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Por Si Fan, Corea del Sur
Desde que empecé a creer en Dios, buscaba con gran entusiasmo. Sin importar qué deber me dispusiera la iglesia, obedecía. Cuando tenía dificultades en el deber, también era capaz de sufrir y pagar el precio sin quejarme. Pronto comencé a practicar el riego a nuevos fieles y me ascendían continuamente. Creía ser un talento, alguien a quien formaba la casa de Dios, y que buscaba más que otra gente, por lo que, mientras me esforzara en el deber, me ascenderían y darían cargos importantes. Me sentía muy orgullosa al pensarlo.
Después, veía a muchos hermanos y hermanas en torno a mi edad en deberes importantes como los de líderes y supervisores de equipos, y tenía envidia. Pensaba: “Si tan jóvenes pueden cumplir con unos deberes tan importantes, ser valorados por los líderes y admirados por los hermanos y hermanas, yo no puedo conformarme con esta situación. He de buscar bien y esforzarme por lograr un grandísimo avance en el deber para poder tener yo también un cargo importante”. Así, me esforcé más en el deber. Estaba dispuesta a trasnochar y sufrir. Cuando tenía problemas en el deber, buscaba las palabras de Dios para resolverlos. Sin embargo, mi esfuerzo no acarreaba cambio alguno. Por mi poca capacidad de trabajo, me asignaban trabajos rutinarios. Después, al ver que ascendían a gente de mi entorno, tenía más envidia aún. Me sabía inferior a ellos, por lo que siempre me animaba: “No puedo desanimarme ni conformarme con esta situación. He de buscar y mejorar. Todavía he de leer más la palabra de Dios y esforzarme más en mi entrada en la vida. Una vez que mejores tus competencias profesionales y avances en la entrada en la vida, te ascenderán”. Así, mientras me esforzaba por mejorar, también esperaba ansiosa el día que me ascendieran.
Sin darme cuenta, llevaba dos años en este deber y no paraban de ir y venir nuevos compañeros. A algunos los ascendieron y otros llegaron a líderes y obreros. Empecé a preguntarme: “Llevo un tiempo en este deber y ascienden a quienes llevan menos en él; ¿y por qué a mí no me han cambiado nunca de deber? ¿Creen los líderes que no vale la pena formarme y que solo soy adecuada para trabajos rutinarios? ¿No tengo absolutamente ninguna posibilidad de ascenso? ¿Me quedaré atrapada por siempre en este deber en la sombra?”. Al pensarlo, de pronto me sentía como una pelota desinflada. No era tan diligente en el deber como antes y no sentía ninguna urgencia por ocuparme de las cosas que había que hacer. Simplemente cumplía con las formalidades diarias o salía del paso hasta poder decir que estaban terminadas las tareas. En consecuencia, mi trabajo solía presentar anomalías y equivocaciones, pero ni me lo tomaba en serio ni hacía introspección. Más adelante me enteré de que habían ascendido a más hermanos y hermanas que conocía, y sentí un malestar aún mayor. Pensé: “Algunos cumplían con el mismo deber que yo, pero ya los han ascendido a todos mientras yo estoy justo donde empecé. Quizá no sea alguien que busque la verdad ni un sujeto digno de recibir formación”. Esta idea se sentía como un gran peso sobre mí. Me puso triste. Esos días estuve deprimidísima y desmotivada en el deber. Sentía constantemente que no tenía futuro en mi fe en Dios. Me sentía muy agraviada y no lo aceptaba. Pensaba: “¿En serio soy tan mala? ¿Realmente solo soy adecuada para trabajos rutinarios? ¿No sirve de nada formarme? No quiero sino una oportunidad. ¿Por qué tengo que quedarme todo el tiempo arrinconada donde nadie repara en mí?”. Cuanto más lo pensaba, más agraviada me sentía. Suspiraba todo el día y me pesaban demasiado las piernas como para moverme. En esa época lloraba en silencio en la cama por la noche, mientras reflexionaba: “Si mis competencias profesionales son inferiores a las de otros, me esforzaré en la búsqueda de la verdad. Leeré más palabras de Dios y me centraré más en la entrada en la vida. Un día, cuando sepa enseñar con cierto conocimiento práctico, cuando vean los líderes que me centro en buscar la verdad, ¿no me ascenderán a mí también?”. No obstante, al pensarlo, también me sentía algo culpable. La búsqueda de la verdad es una cosa positiva y lo que debe buscar un creyente, pero yo la iba a aprovechar para destacar sobre los demás. Si buscaba de ese modo, con ambición y deseo, Dios lo detestaría y aborrecería, ¿no? ¿Por qué no me conformaba con cumplir con el deber en la sombra? Como me sentía muy culpable, oré a Dios llorando: “Dios mío, sé que está mal que vaya en pos del estatus, pero mis ambiciones y deseos son irrefrenables. Siempre me siento una inútil por cumplir con el deber en la sombra. Dios mío, no puedo salir de este estado. Te pido que me dirijas y guíes para comprender Tu voluntad y conocerme a mí misma”.
