Un médico arrepentido

8 Nov 2021

Por Yang Fan, China

Cuando me hice médico, siempre daba lo mejor para ser amable y profesional. Es más, trataba bien a la gente y hacía diagnósticos certeros. Pronto tuve la plena confianza de toda la comunidad. Años después supe que todos mis colegas habían comprado automóviles y vivían en casas grandes, pero yo aún vivía en una vieja casa familiar e iba en bicicleta. Mis gemelos crecían rápido y había tantas cosas que pagar, pero aún no tenía mucho dinero. Cuando pensaba en nuestra economía, no podía comer ni dormir. Me preguntaba: “¿Por qué yo apenas llego a fin de mes y estos otros médicos ganan tanto?”.

En una ocasión, estaba charlando con unos colegas amigos míos y les pregunté cómo ganaban tanto. El Dr. Sun me dijo: “Las autoridades han dicho: ‘Gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones’. El dinero lo es todo en la sociedad actual. Ganar dinero es una habilidad en sí, pero si dejas que tu conciencia se interponga, ¡serás pobre toda la vida!”. El otro, el Dr. Li, dijo: “Si quieres ganar más, has de fidelizar a los pacientes. Mientras los trates, dales hormonas. Los curarán pronto y los pacientes estarán satisfechos. Así recibirás buenas evaluaciones, irán más pacientes y ganarás más dinero”. Otro médico, el Dr. Jin, añadió: “Hay otro truco: a pequeños males, grandes remedios. Si llega alguien con una tos provocada por un catarro, la cura normal no te dará mucho dinero. Haz como si fuera neumonía. El tratamiento funcionará, ganarás más dinero y el paciente estará satisfecho también. Todos ganan”. Al escuchar que todos tenían sus propias maneras de ganar dinero, me alarmé bastante. ¿Hemos de ejercer la medicina ganando dinero de ese modo con los pacientes, sin ninguna conciencia? ¿Es médicamente ético? ¿Así debían manejarse los médicos? ¿No era una conducta muy rastrera? Pero también pensé en las grandes casas donde vivían, en sus lindos automóviles y en la confianza con que hablaban. Mientras, yo aún iba por ahí en bici y era muy pobre. Si no hacía lo que decían, ¿cómo iba a ganar más dinero? ¿Cuándo iba a ser capaz de darle una buena vida a mi familia? Además, parecía que todo el mundo hacía lo mismo. Aunque siguiera ejerciendo la medicina éticamente, no podía cambiar la sociedad. Con la promesa de ganar más dinero, comencé a acallar mi conciencia y decidí que probaría los métodos que mis colegas me habían enseñado. Me excedí en los tratamientos a los pacientes y les vendí demasiados medicamentos para ganar más dinero.

