El servicio de esta clase es verdaderamente despreciable

18 Abr 2018

Por Ding Ning, provincia de Shandong

Durante los últimos días, la iglesia ha dispuesto un cambio en mi trabajo. Cuando recibí esta nueva tarea, pensé: “Necesito aprovechar esta última oportunidad para convocar a una reunión con los hermanos y hermanas, hablar con ellos claramente acerca de los asuntos y dejarlos con una buena impresión”. Por lo tanto, me reuní con varios diáconos y al final de nuestro tiempo juntos, dije: “Me han pedido que me vaya de aquí y que me mueva a un trabajo diferente. Espero que vosotros aceptéis a la nueva líder que viene a reemplazarme y que trabajéis juntos con ella en total acuerdo y sintonía”. Tan pronto como me escucharon decir estas palabras, algunas de las hermanas que estaban presentes se pusieron pálidas y las sonrisas desaparecieron de sus rostros. Algunas de ellas apretaron mis manos, otras me abrazaron y llorando dijeron: “¡No puedes dejarnos! ¡No puedes hacernos a un lado e ignorar nuestras necesidades!…”. La hermana de la familia anfitriona, en particular, no estaba dispuesta a dejarme ir. Me dijo: “Es tan bueno que estés aquí con nosotros. Eres alguien que puede soportar dificultades y eres buena compartiendo la verdad. No importa cuándo te necesitemos, siempre estás ahí para ayudarnos pacientemente. Si te vas, ¿qué haremos?…”. Viendo su renuencia a separarse de mí, mi corazón se llenó de gozo y satisfacción. Los consolé con estas palabras: “Dependan de Dios. Cuando pueda, regresaré y os visitaré…”.