Tras orar leí dos pasajes de las palabras de Dios. “Para los anticristos el estatus y el prestigio son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, aquello por lo que se esfuercen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un puesto alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejarlo de lado. Estos son el verdadero rostro y la esencia de los anticristos. Podrías dejarlos en un bosque primitivo en las profundidades de las montañas y seguirían sin renunciar al estatus y al prestigio. Puedes dejarlos en medio de cualquier grupo de gente, igualmente, no pueden pensar más que en el estatus y el prestigio. Si bien los anticristos también creen en Dios, consideran que la búsqueda de estatus y prestigio es equivalente a la fe en Dios y le asignan la misma importancia. Es decir, a medida que van por la senda de la fe en Dios, también van en pos del estatus y el prestigio. Se puede decir que los anticristos creen de corazón que la fe en Dios y la búsqueda de la verdad son la búsqueda del estatus y el prestigio; que la búsqueda del estatus y el prestigio es también la búsqueda de la verdad, y que adquirir estatus y prestigio supone adquirir la verdad y la vida. Si les parece que no tienen prestigio ni estatus, que nadie les admira ni les venera ni les sigue, entonces se sienten muy frustrados, creen que no tiene sentido creer en Dios, que no vale de nada, y se dicen: ‘¿Es tal fe en Dios un fracaso? ¿Es inútil?’. A menudo reflexionan sobre esas cosas en sus corazones, sobre cómo pueden hacerse un lugar en la casa de Dios, cómo pueden tener una reputación elevada en la iglesia, con el fin de que la gente los escuche cuando hablan, y los apoyen cuando actúen, y los sigan dondequiera que vayan; con el fin de tener una voz en la iglesia, una reputación, de disfrutar de beneficios y poseer estatus; tales son las cosas que consideran a menudo. Estas son las cosas que buscan esas personas” (La Palabra, Vol. 4. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (III)). “Para un anticristo, atacar o dañar su reputación y estatus es algo incluso más grave que intentar quitarles la vida. Da igual cuántos sermones escuchen o cuántas palabras de Dios lean, no sienten tristeza o arrepentimiento por no haber practicado nunca la verdad y haber tomado la senda del anticristo, ni por poseer la naturaleza y la esencia de un anticristo. Por el contrario, siempre se devanan los sesos buscando formas de ganar estatus y aumentar su reputación. […] En su búsqueda constante de reputación y estatus, también niegan con descaro lo que Dios ha hecho. ¿Por qué digo eso? En el fondo de su corazón, el anticristo cree: ‘La propia persona es la que obtiene toda la reputación y todo el estatus. La única manera de gozar de las bendiciones de Dios es logrando una posición firme entre las personas y obteniendo reputación y estatus. La vida solo tiene valor cuando la gente lograr poder absoluto y estatus. Eso es lo único adecuado para la vida humana. Por el contrario, sería cobarde vivir de una manera en la que se someta, como en la palabra de Dios, a la soberanía y la disposición de Dios en todo, que se pusiera voluntariamente en la posición de la creación, y que viviera como una persona normal: nadie la admiraría. El estatus, la reputación y la felicidad de una persona deben ser ganados a través de sus propias luchas, se debe luchar por ellos y acometerlos con una actitud positiva y activa. Nadie más te los va a dar, esperar de manera pasiva es inútil’. Así es como calcula un anticristo. Obviamente, esa es la clase de esencia que tienen los anticristos; si intentas hacer que ponderen las palabras de Dios, que busquen Su voluntad y la verdad para llegar al punto de ser capaces de someterse a Dios, actuar de acuerdo con los principios de la verdad y servir como seguidores corrientes hasta que finalmente puedan venerar a Dios y rechazar el mal, entonces de ninguna manera lo harán” (La Palabra, Vol. 4. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (III)).
