Las lecciones que he aprendido de los fracasos

30 Oct 2024

Por Jiang Ping, China

Antes, cuando creía en el Señor Jesús, solía leer la Biblia y difundir el evangelio del Señor. Después de empezar a creer en Dios Todopoderoso y leer Sus palabras, aprendí que Dios Todopoderoso expresa la verdad en los últimos días para hacer la obra de juzgar, purificar y salvar a las personas. Por eso, me dediqué con aún más empeño a mi deber de difundir el evangelio. A través de la práctica, entendí mejor la verdad de dar testimonio de la obra de Dios. También comprendí los principios de predicar el evangelio y adquirí algo de experiencia, por lo que predicaba con bastante eficacia. Mis hermanos y hermanas decían que yo lo hacía muy bien y que podía captar las nociones de los candidatos al evangelio y hablar sobre ellas para resolverlas. Los problemas que a ellos les resultaban difíciles no eran un gran reto para mí. Un tiempo más tarde, mientras predicaba el evangelio, la policía me arrestó y me sentenciaron a un año de prisión. Una vez fuera, volví rápidamente a predicar el evangelio. Muchos de mis hermanos y hermanas acababan de aprender a predicar el evangelio y no obtenían grandes resultados, así que la líder me puso al frente de la labor del evangelio. Con mis hermanos y hermanas, analicé algunas de las nociones que solían tener los candidatos al evangelio y les expliqué cómo resolverlas a través de enseñanzas. A veces, nos encontrábamos con candidatos al evangelio que tenían muchas nociones religiosas, por lo que los hermanos y hermanas hablaban con ellos en varias ocasiones, pero sin tener éxito. Pero cuando yo hablaba con ellos, resolvía sus nociones con rapidez. Con el tiempo, la obra del evangelio de nuestra iglesia obtuvo resultados cada vez mejores y, poco a poco, empecé a admirarme a mí misma. Realmente creía que tenía una gran aptitud y que podía resolver con facilidad los problemas que el resto de los hermanos y hermanas no eran capaces de solucionar. Creía que tenía un talento único. Empecé a tener una opinión cada vez más elevada de mí misma y a despreciar a los demás por su falta de atención y poca aptitud.

Una vez, una hermana que regaba a los nuevos fieles vino a verme, me dijo que una de ellos le había planteado unas preguntas y me pidió que hablase con ella. Me enfadé mucho con ella y pensé: “¿Por qué no eres capaz de resolver un problema tan simple? ¿Te preocupas tan poco de tu deber y le prestas tan poca atención? ¿Tienes tan poca aptitud que ni siquiera eres capaz de resolver las nociones de un nuevo fiel?”. Así que la reprendí y le dije: “¿De qué sirves si ni siquiera puedes regar bien a un nuevo fiel?”. Mi hermana tan solo agachó la cabeza, no dijo nada y se le derramaron lágrimas. Yo sabía que no había actuado de forma correcta, pero pensé: “Si no soy firme con ella, no aprenderá bien la lección y no mejorará”. Tras eso, ya no se atrevió a acudir a mí cuando tenía un problema. Se volvió negativa y limitada, ya que sentía que tenía muy poca aptitud para hacer su deber y regar a los nuevos fieles. Yo sabía cómo se sentía, pero no reflexioné sobre mí misma. No hablé con ella ni intenté ayudarla. En mi mente, la menospreciaba: ¿acaso ella no estaba retrasando las labores si no era capaz de resolver problemas tan simples? Así que, tras eso, le prohibí que regara a ese nuevo fiel. En otra ocasión, una líder de la iglesia y yo organizamos una reunión para los nuevos fieles. Pero, tras la charla de la líder, los problemas de los nuevos fieles aún no se habían solucionado. Pensé: “Eres la líder, pero ni siquiera puedes regar a los nuevos fieles”. Así que tomé la iniciativa y les pregunté: “¿Han entendido todos lo que acaba de decir la hermana?”. Ellos negaron con la cabeza y dijeron que aún no lo entendían. Entonces, les hablé largo y tendido sobre las tres etapas de la obra de Dios. Me escucharon con gusto y muchos de ellos dijeron: “Ahora que lo has explicado así, lo entendemos”. Ver que tenían esa actitud conmigo me hizo sentir muy feliz. Sentía que predicaba el evangelio y regaba mejor que la líder.

