Una deshonra de mi pasado
Por Li Yi, China
En agosto de 2015, mi familia y yo nos trasladamos a Sinkiang. Sabía que el Partido Comunista tenía en marcha estrictas medidas de control y vigilancia, en teoría para combatir las revueltas de la minoría uigur. El ambiente era peligroso. Tras llegar a Sinkiang, el ambiente parecía aún más tenso de lo imaginado. Había patrullas policiales en todos lados. En el supermercado teníamos que pasar por seguridad, por un escáner de cuerpo entero. A bordo del autobús, en las paradas había patrullas policiales con sus pistolas a la espalda. Todo esto me ponía nerviosísima. Como creyentes, ya nos enfrentamos a la detención y persecución del Partido Comunista. Además, la vigilancia y el control eran tan estrictos aquí que estaba muy tensa, como si corriera peligro de ser detenida o de perder la vida en cualquier momento. En torno al mes de octubre, oí que a dos hermanas las habían detenido y condenado a diez años por entregar libros de las palabras de Dios. También yo me escandalicé mucho. No eran líderes, pero les cayeron diez años por entregar libros de las palabras de Dios. Como encargada del trabajo de la iglesia, suspuse que, de ser detenida, me caerían diez años mínimo. En ese momento, lo primero que me vino a la mente fueron imágenes de hermanos y hermanas torturados en la cárcel. Tenía mucho miedo. Me preocupaba que me detuvieran, me torturaran y lamentara el día que nací. Me asusté más y no me atreví a seguir pensándolo, pero también oí hablar a unos hermanos y hermanas de cómo ellos esperaban y confiaban en Dios para cumplir un deber en ese ambiente, y descubrí Su dominio omnipotente y sentí Su cuidado y protección. Esto me alentó y dio fe para aguantar la situación.
En febrero de 2016 supe que Wang Bing, una mala persona de una iglesia de la que yo era responsable, siempre estaba criticando a los líderes, lo que interrumpía gravemente la vida de iglesia. Lo debatí con unos colaboradores, y decidimos que debía viajar a esa iglesia a abordar la cuestión, pero tenía algo de miedo. En esa iglesia detuvieron a las hermanas condenadas a diez años. El PCCh incluso reunió a los lugareños para anunciarles la condena de esas dos hermanas, con lo que los intimidó y amenazó para que no creyeran en Dios. Era un ambiente peligroso. No sabía si me detendrían si iba. Busqué excusas para no ir, pero vi que mi compañera, la hermana Xin Qin, estaba presta y dispuesta a ir, y sentí un poco de vergüenza. No hacía mucho que Xin Qin era creyente y simplemente se estaba formando como líder. Había muchísimos problemas en esa iglesia y no era un buen ambiente. Me sentí mal por hacer que fuera ella. Por eso dije: “Tal vez mejor voy yo”. Al llegar allí, vi que Wang Bin no era capaz de enseñar su entendimiento de las palabras de Dios en las reuniones y que siempre criticaba a los líderes, lo que interrumpía gravemente la vida de iglesia. Lo debatí con la predicadora y decidimos, en primer lugar, aislar a este malhechor y enseñar la verdad a los demás, a fin de ayudarlos a discernir e impedir más interrupciones. Entonces podríamos formar cuanto antes a la hermana Zhong Xin para que asumiera la labor de la iglesia. No obstante, era probable que se tardara mucho en resolver totalmente los problemas de esa iglesia. Detenidos aproximadamente la mitad de los hermanos y hermanas de la iglesia, cuanto más tiempo pasara yo allí, mayor sería el peligro. Ya que habíamos decidido una solución al problema, supuse que, a partir de ahí, podía dejarle el seguimiento a la predicadora. Enseguida le delegué las tareas restantes y volví a casa. La predicadora informó después que el malhechor era cada vez más descarado y que había formado un bando en la iglesia para atacar a los líderes, lo que interrumpía gravemente la vida de iglesia. Hablé con la predicadora sobre algunas soluciones, pero el problema siguió sin resolverse. Me sentí un poco culpable. Tenía la responsabilidad de lidiar con los jaleos de la iglesia, pero no quise quedarme allí por miedo a mi detención; eso no estuvo bien. También me acordé de una hermana que recién se había librado por poco de la detención cuando iba a tomar un tren para ir a nuestra iglesia a una reunión. ¿Y si me subía yo a un tren y me pasaba lo mismo? Estuve reflexionando que, como líder, no podía trabajar si no se garantizaba mi seguridad. Por eso seguí delegando los problemas de esa iglesia en la predicadora, pero, como sus capacidades eran limitadas, los problemas de la iglesia seguían sin resolverse.
