Tras dejar atrás los ritos religiosos, aprendí a orar para que Dios me oyera

22 Sep 2021

Por Claire, Filipinas

Nací en el seno de una familia católica, y desde pequeña observé todo tipo de rituales religiosos junto a mis padres. Las oraciones dejaron una gran impresión en mí. El Rosario era el más fundacional para nosotros como católicos, y lo recitábamos todas las noches. Para empezar, de nuestros dedos pendía un colgante con forma de cruz de cuentas mientras hacíamos la señal de la cruz y recitábamos el credo de los apóstoles. Rezábamos una vez el padrenuestro, diez veces el avemaría y una vez el Gloria patri. Anunciábamos el misterio del Rosario en la primera decena, luego lo recitábamos en la segunda, tercera y cuarta, y el misterio del Rosario en la quinta decena. Después rezábamos el avemaría. Eran oraciones muy largas, y todo el proceso era bastante complicado.

La novena es otra de las oraciones católicas, y se realiza durante nueve días con una única intención. El propósito es ser agraciado con la ayuda de Dios. Teníamos una guía de oración con diferentes oraciones para diferentes intenciones. Antes de rezar, concentrábamos nuestros pensamientos en lo que esperábamos, y luego buscábamos la oración adecuada. Cuando terminábamos de recitar la oración, rezábamos el padrenuestro, el avemaría, el Gloria patri, y luego terminábamos con una contemplación silenciosa y una oración final. Además, era muy difícil completar una novena, y siempre me sentía muy piadosa cuando lo conseguía. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que la mayoría de las cosas en las que depositaba mis esperanzas no sucedían, y empecé a sentirme desconcertada. ¿Acaso no decían que bastaba con recitar estas oraciones nueve días seguidos con una intención en mente para que se convirtieran en realidad? ¿Por qué no se cumplía ninguna de mis esperanzas? Y si no se cumplían, ¿por qué seguía recitando esas oraciones? Empecé a sentirme reacia a seguir con aquello, pero el resto de los miembros de la iglesia continuaban completándolas, así que no tuve más remedio que hacer lo mismo.

Había también una procesión del Rosario que requería que nos levantáramos a las 3 de la mañana, lleváramos una estatua de María de casa en casa y rezáramos arrodillados durante una hora en cada una de ellas, repitiendo las mismas oraciones sin parar. La verdad es que no tenía ningunas ganas de participar. Por un lado, era agotador y tenía mucho sueño y, por otro, me sentía confundida: ¿Por qué no le podíamos orar directamente a Dios en vez de a la Virgen María? Pero mis padres me dijeron: "El Señor Jesús es el Santo Hijo y María es la Santa Madre, así que siempre que queramos pedirle algo al Señor Jesús, se lo pedimos primero a María y ella se lo pide en nuestro nombre. Entonces se puede cumplir". Me pareció una explicación algo rebuscada, pero supuse que era norma en el catolicismo y no quería romperla y acabar condenada por Dios. Así que me dejé llevar y seguí haciéndolo. Entonces ocurrió algo extraño durante una de nuestras procesiones del Rosario...

Era muy temprano y, como siempre, portamos la estatua de María hasta la casa de un miembro de la iglesia. Algunos rezábamos el Rosario dentro de la casa mientras otros lo hacíamos fuera. Entonces sucedió algo trágico: la casa de dos pisos se derrumbó. El suelo cedió, aplastando al propietario de la casa y a otras personas. Yo estaba justo en la puerta de entrada cuando ocurrió, y tuve la suerte de salvarme por poco. Al presenciar esta horrible escena, me sentí a la vez asustada y confundida. Estábamos adorando a Dios, rezándole, ¿por qué permitiría Él que sucediera algo semejante? ¿No le gustaban nuestras oraciones? Temiendo que algo así volviera a ocurrir, no volví a participar en la procesión del Rosario, sino que me limité a recitar las oraciones por mi cuenta.