Tras eso, alardeaba todo el tiempo y menospreciaba a los demás. Me volví cada vez más arrogante. Imponía mi voluntad en todos los asuntos de trabajo, grandes y pequeños. Sencillamente, pensaba que era mejor que mis hermanos y hermanas, y que incluso si discutía las cosas con ellos, todo dependería de mí, a fin de cuentas, así que era mejor si yo tomaba las decisiones y no perdía el tiempo. Y en la labor de predicar y regar, sentía que todos los demás estaban por debajo de mí y que era mejor si lo hacía todo por mi cuenta. Así que comencé a predicar y regar al mismo tiempo. Me encargué de todo tipo de labores yo sola. Estaba tan ocupada que apenas tenía tiempo para descansar. Pero entonces la líder se enteró de que yo ya no estaba formando a nadie y de que no dejaba que los demás practicaran, así que me podó. Me dijo: “Te estás ocupando de todo sola. ¿No crees que eso es arrogante?”. Incluso ante la poda y reprobación, no pensé que fuera gran cosa. Sentía que cada día, desde el amanecer hasta el atardecer, estaba ocupada predicando y regando a los nuevos fieles, lo que demostraba que, en mi opinión, eso era llevar una carga por mi deber. También pensaba que tenía buena aptitud y capacidad de trabajo, y que, mientras obtuviera buenos resultados, mi arrogancia no era un problema. Así que seguí haciendo las cosas a mi manera. Me encargaba yo misma de cualquier asunto que surgiera, sin consultarlo con los demás. Algunos de mis hermanos y hermanas se sentían limitados. Pensaban que no valían lo suficiente y vivían en la negatividad. Otros empezaron a depender totalmente de mí. No asumían ninguna carga por sus deberes y siempre esperaban mis instrucciones, lo que afectaba las labores del evangelio y de riego. Poco tiempo después, mis ojos comenzaron a lagrimear con frecuencia. A veces era tan grave que no podía ver. El doctor me dijo que tenía bloqueados los conductos lagrimales y que era necesario operarme. De camino a casa, pensé: “De repente, me sale esta enfermedad en los ojos. Debe haber una intención de Dios detrás”. ¿He ofendido a Dios de alguna manera? En ese momento, comencé a reflexionar sobre cómo había estado haciendo mi deber. Oré a Dios con el corazón y le pedí que me esclareciera para poder entender mi problema.

