajo evangélico. Como tenía un poco de experiencia predicando el evangelio y había obtenido buenos resultados anteriormente, pensé que ese deber se me daría bien. Al ver que algunos hermanos y hermanas recién comenzaban a formarse para predicar el evangelio, los orienté y ayudé. Para mi sorpresa, después de compartir algunas verdades relevantes sobre ciertas nociones religiosas, los hermanos y hermanas comenzaron a elogiarme y a decir que hablaba de manera clara y comprensible. Pensé para mis adentros: “Apenas he dicho nada y ya sienten que han ganado tanto. Si comparto más con ustedes, quedarán aún más impresionados conmigo”. Más tarde, el líder me pidió que hablara sobre mis experiencias de cómo predicar el evangelio e incluso compartió con los hermanos y hermanas los sermones que yo había escrito sobre predicar el evangelio. Eso me hizo sentirme aún más especial. Sin darme cuenta, se me subieron los humos a la cabeza y empecé a pensar que realmente era mejor que el resto de los hermanos y hermanas. A veces, para mostrarles que sabía más que ellos, les planteaba preguntas difíciles a propósito y, cuando no podían responderlas, yo compartía más con ellos. Así, me empezaron a admirar cada vez más.

Un día, durante una reunión, Zhang Jie dijo: “Las personas de algunas denominaciones tienen muchas nociones y no sé cómo hablar sobre ellas”. Otro hermano comentó: “Algunas personas religiosas creen a ciegas en rumores infundados. Aunque podemos refutar algunos de ellos, no podemos hablar con claridad de las cosas”. Al ver las dificultades que tenían los hermanos y hermanas, pensé: “Realmente no entienden nada. Si hay nociones, hablen sobre ellas. Si hay rumores infundados, simplemente refútenlos. ¿Qué tiene eso de difícil? Parece que tengo que compartir mis experiencias predicando el evangelio para mostrarles cómo se hace”. Así que les dije: “Enfrentarnos a dificultades al predicar el evangelio es precisamente lo que nos forma. No solo nos obligan a equiparnos con la verdad, sino que también nos ayudan a aprender a usarla para resolver distintas nociones religiosas. Además, predicar el evangelio exige que tengamos la voluntad de sufrir. ¿Cómo podemos ver las bendiciones de Dios si no sufrimos? Por ejemplo, una vez, cuando predicaba el evangelio, averigüé las nociones de los destinatarios potenciales del evangelio antes de ir a predicar. Luego, busqué las palabras pertinentes de Dios y reflexioné sobre ellas. Al sufrir realmente y pagar un precio de verdad, en poco más de un mes, conseguimos convertir a cientos de personas. Vi realmente que eso era la bendición de Dios y me sentí muy feliz. El día de Año Nuevo incluso celebramos reuniones y compartimos con los destinatarios potenciales del evangelio. Más tarde, cuando los líderes de esas denominaciones fueron por ahí creando perturbaciones por todas partes, compartimos la verdad y regamos y apoyamos a los destinatarios potenciales del evangelio. Cuando nos encontramos con los líderes de esas denominaciones, no tuvimos miedo y debatimos con ellos, hasta el punto de que, en última instancia, se marcharon con el rabo entre las piernas y los destinatarios potenciales del evangelio se convencieron aún más de la obra de Dios en los últimos días”. Vi que los hermanos y hermanas me escuchaban con atención y los ojos bien abiertos. Algunos incluso me elogiaron y dijeron: “¡Es increíble que hayan convertido a tantas personas en un mes!”. Para que los hermanos y hermanas me tuvieran aún en mayor estima y me vieran como a alguien verdaderamente excepcional, empecé a presumir de nuevo y dije: “Una vez, incluso convertí al secretario de un alcalde. Al principio, pensé: tiene un estatus bastante alto, ¿me escuchará? Pero cuando le prediqué, descubrí que, aunque tenía un alto estatus, carecía de la verdad y admiró todo lo que le había dicho. Más tarde, ¡él aceptó el evangelio junto con decenas de miembros de su iglesia!”. Los hermanos y hermanas me miraban con aprobación y algunos dijeron: “¡Eres fenomenal! ¡Incluso conseguiste convertir al secretario de un alcalde! Nosotros nunca lo conseguiríamos; estamos muy por detrás de ti”. Algunos también dijeron: “¿Cuándo seremos capaces de predicar el evangelio tan bien como tú?”. Con el tiempo, noté que algunos hermanos y hermanas ya no tenían miedo de predicar el evangelio e incluso tuvieron el valor de predicar a destinatarios potenciales del evangelio de diversas denominaciones. Me sentí realmente feliz y tuve una gran sensación de éxito.

