Lo triste de ir en pos del estatus

31 Ene 2022

Por Zheng Yuan, China

En 2017 me eligieron líder de una iglesia y me pusieron por compañeras a dos hermanas para supervisar el trabajo de varias iglesias. Al ver mis hermanas que trabajaba más rápido que ellas y daba sugerencias razonables cuando hablábamos de trabajo, me envidiaban mucho y decían que tenía cualidades y capacidad de trabajo. Me alegraba mucho que afirmaran eso. Pensaba: “Antes me valoraba el jefe de la empresa donde trabajaba, y cuando empecé a creer en Dios, mis hermanos y hermanas me apoyaban. Ahora, en el deber de líder, también me admiran mis compañeros. Quizá es verdad que sí tengo talento. Cuando los líderes superiores vean mis habilidades, seguro que dicen que soy mejor que mis compañeras”. Pensando en estas cosas me sentía aún más motivada en el deber. Con el tiempo, tomaba la mayoría de las decisiones de trabajo de la iglesia. Mis hermanas hacían lo que les ordenara y disfrutaba mucho de esa sensación.

Más adelante, los líderes dispusieron que se incorporara la hermana Chen. En las reuniones veía que sus enseñanzas eran muy prácticas. Creía que podría beneficiarme ser su compañera, lo que me alegró mucho. Sin embargo, luego, en cada reunión, ante las enseñanzas tan prácticas y ocurrentes de la hermana Chen, y al observar cómo los hermanos y hermanas escuchaban atentos y asentían con la cabeza, me empecé a preocupar. Pensaba: “Yo protagonizaba las reuniones y enseñanzas, pero ahora todos quieren oírla a ella. Entonces, ¿quién me admirará a mí en lo sucesivo?”. Estaba muy celosa por miedo a que me desbancara. Descubrí después que cuando los hermanos y hermanas tenían dificultades en el deber, la hermana Chen podía enseñarles inmediatamente para ayudarlos y que ejecutaba el trabajo con gran rapidez. Antes no se formó un grupo por no poder encontrar al personal correcto, pero ella no tardó en conseguir que se formara. Cuando venían los líderes a las reuniones, también daba buenas sugerencias sobre el trabajo de la iglesia. Todo esto me provocaba celos y envidia. Deseaba tener el mismo nivel de aptitud para que me admiraran más los hermanos y hermanas. Hasta deseaba que los líderes la trasladaran a otro lado para que nadie me robara el protagonismo y los hermanos y hermanas me consideraran la mejor. Luego hubo elecciones en varias iglesias y los líderes siempre le pedían a la hermana Chen que los ayudara a controlarlas. Esto me hizo sentir especialmente perdida. Se les pide controlar las elecciones a personas capacitadas para discernir a los demás. Anteriormente, los líderes siempre me pedían ayuda a mí. Ahora se la pedían a la hermana Chen. Parecía ser muy importante para los líderes y que yo no les importaba nada. En concreto después, para varias tareas importantes de la iglesia, los líderes pusieron a cargo a la hermana Chen, lo que me pareció aún más injusto.