Cuando llegué a casa, leí estas palabras de Dios: “Algunos, que han trabajado un poco y han liderado una iglesia bastante bien, piensan que son superiores a los demás y a menudo difunden palabras como: ‘¿Por qué Dios me pone en un cargo importante? ¿Por qué no deja de mencionar mi nombre? ¿Por qué sigue hablando conmigo? Dios tiene muy buena opinión de mí porque tengo calibre y porque estoy por encima de la gente corriente. Estáis incluso celosos de que Dios me trate mejor. ¿Por qué tenéis celos? ¿Acaso no veis cuánto trabajo y cuánto sacrificio hago? No deberíais tener celos de las cosas buenas que Dios me da, porque me las merezco. He trabajado muchos años y he sufrido bastante. Merezco el reconocimiento y estoy calificado’. Hay otros que dicen: ‘Dios me permitió unirme a las reuniones de colaboradores y escuchar Su enseñanza. Yo estoy calificado, ¿lo estás tú? En primer lugar, tengo un alto calibre y persigo la verdad más que vosotros. Es más, me esfuerzo más que vosotros y puedo hacer el trabajo de la iglesia, ¿podéis vosotros?’. Esto es arrogancia. Los resultados del desempeño de los deberes y el trabajo de las personas son diferentes. Algunos tienen buenos resultados, mientras que a otros les va mal. Algunas personas nacen con buen calibre y también son capaces de buscar la verdad, por lo que los resultados de sus deberes mejoran rápidamente. Esto se debe a su buen calibre, que está predestinado por Dios. Pero ¿cómo se resuelve el problema de los malos resultados en el cumplimiento del deber? Debes buscar constantemente la verdad y trabajar duro, entonces tú también podrás alcanzar poco a poco buenos resultados. Mientras te esfuerces por la verdad y alcances el límite de tus capacidades, Dios lo aprobará. Pero, con independencia de que los resultados de tu trabajo sean buenos o no, no debes tener ideas erróneas. No pienses: ‘Estoy calificado para ser igual a Dios’, ‘Estoy calificado para disfrutar de lo que Dios me ha dado’, ‘Estoy calificado para hacer que Dios me alabe’, ‘Estoy calificado para dirigir a otros’ o ‘Estoy calificado para aleccionar a otros’. No digas que estás calificado. La gente no debería tener estos pensamientos. Si los tienes, eso demuestra que no estás en el lugar que te corresponde, y que ni siquiera cuentas con la razón más elemental que debe tener un ser humano. Entonces, ¿cómo puedes deshacerte de tu carácter arrogante? No puedes(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). Las palabras de Dios desenmascararon mi estado. Me di cuenta de que mi naturaleza arrogante había dominado mi comportamiento. Cuando mi labor de predicación y riego obtuvo resultados, me sentí animada. Pensé que tenía una aptitud y habilidades tan buenas que era indispensable para la obra del evangelio. Veía esas habilidades como capital. Fui tan arrogante que ignoré a todos los demás. Me comporté como si estuviera por encima de todos y los regañé y limité. Cuando mi hermana tuvo dificultades para regar a los nuevos fieles, no la ayudé a resolver el problema y solo usé mi estatus para reprenderla. Cuando la líder y yo regábamos juntos a los nuevos fieles y la líder no conseguía resolver sus problemas, no colaboré en la enseñanza. En cambio, menosprecié a la líder y la dejé en evidencia a propósito delante de los nuevos fieles. Cuando surgían problemas en el trabajo, no buscaba los principios-verdad ni dialogaba con mis hermanos y hermanas. Pensaba que tenía la experiencia para ver las cosas con claridad, que podía tomar las decisiones y encargarme de todo sola. No le daba a nadie la oportunidad de practicar y ni siquiera consideraba que era un problema cuando me podaban. Pensaba que estaba llevando una carga por mi deber. Asumía la veteranía y no aceptaba que me podasen. Era muy arrogante. No temía a Dios ni me sometía a Él con el corazón. Estaba a cargo de la labor del evangelio, por lo que debería haber estado formando a mis hermanos y hermanas para que también predicaran el evangelio. En su lugar, los desdeñaba y menospreciaba, y me encargaba de todo sola. Como consecuencia, ellos sentían que los limitaba, mientras que algunos dependían mucho de mí y eran incapaces de asumir una carga por su deber, lo que afectó la labor del evangelio. Eso no era hacer mi deber, sino hacer el mal y entorpecer la labor del evangelio. Antes pensaba que, al hacer todo por mi cuenta, estaba llevando una carga por mi deber. De hecho, solo estaba siendo arrogante. Me había puesto por encima de los demás, los trataba como si no importaran, me hacía cargo de todo y mi carácter arrogante me hacía comportarme con obstinación e imprudencia, sin pensar en Dios ni en los demás. ¿No era ese el carácter del arcángel? Si no me arrepentía, sería desdeñada y descartada por Dios. Al pensar en esto, me di cuenta de que Dios me había enviado esa enfermedad para castigarme y disciplinarme. Si Dios no hubiera planificado esa situación para mí, habría seguido comportándome acorde a mi carácter arrogante, habría seguido haciendo maldades, ofendiendo el carácter de Dios y recibiendo castigos. Cuando me di cuenta de esto, lloré y oré a Dios: “¡Dios mío! Soy tan arrogante que no tengo humanidad ni razón. No soy digna de vivir ante Ti. ¡Dios! No quiero resistirme ni rebelarme contra Ti. ¡Quiero arrepentirme!”. Tras eso, compartí mi estado abiertamente con mis hermanos y hermanas. Desenmascaré y diseccioné cómo les había hecho daño debido a mi carácter arrogante y les pedí disculpas. Luego, empecé a hacer mi deber con mayor humildad. Dialogaba sobre todas las cosas con mis hermanos y hermanas. Al poco tiempo, superé mi enfermedad. Agradecí a Dios desde el fondo del corazón.