La lectura de la palabra de Dios me traspasó el corazón. Dios revelaba que los anticristos consideran el estatus más importante que la vida. Todo cuanto dicen y hacen gira en torno a él y no piensan más que en adquirirlo y conservarlo. Una vez que pierden el estatus, pierden la motivación por vivir. Por el estatus son capaces de resistirse a Dios, traicionarlo y fundar su propio reino. Comprendí que siempre había considerado muy importante el estatus. Cuando era joven, mi familia me enseñó cosas como “no hay ganancia sin dolor” y “el hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo”. Siempre había considerado proverbios las reglas satánicas de supervivencia. Creía que una vida dedicada a lograr estatus y el aprecio ajeno era una vida digna que valía la pena, mientras que contentarme con mi destino y ser una humilde persona normal demostraba falta de ambición y de verdaderos objetivos. La gente así me parecía inútil y cobarde. Desde que creía en Dios, no había cambiado de idea ni de opinión. Aparentemente no competía por el estatus, pero mis ambiciones y deseos no eran menores. Solo quería un deber más importante, alto estatus, para que me tuvieran en gran estima. Cuando a los hermanos y hermanas de mi entorno los ascendían a líderes y supervisores de equipo, esto no hacía más que encender mi deseo todavía más. A fin de que me ascendieran, madrugaba y trasnochaba. Estaba dispuesta a sufrir y pagar cualquier precio por el deber. Frustradas mis esperanzas una y otra vez, me embargaron las quejas y la resistencia hacia mi entorno. Llegué a sentir que no había motivo para creer en Dios y me cansé del deber. Cumplía con las formalidades y salía del paso en lo que podía. Comprobé que, desde que creía en Dios, la senda que tomé no era para nada la de búsqueda de la verdad. Todo lo hacía por la reputación y el estatus. En realidad, que pudiera venir a la casa de Dios y cumplir con el deber era la oportunidad que me daba Dios de salvarme. En el deber, Dios quería que buscara la verdad, la comprendiera, entrara en sus realidades y me librara de mis actitudes corruptas. Pero yo descuidaba la tarea. No me centraba en buscar la verdad, no deseaba sino lograr un estatus elevado y, frustrado mi deseo, no hice más que hundirme más. ¡Realmente no tenía conciencia ni razón! Reflexioné que, pese a creer en Dios desde hacía muchos años, como no buscaba la verdad, ni siquiera ahora conocía mucho mi propio carácter corrupto. Ni siquiera sabía cumplir bien con mi deber actual. Seguía saliendo del paso y solía haber anomalías y defectos en mi trabajo. Aun así, quería que me ascendieran y un trabajo más importante. ¡Qué desvergonzada! Fue entonces cuando descubrí que por creer en Dios sin buscar la verdad e ir ciegamente en pos del estatus solo me volvería más ambiciosa y arrogante, siempre deseosa de estar por encima del resto pero incapaz de obedecer las disposiciones de Dios. Esa búsqueda es autodestructiva y Dios la aborrece y maldice. Me acordé de los anticristos expulsados de la iglesia. No buscan la verdad, siempre van en pos de la reputación y el estatus. Siempre quieren admiración y respeto, y tratan de ganarse y controlar a la gente, con lo que cometen demasiada maldad y Dios los descarta. ¿No eran mis objetivos los mismos que los suyos? ¿No iba por la senda de resistencia a Dios? El carácter de Dios es justo y no puede ser ofendido. Si me negaba a transformarme, seguro que Dios me rechazaría y descartaría. Teniéndolo presente, me juré a mí misma: “A partir de ahora, no iré en pos del estatus y me someteré a las disposiciones de Dios. Buscaré la verdad y cumpliré con el deber correcta y humildemente”.