Una vez, cuando una iglesia tuvo que reelegir a sus líderes y diáconos y la hermana Chen ignoraba los pormenores del personal de esta iglesia, la diaconisa de riego electa se hallaba en un mal estado, pasiva y negligente en el deber. Yo tenía claro que esta hermana no era adecuada para diaconisa de riego, pero, por celos a la hermana Chen, no quise decir nada. Pensé: “Si tú elegiste a esta hermana, es culpa tuya haber elegido mal. A ver si la persona elegida sabe hacer realmente el trabajo”. Gestionó el riego unos meses, hasta que la culparon de incompetencia y dimitió. Después, la hermana Chen me criticó dos veces por ser complaciente y no señalar los problemas que conocía. Aunque no discutí, pensé para mis adentros: “Tú te encargas de este trabajo y te llevas el mérito cuando se hace bien. ¿Por qué debería decirte tantas cosas?”. En esa época, la hermana Chen siempre me molestaba y yo le guardaba un hondo rencor. La odiaba por robarme la corona de la cabeza y estaba triste. Más adelante, la hermana Chen tuvo un problema en el trabajo, me pidió opinión y le di una respuesta superficial. Así, aparentemente cumplía con mi deber hacia ella, pero no había comunicación respecto al trabajo ni ninguna cooperación armoniosa. Una vez hubo problemas en el trabajo del que era responsable la hermana Chen y nuestro líder la criticó por ello en una reunión. Mientras la hermana Chen sollozaba de culpa, yo estaba contenta y me regodeaba: “Los hermanos y hermanas ya ven tus capacidades reales. Ya no tienes tan buena imagen y parece haber llegado mi oportunidad de demostrar mi talento”. Luego me sorprendió lo mucho que todavía valoraban los líderes a la hermana Chen. Siguió responsabilizándose de varias tareas importantes de la iglesia, y a mí, básicamente, me dio un ataque. Perdí todo interés por el deber. Hasta empezó a frustrarme. En una ocasión, el equipo de vídeo tenía dificultades y la hermana Chen me pidió que fuera a solucionarlas. Yo no quería tomarme la molestia. Pensé: “Si lo hago, el mérito te lo sigues llevando tú y no se fijarán en mí. Si eres responsable de este trabajo desde que llegaste, ve a ocuparte tú”. También se reveló una idea ruin en mí: “Espero que fracases en el trabajo para que nadie te admire”. Respondí con gran insistencia: “Yo no voy”. En ese momento vi a la hermana Chen desamparada y callada, y yo también sentí cierta inquietud, pues sabía que la labor de la iglesia es nuestro deber común y debía hacerlo, así que, de mala gana, acepté ir. No obstante, mis intenciones no eran correctas, quería demostrar que era mejor que la hermana Chen, por lo que me faltaron la protección y la guía de Dios en el deber y no se solucionaron los problemas del equipo de vídeo. En aquel tiempo vivía en un estado de lucha por la fama y la fortuna, mi espíritu se oscureció y siempre fracasaba en el deber. No me atrevía a manifestarlo por miedo a que me despreciaran. Ningún trabajo supervisado por mí era eficaz. Estaba especialmente triste entonces. Pensaba: “Cumplía tan bien con el deber que mis hermanos y hermanas me apoyaban y mis compañeros solían escucharme, pero ahora solo me siento abatida. Con la hermana Chen aquí, creo no saber hacer nada bien”. Por entonces me daba grima ver a la hermana Chen. Quería escapar a algún sitio donde no tuviera que verla.

Luego hubo muchos problemas en las iglesias que yo supervisaba. El trabajo de la iglesia era ineficaz en todos los sentidos, casi paralizado, y me sentía muy culpable por ello, pero no buscaba la verdad para corregir mi estado. Nuestro líder nos pidió reflexionar sobre por qué era ineficaz nuestra labor, pero no me conocía a mí misma, así que señalé con el dedo a la hermana Chen. Pensaba que, antes de su llegada, cuando yo era la encargada, nuestro trabajo no estaba tan mal, pero ahora que ella era la encargada, era ella la que lo había hecho así. Una vez, hablando de estas cosas con una hermana, solté mi insatisfacción con la hermana Chen y me extendí diciendo que no valía. Después sentí cierta culpa: “¿No la estoy juzgando a sus espaldas? ¡Dios detesta eso!”. Pero, entonces, eso solo fue un pensamiento pasajero y no hice introspección en serio. Sinceramente, en realidad soy demasiado insensible e inflexible. No me conmoví por dentro de verdad hasta ser destituida. Nuestro líder vino a vernos y dijo que la eficacia de nuestro trabajo estaba decayendo y, además, que la hermana Chen y yo no cooperábamos bien. Me sentí algo inquieta, pero no me conocía a mí misma, por lo que aún tenía la mirada puesta en la hermana Chen. Pensaba que nuestro trabajo empezó a ir así de mal tras llegar ella. Como no me conocía a mí misma, nuestro líder me trató alegando que luchaba por la fama y la fortuna en el deber, que no hacía introspección pese a la ineficacia de mi trabajo, que, en mi estado, no era indicada para ser líder y que necesitaba un tiempo de reflexión espiritual.