Después de un tiempo, debido a las necesidades de la obra evangélica, la iglesia me asignó a difundir el evangelio en otro lugar. No pude evitar admirarme de nuevo: debía ser que predicaba el evangelio muy bien. De lo contrario, ¿por qué me habían enviado a otro lugar a difundirlo? Un día, fui a predicar el evangelio a dos creyentes. No pensé que sería difícil, así que no traté de entender su situación ni sus nociones principales de antemano. En su lugar, al igual que lo había hecho antes, di testimonio de las tres etapas de la obra de Dios directamente. Apenas lo escucharon, se dieron cuenta de que yo creía en Dios Todopoderoso y se pusieron a la defensiva, por lo que ya no quisieron seguir escuchándome. En ese momento, me quedé atónita. Había ido hasta allí y pensaba que podía extender la labor del evangelio con rapidez. Nunca pensé que fracasaría tan pronto. ¿Cómo haría ahora para extender la labor del evangelio? Sin embargo, aún no estaba dispuesta a rendirme. Quizá había sido solo un momento puntual y me había equivocado solo esa vez. Había predicado el evangelio durante tantos años que estaba segura de que podía ganar personas. Pero dondequiera que iba, fracasaba. Me sentía muy frustrada y sumida en un estado de abatimiento. Después de eso, me despidieron. Me dolía pensar que predicaba con tan poca eficacia. Sentía que no servía para nada. Si todo seguía así, ¿acaso no me descartarían? Echaba de menos los días en que predicaba el evangelio con pasión. Aunque el trabajo era duro y agotador, me hacía feliz obtener tan buenos resultados. Pero ¿por qué no era capaz de obtener esos resultados ahora? Al pensar en esto, sentí un dolor insoportable en el corazón. Sumida en el dolor, oré a Dios una y otra vez: “¡Dios mío! ¿Qué lecciones debo aprender de esta situación? Te ruego que me esclarezcas y me guíes para que pueda entenderme a mí misma”.