Un día vino un paciente con dolor de muelas. Solo era gingivitis y podía haberle dado un medicamento barato. Pero pensé en lo señalado por el Dr. Jin: “A pequeños males, grandes remedios”. Así que le receté medicamentos de medicina occidental y tradicional, y unas inyecciones intramusculares. Temía que el paciente rechazara tantos medicamentos, así que fingí compasión y le dije: “Son muchos medicamentos, pero tratarán la causa de los síntomas”. El paciente se agarró la mejilla y asintió, y luego pagó y se fue sin decir nada. Al verlo marcharse, empezó a ceder poco a poco la ansiedad que sentía. Aunque me estaba un poco intranquilo, había ganado mucho más dinero de lo normal y ese sentimiento se me quitó pronto. En otra ocasión vino una madre con su hijo de cinco años. Se había resfriado y tenía un poco de tos, así que solo necesitaba remedios baratos por unos pocos días. Pero entonces recordé que con esta clase de tratamiento no ganaría mucho dinero. Por ello, le dije a la madre del niño: “Su hijo tiene traqueítis. Necesita inmediatamente un gotero para que no llegue a neumonía”. Se sorprendió, pero se lo creyó todo sin cuestionarlo y le puse un gotero a su hijo durante cuatro días. Vi que el dinero que estaba ganando era varias veces más de lo que solía ganar. Me sentí intranquilo pero, de nuevo, pensé en los comentarios de los otros médicos: “La conciencia no te paga los recibos ni la comida. Si la escuchas, siempre serás pobre”. Cuando lo pensé, mis sentimientos de intranquilidad desaparecieron. En esta sociedad, debes engañar a las personas para ser rico. No tenía más remedio. Más adelante vino a verme una paciente con bronquitis crónica. Solamente tenía que tomar un medicamento sencillo pero, claro está, yo no ganaría mucho dinero. Así pues, le informé: “Le tienen que poner un gotero; si no, podría derivar en un enfisema que, con el tiempo, podría provocar una cardiopatía”. Alentada por mí, y encantada, pasó siete días con un gotero. Recuerdo que, el último día de tratamiento, tomó mi mano en la suya, y me dijo: “Gracias, doctor. Gracias a usted esto pudo ser tratado a tiempo. Ya me siento mucho mejor. Si esto hubiera derivado en un enfisema o una cardiopatía, habría sufrido mucho”. Sus palabras me remordieron la conciencia y me sonrojé pero, de nuevo, pensé: “En esta sociedad, ¿quién no miente o engaña? Ganar dinero es una habilidad en sí”. Al pensar esto, empezó a disiparse la intranquilidad que sentía. De este modo, me sumí cada vez más en el afán por el dinero. Unos años después, había ganado mucho. Tenía una casa más grande, los hijos casados y una buena vida, pero siempre me sentía incómodo y culpable. Todos los días estaba nervioso. Me preocupaba que alguien descubriera lo que había hecho y se lo contara a todo el mundo a mis espaldas. Era una idea difícil de soportar.

Un día, una hermana de nuestra aldea me predicó el evangelio del reino de Dios Todopoderoso, y empecé a leer las palabras de Dios con frecuencia. Una vez, leímos en una reunión un pasaje de las palabras de Dios sobre ser una persona honesta: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos. En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él. Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre. Lo que hablo es muy simple, pero es doblemente arduo para vosotros. Mucha gente preferiría ser condenada al infierno que hablar y actuar con honestidad. No es de extrañar que Yo tenga otro trato reservado para aquellos que son deshonestos. […] Cómo resulte el sino de uno al final depende de si tiene un corazón honesto y rojo como la sangre, y de si tiene un alma pura. Si eres alguien muy deshonesto, alguien con un corazón malicioso, alguien con un alma sucia, entonces seguramente terminarás en el lugar donde el hombre es castigado, como está escrito en el registro de tu sino. Si afirmas que eres muy honesto y, no obstante, nunca consigues actuar de acuerdo con la verdad o pronunciar una palabra de verdad, entonces, ¿sigues esperando que Dios te recompense? ¿Todavía esperas que Dios te considere como la niña de Sus ojos? ¿Acaso no es absurdo este pensamiento? Engañas a Dios en todas las cosas, así que, ¿cómo podría la casa de Dios dar cabida a alguien como tú, cuyas manos no están limpias?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Leyendo las palabras de Dios, entendí que la esencia de Dios es fiel y que a Él le agradan los honestos. Dios nos pide que aceptemos su escrutinio en nuestras palabras y obras, y que no le mintamos a Él ni a nadie. Debemos ser honestos y fiables, pues solo la gente así puede salvarse y entrar en el reino de Dios. Meditando lo que Dios nos exige, pensé que, como médico, no había considerado cómo curar a mis pacientes o aliviar sus dolencias adecuadamente, sino cómo podía ganar más dinero para mí. Para ganar más dinero, incluso había timado a pacientes al tratarlos. Había explotado sus miedos al convertir afecciones triviales en graves, para así vender medicamentos caros y prolongar tratamientos. Les había hecho malgastar el dinero, pese a lo cual me agradecían. ¡Este era un comportamiento despreciable y vergonzoso! Aunque vivía bien haciendo eso, estaba constantemente paranoide y alterado, y no podía relajarme. Me había comportado con una ausencia total de conciencia. Las palabras de Dios me enseñaron que Dios aborrecía a quienes mentían y engañaban al prójimo y que esta clase de gente no tendría un buen final. Solo los honestos pueden recibir el elogio y la salvación de Dios. A partir de entonces deseé ser honesto. Decidí que nunca más engañaría a nadie, que dejaría de cometer fraude con los pacientes por dinero. Quería ejercer la medicina honorable y honestamente.