Me dolió mucho mi destitución. No sabía cómo me percibirían mis hermanos y hermanas, y cuanto más lo pensaba, más se oscurecía mi espíritu. Me dormí leyendo la palabra de Dios, no pude sosegar el corazón ante Él y pasé un rato en este estado confuso. Comprendí entonces que mi estado no era bueno, así que oré a Dios para pedirle que me guiara hasta conocerme a mí misma. Un día descubrí dos pasajes de la palabra de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Los anticristos consideran que su propio estatus y reputación son más importantes que cualquier otra cosa. Estas personas no solo son taimadas, intrigantes y malvadas, sino también despiadadas por naturaleza. ¿Qué hacen cuando detectan que su estatus está en peligro o cuando pierden su lugar en el corazón de la gente, su respaldo y afecto, cuando esa gente ya no les venera ni admira, cuando han caído en la ignominia? De repente, cambian. En cuanto pierden su estatus, no quieren hacer nada, y todo lo que hacen es chapucero. No tienen ningún interés en cumplir con su deber. Pero esta no es su peor expresión. ¿Cuál es entonces? En cuanto estas personas pierden su estatus, y nadie las admira ni se deja engatusar por ellas, salen los celos y la venganza y sale el odio. No solo no tienen temor de Dios, sino que también carecen de un ápice de obediencia. En sus corazones, asimismo, son propensos a odiar a la iglesia, a la casa de Dios, y a los líderes y obreros, anhelan que la obra de la iglesia tenga problemas o se paralice, quieren reírse de la casa de Dios y de los hermanos y hermanas. También odian a cualquiera que busque la verdad y tema a Dios. Atacan y se burlan de cualquiera que sea fiel a su deber y esté dispuesto a pagar un precio. Este es el carácter del anticristo, ¿acaso no es despiadado?(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (II)). “Si alguien ve que una persona es mejor que ella, la reprime, inicia un rumor sobre ella o emplea algún medio inescrupuloso para que otras personas no piensen bien de ella y vean que nadie es mejor que nadie, entonces, este es el carácter corrupto de la arrogancia y la santurronería, así como de la deshonestidad, el engaño y la perfidia, y estas personas no se detienen ante nada para alcanzar sus objetivos. Viven de esta forma y, aun así, piensan que son personas maravillosas y buenas. Sin embargo, ¿acaso tienen un corazón temeroso de Dios? En primer lugar y hablando desde la perspectiva de la naturaleza de estos asuntos, ¿acaso las personas que actúan de esta manera no hacen simplemente lo que les place? ¿Acaso toman en consideración los intereses de la casa de Dios? Únicamente piensan en sus propios sentimientos y solo quieren alcanzar sus propias metas, independientemente de la pérdida que sufra la obra de la casa de Dios. Las personas como estas no solo son arrogantes y santurronas; también son egoístas y despreciables; muestran total desconsideración hacia la intención de Dios, y las personas que son así, sin duda alguna, no poseen un corazón temeroso de Dios. Esa es la razón por la que hacen lo que les place y actúan arbitrariamente, sin ningún sentido de culpa, sin ninguna inquietud, sin ninguna aprensión o preocupación y sin considerar las consecuencias. Esto es lo que suelen hacer y el modo en que se han comportado siempre. ¿A qué consecuencias se enfrentan estas personas? Tendrán problemas, ¿no? Por decirlo suavemente, esas personas son demasiado envidiosas y tienen un deseo excesivo de reputación y estatus personales; son demasiado mentirosas y traicioneras. Dicho con mayor dureza, el problema fundamental es que en el corazón de esas personas no hay el más mínimo temor de Dios. No temen a Dios, creen que son sumamente importantes y consideran que cada aspecto de sí mismas es superior a Dios y a la verdad. En su corazón, Dios es lo menos digno de mención y lo más insignificante y Dios no tiene absolutamente ningún estatus en su corazón. ¿Acaso aquellos que