Mientras buscaba, vi este pasaje de las palabras de Dios: “Que alguien tenga un don o un talento significa que por naturaleza es mejor en algo o que destaca de alguna manera entre el resto. Por ejemplo, puede que tú reacciones un poco más rápido que otras personas, que comprendas las cosas un poco antes, que hayas llegado a dominar ciertas habilidades profesionales, o que seas un orador elocuente, etc. Estos son dones y talentos que puede tener una persona. Si tienes ciertos talentos y fortalezas, es muy importante cómo las entiendes y manejas. Si crees que eres insustituible porque nadie más posee tus talentos y tus dones y piensas que estás practicando la verdad si los utilizas para cumplir tu deber, ¿es este punto de vista correcto o erróneo? (Erróneo). ¿Por qué dices que es erróneo? ¿Qué son exactamente los talentos y los dones? ¿Cómo debes entenderlos, utilizarlos y tratarlos? El hecho es que, con independencia del don o talento que tengas, no significa que poseas la verdad y la vida. Si la gente posee ciertos dones y talentos, resulta apropiado que cumplan un deber en el que los utilicen, pero eso no significa que estén practicando la verdad, ni que estén haciendo las cosas de acuerdo con los principios. Por ejemplo, si has nacido con un don para cantar, ¿representa tu habilidad para cantar la práctica de la verdad? ¿Significa que cantas de acuerdo con los principios? No. Digamos, por ejemplo, que tienes un talento natural para las palabras y se te da bien escribir. Si no comprendes la verdad, ¿puede tu escritura concordar con la verdad? ¿Significa eso necesariamente que posees testimonio vivencial? (No). Por lo tanto, los dones y talentos son diferentes de la verdad y no se pueden comparar con ella. No importa qué dones poseas; si no persigues la verdad, no cumplirás bien tu deber. Algunas personas presumen a menudo de sus dones y generalmente creen que son mejores que los demás, por lo que los desprecian y no están dispuestas a cooperar con el resto a la hora de llevar a cabo sus deberes. Siempre desean estar a cargo de todo y, como resultado, suelen vulnerar los principios cuando ejecutan sus deberes y la eficiencia de su obra es también muy baja. Los dones las han convertido en personas arrogantes y sentenciosas, hacen que desprecien a los demás, que siempre se crean mejores que el resto y que piensen que nadie es tan bueno como ellas, por lo que se vuelven engreídas. ¿Acaso esas personas no se han echado a perder por sus dones? Absolutamente. Las personas con dones y talentos son las que tienen mayor probabilidad de ser arrogantes y sentenciosas. Si no persiguen la verdad y siempre viven de sus dones, es algo muy peligroso. No importa qué deber cumpla una persona en la casa de Dios o qué clase de talento posea; si no persigue la verdad, ciertamente fracasará en el cumplimiento de su deber. Sean cuales sean los dones y talentos que posea una persona, debería cumplir correctamente esa clase de deber. Si además puede comprender la verdad y hacer las cosas de acuerdo con los principios, sus dones y talentos desempeñarán un papel en el cumplimiento de ese deber. Aquellos que no aceptan la verdad, no buscan los principios-verdad y únicamente se apoyan en sus dones para hacer cosas no lograrán resultado alguno al cumplir sus deberes y corren el riesgo de ser descartados. […] La gente con dones y talentos cree que es muy lista, que lo entiende todo, pero no sabe que los dones y talentos no representan la verdad, que estas cosas no guardan relación con la verdad. Cuando la gente se apoya en sus dones y figuraciones a la hora de actuar, sus ideas y sus opiniones a menudo van en contra de la verdad, pero ellas no lo ven, y piensan: ‘¡Mira qué listo soy, qué decisiones más inteligentes he tomado! ¡Qué decisiones más acertadas! Ninguno de vosotros puede igualarme’. Viven continuamente en un estado de narcisismo y amor propio. Les cuesta sosegar el corazón para reflexionar sobre lo que Dios les pide, sobre lo que es la verdad y cuáles son los principios-verdad. Por ello, les cuesta comprender la verdad y, si bien cumplen deberes, no son capaces de practicar la verdad y, asimismo, les resulta muy difícil entrar en la realidad-verdad. En pocas palabras, si una persona no puede perseguir la