Ya no mantengo mi buena imagen

27 Mar 2025

Por Yao Yongxin, China

Antes de que yo naciera, mi padre falleció debido a una enfermedad, lo que hizo que mi madre tuviera que criar a cinco hijos sola, luchando por sobrevivir. Nadie en el pueblo nos respetaba. Desde que tengo memoria, mi madre siempre nos enseñaba: “Una persona debe tener dignidad. Aunque seamos pobres, no debemos perder el espíritu”. “‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’. Debes tener un buen nombre en la vida. Si no tienes buena reputación, ¿qué sentido tiene tu vida? Dondequiera que vayas, debes dar una buena impresión a la gente. Hagas lo que hagas, no permitas que la gente hable mal de ti. En cambio, asegúrate de que la gente recuerde tu bondad”. Bajo la extensa y dedicada tutela de mi madre, el dicho: “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”, se arraigó profundamente en mi corazón. Se convirtió en la guía de mi conducta y comportamiento, y me importaba mucho la imagen que los demás tenían de mí en todo lo que hacía. Recuerdo que, cuando era adolescente, oí a mi cuñada quejarse de que mi madre y mi hermana mayor no le ayudaban a cuidar de sus hijos. Pensé que no podía permitir que hablara mal de mí a mis espaldas, así que fui proactiva y cuidé de sus hijos, les lavaba la ropa y les daba de comer. Más tarde, mi cuñada a menudo me elogiaba delante de los demás y decía que yo era la mejor de mi familia. La gente del pueblo también me felicitaba. Oír todo eso me hacía muy feliz. Cuando me casé, mi suegra estaba postrada en cama y, después de cuidarla durante un tiempo, mi cuerpo no daba más. Cuando visité a mi madre, me desahogué de las quejas con ella. Ella me aconsejó: “Debes ser buena con tu suegra; no puedes quedarte con mala reputación”. Al reflexionar sobre las palabras de mi madre, estuve de acuerdo con ella. De hecho, la vida se trata de dejar un buen nombre y evitar tener una mala reputación. Se suponía que mis dos cuñadas y yo debíamos turnarnos para cuidar de mi suegra, pero, para forjar una buena reputación en el pueblo, me encargué de cuidarla por mi cuenta durante diez años, hasta que falleció. Así recibí los elogios de la gente del pueblo y tuve la buena reputación que deseaba.

Después de que comencé a creer en Dios, seguí recordando las enseñanzas de mi madre. Me importaban mucho las evaluaciones que me hacían los hermanos y hermanas de la iglesia y temía que cualquier error que cometiera pudiera darles una mala impresión. Por ese entonces, perseguía mi fe con fervor, leía las palabras de Dios con diligencia y compartía activamente en las reuniones. Pronto comencé mi deber como líder de la iglesia. Para mantener una buena imagen de mí en el corazón de los hermanos y hermanas, me centraba aún más en comer y beber las palabras de Dios y que me vieran como alguien que podía compartir la verdad y era una líder competente. También trabajaba duro para mantener buenas relaciones con mis compañeros de trabajo. Cada vez que me pedían ayuda, hacía todo lo posible por asistirlos. A veces, ellos se saltaban reuniones de grupo por asuntos personales o traían problemas sin resolver y me pedían que compartiera para abordarlos, en lugar de resolverlos ellos mismos. Yo también asumía esas tareas. Debido a la mayor carga de trabajo, salía temprano de casa y volvía tarde todos los días. En realidad, no quería estar tan ocupada siempre. Además, mi esposo me impedía cumplir mis deberes y me solía regañar cuando llegaba a casa. A pesar de sentirme amargada y agotada, siempre prometía ayudar a mis compañeros, por difícil que fuera, para que mantuvieran una buena opinión de mí. Cada vez que los hermanos y hermanas tenían dificultades en sus vidas o deberes, acudían a mí, y yo los consolaba y encontraba algunas palabras de Dios para compartir con ellos. En la iglesia, me gané el elogio unánime de los hermanos y hermanas.