no tienen lugar para Dios en su corazón y no lo veneran han logrado la entrada en la verdad? (No). Entonces, cuando habitualmente van alegres manteniéndose ocupados y gastando mucha energía, ¿qué están haciendo? Esa gente incluso asegura que lo ha abandonado todo para esforzarse por Dios y que han sufrido mucho, pero, en realidad, la motivación, el principio y el objetivo de todos sus actos es beneficiarse a sí mismos; solo intentan proteger sus propios intereses. ¿Dirías o no que esa clase de gente es terrible? ¿Qué clase de personas han creído en Dios durante muchos años y sin embargo no tienen temor de Él? Las arrogantes. ¿Y cuáles son las cosas que más carecen del temor de Dios? Sin contar los animales, son los malvados, los anticristos, los demonios y Satanás. Tienen el descaro de enfrentarse a Dios, no le tienen ningún temor(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los cinco estados necesarios para ir por el camino correcto en la fe propia). Estas palabras me traspasaron el corazón. Los anticristos valoran la posición y la reputación por encima de todo. Tienen celos de que los demás busquen la verdad, por lo que los atacan y excluyen por miedo a que los desbanquen. Cometen cualquier maldad por mantener el estatus, hasta el punto de esperar que sus hermanos y hermanas fracasen en el deber y trabajen sin eficacia. Cuanto mejor trabaja la casa de Dios, peor se sienten. Tienen un carácter salvaje y son unos diablos. Mi conducta durante este tiempo era la de un anticristo. Al ver que la hermana Chen tenía aptitud, hacía bien su trabajo, enseñaba la verdad mejor que yo y se ganaba la admiración de todos, tuve celos de que me robara el protagonismo y esperaba que los líderes la trasladaran a otro lado para yo poder continuar destacando en la iglesia. Al ver que los líderes la valoraban y cultivaban, sentí envidia y enfado. Yo sabía que acababa de llegar, que no conocía al personal de la iglesia y que la diaconisa de riego no era adecuada para el trabajo, pero callé. Simplemente me quedé esperando su fracaso. Cuando trataba de hablar de trabajo conmigo, pasaba de ella. Esperaba que el trabajo le fuera mal para que la destituyeran y no la admirara nadie. Hasta la juzgué y humillé a sus espaldas, la ninguneé y me enaltecí para cumplir mi deseo de destacar. Descubrí que, pese a mis años de fe, había ignorado la entrada en la vida, no priorizaba el trabajo de la casa de Dios y me pasaba el tiempo luchando por la reputación y el estatus. Al no conseguirlos, me dieron ganas de morir. Eso me puso tan celosa que tomé represalias contra mi hermana y descuidé el trabajo de la iglesia. Me daba tanto miedo que la hermana Cheng hiciera bien su trabajo que estaba dispuesta a perjudicar los intereses de la casa de Dios para promover los míos. No tenía el más mínimo temor de Dios ni lo llevaba en el corazón. Lo que hacía era actuar como una sierva de Satanás, interrumpir el trabajo de la casa de Dios y entorpecer la labor de la iglesia hasta paralizarla. ¡No cumplía para nada con el deber! Era como un zorro en un viñedo, que robaba uvas y pisoteaba las viñas. ¡Mi naturaleza era precisamente la de los anticristos delatados por Dios! Me acordé de los anticristos expulsados de mi entorno. Aprovecharon el deber para presumir y enaltecerse, con la vana esperanza de poseer el corazón de la gente y asegurarse su apoyo. Si un hermano o hermana los desbanca y amenaza su estatus, lo atacan y toman represalias, hunden cruelmente la labor de la casa de Dios, básicamente ofenden el carácter de Dios y son revelados y eliminados. ¡Por fin descubrí que es demasiado peligroso ir en pos del estatus! Fue entonces, al darme cuenta de esto, cuando tuve miedo. Oré a Dios para que me guiara hasta conocerme a mí misma, arrepentirme y transformarme. Tras orar, me pregunté: “¿Por qué siempre lucho por el estatus y me aferro a mi posición? Siempre voy en pos del estatus; ¿y cuál es la causa pofunda de esto?”.