En septiembre de 2016 recibí inesperadamente una carta que decía que habían detenido a cuatro hermanos y hermanas de esa iglesia por entregar libros de las palabras de Dios. A una de ellos, Zhong Xin, le habían dado una brutal paliza. Un par de días después llegó otra carta: la policía la había matado a golpes. Esta noticia fue un golpe inesperado. Simplemente no la podía admitir. Sabía que los métodos de tortura del Partido Comunista eran absolutamente crueles, pero no había imaginado que en cuestión de días mataría a golpes a una persona sana y salva. Era aterrador. Noté helado el aire que me rodeaba y no pude evitar romper a llorar. Cuanto más lo pensaba, más me disgustaba, y no paraba de preguntarme cómo pudo haber pasado. Hacía un tiempo que sabía que un malhechor interrumpía en esa iglesia y que sus miembros no podían llevar una vida adecuada de iglesia. Yo era líder de iglesia, pero, por miedo a mi detención, no había resuelto del todo el problema. Si hubiera asumido un poco más de responsabilidad o hubiera dictado órdenes entre bastidores y resuelto los problemas, recordando a los hermanos y hermanas que velaran más por su seguridad, quizá la policía no habría matado a golpes a Zhong Xin. Su muerte me metió de lleno en un estado de fuerte culpa y estaba aterrada. Me parecía un ambiente muy opresivo, como si unas nubes negras me oprimieran y apenas pudiera respirar, pero sabía que, en una coyuntura tan crítica, no podía continuar huyendo, así que corrí a ayudar a la predicadora a lidiar con las consecuencias. Sin embargo, el estado de aquella iglesia aún no estaba controlado del todo, y supe que también habían detenido a una hermana con quien había trabajado hacía poco, y la policía sabía cosas sobre los principales líderes y obreros de nuestra iglesia. Mantenía contacto frecuente con esos hermanos y hermanas, con lo que, si la policía revisaba las grabaciones de seguridad, me preocupaba que me detuviera en cualquier momento. Si me detenían y me condenaban a ir a la cárcel, a saber si saldría viva. Hasta podría acabar como Zhong Xin, muerta a golpes por la policía siendo joven. Cuanto más lo pensaba, más me asustaba, y no quería seguir en ese deber. Ni siquiera quería quedarme más allí. Dado que nunca abordé ese estado y no resolví el problema del malhechor que interrumpió la iglesia durante varios meses, terminé por ser destituida. Luego asumí un trabajo con textos en la iglesia, pero seguía pareciéndome peligroso. Me preocupaba que me detuvieran cualquier día y realmente quería cumplir un deber en mi pueblo. Los hermanos y hermanas hablaban conmigo con la esperanza de que, en un momento tan decisivo, me quedara a ayudarlos a lidiar con las consecuencias, pero me abrumaba el miedo y no los escuchaba cuando me instaban a quedarme, por lo que acabé yéndome de allí.