Una vez, mientras hablaba con la hermana Zheng Lu sobre mi estado, ella mencionó que varios hermanos y hermanas habían dicho que yo era arrogante y que hablaba con un tono severo. Me quedé atónita y traté de adivinar quién tenía esa opinión de mí. Al reflexionar sobre cada interacción que había tenido con los hermanos y hermanas, recordé que, cuando me encargué de una carta de informe hace poco, sin comprobar los detalles, hice una clasificación a las apuradas basándome en mis propias nociones e imaginaciones y había obligado a los demás a que me siguieran la corriente. De hecho, había sido arrogante y vanidosa. Sin embargo, darme cuenta de que los hermanos y hermanas tenían esa opinión de mí fue algo difícil de aceptar. Me sentí muy desanimada y pensé: “Siempre creí que tenía una imagen bastante buena en el corazón de los hermanos y hermanas, pero resulta que es terrible. ¡Esto es realmente mortificante! ¿Cómo podré mirarlos a la cara en el futuro?”. De golpe, mi ánimo cayó por los suelos, me sentí muy frustrada y se me llenó la mente de pensamientos sobre sus opiniones negativas sobre mí. Esa noche, daba vueltas en la cama, no podía dormir y lloraba en silencio. Incluso pensé en abandonar mi deber. Me sentí completamente abatida, como si el viento en popa se hubiera terminado. Para restaurar mi imagen en el corazón de los hermanos y hermanas, al regresar a las reuniones, presté especial atención a mi tono de voz y a mis expresiones. Cuando hablaba con ellos, trataba de usar un tono suave y amable. Cuando percibía que tenían problemas en sus deberes, evitaba señalárselos o ponerlos directamente al descubierto. En su lugar, los persuadía para que hicieran las cosas y esperaba que pensaran que era accesible, en lugar de arrogante y vanidosa. Una vez, durante una reunión de implementación del trabajo, una líder de grupo llegó muy tarde por cuestiones domésticas, lo que retrasó la reunión. Algunos hermanos y hermanas habían informado que ella carecía de carga en su deber y que solía llegar tarde a las reuniones. Quería señalárselo y podarla, pero luego pensé: “Si la podo, ¿hablará mal de mí a los hermanos y hermanas y dirá que soy severa y que la podo? Si es así, ¿no causará eso que más hermanos y hermanas tengan una mala impresión de mí en el corazón?”. Para mantener mi orgullo y estatus, me contuve y dije con amabilidad a la líder de grupo: “La próxima vez, te ruego que no llegues tarde o el trabajo se retrasará”. Tras decir esto, me di cuenta de que, si continuaba sin señalar sus problemas de esa manera, eso podría tener un impacto en la vida de iglesia. Sin embargo, tenía miedo de que ella tuviera una mala impresión de mí, así que no se los señalé. Después de la reunión, me sentí extenuada por tener que fingir de esa manera. Tras eso, esa líder de grupo siguió sin cambiar. Siguió siendo parsimoniosa en su deber y carecía de sentido de carga. Me sentí reprimida y angustiada, hasta el punto de pensar que no podía continuar con ese deber porque era demasiado agotador.

Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios: “La familia no solo condiciona a la gente con uno o dos dichos, sino con una sarta completa de citas y aforismos bien conocidos. En tu familia, por ejemplo, ¿mencionan los ancianos y padres a menudo el dicho ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’? (Sí). Lo que quieren decir es: ‘La gente debe vivir por el bien de su reputación. Las personas no buscan otra cosa en la vida que forjarse una buena reputación entre los demás y causar una buena impresión. Dondequiera que vayas, muéstrate más generoso en las felicitaciones, las cortesías y los cumplidos, y pronuncia más palabras amables. No ofendas a nadie, y en lugar de eso realiza más buenas obras y actos amables’. Este particular efecto condicionante ejercido por la familia tiene cierto impacto en el comportamiento o los principios de conducta de las personas, lo que da lugar de manera inevitable a que concedan gran importancia a la fama y el beneficio. Es decir, otorgan gran importancia a su propia reputación, a su prestigio, a la impresión que crean en la mente de los demás y a cómo valoran estos todo lo que hacen y todas las opiniones que expresan. Al conceder gran importancia a la fama y el beneficio, sin darte cuenta le otorgas muy poca al hecho de si el deber que llevas a cabo es conforme con la verdad y los principios, y si estás satisfaciendo a Dios y cumpliendo con tu deber adecuadamente. Consideras que esas cosas tienen poca importancia y no son prioritarias, mientras que el dicho ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’, con el que tu familia te ha condicionado, se vuelve extremadamente importante para ti. Te obliga a prestar mucha atención al modo en que los demás perciben en su mente cada detalle sobre ti. En particular, hay quienes prestan especial atención a lo que los demás piensan realmente de ellos a sus espaldas, hasta el punto de poner la oreja en las paredes, escuchar a través de puertas entreabiertas e incluso mirar de reojo lo que los demás escriben sobre ellos. En cuanto alguien menciona su nombre, piensan: ‘Tengo que darme prisa para escuchar lo que dicen sobre mí y saber si su opinión es buena. ¡Oh, cielos! Han dicho que soy vago y que me gusta la buena comida. Entonces debo cambiar, no puedo seguir siendo vago, he de ser diligente’. Después de obrar con diligencia durante un tiempo, piensan para sí: ‘He estado atento para comprobar si todo el mundo dice que soy vago, y parece que nadie lo ha dicho últimamente’. Sin embargo, permanecen inquietos, así que dejan caer el tema de manera casual en las conversaciones que mantienen con quienes les rodean, diciendo: ‘Soy un poco vago’. A lo que otros responden: ‘No eres vago, ahora eres mucho más diligente que antes’. Al oír eso, enseguida se sienten aliviados, encantados y reconfortados. ‘Fíjate, ha cambiado la opinión que todos tenían de mí. Parece que se han dado cuenta de la mejora en mi conducta’. Nada de lo que haces es en aras de practicar la verdad ni para satisfacer a Dios, sino por el bien de tu propia reputación. Así pues, en la práctica, ¿en qué se ha convertido todo lo que haces? En un acto religioso. ¿Qué ha sido de tu esencia? Te has convertido en el arquetipo de un fariseo. ¿En qué se ha convertido tu senda? En la senda de los anticristos. Así es como Dios la define. Por lo tanto, se ha manchado la esencia de todo lo que haces, ya no es la misma; no practicas ni persigues la verdad, sino que buscas la fama y el beneficio. En última instancia, en lo que respecta a Dios, el cumplimiento de tu deber es, en una palabra, inadecuado. ¿Por qué? Porque te dedicas solo a tu propia reputación, en lugar de a lo que Dios te ha encomendado o a tu deber como ser creado. ¿Qué sientes en tu corazón cuando Dios plantea semejante definición? ¿Que tu creencia en Dios durante todos estos años ha sido en vano? Entonces, ¿significa eso que no has estado persiguiendo la verdad en absoluto?(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (12)). Las palabras de Dios me permitieron entender la influencia en las personas del dicho: “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”. En especial, a las personas les preocupa cómo los demás las evalúan. Se centran en el estatus y la imagen que tienen en el corazón de los demás y siempre se esfuerzan, a través de sus palabras y actos, por dejar una buena impresión y ganarse una reputación positiva. No pude evitar reflexionar sobre mi insistente búsqueda de tener una buena imagen en el corazón de los demás y me di cuenta de que estaba influenciada por esa forma de pensar y esa opinión. Cuando era joven, oí a mi cuñada hablar mal de mi madre y mi hermana mayor. Para evitar que mi cuñada hablara mal de mí, tomé la iniciativa de lavar la ropa de sus hijos y darles de comer. Después de casarme, para forjarme una buena reputación, cuidé de mi suegra, que estaba postrada en cama, durante diez años de forma voluntaria. Aunque estaba exhausta y sentía reticencia, soporté esos sufrimientos, por muy difíciles que fueran. Después de empezar a creer en Dios, para dejar una buena impresión en los hermanos y hermanas, me entregué con entusiasmo a mi fe y cumplí activamente con mi deber. Cuando mis compañeros de trabajo retrasaban su deber por asuntos personales, no se los señalaba, sino que los ayudaba a realizarlo. Oír los elogios de los demás me llenaba de alegría y me motivaba a cumplir mi deber y estar dispuesta a soportar cualquier adversidad. Cuando oí que los hermanos y hermanas me hicieron evaluaciones negativas, me molesté tanto que hasta quise abandonar mi deber. Me centré en restaurar la imagen que tenían de mí en sus corazones. Cuando me reunía con los hermanos y hermanas, les hablaba con cautela, trataba de hablar con un tono lo más agradable posible y los saludaba con una sonrisa para que vieran que era una persona accesible. Cuando vi que la líder de grupo solía llegar tarde a las reuniones y no era responsable, debería haberle señalado y puesto al descubierto sus problemas. Pero temía que podarla dejara una impresión negativa de mí en los corazones de los demás. Así que hice la vista gorda, le resté importancia y lo mencioné de manera tranquila y amable para que todos tuvieran una buena impresión de mí. Como líder de la iglesia, al ver que los hermanos y hermanas hacían su deber de manera superficial y retrasaban el trabajo, debería haber compartido para ayudarlos, señalarles sus problemas y podarlos, lo que los ayudaría a reconocerlos y rectificarlos a tiempo. Sin embargo, para mantener mi buena reputación y que todos tuvieran una buena opinión de mí, no dudé en vulnerar las exigencias de Dios para ceder ante ellos y consentirlos. No tuve en ninguna consideración el trabajo de la iglesia. ¿Cómo es que cumplir mi deber de esta manera podía estar de acuerdo con las intenciones de Dios? Al reflexionar sobre mis actos, me di cuenta de que eran realmente repugnantes.