Pero después de aquello, cada vez que miraba al pasado, a esa escena de separarme de los hermanos y hermanas, me sentía incómoda en mi corazón. Me preguntaba: “¿Tales expresiones de tristeza fueron sólo un acontecimiento esperado? ¿Por qué actuaron como si mi partida fuera una cosa tan terrible? De todos modos, ¿por qué la iglesia quería que cambiara posiciones?”. Simplemente yo no podía entenderlo, así que a menudo iba delante de Dios buscando las respuestas. Un día, estaba leyendo un sermón y me topé con este pasaje: “Aquellos que deben servir a Dios deben exaltarlo en todos los asuntos y dar testimonio de Él. Sólo así pueden obtener el fruto de dirigir a otros para que conozcan a Dios, y sólo exaltando a Dios y dando testimonio de Él pueden llevar a otros a la presencia de Dios. Este es uno de los principios del servicio a Dios. El máximo fruto de la obra de Dios que debe alcanzarse es para hacer que las personas vayan delante de Dios por medio de conocer Su obra. Si quienes sirven como líderes no exaltan a Dios ni dan testimonio de Él, sino que más bien están constantemente exhibiéndose… entonces ellos están, de hecho, oponiéndose a Dios. Se sientan en el lugar de Dios y hacen que las personas las traten como Dios. Su obra se convierte en una obra que compite con Dios por las personas. ¿No es esa, precisamente, la forma en la que Satanás se resiste a Dios? Ahora bien, hay muchos líderes que tienen un séquito de seguidores detrás de ellos y están promoviendo y entrenando a las personas como les viene en gana. Al final, Dios no ha ganado a nadie que conozca Su corazón. ¿Para quién hacen las personas todo su trabajo? ¿A cuántas personas han entrenado que sean del mismo sentir de Dios? ¿A cuántas personas han guiado para que conozcan y amen verdaderamente a Dios? Por tanto, si el servicio de las personas no exalta a Dios ni da testimonio de Dios, entonces, ciertamente, están fanfarroneando. Aunque ellos afirmen que sirven a Dios, en realidad están trabajando para su propio estatus y para el disfrute de su carne. De ninguna manera están trabajando para exaltar a Dios o para dar testimonio de Él. Si alguien viola este principio de servicio a Dios, entonces eso prueba que está desafiando a Dios” (‘Cuestiones de principio que se deben entender para servir a Dios’ en “Anales selectos de los arreglos de la obra de la Iglesia de Dios Todopoderoso”). Cuanto más leía, más se atribulaba mi corazón. Cuanto más leía, más temerosa me volvía. Mi sentido de autorreproche se multiplicó muchas veces. Por la actitud que los hermanos y hermanas habían mostrado hacia mí, podía ver que mi obra realmente no había sido la de guiar a los hermanos y hermanas a la presencia de Dios, sino más bien la de guiarlos a mi propia presencia. Ahora no podía evitar volver a examinar muchas de las escenas durante el tiempo que pasé con los hermanos y hermanas. Muchas veces le dije a la hermana de la familia anfitriona: “Mira que afortunados sois todos vosotros. Toda tu familia es creyente. Cuando estoy en casa, mi esposo me maltrata todo el día. Si no me está pegando, me está maldiciendo. He cumplido mi deber lo mejor posible y mira cuánta amargura he soportado por creer en Dios”. Cuando los hermanos y hermanas enfrentaban dificultades, no les comuniqué la voluntad de Dios; no actué como testigo de la obra de Dios y del amor de Dios. En cambio, constantemente puse primero la carne y traté de que las personas creyeran que yo era muy amable y considerada. Cada vez que veía a un hermano o hermana hacer algo que fuera contra los principios, tenía miedo de ofender, así que no ayudaba ni guiaba, tratando siempre de proteger las relaciones entre las personas. En todo lo que hice, lo que más me preocupaba era mi posición y mi imagen en los corazones de las personas… Mi propósito principal siempre fue ganarme la simpatía y admiración de los demás; esto se convirtió en mi mayor satisfacción. Esto verdaderamente revela que yo misma me estaba poniendo en alto, sirviendo como un testigo para mí misma. Todo lo que hice en realidad estuvo en oposición a Dios. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “Ahora que estoy obrando entre vosotros, os comportáis de esta forma. Si llega el día en el que no haya nadie para cuidaros, ¿no seréis como bandidos que se proclaman reyes? Cuando eso suceda y causéis una catástrofe, ¿quién arreglará el desorden que habéis hecho?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Un problema muy serio: la traición (1)). Las palabras de Dios otra vez me llevaron a una conciencia de cómo mi servicio a Dios realmente era dar testimonio de mí misma y exaltarme y me ayudaron a ver las serias consecuencias de este comportamiento. Las palabras de Dios me ayudaron a ver que mi naturaleza, como la del arcángel, podía conducirme a ser una bandida tiránica, y que yo podía ocasionar una gran catástrofe. Pensé en cómo mi servicio a Dios no se cumplió de acuerdo con los principios correctos del servicio; no estaba poniendo en alto a Dios y no estaba dando testimonio de Dios, ni tampoco estaba haciendo mi deber. En cambio, mis días los pasé presumiendo, dando testimonio de mí misma, atrayendo a los hermanos y hermanas a mi presencia. ¿Acaso no es esta clase de servicio despreciable? ¿Acaso no es esto simplemente el “servicio” del anticristo? Si no fuera por la tolerancia y la misericordia de Dios, ya yo sería una maldita de Dios y ya hubiera sido fulminada.

En ese momento, temblé con temor y vergüenza; un sentimiento de la enorme deuda que debo inundó mi corazón y me postré en el suelo, llorando amargamente e implorando a Dios: “¡Oh, Dios! Si no fuera por Tu revelación y esclarecimiento, no sé en qué profundidades caería. Verdaderamente te debo más de lo que jamás te pueda retribuir. ¡Gracias por la salvación que Tú me ofreces! Gracias por ayudarme a ver al horrible y despreciable ser en las profundidades de mi alma. Gracias por mostrarme que mi servicio a Ti era en verdad resistencia a Ti. Si fuera juzgada por mis acciones, no merezco nada sino Tu maldición, pero me has abierto mis ojos, me has guiado y me has dado una oportunidad de arrepentirme y comenzar de nuevo. Oh Dios, estoy dispuesta a tomar esta experiencia como una lección a llevar conmigo por toda mi vida. Que Tu castigo y juicio siempre me acompañen, que me ayuden a desechar pronto el viejo ser de Satanás y a volverme una sierva de Dios verdaderamente reverente para que pueda comenzar a retribuir la gran deuda que te debo”.

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