En abril de 2017, a raíz de mi conducta, la iglesia suspendió mi asistencia a reuniones y me aisló para que hiciera introspección en casa. No pude reprimir el llanto al enterarme, pero, como había abandonado el deber y desertado en un momento tan decisivo, sabía que la justicia de Dios era que me aislaran para que hiciera introspección. Estaba dispuesta a someterme. Un día leí estas palabras de Dios en mis devociones: “Si desempeñas un papel importante en la difusión del evangelio y abandonas tu puesto sin el permiso de Dios, no existe mayor transgresión. ¿Acaso no cuenta como un acto de traición contra Dios? Entonces, en vuestra opinión, ¿cómo debería tratar Dios a los desertores? (Deben ser apartados). Ser apartado significa ser ignorado, que te dejen hacer lo que quieras. Si las personas que son apartadas sienten remordimientos, es posible que Dios vea que en su actitud hay suficiente remordimiento y siga queriendo que vuelvan. Sin embargo, con los que desertan de su deber, y solo con estas personas, Dios no tiene esta actitud. ¿Cómo trata a esas personas? (Dios no las salva; Él las desprecia y las rechaza). 100 % correcto. Para ser más concretos, las personas que cumplen un deber importante han sido comisionadas por Dios y, si desertan de su puesto, entonces, da igual lo bien que lo hayan hecho antes o lo hagan después, para Dios son personas que traicionan a Dios, y nunca más se les dará la oportunidad de cumplir un deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). “Dios siente el mayor desprecio por las personas que desertan de su deber o no se lo toman en serio, por los innumerables comportamientos, acciones y manifestaciones de traición contra Dios, porque en el conjunto de los diversos contextos, personas, asuntos y cosas dispuestos por Dios, estas personas desempeñan el papel de impedir, dañar, retrasar, interrumpir o afectar el progreso de la obra de Dios. Y por esta razón, ¿qué siente Dios por los desertores y las personas que lo traicionan y cómo reacciona hacia ellos? ¿Qué actitud tiene Dios? Solo desprecio y odio. ¿Siente piedad? No, Él nunca podría sentir piedad. Algunas personas dicen: ‘¿Acaso Dios no es amor?’. Dios no ama a esas personas, estas no son dignas de amor. Si las amas, entonces tu amor es necio, y el hecho de que las ames no significa que Dios lo haga; puede que tú las ames, pero Dios no, porque en esas personas no hay nada digno de ser amado. Por eso, Dios abandona con decisión a esas personas y no les da ninguna segunda oportunidad. ¿Es esto razonable? No solo es razonable, sino que es ante todo un aspecto del carácter de Dios, y también es la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). El juicio y la revelación de las palabras de Dios dolían como una puñalada al corazón. A Zhong Xin la mataron a golpes y a mi compañera la detuvieron. En un momento tan importante, debería haber colaborado con los hermanos y hermanas para lidiar con las consecuencias, pero, en cambio, huí. Nadie con un mínimo de conciencia haría algo así. No podía perdonarme por haber hecho tal cosa. Creía que, sin importar qué hiciera mal, Dios tendría piedad de mí si me arrepentía ante Él, pero me di cuenta de que era una noción, una fantasía, mía. Dios dice que deja por imposible a aquellos que renuncian al deber y le dan la espalda a Él en un momento decisivo, y que no les dará más oportunidades. Al leer las palabras de Dios supe que Su clemencia y tolerancia tienen unos principios. Dios no perdona y tiene piedad a ciegas de cualquier persona por cualquier ofensa. Dios, además, es justo y majestuoso y no tolera ofensa. Desde el mismo momento en que huí, creía que Dios ya me había dejado por imposible. No tenía tranquilidad alguna en absoluto; me embargaba el pesar. No sé cuántas veces oré ni cuántas lágrimas derramé por ello. Abandonada por Dios o no, quería prestarle servicio para compensar mi deuda, y sabía que, me tratara como me tratara, lo que Él hiciera sería justo. No me quejaría ni aunque me mandara al infierno, pues lo que había hecho había sido muy ofensivo e hiriente para Él. Había sido creyente todos esos años, me había sacrificado un poco y quería alcanzar la salvación, pero jamás había imaginado que, ante la detención y persecución del Partido Comunista, codiciaría la vida, abandonaría el deber y traicionaría a Dios, con lo que cometería una transgresión atroz. Al pensarlo me sentí muy desdichada y desesperada. No podía parar de llorar. Me abrumaban la culpa y el pesar. Si no me hubiera empeñado tercamente en irme de la zona y hubiera sido capaz de seguir en mi deber cuando hizo falta y de gestionar las consecuencias con los demás, habría sido mucho mejor. No viviría con tanta desdicha y desesperación. ¡No quería que salieran así las cosas! Pero, pasara lo que pasara, ya era demasiado tarde. Había obtenido lo que merecía. Me odié por querer salvar el pellejo, por ser egoísta y despreciable. Alguien como yo no era digno de la tolerancia y clemencia de Dios. Creía que, como la iglesia no me había expulsado, debía prestar servicio lo mejor que pudiera para subsanar mi transgresión.