Un día, más adelante, durante mis devocionales, leí estos versículos de las escrituras: “Asimismo cuando oráis no habéis de ser como los hipócritas, que a propósito se ponen a orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos de los hombres. En verdad les digo que ya recibieron su recompensa. Tú, al contrario, cuando hubieres de orar, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre, que ve lo más secreto, te premiará en público. En la oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles, que se imaginan haber de ser oídos a fuerza de palabras(Mateo 6:5-7).* Consideré esto detenidamente. Dios nos dice que no seamos como los hipócritas que rezan solo para que otros los escuchen, sino que debemos orar a Dios de corazón. Además, Dios ya no quiere oír oraciones tan largas. Rememoré los muchos años recitando oraciones. Aunque llevara mucho tiempo hacerlo, decir a diario las mismas palabras una y otra vez se trataba en realidad de recitar algo de memoria. Recordé también el trágico suceso ocurrido durante la procesión del Rosario, y pensé que a Dios no le debía gustar lo que estábamos haciendo. Si no, ¿por qué no nos protegía durante nuestra oración? Creí que tal vez me había extraviado. Entonces, decidí que dejaría de repetir las oraciones del Rosario, pero seguiría diciendo una vez el padrenuestro, los diez avemarías y las diez santamarías, y luego solo oraría en nombre del Señor Jesús.

Aun así, Dios seguía sin conmoverme, más bien me sentía distante con Él. En una ocasión, durante un devocional, vi en las escrituras una mención a una oración de ayuno, así que pensé que podría expresar mi reverencia a Dios ayunando, y al mismo tiempo pedirle que me ayudara a encontrar un buen trabajo. No obstante, cada vez que terminaba mi oración de ayuno, lo único que me quedaba era el estómago vacío y el dolor de cabeza. Continué de la misma manera durante varios meses, pero seguía sin sentirme conmovida por Dios y mi situación laboral permanecía igual. Además, me estaba debilitando físicamente y enfermaba mucho, así que dejé de ayunar. En aquel momento no le encontraba sentido: ¿Por qué Dios no escuchaba mis oraciones, a pesar de que me sacrificaba tanto? ¿De verdad Dios me había apartado de su lado? Sentía cada vez más oscuridad y vacío en mi corazón, y mi fe se estaba desvaneciendo.

Entonces, en 2017, conocí a algunos hermanos y hermanas de la Iglesia de Dios Todopoderoso en Facebook. Me contaron que el Señor ya ha regresado, que es Dios Todopoderoso encarnado. También decían que Él ha expresado verdades y está haciendo una nueva etapa de la obra, por lo que la única manera de obtener la obra del Espíritu Santo es orar en nombre de Dios Todopoderoso. De lo contrario, por mucho que recemos, no servirá de nada. Fue igual cuando el Señor Jesús vino a obrar. Dios se negaba a oír ninguna oración hecha a Yahvé, y nadie podría ganar el esclarecimiento y la iluminación del Espíritu Santo de esa manera. Solo aquellos que aceptaban la obra del Señor Jesús y oraban en su nombre podían sentir a Dios junto a ellos y disfrutar de Sus bendiciones y Su gracia.

La primera vez que oí que el Señor ya había regresado y tenía un nuevo nombre fue en su comunicación. Yo seguía rezándole al Señor Jesús, así que no podía ganar la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, todavía no sabía exactamente qué sucedía con todas mis oraciones pasadas que no estaban en consonancia con la voluntad de Dios. Entonces un día, leí esto en las palabras de Dios: “La mayoría de la gente cree que una vida espiritual normal implica necesariamente orar, cantar himnos, comer y beber de las palabras de Dios o reflexionar sobre ellas, sin que importe que tales prácticas tengan algún efecto o conduzcan a un verdadero entendimiento. Estas personas se centran en seguir procedimientos superficiales sin preocuparse por los resultados; viven en los rituales religiosos, no dentro de la iglesia, y ni mucho menos son personas del reino. Al orar, cantar himnos, y comer y beber de las palabras de Dios solo siguen reglas, lo hacen por obligación y para estar al día con las tendencias, no por voluntad propia ni de corazón. Por mucho que estas personas oren o canten, sus esfuerzos no darán ningún fruto, ya que solo practican las reglas y los rituales de la religión, no las palabras de Dios. Se centran solo en darle importancia a cómo practican, y tratan las palabras de Dios como reglas a seguir. Estas personas no están poniendo en práctica las palabras de Dios, solo están satisfaciendo la carne y actuando para que otras personas las vean. Todas estas reglas y rituales religiosos tienen un origen humano; no provienen de Dios. Dios no sigue reglas ni está sujeto a ninguna ley. En su lugar, Él hace cosas nuevas cada día, y así logra una obra práctica. Lo mismo sucede con la gente de la Iglesia de las Tres Autonomías, que se limitan a prácticas como asistir a diario a los servicios matutinos, ofrecer oraciones por la tarde y oraciones de gratitud antes de las comidas, y a dar gracias por todo; hagan lo que hagan y por mucho tiempo que lo hagan, no tendrán la obra del Espíritu Santo. Cuando las personas viven entre reglas y anclan su corazón a métodos de práctica, el Espíritu Santo no puede obrar, ya que su corazón está ocupado por reglas y nociones humanas. Por lo tanto, Dios es incapaz de intervenir y obrar en ellas, y solo pueden seguir viviendo bajo el control de las leyes. Tales personas nunca podrán recibir el elogio de Dios”.