Seguí leyendo las palabras de Dios y conseguí entender con mayor profundidad mi comportamiento. Dios Todopoderoso dice: “No has estado persiguiendo la verdad, sino que tu atención se ha dirigido sobre todo a tu propia reputación, y la causa de ello radica en los efectos condicionantes provenientes de tu familia. ¿Qué dicho es con el que más te ha condicionado? El dicho ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’ se ha arraigado profundamente en tu corazón y se ha convertido en tu lema. Este dicho te ha influido y condicionado desde que eras joven, e incluso siendo ya mayor lo sigues repitiendo a menudo para influir en la siguiente generación de tu familia y en los que te rodean. Por supuesto, lo que es aún más grave es que lo has adoptado como tu método y principio para comportarte y afrontar las cosas, e incluso como el objetivo y el rumbo que persigues en la vida. Debido a lo equivocado de este objetivo y rumbo, el resultado final será seguramente negativo. Porque la esencia de todo lo que haces es solo por el bien de tu reputación, y su único fin es poner en práctica el dicho ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’. No persigues la verdad, y ni tú mismo te das cuenta de ello. Crees que ese dicho no tiene nada de malo, ¿por qué no debería la gente vivir por el bien de su reputación? Ese dicho tan común asegura que ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’. Parece algo muy positivo y legítimo, así que de manera inconsciente aceptas su efecto condicionante y lo consideras algo positivo. Una vez que consideras este dicho como algo positivo, inconscientemente lo estás persiguiendo y poniendo en práctica. Al mismo tiempo, sin saberlo y de forma confusa, lo interpretas erróneamente como la verdad y como un criterio de esta. Cuando lo consideras un criterio de la verdad, ya no escuchas lo que Dios dice ni eres capaz de entenderlo. Pones en práctica a ciegas el lema ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’, y obras de acuerdo con él, y lo que al final obtienes de ello es una buena reputación. Has conseguido lo que querías, pero al hacerlo has vulnerado y abandonado la verdad, y has perdido la oportunidad de salvarte. Dado que ese es el resultado final, debes desprenderte y abandonar la idea de que ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’, con la que tu familia te condicionó. No es algo a lo que debas aferrarte, ni es un dicho o idea al que debas dedicar los esfuerzos y energías de toda una vida. Esta idea y punto de vista que te han inculcado y condicionado son equivocados, por lo que debes desprenderte de ellos. El motivo por el que debes desprenderte de ese dicho no es solo porque no es la verdad, sino también porque te llevará por el mal camino y, finalmente, a tu destrucción, así que las consecuencias son muy graves. Para ti, no es un simple dicho, sino un cáncer, un medio y un método que corrompen a la gente. Porque, según las palabras de Dios, entre todos los requerimientos que impone a las personas, nunca les ha exigido perseguir una buena reputación, buscar prestigio, causar buena impresión a los demás, ganarse la aprobación del resto u obtener su visto bueno, ni tampoco les ha exigido que vivan por la fama o con el fin de dejar tras de sí una buena reputación. Dios solo quiere que cumplan bien con su deber, y que se sometan a Él y a la verdad. Por consiguiente, en lo que a ti respecta, ese dicho es un tipo de condicionamiento que proviene de tu familia y del que deberías desprenderte(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (12)). Al meditar en las palabras de Dios, me sentí profundamente conmovida. El dicho: “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”, realmente causa un daño enorme a las personas. Reflexioné sobre cómo había absorbido las enseñanzas de mi madre desde niña, lo que me había hecho adoptar el dicho: “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”. Para forjarme una buena reputación entre la gente, me rebajaba a comprometerme y a hacer cosas, incluso cuando me enfrentaba a algunas que claramente no quería o no debía hacer. Después de que empecé a creer en Dios, seguía defendiendo ese dicho como si fueran sabias palabras y siempre priorizaba la imagen que tenía en el corazón de los demás por encima de mis deberes. Cuando la hermana señaló mi carácter arrogante y tono severo, su intención era ayudarme a reflexionar sobre mí misma y que me despojara de mi carácter corrupto al practicar la verdad. Sin embargo, en lugar de reflexionar sobre mí misma, me encubrí, fingí y desorienté a los hermanos y hermanas con una falsa apariencia. Cuando percibí que algunos de ellos no eran responsables en su deber y retrasaban el trabajo de la iglesia, no se los señalé ni los ayudé, sino que los persuadía y actuaba como si fuera cariñosa y paciente para que me tuvieran en alta estima. En realidad, todas mis acciones eran limitaciones y disfraces superficiales que personificaban mi hipocresía. Desorientaba a los hermanos y hermanas y, más importante aún, engañaba a Dios. Eso me recordó a los fariseos que, en apariencia, parecían devotos, humildes y amorosos. Oraban a propósito en los cruces de caminos y enseñaban las escrituras en los templos cada día para demostrar su devoción y lealtad a Dios, con el fin de que todos los apoyaran. Sin embargo, lo que hacían no era seguir las palabras de Dios, sino encubrirse, engañar y desorientar a los demás con su buen comportamiento aparente. Me di cuenta de que mi comportamiento era similar al de los fariseos. Si no buscaba cambiar mi carácter y no practicaba la verdad en mis deberes, por muy bien que me disfrazara o por mucha admiración que recibiera de los demás, mi desenlace sería como el de los fariseos: Dios me maldeciría y castigaría. Dios me mostró Su gracia al darme la oportunidad de formarme como líder, ya que quería ayudarme a cumplir bien con mis deberes y mantener el trabajo de la iglesia. Cuando veía problemas en los deberes de los hermanos y hermanas, debía señalárselos y compartir con ellos para resolverlos. Esa es mi responsabilidad y lo que Dios me exige. Sin embargo, solo perseguía mi propia fama y beneficios y vivía sin ninguna integridad ni dignidad. Ya no quería que Satanás me siguiera embaucando. Debo cumplir bien con mi deber.

Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios que me aportó una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “El pueblo escogido de Dios debería, como mínimo, poseer conciencia y razón, así como interactuar, relacionarse y trabajar con los demás de acuerdo con los principios y los estándares que Dios exige de las personas. Esto constituye el mejor enfoque. Esto puede satisfacer a Dios. Así pues, ¿cuáles son los principios-verdad que exige Dios? Que la gente sea comprensiva con los demás cuando estos se muestren débiles y negativos, que tenga consideración por su dolor y dificultades, y entonces indague sobre estas cosas, les ofrezca ayuda y apoyo, y les lea las palabras de Dios para ayudarles a resolver sus problemas, con lo que les permite entender las intenciones de Dios y dejar de ser débiles, y los lleva ante Dios. ¿Acaso esta forma de practicar no concuerda con los principios? Practicar de esta manera está en consonancia con los principios-verdad. Naturalmente, las relaciones de este tipo guardan incluso mayor conformidad con ellos. Cuando las personas trastornan y perturban de manera deliberada, o son superficiales en su deber de manera intencionada, si te das cuenta de ello y eres capaz de señalarles estas cosas, reprenderlas y ayudarlas de acuerdo con los principios, esto concuerda entonces con los principios-verdad. Si haces la vista gorda o toleras su comportamiento y las encubres, e incluso llegas a decirles cosas agradables para elogiarlas y aplaudirlas, tales formas de relacionarte con la gente, de tratar los asuntos y de lidiar con los problemas, están claramente en desacuerdo con los principios-verdad y no tienen ninguna base en las palabras de Dios. Así pues, estas formas de relacionarse con la gente y de gestionar los asuntos son claramente impropias, y esto realmente no es fácil de detectar si no se lo disecciona y discierne de acuerdo con las palabras de Dios(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (14)). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él exige que las personas interactúen entre sí según los principios-verdad. Cuando vemos que los hermanos y hermanas se sienten negativos, débiles o tienen carencias, debemos compartir con ellos y ayudarlos con amor para que puedan entender las intenciones de Dios, reflexionar y conocer sus problemas y avanzar en su entrada en la vida. Si alguien tiene una actitud problemática hacia sus deberes y causa trastornos, perturbaciones o retrasos en el trabajo, debemos ponerlo a descubierto y podarlo según los principios. No podemos hacer la vista gorda para mantener nuestro propio orgullo y estatus. Por ejemplo, cuando la líder de grupo solía llegar tarde a las reuniones y afectaba la vida de iglesia, debería haberla podado, puesto al descubierto y diseccionado. Además, cuando los hermanos y hermanas señalaron mis problemas, debería haberlos aceptado, reflexionado seriamente sobre mi carácter arrogante y debería haber practicado la verdad para despojarme de mi corrupción, en lugar de disfrazarme para mantener una buena imagen de mí en sus corazones. Después de entender estos principios de práctica, me sentí relajada y aliviada.