Posteriormente, en el deber, iba allá donde me ordenaran los líderes. Si me decían que diera apoyo a iglesias en peligro, iba, y poco después logré resultados. No obstante, no quería volver a comentar el asunto. Quería escudarme de él, olvidarlo. Ahora bien, no podía. Me sentía vivamente marcada a fuego en mi interior, y no se me iba. Cada vez que lo pensaba, era doloroso y me sentía profundamente culpable. Un día leí unas palabras de Dios que arrojaron luz sobre mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Los anticristos suelen ignorar la seguridad de los hermanos y hermanas para protegerse a sí mismos. […] Si algún lugar es seguro, o si algún trabajo o deber puede garantizar su seguridad y no entraña riesgo, se muestran muy favorables y activos para ir allí, para alardear de su gran ‘sentido de la responsabilidad’ y ‘lealtad’. Si algún trabajo conlleva riesgo y puede salir mal, si el gran dragón rojo puede atrapar al que lo desempeñe, entonces se excusan y se lo pasan a otra persona, y buscan una oportunidad para eludirlo. En cuanto hay peligro, o en cuanto hay un asomo de este, piensan en la manera de librarse y abandonan su deber, sin preocuparse por los hermanos y hermanas. Solo les preocupa salvarse a sí mismos del peligro. Puede que en el fondo ya estén preparados. En cuanto aparece el peligro, abandonan de inmediato el trabajo que están haciendo, sin preocuparse de cómo va el trabajo de la iglesia, de la pérdida que pueda suponer para los intereses de la casa de Dios o de la seguridad de los hermanos y hermanas. Lo que les importa es huir. Incluso tienen un ‘as bajo la manga’, un plan para protegerse: en cuanto el peligro se cierne sobre ellos o son detenidos, dicen todo lo que saben, exculpándose y eximiéndose de toda responsabilidad. Entonces están a salvo, ¿no? Cuentan con un plan semejante. Estas personas no están dispuestas a sufrir persecución por creer en Dios; tienen miedo de ser arrestados, torturados y condenados. El hecho es que hace tiempo que han sucumbido a Satanás. Les aterroriza el poder del régimen satánico, y les asusta aún más que puedan ocurrirles cosas como la tortura y los duros interrogatorios. Con los anticristos, por tanto, si todo va bien y no existe ninguna amenaza para su seguridad o incidencia en ella, si no hay peligro posible, pueden ofrecer su fervor y lealtad, e incluso sus bienes. Pero si las circunstancias son malas y pueden ser arrestados en cualquier momento por creer en Dios y cumplir con su deber, y si su creencia en Dios puede hacer que los despidan de su puesto oficial o que sus allegados los abandonen, entonces serán excepcionalmente cuidadosos, no predicarán el evangelio ni darán testimonio de Dios ni cumplirán con su deber. Cuando hay el menor indicio de problemas, se vuelven muy tímidos; ante el menor indicio, desean devolver inmediatamente a la iglesia sus libros de las palabras de Dios y todo lo relacionado con la fe en Él, a fin de mantenerse a salvo e ilesos. ¿Acaso no es peligrosa una persona así? Si son arrestados, ¿no se convertirían en Judas? Un anticristo es tan peligroso que puede convertirse en Judas en cualquier momento; siempre existe la posibilidad de que dé la espalda a Dios. Además, son egoístas y mezquinos hasta el extremo. Esto viene determinado por la naturaleza y la esencia de un anticristo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). “Los anticristos son extremadamente egoístas y mezquinos. No tienen verdadera fe en Dios, y mucho menos devoción a Él. Cuando se topan con un problema, solo se protegen y se salvaguardan a sí mismos. Para ellos, nada es más importante que su propia seguridad. No les importa el daño causado a la obra de la iglesia; mientras sigan vivos y no les hayan arrestado, eso es lo que cuenta. Estas personas son egoístas hasta el extremo, no piensan en absoluto en los hermanos y hermanas ni en la obra de la iglesia, solo en su propia seguridad. Son anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Cada palabra de juicio y revelación de Dios me llegó directa al corazón. No tenía escapatoria, no podía huir. Yo era esa clase de persona que solo quiere protegerse ante el peligro sin pensar en la labor de la iglesia ni en la vida de los hermanos y hermanas. Era egoísta y despreciable. Cuando llegué a Sinkiang por primera vez, vi que aquel era un ambiente terrible por todos lados. Corría peligro de ser detenida o de perder la vida a cada instante. Lamenté haber ido allí por mi deber. Cuando supe que una mala persona interrumpía en una iglesia y que había que ocuparse de eso, puse excusas para no ir por miedo a la detención y a la tortura. Sí que fui a