Hasta que no leí este pasaje no me di cuenta de que todas esas oraciones estériles se limitaban a seguir la inercia, que no eran más que reglas y rituales religiosos. Esa no es la clase de oración que Dios quiere. Pensé en todos aquellos rosarios, novenas, procesiones del Rosario y ayunos que había hecho. Estaba centrando mis esfuerzos en el proceso sin pensar en su eficacia, solo observaba los rituales. Y más adelante, aunque albergaba cierta confusión sobre esos rituales de oración y no quería seguir haciéndolos, veía que todos los demás en la iglesia los hacían y decían que eso era lo que Dios quería, así que simplemente me dejaba llevar. Después de todos esos años, no solo no sentía paz y alegría en mi corazón, sino que estaba cada vez más cansada, y mi relación con Dios se estaba volviendo más distante. Leer esto fue un verdadero despertar para mí: a Dios no le gustan estas oraciones rituales, y por mucho que alguien las haga, nunca obtendrá la obra del Espíritu Santo de esa manera. Me pareció que había sido muy tonta.

Más tarde, leí un par de pasajes más de las palabras de Dios Todopoderoso sobre la oración. Dios Todopoderoso dice: “Una vida espiritual normal es una vida vivida ante Dios. Al orar, uno puede aquietar su corazón ante Dios y, a través de la oración, puede buscar el esclarecimiento del Espíritu Santo, conocer las palabras de Dios, y entender Su voluntad”. “La oración no se trata solo de hacer las cosas por inercia, seguir procedimientos o recitar las palabras de Dios. Es decir, orar no es repetir ciertas palabras como un loro ni es imitar a los demás. En la oración, se debe llegar a un estado en que se le entregue el corazón a Dios, en el que este se abra de par en par para que Dios lo conmueva”.

Las palabras de Dios lo dicen muy claramente. Orar no es actuar por inercia, seguir un procedimiento o recitar las palabras de Dios. Se trata de obtener más esclarecimiento e iluminación del Espíritu Santo, y de comprender la voluntad y las exigencias de Dios. Me fijé en mí misma. Siempre había seguido todas las prácticas católicas para la oración, y decía las mismas cosas cada vez que rezaba. Cuando terminaba, nunca me sentía conmovida por Dios. Lo único que sentía era cansancio y dolor en las piernas, y a veces deseaba terminar nada más empezar. Me limitaba a dejarme llevar por la inercia en cada oración. Aquello me hacía pensar en este versículo bíblico: “Dios es espíritu, y verdad; y por lo mismo los que le adoran en espíritu y verdad deben adorarle(Juan 4:24).* A Dios no le importa cuánto decimos en la oración ni durante cuánto tiempo, sino que requiere que le oremos con un corazón sincero para que podamos entender sus palabras. Al darme cuenta de esto vi con mayor claridad que la forma en la que había orado en el pasado no se ajustaba en realidad a la voluntad de Dios.