Más tarde, cuando fui a otra iglesia a dar seguimiento al trabajo evangélico, me enteré de que la diaconisa del evangelio no era responsable y carecía de carga en su deber. Incluso demostraba resistencia cuando los líderes de iglesia supervisaban su trabajo y le daban seguimiento. Habida cuenta de esto, debería habérselo señalado para ayudarla, ponerla al descubierto y podarla. Sin embargo, pensé que era la primera vez que asistía a una reunión allí. ¿Qué pensarían todos de mí si ponía al descubierto sus problemas apenas llegaba? ¿Cómo podría colaborar con ellos en el futuro si no se llevaban una buena primera impresión de mí? Cuando tuve estos pensamientos, me di cuenta de que, una vez más, me preocupaba mi reputación y mi estatus. Recordé las palabras de Dios: “Primero debes pensar en los intereses de la casa de Dios, tener en cuenta las intenciones de Dios y considerar la obra de la iglesia. Coloca estas cosas antes que nada; solo después de eso puedes pensar en la estabilidad de tu estatus o en cómo te consideran los demás(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, entendí que, independientemente de las circunstancias, debo priorizar los intereses de la iglesia. La diaconisa del evangelio no era responsable en su deber y ralentizaba el progreso del trabajo evangélico. Más aún, se negaba a aceptar que la supervisaran. Si no le señalaba sus problemas, el trabajo evangélico se retrasaría y no habría ningún beneficio para su propia entrada en la vida. No podía seguir manteniendo mi imagen y estatus en el corazón de los demás. Independientemente de cómo pudiera verme la hermana, tenía que practicar la verdad y salvaguardar los intereses de la iglesia. Posteriormente, señalé los problemas en el deber de la hermana y compartí el significado de que los líderes y obreros supervisaran el trabajo y le dieran seguimiento, y las responsabilidades de una diaconisa del evangelio. Además, compartí cómo cumplir los deberes con responsabilidad. Después de mi plática, la hermana reconoció que había sido negligente al cumplir su deber. Abrió su corazón acerca de su estado y expresó su voluntad de enmendarse. Más tarde, se volvió más proactiva en su deber, y el trabajo evangélico comenzó a progresar.

A través de estas experiencias, me doy cuenta de que es crucial practicar la verdad y cumplir los deberes según los principios. Si siempre salvaguardo mis intereses personales y protejo mi orgullo y estatus al cumplir mis deberes, no solo perjudico el trabajo de la iglesia, sino también a los hermanos y hermanas y a mí misma. Son las palabras de Dios las que me han ayudado a llegar a este entendimiento y conseguir esta transformación. ¡Gracias a Dios!

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