Tras eso, cada vez que los hermanos y hermanas tenían problemas o dificultades cuando predicaban el evangelio, acudían a mí y yo les respondía uno por uno. Con el tiempo, desarrollaron una fuerte dependencia hacia mí. Recuerdo que, una vez, los hermanos y hermanas se encontraron con un predicador de una denominación, pero como temían que no iban a poder resolver adecuadamente las numerosas nociones que tenía, perdieron los nervios. Algunos incluso vinieron en auto a buscarme solo para pedirme que fuera con ellos. Pensé para mis adentros: “Vinieron en auto hasta aquí solo para encontrarme. Mi estatus en sus corazones debe ser extraordinario. ¿Eso es algo bueno o malo?”. Me sentí un poco intranquila y pensé: “¿Acaso me adoran y admiran? Si esto sigue así, ¿no estaré trayendo a todos los hermanos y hermanas ante mí? Si ese es realmente el caso, ¡eso ofendería el carácter de Dios!”. Pero luego pensé: “Si no guío a los hermanos y hermanas para que prediquen el evangelio, no serán capaces de hacerlo por sí mismos. ¿Acaso hacerlo no beneficia el trabajo evangélico?”. Cuando pensé eso, la inquietud que sentía en el corazón desapareció rápidamente, así que fui con los hermanos y hermanas a predicarle el evangelio a ese predicador. Para nuestra sorpresa, después de conducir todo el día e ir de aquí para allá, no conseguimos encontrarlo. Habíamos invertido muchísimos recursos humanos y materiales, pero no habíamos conseguido nada. Durante esa época, el trabajo evangélico no logró resultados evidentes y me sentía bastante negativa. Me preocupaba lo que los hermanos y hermanas pensarían de mí si eso seguía así. ¿Dirían que tenía el título de supervisora pero no la sustancia? Sin embargo, no sabía cuál era el origen del problema, así que quería encontrar a alguien con quien hablar. Pero luego pensé: “Soy supervisora; ¿qué pensarán de mí los hermanos y hermanas si comparto mi estado con ellos? ¿No dirán que no tengo estatura? Si hasta yo me vuelvo negativa, ¿cómo puedo supervisar su trabajo? Será mejor que no diga nada. Simplemente oraré a Dios y lo resolveré por mi cuenta”. Así que reprimí la opresión que sentía en el corazón, puse una cara valiente frente a los hermanos y hermanas y seguí alardeando.

Un día, una hermana me dijo que había conocido a un destinatario potencial del evangelio y me pidió que fuera a predicárselo. Otra hermana también comentó que un destinatario potencial del evangelio que conocía estaba dispuesto a investigar la obra de Dios de los últimos días y me preguntó cuándo podía ir a predicarle. Me sentí muy feliz al oír esto y pensé que, si podía convertir a todos esos destinatarios potenciales del evangelio, el trabajo evangélico mostraría cierta mejora. Pero justo cuando estaba a punto de hacer el último esfuerzo, la policía arrestó de repente a la hermana que me acogía y casi me arresta a mí también. En ese momento, mi única opción fue esconderme en casa y no salir a predicar el evangelio. Por la noche, me acostaba y daba vueltas en la cama, sin poder dormir y pensaba: “Dios ha permitido que se haya dado esta situación; ¿acaso he ofendido Su carácter de alguna manera? Ahora que todos los hermanos y hermanas me admiran y me respetan, ¿realmente los he traído ante mí?”. Antes de que pudiera reflexionar, me trasladaron a un deber relacionado con textos. No me di cuenta de la gravedad del problema hasta que, un día, leí dos documentos sobre la expulsión de los anticristos y vi que muchos de sus comportamientos eran muy similares a los míos. Acudí de inmediato ante Dios y oré: “Dios, la expulsión de esos anticristos es una advertencia para mí; debo reflexionar adecuadamente sobre mí misma. Te ruego que me esclarezcas y me guíes para que pueda conocerme a mí misma de verdad y consiga enmendarme a tiempo”. Después de orar, busqué las palabras de Dios que exponen cómo las personas se exaltan y dan testimonio de sí mismas.