verdad y aceptarla, entonces, con independencia de los dones o talentos que posea, no podrá cumplir bien su deber. No puede caber la menor duda al respecto(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿En qué se apoya exactamente la gente para vivir?). Después de reflexionar sobre las palabras de Dios, entendí que tener talentos y dones especiales no significa que posees la verdad. Si no comprendes la verdad o haces tu deber sin buscar los principios y siempre usas tus talentos y dones como capital, te volverás más arrogante con el tiempo. Me di cuenta de que, desde que había comenzado a hacer mi deber, había estado viviendo gracias a mis dones. Conocía bien la Biblia y tenía experiencia predicando el evangelio, por lo que tomé esas cosas como capital y me volví cada vez más arrogante. Menospreciaba a los demás y los trataba como si no importaran. La líder me había podado debido a mi arrogancia, pero yo no había aceptado su poda. Seguí usando mis dones como capital y rechacé sus sugerencias. Cuando predicaba en otros lugares, no buscaba los principios-verdad. Confiaba en mis dones y en mi experiencia para tratar de lograr grandes cosas. Como consecuencia, fracasé una y otra vez. Pero, incluso entonces, no pensaba que mi actitud fuera un problema y no reflexioné. Pensé de forma descarada que, dado que tenía dones y experiencia, podía hacer mi deber sin problema. Era tan arrogante e irracional. Pensé en Pablo, que era talentoso, inteligente y elocuente. Conocía a la perfección las Escrituras y era excelente predicando el evangelio y convirtiendo a las personas. Pero lo usó todo como capital. Su carácter se volvió cada vez más arrogante e ignoró a los demás. Afirmaba que no estaba detrás de los apóstoles y que solo trabajaba por las recompensas y la corona. Incluso afirmó que para él vivir es Cristo. Al final, Dios lo castigó. Su historia muestra que tener dones no significa que posees la realidad-verdad. Si no persigues la verdad, tu carácter corrupto no cambiará y te revelarán y descartarán. Luego, vi otro pasaje de las palabras de Dios que me aportó cierta claridad. Dios Todopoderoso dice: “¿Sois capaces de sentir la guía de Dios y el esclarecimiento del Espíritu Santo mientras cumplís con vuestro deber? (Sí). Si podéis percibir la obra del Espíritu Santo, y sin embargo seguís teniendo tan alto concepto de vosotros mismos y creyendo que poseéis la realidad, ¿qué está pasando entonces? (Cuando el cumplimiento de nuestro deber ha dado fruto, pensamos que la mitad del mérito pertenece a Dios y la otra mitad a nosotros. Exageramos nuestra cooperación hasta un punto ilimitado, pensando que nada era más importante que esta, y que el esclarecimiento de Dios no habría sido posible sin ella). Entonces, ¿por qué te esclareció Dios? ¿Puede Dios esclarecer también a otras personas? (Sí). Cuando Dios esclarece a alguien, es por la gracia de Dios. ¿Y en qué consiste esa pequeña cooperación por tu parte? ¿Es algo por lo que mereces reconocimiento, o es acaso tu deber y responsabilidad? (Es nuestro deber y responsabilidad). Al reconocer que se trata de tu deber y responsabilidad, entonces tienes el estado mental correcto, y no considerarás tratar de apuntarte el tanto. Si siempre crees: ‘Esta es mi contribución. ¿Habría sido posible el esclarecimiento de Dios sin mi cooperación? Esta tarea requiere de la cooperación del hombre; nuestra cooperación supone el grueso de todo este logro’, entonces estás equivocado. ¿Cómo podrías cooperar si el Espíritu Santo no te hubiera esclarecido, y si nadie te hubiera compartido los principios-verdad? Tampoco sabrías lo que Dios requiere; ni conocerías la senda de práctica. Aunque quisieras someterte a Dios y cooperar, no sabrías cómo hacerlo. ¿Acaso esta ‘cooperación’ tuya no son solo palabras vacías? Sin una verdadera cooperación, solo actúas según tus propias ideas, en cuyo caso, ¿podría el deber que realizas estar a la altura del estándar? En absoluto, lo cual indica el problema que nos ocupa. ¿Cuál es el problema? Sea cual sea el deber de una persona, el que logren resultados, cumplan con el deber de forma óptima y obtengan la aprobación de Dios depende de Sus acciones. Aún si cumples con tus responsabilidades y tu deber, si Dios no obra, si no te esclarece y