Un día leí en mis devociones otro pasaje de la palabra de Dios. “Como las personas no reconocen las orquestaciones y la soberanía de Dios, siempre afrontan el destino desafiantemente, con una actitud rebelde, y siempre quieren desechar la autoridad y la soberanía de Dios y las cosas que el destino les tiene guardadas, esperando en vano cambiar sus circunstancias actuales y alterar su destino. Pero nunca pueden tener éxito y se ven frustrados a cada paso. Esta lucha, que tiene lugar en lo profundo del alma de uno, causa un dolor profundo, el tipo de dolor que se mete en los huesos, mientras uno está desperdiciando su vida todo ese tiempo. ¿Cuál es la causa de este dolor? ¿Es debido a la soberanía de Dios, o porque una persona nació sin suerte? Obviamente ninguna de las dos es cierta. En última instancia, es debido a las sendas que las personas toman, la forma en que eligen vivir su vida. Algunas personas pueden no haberse dado cuenta de estas cosas. Pero cuando conoces realmente, cuando verdaderamente llegas a reconocer que Dios tiene soberanía sobre el destino humano, cuando entiendes realmente que todo lo que Dios ha planeado y decidido para ti es un gran beneficio, y es una gran protección, sientes que tu dolor empieza a aliviarse gradualmente, y todo tu ser se queda relajado, libre, liberado. A juzgar por los estados de la mayoría de las personas, objetivamente, no pueden aceptar realmente el valor y el sentido prácticos de la soberanía del Creador sobre el destino humano, aunque en un nivel subjetivo no quieren seguir viviendo como antes y quieren aliviar su dolor; objetivamente, no pueden reconocer ni someterse realmente a la soberanía del Creador, y mucho menos saber cómo buscar y aceptar las orquestaciones y disposiciones del Creador. Así, si las personas no pueden reconocer realmente el hecho de que el Creador tiene soberanía sobre el destino humano y sobre todos los asuntos humanos, si no pueden someterse realmente a Su dominio, entonces será difícil para ellas no verse impulsadas y coartadas por la idea de que ‘el destino de uno está en sus propias manos’. Será difícil para ellas deshacerse del dolor de su intensa lucha contra el destino y la autoridad del Creador, y no hace falta decir que también será difícil para ellas estar verdaderamente liberadas y libres, convertirse en personas que adoran a Dios” (La Palabra, Vol. 2. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Las palabras de Dios me agitaron el corazón. Nunca antes había comparado mi estado con lo revelado en estas palabras de Dios. Me parecían unas palabras dirigidas a los incrédulos, mientras que yo creía en Dios y reconocía y obedecía Su soberanía. Sin embargo, cuando me calmé y medité este pasaje, me di cuenta de que reconocer la soberanía de Dios no implica obedecerla. Ni siquiera implica conocerla. Aunque creía en Dios, mis opiniones sobre las cosas seguían siendo las de los incrédulos. Los incrédulos siempre creen que la gente tiene su destino en sus manos y siempre quieren luchar contra él. Quieren cambiar su destino con su propio esfuerzo y tener una vida excelente. En consecuencia, sufren mucho y pagan un alto precio hasta que al final reciben un golpe tras otro, y ni siquiera entonces quieren echarse atrás. ¿No era yo igual? Siempre quería cambiar la situación con mi propio esfuerzo y confiaba en él para ser ascendida y recibir cargos importantes. A tal fin, sufría en silencio, pagaba un precio y trabajaba para adquirir competencias profesionales. Cuando se frustraba mi deseo, me volvía pasiva y reacia y me hundía más. Fue entonces cuando entendí que estaba tan triste y cansada porque tomé la senda equivocada y elegí el modo de vida que no era. Consideraba falacias satánicas como “uno tiene su destino en sus propias manos” y “el hombre puede crear una tierra apacible con sus propias manos” como máximas de vida. Creía que, para lograr mi objetivo, tenía que esforzarme por él. Por eso no conseguía obedecer