Poco después, comprobé que, desde que había dejado las estafas y los tratamientos excesivos, mis ingresos eran muy inferiores. Por entonces, los resultados de la gestión del hospital estaban ligados a nuestra venta de medicinas en la clínica. Un día, el hospital organizó una reunión de evaluación de resultados. El director me acusó de hundir el hospital y quitó la placa que nos calificaba de “clínica avanzada”. El hospital había empezado a dar incentivos a su personal. Por ejemplo, si un médico superaba su cupo mensual de recetas vendidas, su comisión sería un 50 % del superávit. Si yo volvía a excederme en los tratamientos, terminaría percibiendo más de 4000 yuanes extra al mes; lo que significaba que podía ganar 50000 yuanes más al año. Sin embargo, si no retomaba los tratamientos excesivos, nunca alcanzaría los objetivos que teníamos asignados y perdería mucho dinero. Cuanto más lo pensaba, mayor era mi impresión de que, en mi ámbito profesional, era imposible ser una persona honesta y que, si no estafaba a las personas, no ganaría nada de dinero. Por ello, fui en contra de lo que Dios quería que hiciera. Desoí mi conciencia y volví a las andadas.

Un día, una pareja casada vino a verme con su hijo. Tenía un resfriado que había derivado en infección respiratoria y solo precisaba algunos medicamentos. Fingiendo preocupación, saqué el estetoscopio para oír el pecho y la espalda del niño. Tras esta prueba simulada, les hablé a los padres con gran dureza: “Su hijo tiene neumonía pediátrica. Ya se ha extendido. ¡Deberían haber venido antes! ¡Un día más y habríamos tenido un auténtico problema! Por suerte, aún hay tiempo. Le pondremos un gotero unos días y se pondrá bien”. Y así, volví a engatusar a unos pacientes para sacarles el dinero. Deliberadamente había hecho que la enfermedad del niño pareciera peligrosa. Luego me lo reproché. Tenía miedo de que quedara al descubierto lo que había hecho, por lo que me pasaba los días alterado. A veces me decía que era la última vez y que después lo dejaría. Pero no podía resistirme a la tentación del dinero y nunca podría dejar de cometer estos pecados. Mi vida se convirtió en una lucha. Sabía que Dios nos exige que seamos personas honestas, pero, hiciera lo que hiciera, no podía dejar de estafar a los pacientes.