regañadientes, pero, como solo pensaba en mi seguridad, me marché muy pronto sin haberse resuelto las cosas. Era muy consciente de que había graves problemas en esa iglesia y de que tenía que ir a ocuparme de ellos, pero quería salvar el pellejo. Aproveché mi puesto para dar órdenes, en vez de hacer un trabajo práctico, hasta el punto de obligar a otros hermanos y hermanas a lidiar con ello mientras yo me escondía en un lugar seguro y arrastraba una existencia indigna, con lo que los problemas de esa iglesia no se resolvieron durante meses. Incluso puse una excusa que parecía razonable: que, como líder, tenía que proteger mi seguridad para hacer mi trabajo, pero en realidad solamente buscaba una excusa para huir ante el peligro. Y cuando detuvieron y mataron a golpes a Zhong Xin, seguí pensando en mi seguridad personal, preocupada por si me detenían, por si me torturaban hasta la muerte. Incluso deseé una oportunidad de dejar el deber y ese peligroso lugar. Tras mi destitución, no quise ayudar con las consecuencias y me volví rápido a mi pueblo. Los hermanos y hermanas no me reprendieron, pero en el fondo sentí el abandono, el digusto y la condena de Dios hacia mí. Lo que más lamentaba era que la iglesia me dio la oportunidad de ser líder a cargo de tantos hermanos y hermanas, pero que, en un momento difícil, huí sin importar si los demás vivían o morían, sin pensar en cómo se entorpecería la labor de la iglesia. Fui una desertora, una traidora que codiciaba la vida y el hazmerreír de Satanás. Y lo que es más, eso se convirtió en una herida interna por la eternidad. Con lo demostrado por los hechos, vi que era cobarde y que vivía de forma egoísta sin humanidad alguna. Las palabras de Dios daban en el clavo y revelaban las despreciables motivaciones ocultas en mí. No podía seguir huyendo de la realidad. A esas alturas percibí intensamente mi profundo pecado de traición a Dios y que no merecía Su salvación. Además, recordé que Dios se ha encarnado dos veces para salvar a la humanidad y que lo ha dado todo. Hace 2000 años, el Señor Jesús fue crucificado para la redención de la humanidad y dio hasta Su última gota de sangre. Ahora, en los últimos días, Dios se ha vuelto a encarnar para salvar a la humanidad corrupta y, siempre buscado y perseguido por el Partido Comunista, arriesga Su vida para obrar en la guarida del gran dragón rojo, pero Dios jamás ha renunciado a salvar a la humanidad. Ha continuado expresando verdades para regarnos y proveernos. Dios lo ha dado todo por el hombre; Su amor por nosotros es muy real y desinteresado. Pero yo era sumamente egoísta y despreciable. En el deber solo me protegía a mí misma e ignoraba totalmente la labor de la iglesia. Estaba muy en deuda con Dios y no merecía vivir ante Él. Lo único que quería era prestarle servicio para, quizá, paliar un poco mi pecaminosidad.
En diciembre de 2021 me reeligieron líder de la iglesia, pero, al pensar en cómo había traicionado a Dios y que no merecía ser líder, llorando, le conté a un líder que había desertado anteriormente. El líder me dijo: “Ya hace años, y sigues estancada en ese estado de negatividad e incomprensión. Así es difícil recibir la obra del Espíritu Santo”. Yo también pensaba que, si habían pasado varios años, ¿por qué seguía tan deprimida por mi transgresión y malinterpretaba a Dios? ¿Cómo podía corregir mi estado? Después me esforcé por orar y buscar. Leí estas palabras de Dios: “Aunque haya momentos en los que sientas que Dios te ha abandonado y te has sumido en la oscuridad, no tengas miedo. Mientras sigas viviendo y no estés en el infierno, todavía te queda una oportunidad. Pero si eres como Pablo, que en última instancia testificó que para él vivir es Cristo, para ti todo ha terminado. Si puedes despertar, todavía tienes una oportunidad. ¿Qué oportunidad te queda? Puedes presentarte ante Dios, todavía puedes orar y buscar respuestas de Él, diciendo: ‘¡Dios mío! Te ruego que me esclarezcas para que comprenda este aspecto de la senda de práctica y de la verdad’. Mientras seas uno de los seguidores de Dios, tendrás esperanza de salvación y llegarás hasta el final. ¿Quedan bastante claras estas palabras? ¿Sigues siendo susceptible de ser negativo? (No). Cuando la gente entiende la voluntad de Dios, su senda es amplia. Si no entienden Su voluntad, esta es estrecha, hay oscuridad en sus corazones y no tienen senda que recorrer. Los que no entienden la verdad son de mente estrecha, siempre hilan muy fino y se quejan y malinterpretan a Dios, con el resultado de que cuanto más caminan, más desaparece su senda. De hecho, la gente no entiende a Dios. Si Dios tratara a la gente como ellos imaginan, la