Leí otro pasaje de las palabras de Dios: “¿Qué es la verdadera oración? Es decirle a Dios lo que hay en tu corazón, tener comunión con Él al comprender Su voluntad, comunicarte con Dios a través de Sus palabras, sentirte especialmente cerca de Dios, sentir que Él está delante de ti y creer que tienes algo que decirle. Sientes que tu corazón está lleno de luz y lo encantador que es Dios. Te sientes especialmente inspirado y escucharte les da satisfacción a tus hermanos y hermanas. Sentirán que las palabras que dices son las que están dentro de sus corazones, las que ellos desean pronunciar, como si tus palabras sustituyeran a las suyas. Esta es la verdadera oración”. “Cuando oras, debes tener un corazón tranquilo ante Dios y debes tener un corazón sincero. Estás realmente teniendo comunión y orando con Dios; no debes intentar adular a Dios con palabras elegantes. La oración se debe centrar en torno a aquello que Dios quiere conseguir ahora mismo. Pídele a Dios que te conceda mayor iluminación y esclarecimiento, lleva tu estado actual y tus problemas delante de Su presencia cuando ores, incluyendo la resolución que tomaste ante Dios. Orar no es seguir un procedimiento sino buscar a Dios con un corazón sincero. Pide que Dios proteja tu corazón, para que tu corazón esté tranquilo ante Él con frecuencia; para que en el ambiente en el que te ha puesto, te conozcas, te desprecies y te abandones, permitiéndote así tener una relación normal con Dios y convirtiéndote verdaderamente en alguien que ama a Dios”.

Me di cuenta de que la verdadera oración es hablar con Dios desde el corazón. Es abrirse a Dios para contarle las cosas que ocupan nuestra mente, incluidas las dificultades a las que nos enfrentamos. Debemos orar para que nos guíe y nos esclarezca, para que podamos reconocer nuestra propia corrupción. Solo así Dios nos esclarecerá para comprender Su voluntad. Al recordar cómo había orado antes, me sentí aún más avergonzada. Cada vez que rezaba me limitaba a recitar oraciones, sin compartir con Dios lo que había en mi corazón. Tampoco era razonable en mis rezos, sino que solo le pedía a Dios Su gracia, que me diera una buena vida y cosas así. Todo era en mi propio beneficio, nunca para obtener el esclarecimiento de Dios o para deshacerme del pecado. Recordé algo que dijo el Señor Jesús: “Así que no vayáis diciendo acongojados: ¿Dónde hallaremos qué comer y beber? ¿Dónde hallaremos con qué vestirnos?, como hacen los paganos, los cuales andan ansiosos tras todas estas cosas; que bien sabe vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis. Así que buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura(Mateo 6:31-33).* El Señor Jesús nos enseñó hace mucho tiempo que no debemos pensar en cosas como la comida o la vestimenta: Dios dispondrá de todo eso para nosotros. Pero yo siempre rezaba por mi vida carnal, no por la espiritual. Esa clase de oración no iba en absoluto en consonancia con la voluntad de Dios. Además, en la oración decía algunas cosas que simplemente sonaban bien, pero estaba siendo deshonesto con Él. Cuando no lograba dejar de pecar, sentía que Dios me había abandonado. Le pedía perdón a Dios y decía que no lo volvería a hacer, pero en realidad sabía que mi estatura era demasiado pequeña y no podía triunfar sobre el pecado. Lo volvía a hacer, pero nunca compartía mi corazón con Dios. Ahora entendía que mis oraciones no salían del corazón, sino que eran vacías y falsas. Debía orar a Dios sobre mis dificultades con los pecados, que no podía dejar de cometer, y pedirle que me ayudara a entender mi mal proceder, con el fin de que me guiara a liberarme de las ataduras del pecado.

A partir de entonces, empecé a poner en práctica estas palabras de Dios. Cada vez que me encontraba con algo en mi vida, le decía una sincera oración a Dios y buscaba Su voluntad. Ya no me parecía tedioso, y obtenía una sensación de calma y paz después de cada oración. Siempre sentía que tenía algo que decirle a Dios. Mis antiguas oraciones siempre me resultaban agotadoras y aburridas, pero con esta nueva forma de orar, las disfrutaba de verdad. Conseguí calmar mi corazón ante Dios, y ya no me sentía agotada ni aburrida. Y, cada vez que me encontraba con un problema o una dificultad mientras buscaba la voluntad de Dios y me sometía a su gobierno y a sus disposiciones, notaba su guía y entendía cada vez más su voluntad. Le estoy muy agradecida a Dios por mostrarme lo que es la verdadera oración; ahora me he liberado de las restricciones de las reglas religiosas y de los rituales para la oración. Al orar a Dios con sinceridad, obtengo el esclarecimiento y la inspiración del Espíritu Santo y me he acercado cada vez más a Él. ¡Demos gracias a Dios!

Las citas bíblicas marcadas (*) son tomadas de Biblia Torres Amat 1825.

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