Dios Todopoderoso dice: “Normalmente, ¿cómo se enaltece y da testimonio sobre sí misma la gente? ¿Cómo logra el objetivo de hacer que la tengan en gran estima y la idolatren? Da testimonio de cuánto trabajo ha realizado, de cuánto ha sufrido, de cuánto se ha esforzado y el precio que ha pagado. Se enaltece hablando sobre su capital, lo cual le da un lugar superior, más firme y más seguro en la mente de las personas, de modo que son más las que la aprecian, la tienen en alta estima, la admiran y hasta la adoran, la respetan y la siguen. Para lograr este objetivo, la gente hace muchas cosas que en apariencia dan testimonio de Dios, pero en esencia se enaltece y da testimonio sobre sí misma. ¿Es razonable actuar así? Se sale del ámbito de la racionalidad y no tiene vergüenza, es decir, da testimonio descaradamente de lo que ha hecho por Dios y de cuánto ha sufrido por Él. Incluso presume de sus dones, talentos, experiencias, habilidades especiales, de sus métodos inteligentes para las cosas mundanas, de los medios por los que juega con las personas, etcétera. Se enaltece y da testimonio sobre sí misma alardeando y menospreciando a otras personas. Además, se camufla y disimula para ocultar sus debilidades, defectos y deficiencias a los demás y que estos solo lleguen a ver su brillantez. Ni siquiera se atreve a contárselo a otras personas cuando se siente negativa; le falta valor para abrirse y hablar con ellas, y cuando hace algo mal, se esfuerza al máximo por ocultarlo y encubrirlo. Nunca habla del daño que ha ocasionado al trabajo de la iglesia en el cumplimiento del deber. Ahora bien, cuando ha hecho una contribución mínima o conseguido un pequeño éxito, se apresura a exhibirlo. No ve la hora de que el mundo entero sepa lo capaz que es, el alto calibre que tiene, lo excepcional que es y hasta qué punto es mucho mejor que las personas normales. ¿No es esta una manera de enaltecerse y dar testimonio sobre sí misma?(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). “Otro método que utiliza para desorientar y controlar a la gente es presumir constantemente y hacer que todo el mundo lo conozca y que más gente esté al tanto de sus contribuciones a la casa de Dios. Podría decir, por ejemplo: ‘Anteriormente se me ocurrieron unos métodos para difundir el evangelio y eso ha aumentado su efectividad. Ahora, otras iglesias también están adoptándolos’. En realidad, son varias las iglesias que han acumulado una buena cantidad de experiencia en la difusión del evangelio, pero el anticristo se jacta constantemente de sus decisiones acertadas y de sus logros y le informa a la gente sobre ellos, recalcándolos y repitiéndolos dondequiera que va hasta que todo el mundo está al tanto. ¿Con qué objetivo lo hace? Para construir su propia imagen y su prestigio, para obtener elogios, apoyo y admiración de más personas y para hacer que acudan a él para todo. ¿No consigue así su objetivo de desorientar y controlar a la gente? La mayoría de los anticristos actúa de esta manera, encargándose de las funciones de desorientar, atrapar y controlar a las personas. Independientemente de la iglesia, el grupo social o el entorno laboral, siempre que aparece un anticristo, la mayoría de la gente comienza a adorarlo y a respetarlo inconscientemente. Cuando se enfrentan a dificultades con las que se sienten confundidas y necesitan quien las guíe, especialmente en situaciones críticas en que se debe tomar una decisión, las personas pensarán en el talentoso anticristo. En su corazón, piensan: ‘Si tan solo estuviese aquí, todo estaría bien. Solo él puede aconsejarnos y darnos sugerencias que nos ayuden a superar esta dificultad; él tiene la mayor parte de las ideas y soluciones, sus experiencias son las más ricas y su mente, la más ágil’. El hecho de que esta gente pueda alabar al anticristo a este nivel, ¿no se relaciona directamente con su forma habitual de presumir, presentarse y exhibirse por ahí? […] Más allá de eso, los anticristos tienen un conjunto de métodos para controlar a la gente y no dudan en invertir tiempo y