Luego vi un pasaje de la palabra de Dios de “Tener un carácter inalterado es estar enemistado con Dios”. “La fuente de oposición y rebeldía del hombre contra Dios es el haber sido corrompido por Satanás. Debido a la corrupción de Satanás, la conciencia del hombre se ha insensibilizado; se ha vuelto inmoral, sus pensamientos son degenerados, y ha desarrollado una actitud mental retrógrada. Antes de ser corrompido por Satanás, el hombre de manera natural seguía a Dios y obedecía Sus palabras después de escucharlas. Por naturaleza tenía un razonamiento y una conciencia sanos y una humanidad normal. Después de haber sido corrompido por Satanás, el razonamiento, la conciencia y la humanidad originales del hombre se fueron insensibilizando y fueron mermados por Satanás. Debido a ello, el hombre ha perdido su obediencia y amor a Dios. El razonamiento del hombre se ha vuelto aberrante, su carácter se ha vuelto como el de un animal y su rebeldía hacia Dios es cada vez más frecuente y grave. Sin embargo, el hombre todavía no conoce ni reconoce esto, y meramente se opone y se rebela a ciegas. El carácter del hombre se revela en las expresiones de su razonamiento, su percepción y su conciencia; debido a que su razonamiento y su percepción son defectuosos y su conciencia se ha vuelto sumamente insensible, su carácter se rebela contra Dios(“La Palabra manifestada en carne”). Tras leer la palabra de Dios, descubrí el origen del problema. Satanás me había corrompido tanto que no sabía vivir ni comportarme. Solo sabía perseguir la fama y la fortuna y consideraba leyes de vida filosofías satánicas como “destaca entre los demás”, “yo soy mi propio señor”, “una montaña no puede contener dos tigres” y “el hombre siempre debería esforzarse para ser mejor que sus contemporáneos”. Cuando la hermana Chen me desbancó en todos los sentidos y los hermanos, hermanas y líderes la admiraban y valoraban, creía que me robaba el protagonismo y la consideraba mota en mi ojo y aguijón en mi carne. Cuando mi hermana me pedía hablar de trabajo, tenía ganas de ignorarla. Incluso la juzgué, la humillé, la ninguneé adrede, esperaba que la destituyeran por meter la pata en el deber y me era indiferente cómo se resintiera la labor de la casa de Dios. Comprobé que, al vivir según estas ideas y opiniones satánicas, me había vuelto arrogante, egoísta y ruin y se había torcido mi humanidad. Hacía cualquier cosa por la reputación y el estatus, como los funcionarios del gran dragón rojo. Si alguien los desbanca o amenaza su estatus, lo califican de enemigo político y lo hunden. Dios, que es supremo, vino encarnado y expresa la verdad para salvar a la humanidad, pero el PCCh temía que, si el pueblo aceptaba el camino verdadero y seguía a Dios Todopoderoso, ya nadie los seguiría ni idolatraría a ellos, así que se pusieron a buscar frenéticamente a Cristo y a perseguir cruelmente a los cristianos con la vana esperanza de crear un territorio ateo donde el pueblo solo idolatrara y obedeciera al PCCh. Al compararme con la maldad, la tiranía, la brutalidad y la violencia del gran dragón rojo, me sentí aterrada. ¿Había alguna diferencia entre mi carácter y el gran dragón rojo? Por el estatus excluí a los disidentes y perdí toda conciencia y razón. Dios me había encumbrado al deber de líder. Debería haber cooperado con mi hermana para cumplir con el deber y devolverle a Dios Su amor, pero, embelesada por el estatus, me comparaba con ella. Me volví negativa y negligente cuando no pude desbancarla ni conseguir fama, fortuna y estatus, y perjudiqué gravemente el trabajo de la casa de Dios. En realidad, ¡fui negligente en el deber y por la senda equivocada!