raza humana habría sido destruida hace mucho” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo identificar la naturaleza y esencia de Pablo). “No quiero ver a nadie con la sensación de que Dios lo ha dejado al margen, de que Dios lo ha abandonado o le ha dado la espalda. Lo único que quiero es veros a todos en el camino de la búsqueda de la verdad y buscando entender a Dios, marchando osadamente hacia adelante con determinación inquebrantable, sin ningún tipo de dudas o cargas. No importa qué errores hayas cometido, no importa lo lejos que te hayas desviado o cuán gravemente hayas transgredido, no dejes que se conviertan en cargas o en un exceso de equipaje que tengas que llevar contigo en tu búsqueda de entender a Dios. Continúa marchando hacia adelante. En todo momento, Dios tiene la salvación del hombre en Su corazón; eso nunca cambia. Esta es la parte más preciosa de la esencia de Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). “Dios se enojó con los ninivitas debido a que sus actos malvados habían llamado Su atención; en ese momento Su ira derivaba de Su esencia. Sin embargo, cuando la ira de Dios se disipó y Él concedió Su tolerancia sobre el pueblo de Nínive una vez más, todo lo que Él reveló era aún Su propia esencia. La totalidad de este cambio se debía a un cambio en la actitud del hombre hacia Dios. Durante todo este período de tiempo, el carácter de Dios que no se puede ofender no cambió, la esencia tolerante de Dios no cambió, y la esencia amorosa y misericordiosa de Dios no cambió. Cuando las personas cometen actos malvados y ofenden a Dios, Él trae Su ira sobre ellas. Cuando las personas se arrepienten verdaderamente, el corazón de Dios cambia, y Su ira cesa. Cuando las personas continúan oponiéndose tozudamente a Dios, Su furia no cesa y Su ira los presionará poco a poco hasta que sean destruidos. Esta es la esencia del carácter de Dios. Independientemente de si Dios está expresando ira o misericordia y benignidad, son la conducta, el comportamiento y la actitud que el hombre tiene hacia Dios en el fondo de su corazón lo que dicta aquello que se expresa por medio de la revelación del carácter de Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). Me conmoví mucho y sentí una honda culpa al leer estas palabras de Dios. Vi que había malinterpretado a Dios todos esos años. La voluntad de Dios es salvar a la humanidad en la medida de lo posible. No dejaría por imposible a nadie por una transgresión momentánea, sino que le daría abundantes oportunidades de arrepentimiento. Igual que al pueblo de Nínive. Dios solo dijo que lo aniquilaría porque hacía el mal, se oponía a Él y lo ofendía; pero, antes de aniquilar Nínive, mandó a Jonás a predicar Su palabra, con lo que les dio una última ocasión de arrepentirse. Cuando se arrepintieron sinceramente ante Él, se retractó de Su ira y la convirtió en tolerancia y clemencia para perdonar sus malas acciones. Con esto descubrí el gran amor y la gran clemencia de Dios hacia la gente. La gran ira y la generosa clemencia de Dios tienen unos principios y cambian exclusivamente en función de la actitud de la gente hacia Dios. Aunque las palabras de juicio y revelación de Dios son duras, incluso de condena y maldición, son un mero enfrentamiento verbal, no hechos reales. La voluntad de Dios era que comprendiera Su carácter justo e inofendible, que lo venerara de corazón y me arrepintiera de verdad ante Él para que, en todo momento o circunstancia, pudiera cumplir un deber con devoción. En ese momento entendí que era demasiado terca y rebelde. Llevaba años malinterpretando a Dios, limitándome con nociones, atrapada en un atolladero, pero, en realidad, Dios no había renunciado a salvarme. Yo malinterpretaba Su intención de salvarme. Eso me recuerda algo que dijo Dios: “La misericordia y tolerancia de Dios no son raras, el arrepentimiento del hombre lo es” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único II). Aunque Dios tenga ira, Su juicio y Sus revelaciones sobre nosotros, y nos condene y maldiga, rebosa amor y clemencia. Si no comprendemos Su carácter justo, tendemos a malinterpretarlo. Sentí mucho pesar y mucha culpa tras entender el deseo de Dios de salvar a la humanidad. No quería seguir huyendo de mi transgresión previa ni malinterpretando a Dios y guardándome de Él. Quería arrepentirme. Quería aprovechar la lección de este fracaso para continuar alertándome. Había sido egoísta y despreciable y codiciaba la vida. Ante el peligro, deserté, con lo que pasé del trabajo de la iglesia. Me percaté de que mi punto débil era el miedo a la muerte. Tenía que buscar la verdad para corregirlo, para salir de eso.