energía en mantener su estatus y su imagen en el corazón de la gente, todo con el objetivo final de ganar control sobre ella. ¿Qué hace un anticristo antes de lograr ese objetivo? ¿Qué actitud tiene hacia el estatus? No se trata de un afecto normal hacia él ni de envidia; es un plan a largo plazo, un intento deliberado por obtenerlo. Les da una particular importancia al poder y al estatus y ve a este último como un prerrequisito para lograr el objetivo de desorientar y controlar a la gente. Una vez que consigue el estatus, gozar de sus beneficios se le da naturalmente. Por lo tanto, la habilidad del anticristo de desorientar y controlar a la gente es el resultado de una gestión laboriosa. De ninguna manera toma esa senda por casualidad: todo lo que hace tiene un propósito, está premeditado y cuidadosamente calculado. Para los anticristos, obtener poder y lograr su objetivo de controlar a la gente es el premio, el resultado que más desean. Su búsqueda de poder y estatus tiene una motivación, un propósito y una intención, y está laboriosamente gestionada; es decir que, cuando habla o actúa, tiene un fuerte sentido de su propósito y su intención y un objetivo muy definido(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 5: Desorientan, atraen, amenazan y controlan a la gente). Dios pone al descubierto que los anticristos utilizan distintos métodos para ensalzarse y dar testimonio de sí mismos, con el fin de que la gente los adore y admire y lograr así sus objetivos de desorientarla y controlarla. Al comparar mi comportamiento con el suyo, vi que actuaba igual que un anticristo. Para mejorar mi prestigio y buena imagen entre los hermanos y hermanas y hacer que me admiraran y respetaran, buscaba cualquier oportunidad para alardear de mis méritos y logros al predicar el evangelio. Quería que los hermanos y hermanas vieran lo mucho que había sufrido predicando el evangelio, lo experimentada y capaz que era y lo mucho que había contribuido a la obra de la iglesia. Cuando me reunía con los hermanos y hermanas, les hacía preguntas difíciles para ponerlos a prueba y que supieran lo mucho que yo entendía. Cuando no eran capaces de responder, hablaba con ellos para resaltar mi entendimiento de la verdad y hacer que me admiraran. Cuando los hermanos y hermanas tenían dificultades, yo presumía del sufrimiento que había padecido y del precio que había pagado. También alardeaba de todas las personas a las que había convertido predicando el evangelio, de cómo había debatido con los líderes de diferentes denominaciones e incluso me vanagloriaba de las personas importantes a las que había convertido. Con esto, quería que los hermanos y hermanas sintieran que había hecho contribuciones importantes al trabajo evangélico para que me adoraran aún más. Usaba mi experiencia para indicar a los hermanos y hermanas qué hacer, lo que derivó en que siempre acudieran a mí cuando tenían cualquier problema o dificultad. Incluso recorrían largas distancias para venir a buscarme y pedirme que fuera con ellos a predicar el evangelio, como si nadie fuera capaz de predicarlo sin mí. Si seguía así, ¿no estaría trayendo a las personas ante mí? ¿No era eso exactamente lo que hacen los anticristos? No era de extrañar que el trabajo evangélico no estuviera dando resultados. Hacía mucho que estaba en la senda equivocada e iba en contra de Dios. ¿Por qué Él habría de bendecirme o guiarme? ¡Dios ya había empezado a aborrecerme! Sin embargo, incluso en ese estado, no pensaba en reflexionar sobre mí misma y, aunque me sentía negativa y reprimida, no tenía el valor de abrirme con los hermanos y hermanas por miedo a arruinar la buena imagen que tenían de mí. Seguía obligándome a fingir, a mostrar solo mi lado bueno y ocultar mi lado malo. ¡Era una completa hipócrita! Cuanto más lo pensaba, más miedo tenía. ¿Cómo había llegado a transitar la senda de un anticristo sin siquiera darme cuenta? ¿Qué tipo de carácter había causado esto? Así que acudí ante Dios para orarle y pedirle que me esclareciera y guiara para entender mi esencia-naturaleza.