Recapacité y comprendí que, asimismo, tenía una opinión equivocada. Siempre pensé que tener estatus en la casa de Dios me convertía en alguien útil y que me salvaría y sería perfeccionada, pero no sabía que Dios no se fija en tu estatus en la iglesia ni en si te admira la gente. Dios se fija en tu corazón y en tu actitud hacia el deber. En la casa de Dios, si aceptas la verdad, tienes las intenciones correctas, actúas con principios en el deber y obedeces y eres leal a Dios, entonces recibirás Su aprobación. Era muy ignorante. No buscaba la voluntad de Dios, vivía según las filosofías y opiniones satánicas, perseguía la fama y la fortuna y quería un alto estatus, pero es un error aspirar a esas cosas. Iba por la senda del anticristo, y si no me volvía hacia Dios, Él me eliminaría y destruiría. Me destituyeron a raíz de la justicia y la protección de Dios hacia mí. Con Sus palabras, Dios despertó reiteradamente mi dormido corazón y me hizo ver la verdad de mi corrupción. Fue entonces cuando comprendí los buenos propósitos de Dios. Lo único que hace Dios es llevarme hacia la senda correcta. Oré a Dios en mi interior para arrepentirme y pedirle que me guiara para mejorar mi conducta.

Luego descubrí otro pasaje de la palabra de Dios. “El estatus y el prestigio no se dejan de lado fácilmente. A quienes tienen cierto talento, cierto grado de aptitud o algo de experiencia laboral, dejar estas cosas de lado les resulta incluso más difícil. […] Cuando no tienen estatus, su apremio por competir está en su etapa incipiente; una vez que han adquirido estatus, cuando la casa de Dios les ha confiado alguna tarea importante, y sobre todo si han trabajado muchos años y tienen mucha experiencia y capital, su apremio ya no es tan incipiente, sino que ya ha echado raíces, ha florecido y está a punto de dar fruto. Cuando alguien tiene el deseo y la ambición constante de hacer grandes cosas, de llegar a ser famoso, de convertirse en una figura importante, está acabado. Entonces, antes de que esto desemboque en una catástrofe, debes rápidamente darle la vuelta a la situación y dejar estas cosas a un lado. Cuando hagas algo, sea cual sea el contexto, debes practicar la formación propia para buscar la verdad, para ser alguien que es honesto y obediente con Dios, y no solo debes cesar de luchar por tales cosas, sino también dejarlas de lado. Deberías ser consciente de cuando tienes el constante impulso de competir. Si queda sin resolver, el deseo de competir solo puede llevar a cosas malas, así que no tardes en buscar la verdad, corta de raíz tu competitividad, y sustituye ese comportamiento competitivo por practicar la verdad. Cuando practiques la verdad, tu competitividad, tus aspiraciones descabelladas y tus deseos disminuirán completamente, y ya no interferirán con la obra de la casa de Dios. De este modo, tus actos serán recordados y elogiados por Dios. Por tanto, lo que quiero destacar es que debes erradicar tu apremio por competir y tu ambición antes de que florezcan y den fruto. Algunos preguntan: ‘¿Cómo puedo erradicarlas? ¿Manteniéndolas en su etapa incipiente?’. Depende de tu experiencia, de lo que sientas al respecto, de lo decidido que estés. Hay quienes dicen: ‘Ni siquiera dejaré que broten’. Muy bien. Tú no tratas de ser un individuo honorable, con estatus y posición, sino alguien normal; incluso si Dios dice que eres indigno, no importa, estás contento de ser alguien despreciable a ojos de Dios, un seguidor pequeño e insignificante, mas uno que en última instancia es calificado por Dios de criatura aceptable. Una persona así es buena(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (III)). La palabra de Dios me hizo entender que no debo perseguir cosas como la altivez o ser la mejor. “Destaca entre los demás” y “yo soy mi propio señor” son mentiras satánicas. Si las cosas realmente llegan a ese punto, seré una diabla, no un ser humano. Dios nos exige ser personas normales, los seguidores más pequeños, y cumplir con el deber de los seres creados para ganarnos Su aprobación. Esto es lo principal. Al mismo tiempo, comprendí que, cuando suceda alguna cosa, debemos orar a Dios, renunciar conscientemente a nosotros mismos y practicar la verdad, y, con el tiempo, mermarán nuestras ambiciones y nuestros deseos. Antes no me conocía ni buscaba la verdad. Siempre creí tener talento y quería que me admiraran y valoraran. Me dejaba llevar por la ambición, así que en todos lados luchaba por la fama y la fortuna. Era claramente inferior, pero no soportaba que me desbancaran. Era tan arrogante que perdí la razón. Oré a Dios para decirle que ya no quería fama y fortuna, tan solo ser una persona normal y cooperar bien con mis compañeros en el deber. Sé que, en cada momento, mis compañeros son elegidos por la soberanía de Dios y yo debo aprender algunas lecciones. La hermana Chen tenía aptitud y experiencia y sabía enseñar la verdad para resolver problemas, lo que era útil para el trabajo de la casa de Dios y para la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Debería haber aprendido de sus puntos fuertes para compensar mis carencias y haber trabajado armoniosamente con ella en la labor de la iglesia.

Al poco tiempo, el líder me ordenó ser diaconisa de riego. En una reunión de colaboradores, me sinceré con la hermana Chen sobre mi corrupción en esa época. No me menospreció y, además, me enseñó la palabra de Dios. Se acabó mi distanciamiento con ella y tuve una gran sensación de liberación. Después, procuraba debatir las cosas con ella en el trabajo y hacía todo lo posible por cooperar con ella. Centrada en el deber, percibía la guía de Dios. Empecé a obtener mejores resultados en algunas áreas de trabajo y le estaba agradecida a Dios.

Tras mi destitución vi que el amor de Dios por mí es muy práctico. El juicio y castigo de la palabra de Dios me enseñaron mi corrupción. Con ellos se me hicieron evidentes la esencia y los resultados de ir en pos de la fama y el estatus. A su vez, la palabra de Dios me guió hacia la senda correcta y me permitió renunciar a mí misma y practicar la verdad. Sin ella, aún no me conocería, seguiría peleándome por la fama y la fortuna y Satanás jugaría conmigo mientras hiciera el mal y me opusiera a Dios. ¡Le agradezco a Dios que me salvara!

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