guía, entonces no conocerás tu senda, tu rumbo ni tus metas. ¿Cuál es el resultado último de eso? Después de esforzarte todo ese tiempo, no habrás cumplido con tu deber correctamente, ni habrás ganado la verdad y vida; todo habrá sido en vano. Por lo tanto, ¡depende de Dios que cumplas con el deber de forma óptima, edificando a tus hermanos y hermanas y obteniendo la aprobación de Dios! La gente no puede hacer más que aquello que personalmente es capaz de hacer, lo que debe hacer y lo que está dentro de sus propias capacidades, nada más. Entonces, cumplir con tus deberes de manera eficaz depende en último término de la guía de las palabras de Dios y el esclarecimiento y el liderazgo del Espíritu Santo; solo así puedes entender la verdad y cumplir la comisión de Dios según la senda que Dios te ha concedido y los principios que ha establecido. Esta es la gracia y la bendición de Dios, y si la gente no puede verlo, es porque está ciega(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Al leer las palabras de Dios, entendí que los resultados que obtenía al predicar el evangelio y regar a los nuevos fieles no eran mérito ni capital míos. Se debían a la gracia de Dios y a la guía del Espíritu Santo. Si las palabras de Dios no compartiesen todos los aspectos de los principios-verdad para orientarnos y darnos una senda de práctica, ¿qué entendería yo entonces? Sin el esclarecimiento del Espíritu Santo y la guía de las palabras de Dios, no importa lo elocuente que fuera, la aptitud que poseyera o lo familiarizada que estuviera con la Biblia, nunca habría podido resolver las nociones de esas personas religiosas. La revelación de estos hechos me permitió ver que, sin el esclarecimiento del Espíritu Santo, yo solo era una tonta que no era capaz de resolver nada y ni siquiera hubiera podido convertir a una sola persona. Siempre había pensado que los resultados que obtenía en mi deber demostraban que era una persona capaz y con buena aptitud. Pero, en realidad, no entendía la obra de Dios ni conocía mi propia medida. Siempre usaba esas cosas como capital para presumir. Lo hacía de forma tan descarada.

Más tarde, leí más palabras de Dios: “Dios ama a la humanidad, cuida de ella, y muestra preocupación por ella; provee, asimismo, constante e incesantemente para la humanidad. Él nunca siente en Su corazón que esto sea un trabajo adicional o algo que merezca mucho mérito. Tampoco estima que salvar a la humanidad, proveer para ella, y concederle todo, sea hacer una gran contribución a la humanidad. Él simplemente provee para la humanidad de forma tranquila y silenciosa, a Su manera y por medio de Su propia esencia, y de lo que Él es y tiene. No importa cuánta provisión y cuánta ayuda reciba la humanidad de Él, Dios nunca piensa en eso ni intenta obtener mérito. Esto viene determinado por Su esencia, y es también precisamente una expresión verdadera de Su carácter(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo I). Al leer las palabras de Dios, me sentí conmovida. ¡El carácter de Dios es tan bueno y hermoso! Satanás nos ha corrompido profundamente, pero Dios se ha hecho carne dos veces para salvarnos. Ha obrado tanto, ha dicho tanto y ha soportado gran humillación y dolor. Pero Dios nunca lo ha expresado a la humanidad. Nunca ha sentido que fuera un asunto que merezca mucho crédito. La esencia de Dios no revela ningún rastro de arrogancia ni de ostentación. Al contrario, obra en silencio para completar Su obra. La humildad y ocultación de Dios son admirables. Yo ni siquiera soy tan buena como una hormiga. Mi deber logró algunos buenos resultados y me sentí increíble. Pensé que había logrado tanto que miraba por encima del hombro a los demás. Cuando pensaba en mi comportamiento, en mi tono y en mis formas al regañar y menospreciar a los demás, sentía repulsión. Si Dios no hubiera dispuesto todo esto para revelarme y podarme, mi naturaleza arrogante habría perturbado y trastornado la labor de la iglesia. Pero Dios me detuvo antes de que fuese por esa senda del mal y me permitió arrepentirme y cambiar. Dios me estaba salvando. ¡Le estaba tan agradecida! Así que oré a Dios: “¡Dios! No quiero vivir acorde a mi carácter arrogante. Te ruego que me guíes, me salves y me ayudes a vivir como un ser humano”.