Más tarde, vi un video de un testimonio vivencial que citaba un pasaje de las palabras de Dios que me enseñó algo sobre mi naturaleza corrupta. Dios Todopoderoso dice: “Después de la corrupción de la humanidad por parte de Satanás, la naturaleza de las personas ha empezado a deteriorarse y han perdido, poco a poco, la razón que tiene la gente normal. Ahora ya no actúan como seres humanos en la posición del hombre, sino que están llenas de aspiraciones descabelladas; más allá de la posición del hombre. Sin embargo, anhelan algo más elevado. ¿Qué quiere decir eso de ‘más elevado’? Desean sobrepasar a Dios, los cielos y todo lo demás. ¿A qué se debe que la gente revele este carácter? Después de todo, la naturaleza del hombre es demasiado arrogante. […] Cuando las personas se vuelven arrogantes en naturaleza y esencia, pueden a menudo rebelarse contra Dios y oponerse a Él, no prestar atención a Sus palabras, generar nociones acerca de Él, hacer cosas que lo traicionan y que las enaltecen y dan testimonio de sí mismas. Dices que no eres arrogante, pero supongamos que te entregaran una iglesia y te permitieran dirigirla; supongamos que Yo no te podara ni nadie de la casa de Dios te criticara o ayudara, tras liderarla durante un tiempo, pondrías a la gente a tus pies y harías que te obedecieran incluso hasta el punto de admirarte y venerarte. ¿Y por qué habrías de hacer eso? Esto vendría determinado por tu naturaleza; no sería sino una revelación natural. No tienes necesidad alguna de aprender esto de otros, ni ellos tienen necesidad de enseñártelo. No es preciso que te lo impongan o te obliguen a hacerlo. Este tipo de situación surge de manera natural. Todo lo que haces es para que la gente te enaltezca, te alabe, te idolatre, te obedezca y te haga caso en todo. Permitirte ser un líder hace surgir de manera natural esta situación, y eso no se puede cambiar. ¿Y cómo surge esta situación? Está determinada por la naturaleza arrogante del hombre(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). Las palabras de Dios me mostraron que las personas son capaces de ensalzarse y dar testimonio de sí mismas y de hacer cosas que se oponen a Dios. Eso lo impulsa nuestra naturaleza arrogante. Cuando reflexioné sobre mis actos y mi comportamiento, me di cuenta de que, al confiar en la poca experiencia que tenía predicando el evangelio en el pasado y al saber un poco más de la Biblia que algunos hermanos y hermanas, había desarrollado una percepción exagerada de mis habilidades y había llegado a pensar que era alguien especial. Eso me hacía querer lucirme y alardear. Después de obtener algunos resultados predicando el evangelio y tras ganar a unas pocas personas, me había vuelto tan arrogante que había perdido toda conciencia de mí misma y fanfarroneaba ante todos los que me rodeaban ya que quería que todos conocieran mis logros. ¿Cómo podía haber sido tan arrogante e irrazonable? Dios expresa la verdad y, aunque yo podía tener algo de luz cuando me reunía con los hermanos y hermanas y compartía con ellos las palabras de Dios, esa luz se debía al esclarecimiento de Dios. Incluso si tenía algo de experiencia predicando el evangelio, fue Dios el que dispuso las circunstancias para que antes me formara y acumulara esa experiencia. No había sido porque tuviera habilidades o capacidades especiales. Además, ¿no era Dios quien me había otorgado mi intelecto y elocuencia? Pero yo tomaba los resultados conseguidos gracias a la obra de Dios como mis propios logros y no paraba de jactarme de ellos para hacer que las personas me adoraran y admiraran. ¡Era realmente desvergonzada y carecía por completo de conciencia de mí misma! Pensé en cómo la gracia de Dios me había permitido convertirme en supervisora para poder ayudar a los hermanos y hermanas a aprender a compartir la verdad para resolver las nociones religiosas y aprender a dar testimonio de la obra de Dios de los últimos días y llevar ante Dios a más personas que aman la verdad. Pero había utilizado mi deber para ensalzarme y presumir, con el fin de que las personas me adoraran y admiraran, lo que trastornó y perturbó gravemente el trabajo evangélico. Realmente me merecía que Dios me maldijera y castigara por mis actos y mi comportamiento. Los anticristos habían sido expulsados porque se ensalzaban y daban testimonio de sí mismos constantemente, habían tratado de construir sus propios reinos y ofendido gravemente el carácter de Dios, lo que llevó a su expulsión de la iglesia. Si no me arrepentía, acabaría igual que esos anticristos porque ese era un camino sin retorno, uno que Dios condena y maldice. Al darme cuenta de esto, me sentí cada vez más disgustada conmigo misma y llegué a odiarme.

Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “La identidad, la esencia y el carácter de Dios son elevados y honorables, pero Él nunca hace alarde. Dios es humilde y está oculto, para que nadie vea lo que ha hecho, pero mientras obra en la oscuridad, la humanidad no cesa de ser provista, alimentada y guiada, y todo ello es dispuesto por Dios. El hecho de que Él nunca declare ni mencione estas cosas, ¿acaso no es estar oculto y tener humildad? Dios es humilde precisamente porque es capaz de hacer tales cosas pero no las menciona ni las declara, no discute con la gente sobre ellas. ¿Qué derecho tienes tú a hablar de humildad cuando eres incapaz de hacer tales cosas? No has hecho nada de eso y, sin embargo, insistes en atribuirte el mérito. Eso es ser un desvergonzado. Al guiar a la humanidad, Dios lleva a cabo una obra muy grande y preside todo el universo. Su autoridad y Su poder son enormes, pero Él nunca ha dicho: ‘Mi poder es extraordinario’. Él permanece oculto entre todas las cosas, presidiendo todo, alimentando y proveyendo a la humanidad, permitiendo que esta continúe generación tras generación. Pensemos en el aire y el sol, por ejemplo, o en todas las cosas materiales necesarias para la existencia humana en la tierra: todas ellas fluyen sin cesar. Que Dios provee al hombre es indiscutible. Si Satanás hiciera algo bueno, ¿lo mantendría en silencio y permanecería como un héroe anónimo? Jamás. Es como algunos anticristos en la iglesia que anteriormente llevaron a cabo un trabajo peligroso, que renunciaron a cosas y soportaron sufrimiento, puede que incluso acabaran en la cárcel; otros también contribuyeron alguna vez en algún aspecto de la obra de la casa de Dios. Nunca olvidan estas cosas, creen que merecen crédito por ellas durante toda su vida, creen que estas son un capital que les durará siempre, lo cual demuestra lo pequeñas que son las personas. La gente es realmente pequeña, y Satanás, un desvergonzado(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7: Son perversos, insidiosos y falsos (II)). Después de leer las palabras de Dios, me sentí profundamente avergonzada. Dios encarnado se oculta humildemente entre los seres humanos corruptos y realiza en silencio la obra de salvar a la humanidad. Nos riega y nos provee de todas las verdades que necesitamos, pero Dios nunca lo manifiesta a la humanidad ni se atribuye el mérito de las cosas que hace. En cambio, yo no soy nada, pero tras convertir a unas pocas personas predicando el evangelio, ganar algo de experiencia en el trabajo evangélico y aprender a repetir como loro algunas palabras y doctrinas, pensé que era alguien importante. Consideraba que todo eso era el capital y los logros de toda una vida, me vanagloriaba de ello allí donde iba y quería que todo el mundo estuviera al tanto. ¡Era verdaderamente irrazonable y desvergonzada!

Más tarde, me pregunté: “¿Cómo puedo evitar ensalzarme y dar testimonio de mí misma?”. Durante mis prácticas devocionales, leí dos pasajes de las palabras de Dios: “Entonces, ¿cómo hay que actuar para no enaltecerse y dar testimonio de uno mismo? Si presumes y das testimonio a nivel individual con respecto a un determinado asunto, obtendrás como resultado que algunas personas te tengan en alta estima y te idolatren. Sin embargo, el acto de abrir tu corazón y compartir tu autoconocimiento sobre ese mismo asunto es de una naturaleza distinta, ¿no es cierto? Abrir el corazón para hablar del autoconocimiento que uno ha adquirido es algo que la humanidad normal debería poseer. Se trata de algo positivo. Si realmente te conoces a ti mismo y hablas de tu estado con fidelidad, sinceridad y precisión; si hablas de conocimientos basados en su totalidad en las palabras de Dios; si quienes te escuchan se ven edificados y se benefician de ello, y si das testimonio de la obra de Dios y lo glorificas, es que estás dando testimonio de Dios. Si, al abrir tu corazón, hablas mucho de tus puntos fuertes, de lo que has sufrido y del precio que has pagado, y de cómo te has mantenido firme en tu testimonio, y como resultado la gente saca una buena opinión de ti y te idolatra, es que estás dando testimonio de ti mismo. Has de ser capaz de distinguir entre estos dos comportamientos. Por ejemplo, explicar lo débil y negativo que eras cuando te enfrentabas a diversas pruebas y cómo, por medio de la oración y la búsqueda de la verdad, llegaste a comprender la intención de Dios, ganaste fe y te mantuviste firme en tu testimonio, es enaltecer a Dios y dar testimonio de Él. Esto no tiene nada que