Posteriormente, leí palabras de Dios Todopoderoso: “Nacido en una tierra tan inmunda, el hombre ha sido infectado de extrema gravedad por la sociedad, influenciado por una ética feudal y educado en ‘institutos de educación superior’. Un pensamiento retrógrado, una moral corrupta, una visión mezquina de la vida, una filosofía despreciable para los asuntos mundanos, una existencia completamente inútil y un estilo de vida y costumbres depravados, todas estas cosas han penetrado fuertemente en el corazón del hombre, y han socavado y atacado severamente su conciencia. Como resultado, el hombre está cada vez más distante de Dios, y se opone cada vez más a Él. El carácter del hombre se vuelve más cruel día tras día, y no hay una sola persona que voluntariamente renuncie a algo por Dios; ni una sola persona que voluntariamente se someta a Dios, y, menos aún, una sola persona que busque voluntariamente la aparición de Dios. En vez de ello, bajo el poder de Satanás, el hombre no hace más que buscar el placer, entregándose a la corrupción de la carne en la tierra del lodo. Incluso cuando escuchan la verdad, aquellos que viven en la oscuridad no consideran ponerla en práctica ni tampoco muestran interés en buscar a Dios, aun cuando hayan contemplado Su aparición. ¿Cómo podría una humanidad tan depravada tener alguna posibilidad de salvación? ¿Cómo podría una humanidad tan decadente vivir en la luz?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tener un carácter invariable es estar enemistado con Dios). “Después de varios miles de años de corrupción, el hombre es insensible y torpe; se ha convertido en un demonio que se opone a Dios; tan es así que la rebeldía del hombre hacia Dios ha sido documentada en los libros de historia e incluso el hombre mismo es incapaz de hacer un relato completo de su comportamiento rebelde, porque el hombre ha sido profundamente corrompido por Satanás y este lo ha desviado hasta tal punto que no sabe a dónde acudir. Todavía hoy, el hombre sigue traicionando a Dios: cuando el hombre ve a Dios, lo traiciona, y cuando no puede verlo, también lo hace. Hay incluso quienes, aun habiendo sido testigos de las maldiciones de Dios y de Su ira, lo traicionan. Y por eso digo que la razón del hombre ha perdido su función original y también sucede lo mismo con la conciencia del hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tener un carácter invariable es estar enemistado con Dios). Las palabras de Dios me revelaron que Satanás ha corrompido la sociedad en que vivimos. “Donde hay un rico hay un ladrón”, “El dinero es lo primero” y “Cada hombre por sí mismo, y sálvese quien pueda” son filosofías populares en la sociedad para los asuntos mundanos que provienen de Satanás. Influidos y envenenados por ellas, nuestras perspectivas y nuestros valores de vida se deforman. Ponemos el dinero por encima de todo. Abandonamos nuestra propia moral solo por maximizar nuestros propios beneficios. Mentimos y engañamos, con lo que somos cada vez más egoístas, falsos, codiciosos y malévolos, y perdemos gradualmente nuestra humanidad. Un médico debe curar a los pacientes de la forma más ética posible y no puede perder la esencia de la conciencia humana. Sin embargo, hechizados por el dinero, la mayoría de los médicos se excede con el tratamiento y las recetas, hasta el punto de engañar a los pacientes para que tomen hormonas. Aunque los pacientes inicialmente no vean el peligro, con el tiempo, el abuso de medicamentos y hormonas produce daños graves en sus cuerpos. Las toxinas de los medicamentos se acumulan en sus cuerpos y son causa frecuente de enfermedades crónicas. Es una forma de asesinato a cámara lenta. Cuanto más pensaba sobre esto, más me asustaba. Cuando estaba estudiando medicina, en principio quería ayudar a la gente común y corriente. Pero bajo el control de los conceptos satánicos de “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “El dinero es lo primero” y “Gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones”, comencé a perseguir el dinero con desesperación. Convertía enfermedades de 3 días en enfermedades de 5 para ganar dinero. Prescribía más medicamentos caros de los que los pacientes necesitaban. Satanás en verdad me había corrompido hasta hacerme perder toda conciencia y razón. Tras aceptar la obra de Dios de los últimos días, sabía que Dios nos exigía ser honestos, pero aún no podía resistirme a los cantos de sirena del dinero o la ganancia personal y, una vez más, continué engañando a los pacientes. Los venenos satánicos formaban parte de mi propia naturaleza. Si no hubiera leído las palabras de Dios y visto lo odioso y peligroso de mis mentiras, habría seguido viviendo como un impostor. Me habría pasado la vida ansioso y con remordimientos, habría ido al infierno y habría sido castigado por mi mala conducta. Al final entendí lo importante que es que Dios nos pida honestidad. Ser honestos y hacer cosas honestas nos aporta integridad y dignidad. Ser honestos era la única manera de recibir la aprobación de Dios y aquietar el corazón. Una vez comprendida la intención de Dios, le oré. Estaba dispuesto a empezar de nuevo, a rebelarme contra mí mismo, a practicar la verdad y ser honesto.