las disposiciones de la casa de Dios. Siempre quería luchar contra Dios, zafarme de Su soberanía y obtener reputación y estatus con mi propio esfuerzo. Fue entonces cuando vi que solo creía en Dios de palabra. No creía de corazón en la soberanía de Dios ni era capaz de obedecer Sus disposiciones. ¿Qué diferencia había entre una creyente como yo y un incrédulo? Dios es el Creador y tiene la soberanía y el control de todo. El destino de cada persona, su aptitud, sus habilidades especiales, el deber que cumpla en la casa de Dios, las situaciones que viva y en qué momento, etc., todo está controlado y predestinado por Dios y nadie puede librarse de ello ni cambiar nada. Solo si obedecemos y aceptamos la soberanía de Dios podemos recibir Su protección y Sus bendiciones, y vivir liberados y libres. Cuando lo supe, de pronto me sentí lamentable y patética. Llevaba años creyendo en Dios y había comido y bebido de gran parte de Su palabra, pero era igual que una incrédula. No conocía la omnipotencia y soberanía de Dios y siempre me resistía a Él. ¡Qué arrogante e ignorante! Medité la palabra de Dios: “Cuando entiendes realmente que todo lo que Dios ha planeado y decidido para ti es un gran beneficio, y es una gran protección, sientes que tu dolor empieza a aliviarse gradualmente, y todo tu ser se queda relajado, libre, liberado” (La Palabra, Vol. 2. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Me pregunté cómo podría saber que este entorno era bueno para mí y me protegía. Conforme buscaba, comprendí que, desde que creía en Dios, nunca había pasado por fracasos, reveses, destituciones ni traslados. Me habían ascendido continuamente. Inconscientemente, empecé a creerme una persona que buscaba la verdad y clave para que me formara la casa de Dios, por lo que, claro está, llegué a ver el “ascenso” como mi objetivo. Cada vez que me ascendían, no lo aceptaba como una comisión y una responsabilidad de parte de Dios, y no buscaba humildemente la verdad ni pensaba en el modo de utilizar los principios en el deber. En cambio, veía la comisión de Dios como un instrumento para ir en pos del estatus y ser admirada. Al creer que, cuanto más elevados el deber y el estatus, más me admirarían y valorarían, me interesaban mucho los ascensos y me preocupaba constantemente por estas pérdidas y ganancias. Hacía mucho que había olvidado qué buscar en mi fe en Dios. Echando la vista atrás, mi ambición era excesiva. Si me hubieran ascendido como quería, no sé lo arrogante que habría podido llegar a ser ni qué maldad habría podido cometer. Hay demasiados ejemplos de fracasos semejantes. Muchos son capaces de cumplir sinceramente con el deber cuando no tienen estatus, pero, en cuanto lo tienen, aumentan sus ambiciones, comienzan a hacer el mal y engañan y seducen a la gente. Por conservar su reputación y estatus, excluyen y reprimen a otras personas, con lo que se acarrean la ruina a sí mismos. Descubrí que el estatus, para quienes buscan la verdad y van por la senda correcta, es práctica y perfección. Para quienes no buscan la verdad y van por la senda equivocada, es tentación y revelación. Por entonces, aún no tenía estatus, pero, solo por no haber sido ascendida, estaba tan enojada que ni siquiera quería cumplir con el deber. Vi que mi ambición y mi deseo iban más allá que los de la gente normal. Si, efectivamente, me ascendían a un deber importante, seguro que fracasaba tanto como ellos. A esas alturas, realmente percibí que, por los buenos propósitos de Dios, no me ascendían a líder o supervisora de equipo. En este entorno, Dios me forzaba a parar y hacer introspección, y a echarme atrás e ir por la senda de búsqueda de la verdad. Un entorno así era lo que necesitaba mi vida y la maravillosa protección de Dios para conmigo. Al pensar en estas cosas, creí que Dios había hecho algo bueno. Como era ciega e ignorante y no entendía la voluntad de Dios, lo malinterpretaba y culpaba. Había hecho mucho daño a Dios.