Un tiempo después, mi estado había mejorado un poco. Mi líder dispuso que volviera a regar a los nuevos fieles. En un momento dado, una de mis hermanas tuvo problemas para regar a un nuevo fiel y no sabía qué hacer, así que acudió a mí en busca de enseñanzas. Resultó que no había comprendido bien la raíz de los problemas del nuevo fiel, por lo que empecé a sentir desprecio por ella. Pensé: “Tienes tan poca aptitud que ni siquiera eres capaz de ver los problemas del nuevo fiel. Si todos regaran a los nuevos fieles como tú, ¿no se retrasaría el trabajo de la iglesia?”. Pero, esta vez, fui consciente de que estaba revelando mi carácter arrogante. Así que oré a Dios y me rebelé contra mí misma. Más tarde, leí estas palabras de Dios: “Si tienes muchos conocimientos profesionales, no debes darte aires de superioridad ni presumir de tus aptitudes, sino que debes enseñar proactivamente tus habilidades y conocimientos a los novatos para que todos juntos podáis cumplir vuestro deber adecuadamente. Puede que seas la persona con más conocimientos sobre tu profesión y que seas el número uno en cuanto a capacidades, pero ese es un don que Dios te ha dado y deberías usarlo para cumplir tu deber y hacer uso de tus fortalezas. No importa lo capacitado o talentoso seas, no puedes asumir el trabajo solo; un deber se cumple más eficazmente si todos son capaces de adquirir las habilidades y los conocimientos de una profesión. Como dice el dicho, un hombre capaz necesita el apoyo de otras tres personas. No importa lo capaz que sea una persona, sin la ayuda de los demás, no alcanza. Por lo tanto, nadie debería ser arrogante ni debería desear actuar o tomar decisiones por sí mismo. Las personas deberían rebelarse contra la carne, dejar de lado sus propias ideas y opiniones y trabajar en armonía con todos los demás. Quien tenga conocimientos profesionales debería ayudar a los demás amorosamente, para que estos también puedan dominar esas habilidades y conocimientos. Se trata de algo beneficioso para el desempeño del deber. […] Si eres considerado con las intenciones de Dios y estás dispuesto a ser leal a la obra de Su casa, deberías ofrecer todas tus fortalezas y habilidades para que otros puedan aprenderlas y adquirirlas y así cumplir mejor su deber. Eso es lo que concuerda con las intenciones de Dios; solo tales personas tienen humanidad y son amadas y bendecidas por Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Las palabras de Dios me mostraron una senda de práctica. Mi hermana solo se estaba formando para regar a los nuevos fieles. Era normal que no fuera capaz de comprender o resolver ciertos problemas. Yo debía hacer todo lo posible para ayudarla y enseñarle a resolver esos problemas. Así que hablé con ella y, juntas, encontramos pasajes relevantes de las palabras de Dios. Más tarde, se solucionaron los problemas del nuevo fiel, que se mostró dispuesto a predicar el evangelio. Mi hermana y yo estábamos muy felices. Luego, cuando trabajaba con mis hermanos y hermanas, fui más humilde. A veces, cuando predican el evangelio y riegan a los nuevos fieles, no son capaces de resolver los problemas de los candidatos al evangelio y de los nuevos fieles. Pero ya no los menosprecio. En cambio, hablamos y buscamos los principios juntos. Cuando aportan otras sugerencias, me rechazo a mí misma conscientemente y los escucho. Ya no me impongo a ellos ni los menosprecio. Hacer esto me ha dado paz y ha liberado mi corazón.

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