Un día vino a verme un paciente de otra aldea. Tras un minucioso reconocimiento, determiné que tenía una úlcera venosa en la pierna. A esto se lo conoce comúnmente como “putrefacción de pierna”. Es persistente y difícil de tratar, pero yo conocía un tratamiento secreto que la arreglaría por el bajo costo de unas pocas monedas de diez centavos de RMB. El paciente me dijo que había ido a muchos médicos y a algunos charlatanes, y que se había gastado miles de yuanes para nada. Mientras lo oía, me puse a pensar: “Ya se ha gastado miles de yuanes sin haber sido curado, así que no estaría tan mal que le cobrara unos cientos por la cura, ¿verdad? Sería una pena desaprovechar esta oportunidad de ganar dinero”. Al pensarlo, el corazón me dio un vuelco. “Engañaré solamente a esta última persona y luego seré honesto”. Sin embargo, cuando me disponía a darle la receta, recordé la resolución que había tomado ante Dios. Me puse a orar a Dios: “Amado Dios, todavía tengo el impulso de mentir. Sé que no puedo continuar rompiendo mi promesa y defraudándote. Oh, Dios mío, ayúdame a dejar de lado mis intereses personales y ser una persona honesta”. Entonces me vino a la mente un pasaje de las palabras de Dios: “Las personas que genuinamente creen en Dios siempre lo tienen en su corazón y siempre llevan en su interior un corazón temeroso de Dios, un corazón amante de Dios. Aquellos que creen en Dios deben hacer las cosas con cautela y prudencia, y todo lo que hagan debe estar de acuerdo con los requisitos de Dios y ser capaz de satisfacer Su corazón. No deben ser obstinados y hacer lo que les plazca; eso no corresponde al decoro santo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Este pasaje de las palabras de Dios me enseñó que los creyentes sinceros tienen corazones temerosos de Dios y son honestos y fiables. Hacen las cosas de frente, aceptando el escrutinio de Dios, y no mienten al prójimo. Lo hacen todo con santo decoro y se comportan según los requerimientos de Dios. No hacen cosas que deshonrarían a Dios. Estaba muy agradecido por la guía y el esclarecimiento de Dios, y para mis adentros le oré una vez más: “¡Oh, Dios! Antes mentía y engañaba por dinero y vivía a semejanza de Satanás, pero a partir de hoy quiero ser honesto y humillar a Satanás”. Después de orar, le dije con sinceridad al paciente: “Aunque esta enfermedad es difícil de tratar, tengo una medicina que le garantizo que lo curará y cuesta muy poco”. Si esto hubiera pasado antes, este tipo de prescripción hubiera sido muchas veces más costosa. Pero ahora, las palabras de Dios me habían dado confianza para practicar la verdad, para ser una persona honesta y recta. No iba a volver a engañar ni a estafar a nadie. Cuando se marchó el paciente con la medicina, me sentí contentísimo y en paz en mi interior. Diez días más tarde, el paciente regresó y me dijo con gratitud: “Había ido a todos lados a tratarme este mal, pero no había tenido suerte. Ni siquiera usé todo el medicamento que me dio, ¡y se me curó la herida! ¡Es una cura milagrosa! ¡Muchísimas gracias! Le voy a hablar de usted a todos mis conocidos. No solo está muy cualificado, también es asequible”. Al oír sus palabras sentí una extrema gratitud hacia Dios, y supe que este pequeño cambio en mí era fruto de la guía de las palabras de Dios.

Me acordé de lo que pensaba antes: “El dinero es lo primero”, “Donde hay un rico hay un ladrón” y “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”. Esclavo de estos venenos, perdí la conciencia, la integridad y la moralidad. Me volví perverso. Las palabras y la salvación de Dios me restauraron la conciencia y la razón y me ayudaron a encontrar los principios de conducta. A partir de entonces, trataba concienzudamente a cada paciente que me llegaba. Solo le daba lo que necesitaba y era honesto acerca de su patología. Mantuve mi promesa de honestidad. Después de un tiempo de conducirme de esta manera, me sentía realmente estable, en paz y sin ansiedad. Además, muchos de los ahora saludables pacientes que había tratado les contaban a otros su experiencia conmigo. Personas de todas las aldeas de alrededor querían que las tratara yo. Aprendí que solo decir la verdad y ser honestos nos hace personas con una auténtica semejanza humana. Rechazar la mentira y decir la verdad fue el primer paso para ser honesto y sé que tengo que trabajar más para vivir según las exigencias de Dios y buscar ser una persona verdaderamente honesta.

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