Luego leí otro pasaje de la palabra de Dios. “¿Qué clase de corazón quiere Dios? En primer lugar, el corazón debe ser honesto. Debe ser capaz de cumplir con un deber de manera sincera y realista, capaz de proteger el trabajo de la casa de Dios y carente de supuestas grandes aspiraciones o metas elevadas. Debe ser un corazón que quiera caminar paso a paso al seguir a Dios, al adorarlo y al vivir como un ser creado. No debe desear ser un pájaro del cielo ni ningún ser creado en otro planeta, y ni mucho menos alguien con capacidades sobrenaturales. Además, este corazón debe amar la verdad. ¿A qué se refiere principalmente el amor a la verdad? A amar las cosas positivas, a tener sentido de la justicia y a ser capaz de esforzarse sinceramente por Dios, de amarlo sinceramente, de obedecerlo y de dar testimonio de Él” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Los cinco estados necesarios para ir por el camino correcto en la fe propia). Tras leer la palabra de Dios me emocioné mucho. Percibí las esperanzas y exigencias de Dios respecto a la gente. Dios no quiere que la gente sea famosa, importante ni elevada. Dios no nos pide que nos dediquemos a grandes empeños ni que tengamos grandes logros. Dios espera que la gente busque la verdad, se someta a Sus disposiciones en el deber y cumpla con él de manera humilde. Sin embargo, yo no entendía la voluntad de Dios ni me conocía. Siempre quise estatus y ser jefa o una figura poderosa. Sin estatus y atención, creía llevar una vida asfixiada e inútil. No tenía nada de humanidad ni de razón. Era obvio que yo era hierba que quería ser árbol, pinzón que quería ser águila, con lo que me esforcé hasta sentirme desdichada y agotada. Al comprenderlo, oré a Dios: “¡Dios mío! Antes, siempre iba en pos de la reputación y el estatus. Siempre quería que me admiraran más y más. No me conformaba con cumplir con mi deber en la sombra, cosa que aborreces y detestas. Ahora entiendo que este es el camino equivocado. Deseo someterme a Tus disposiciones. Sea o no ascendida en un futuro, buscaré la verdad humildemente y cumpliré bien con el deber”. Después de orar, sentí una gran liberación y más cercanía con Dios. Más tarde, con la lectura de la palabra de Dios, conocí un poco mis ideas equivocadas sobre la búsqueda. Las palabras de Dios dicen: “Algunos comentan: ‘Cuando ascienden a alguien a un puesto de liderazgo, tiene estatus y ya no es una persona normal’. ¿Es cierto? Hay quienes dicen: ‘Ser líder implica estatus, pero más dura será la caída. La cima es un lugar solitario’. ¿Es cierto? Evidentemente, no. […] Cuando la casa de Dios asciende y forma a alguien, eso no implica que tenga dentro de ella una posición o un estatus especial por el que pueda gozar de un trato y un favor especiales. Por el contrario, tras haber sido encumbrado excepcionalmente en la casa de Dios, se le dan la oportunidad y mejores condiciones para practicar y entrar en las realidades de la verdad, a fin de que pueda hacer un trabajo más específico relacionado con los principios de la verdad; es decir, los principios están muy relacionados con este trabajo y las exigencias y normas de la casa de Dios serán superiores, lo que es muy útil para la entrada de la gente en la vida. Cuando una persona es ascendida y formada en la casa de Dios, eso significa que será sometida a estrictas exigencias y supervisada rigurosamente. La casa de Dios inspeccionará y supervisará estrictamente el trabajo que haga, y llegará a comprender y prestar atención a su entrada en la vida. Bajo estos puntos de vista, ¿goza la gente ascendida y formada por la casa de Dios de un trato, un estatus y una posición especiales? En absoluto, y ni mucho menos de una identidad especial. Los que han sido ascendidos y utilizados en cargos importantes, si creen tener un capital, se estancan y dejan de buscar la verdad, entonces están en peligro ante las pruebas y tribulaciones. Algunos afirman: ‘Si a alguien lo ascienden y lo forman para líder, tiene una identidad. Aunque no sea primogénito, al menos tiene esperanza de llegar a formar parte del pueblo de Dios. Como a mí nunca me han ascendido ni formado, ¿qué esperanza tengo de formar parte del pueblo de Dios?’