ver con presumir y dar testimonio de uno mismo. Por lo tanto, que hagas alarde y des testimonio de ti mismo o no dependerá principalmente de si hablas de tus experiencias reales y de si el efecto que consigues es dar testimonio de Dios; además, es necesario que examines qué intenciones y objetivos albergas cuando hablas de tu testimonio vivencial. De este modo, será fácil discernir en qué clase de comportamiento te involucras(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). “Cuando deis testimonio de Dios, principalmente debéis hablar de cómo Él juzga y castiga a las personas, y de las pruebas que utiliza para refinar a las personas y cambiar su carácter. También debéis hablar de cuánta corrupción se ha revelado en vuestra experiencia, de cuánto habéis sufrido, de cuántas cosas hicisteis por resistiros a Dios y de cómo Él os conquistó finalmente. Debéis hablar de cuánto conocimiento real de la obra de Dios tenéis y de cómo debéis dar testimonio de Dios y retribuirle Su amor. Debéis poner sustancia en este tipo de lenguaje, al tiempo que lo expresáis de una manera sencilla. No habléis sobre teorías vacías. Hablad de una manera más práctica; hablad desde el corazón. Esta es la manera en la que debéis experimentar las cosas. No os equipéis con teorías vacías aparentemente profundas en un esfuerzo por alardear; eso hace que parezcáis arrogantes e irracionales. Debéis hablar más sobre cosas reales a partir de vuestra verdadera experiencia y hablar más de corazón; esto es lo más beneficioso para los demás y es lo más apropiado de ver(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo persiguiendo la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Las palabras de Dios me mostraron que, para evitar ensalzarse y dar testimonio de sí misma, una persona debe abrirse más, revelar su verdadero ser a todos y hablar con honestidad sobre la corrupción y las debilidades que revela, sobre lo que entiende de sí misma y, por último, sobre cómo practica la verdad para resolver problemas. Debe compartir todo esto abiertamente y no ocultar absolutamente nada. Al entender esto, me abrí a los hermanos y hermanas y dije: “Cuando estábamos juntos cumpliendo con nuestros deberes, siempre me ensalzaba y alardeaba, hablaba de todas las personas que había ganado predicando el evangelio y las contribuciones que había hecho al trabajo evangélico, con la esperanza de que todos me adoraran y admiraran. Ahora veo que, en realidad, no estaba cumpliendo con mi deber, sino que estaba haciendo el mal. Dios expresa la verdad. Yo solo estaba compartiendo un poco de mi entendimiento y comprensión, así que, ¿de qué me jactaba? Pero, aun así, hice que las personas me respetaran y admiraran. ¡Estaba obsesionada con el estatus y era verdaderamente arrogante!”. Al oír esto, una hermana dijo: “Sí, realmente te admirábamos”. Un hermano que antes había trabajado conmigo también dijo: “Muchas personas te admiraban en esa época y yo me sentía como un don nadie”. Me sentí un poco angustiada y dije: “Fui una hipócrita total. Mostraba solo mi lado bueno, pero, en realidad, cuando el trabajo no daba resultados, me volvía bastante negativa y no me atrevía a decir nada porque temía que todos pensaran mal de mí”. Hablamos por mucho tiempo y, luego, sentí una sensación de alivio en el corazón. Desde entonces, cada vez que interactuaba con los hermanos y hermanas, comenzaba por centrarme en examinar mis intenciones y revelaciones. Cada vez que quería presumir, me rebelaba de inmediato contra eso, corregía mi error y exaltaba a conciencia a Dios y daba testimonio de Él. Cuando hablaba en las reuniones, ya no ocultaba mis defectos y revelaba mi verdadero ser para que todos lo vieran. Cuando los hermanos y hermanas tenían problemas, me centraba en buscar las palabras de Dios que compartir y los animaba a orar más a Dios y a confiar más en Él. Practicar de esa manera edificó y benefició a los hermanos y hermanas y también trajo paz y seguridad a mi corazón.

Mirando hacia atrás, si no hubiera leído el material sobre los anticristos que habían sido expulsados, no habría sabido reflexionar y conocerme a mí misma. Fueron esas circunstancias que Dios dispuso las que de manera oportuna me impidieron seguir recorriendo la senda del mal. En el futuro, practicaré exaltar a Dios y dar testimonio de Él en todas las cosas, me centraré en perseguir la verdad y reflexionar sobre mí misma y en mantenerme de manera consciente en la posición de un ser creado haciendo bien mi deber.

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