Luego leí este pasaje de las palabras de Dios: “Desde la perspectiva de las nociones humanas, si pagaron un precio tan grande por difundir la obra de Dios, al menos deberían haber tenido una buena muerte. Sin embargo, estas personas fueron torturadas y murieron antes de que les correspondiera. Esto no se corresponde con las nociones humanas, pero Dios hizo precisamente eso: permitir que sucediera. ¿Qué verdad es posible buscar en el hecho de que Dios permitiera que sucediera? Que Dios permitiera que murieran así, ¿fue Su maldición y Su condena, o Su plan y Su bendición? Ninguna de las dos. ¿Qué fue? La gente actual reflexiona sobre su muerte con mucha angustia, pero así eran las cosas. Los que creían en Dios morían de esa manera, lo que angustia a la gente. ¿Cómo se explica esto? Cuando abordamos este tema, os ponéis en su lugar; ¿vuestro corazón está entonces triste y sentís un dolor oculto? Pensáis: ‘Estas personas cumplieron con su deber de difundir el evangelio de Dios y se les debería considerar buenas personas; por tanto, ¿cómo pudieron llegar a ese fin, a ese resultado?’. En realidad, así fue cómo murieron y perecieron sus cuerpos; este fue su medio de partir del mundo humano, pero eso no significaba que su resultado fuera el mismo. No importa cuál fuera el modo de su muerte y partida, ni cómo sucediera, así no fue cómo Dios determinó los resultados finales de esas vidas, de esos seres creados. Esto es algo que has de tener claro. Por el contrario, aprovecharon precisamente esos medios para condenar este mundo y dar testimonio de las acciones de Dios. Estos seres creados, aprovecharon su vida, lo más preciado: aprovecharon el último momento de ella para dar testimonio de las obras de Dios, de Su gran poder, y declarar ante Satanás y el mundo que las obras de Dios son rectas, que el Señor Jesús es Dios, que Él es el Señor y Dios encarnado; hasta el último momento de su vida siguieron sin negar el nombre del Señor Jesús. ¿No fue esta una forma de juzgar a este mundo? Aprovecharon su vida para proclamar al mundo, para confirmar a los seres humanos, que el Señor Jesús es el Señor, Cristo, Dios encarnado, que la obra de redención que fraguó para toda la humanidad le permite a esta continuar viviendo, una realidad que es eternamente inmutable. ¿Hasta qué punto cumplieron con su deber? ¿Hasta el final? ¿Cómo se manifestó el final? (Ofrecieron sus vidas). Eso es, pagaron el precio con su vida. La familia, la riqueza y las cosas materiales de esta vida son cosas externas; lo único interno a uno mismo es la vida. Para cada persona viva, la vida es la cosa más digna de aprecio, la más preciada, y resulta que esas personas fueron capaces de ofrecer su posesión más preciada, la vida, como confirmación y testimonio del amor de Dios por la humanidad. Hasta el día de su muerte siguieron sin negar el nombre de Dios o Su obra y aprovecharon el último momento de su vida para dar testimonio de la existencia de esta realidad; ¿no es esta la forma más elevada de testimonio? Esta es la mejor manera de cumplir con el deber, lo que significa cumplir con la responsabilidad. Cuando Satanás los amenazó y aterrorizó, y al final, incluso cuando les hizo pagar con su vida, no anularon su responsabilidad. Esto es cumplir con el deber hasta el fin. ¿Qué quiero decir con ello? ¿Quiero decir que utilicéis el mismo método para dar testimonio de Dios y difundir el evangelio? No es necesario que lo hagas, pero debes entender que es tu responsabilidad, que si Dios necesita que lo hagas, debes aceptarlo como una obligación moral” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Sentí mucha vergüenza tras leer las palabras de Dios. Santos de toda época han dado su vida y derramado su sangre por difundir el evangelio. A infinidad de ellos los martirizaron por causa de Dios. A algunos los lapidaron o arrastraron a caballo hasta la muerte. A unos los metieron en cacerolas, y a otros los crucificaron. Y muchísimos misioneros sabían que por venir a China se enfrentaban al peligro de ser asesinados, pese a lo cual arriesgaron su vida