. Es un error pensar así. Para llegar a formar parte del pueblo de Dios, debes tener experiencia de vida y ser obediente a Dios. Sea líder, obrero o seguidor normal, cualquiera que posea las realidades de la verdad forma parte del pueblo de Dios. Aunque tú seas líder u obrero, si careces de las realidades de la verdad, sigues siendo hacedor de servicio” (La Palabra, Vol. 5. Las responsabilidades de los líderes y obreros). En la palabra de Dios entendí que los ascensos y la formación en la casa de Dios no implican que la gente tenga un estatus especial ni que reciba un trato especial como las autoridades del mundo. Es, simplemente, una oportunidad de practicar. Solo es una comisión más importante y una responsabilidad mayor para la gente. Ser ascendida y formada solamente implica que una persona cambie de deber. No significa que la identidad y el estatus de alguien sean superiores a los de los demás ni que la persona comprenda la verdad o posea sus realidades. Que no te asciendan no significa que seas inferior ni que no tengas futuro y no puedas salvarte. En resumen, sea cual sea el deber que cumplas, te asciendan o no, Dios trata justamente a todos. La familia de Dios dispone los deberes razonablemente según la aptitud y capacidad de cada uno para que cada persona las pueda aprovechar al máximo. Esto beneficia tanto al trabajo de la casa de Dios como a nuestra entrada personal en la vida. Te asciendan o no a un deber importante, las expectativas de Dios hacia la gente y Su provisión para todos son las mismas. Dios quiere que la gente busque la verdad y transforme su carácter mientras cumple con el deber. Por tanto, la salvación de Dios a la gente no depende del estatus, cualificación o edad de aquella. Depende, más bien, de su actitud hacia la verdad y el deber. Si vas por la senda de búsqueda de la verdad, mientras cumples con el deber puedes adquirir práctica, y seguirás progresando en la vida. Si no vas por la senda de búsqueda de la verdad, por muy alto que sea tu estatus, no durarás. Tarde o temprano te destituirán y descartarán. Antes no tenía un entendimiento puro de los ascensos. Pensaba que ascender implicaba más estatus y que, a mayor estatus, mejor futuro y destino. Por ello, no me centraba en buscar la verdad en el deber y únicamente iba en pos del estatus. ¡Fue entonces cuando comprendí lo absurdo de esta idea de las cosas! En realidad, la casa de Dios me dio la oportunidad de practicar, pero tenía muy poca aptitud para tareas más importantes. Como no me conocía a mí misma, me creía capaz y que podrían ascenderme a una comisión más importante. Realmente no me conocía nada. Sea cual sea nuestro trabajo en la casa de Dios, todos hemos de comprender la verdad y entrar en sus principios para que nuestro trabajo consiga buenos resultados. No obstante, yo no comprendía la verdad ni sabía hacer un trabajo práctico. Aunque me ascendieran, ¿para qué podría servir? ¿No me limitaría a estorbar? Aparte de que estaría totalmente agotada, también entorpecería la labor de la casa de Dios. No merecería la pena. En ese momento por fin comprendí que mi actual deber era muy adecuado para mí. Sabía hacerlo, y aprovechaba mis puntos fuertes. Esto me ayudaba en mi entrada en la vida y beneficiaba el trabajo de la casa de Dios. Con el esclarecimiento y la guía de las palabras de Dios, cada vez fui más consciente de Su voluntad, encontré mi sitio y se corrigió mi estado de pasividad.
Después ya no me controlaba el estatus y llevaba una carga en el deber. Cuando no estaba ocupada trabajando, aprovechaba el tiempo libre para practicar la predicación del evangelio y el testimonio de Dios. Cuando gente que realmente cree en Dios y ama la verdad aceptaba la obra de Dios en los últimos días, sentía gran tranquilidad y consuelo. Por fin entendí que da igual lo importante que sea el puesto en que te coloquen; lo que cuenta es saber desempeñar el papel de un ser creado mientras cumples con el deber. Eso es lo principal. Ahora, aunque a menudo oigo que ascienden a hermanos y hermanas que conozco, estoy mucho más calmada, ya nada celosa ni envidiosa, porque sé que, aunque cumplamos con deberes distintos, todos nos esforzamos por el mismo objetivo: difundir el evangelio del reino de Dios como mejor sepamos. Ya por fin he encontrado mi sitio. Solo soy un pequeño ser creado. Mi deber es obedecer las instrumentaciones y disposiciones del Creador. En lo sucesivo, sea cual sea mi deber, estoy dispuesta a aceptar, obedecer ¡y esmerarme por satisfacer a Dios!