para venir a compartir el evangelio de Dios. Y, actualmente, muchos creyentes han sido torturados y perseguidos por el partido hasta la muerte por difundir el evangelio, con lo que han sacrificado su vida para dar rotundo testimonio de Dios. Los persiguieron por causa de la justicia y todas sus muertes tienen sentido y están bien vistas por Dios. Antes nunca tuve claras estas cosas, sino que siempre estaba desesperada por seguir viva. Como creía que todo acabaría cuando muriera, ante la alocada persecución del partido, dejé el deber y viví de forma indigna. Esta es una mancha permanente y una transgresión grave. Frente a situaciones terribles sin ser detenida, traicioné a Dios por miedo a morir. Vi que no comprendía el omnipotente dominio de Dios. Lo que debamos afrontar en la vida, lo que suframos, lo predestina Dios. No podemos huir de ello. Doy gracias a Dios por Su esclarecimiento y guía, que me permitieron entenderlo, de modo que pude cambiar de opinión y enfocar correctamente la muerte. Esta idea me dio más fe. Luego, afrontara lo que afrontara, estaba dispuesta a ampararme en Dios y a dar testimonio, y no abandonaría el deber ni traicionaría a Dios.
El 6 de julio de 2022, mi compañera me buscó y me dijo, nerviosa: “Ha pasado algo. Han detenido a tres líderes”. Me sentí incómoda tras oír aquello. Habían mantenido contactos con muchas personas y familias, y uno de ellos lo había tenido con nosotros unos días antes. Teníamos que ocuparnos ya de las consecuencias para evitar pérdidas aún mayores, pero seguía sintiéndome algo cobarde y asustada. Si la policía vigilaba a esos hermanos y hermanas, yo podría caer en su trampa si tenía contacto con ellos, pero recordé entonces la dolorosa lección de cuando había desertado, cómo había traicionado a Dios y ofendido Su carácter. Era un dolor que jamás olvidaría y no quería repetir el error. Así pues, no dejé de orar a Dios: “Oh, Dios mío, tengo algo de miedo ante lo que estoy afrontando hoy, pero esta vez quiero ser fiel al deber y no huir. Te pido fe y fortaleza”.
Avisé a los hermanos y hermanas que estuvieran atentos a su seguridad y trasladé los libros de las palabras de Dios a lugares seguros. Luego pensé que tampoco mi casa era segura, por lo que quise ir a decírselo a mi suegra para que fuera a alquilar un cuarto ese día. Justo al acercarme a la entrada vi a una pareja de chicos jóvenes de negro. No me atreví a entrar, sino que fui a casa de un pariente a averiguar qué pasaba. Supe que ya habían detenido a mi suegra y que aquellos hombres de negro eran policías. Después descubrí que no había vuelto una hermana que había salido a decir a los hermanos y hermanas que se trasladaran, y que probablemente también había sido detenida. Las circunstancias no me permitían pensármelo mucho. Me apresuré a ocuparme de otro trabajo con la hermana que tenía por compañera. Más tarde supe que era una operación coordinada de detenciones del Partido Comunista y que la noche del día 5 y la mañana del 6 habían detenido a 27 personas. Ante una situación tan terrible, sabía que, con ella, Dios me daba la oportunidad de decidir otra cosa. Antes había desertado y traicionado a Dios. Esta vez no podía volver a defraudarlo, sino que tenía que confiar en Él y colaborar con los demás para lidiar con las consecuencias y cumplir mi deber. Así pensado, me sentí más en calma y en paz.
Cuando vuelvo a hablar de mi transgresión, soy capaz de afrontar y de reconocer que codicio la vida y soy egoísta y despreciable, pero que ya no quiero ser esa clase de persona. Quiero que esa transgresión sea como un timbre de alarma que me recuerde que no debo repetir el mismo error. Ese fallo hace que desprecie ese carácter corrupto en mí y que no quiera seguir viviendo de forma tan egoísta. Ahora, cuando veo a hermanos y hermanas en un estado similar, suelo hablar con ellos para que comprendan el carácter justo e inofendible de Dios y lo consideren una advertencia. Esa transgresión está grabada dentro de mí y duele mucho, pero se ha convertido en una valiosa experiencia de vida. ¡Gracias a Dios!