Mis días en cautividad

14 Feb 2025

Por Yang Qing, China

En julio de 2006 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Mi marido apoyaba mi fe en Dios y recibía efusivo a los hermanos y hermanas que venían a casa. Luego se enteró de que los creyentes en Dios Todopoderoso podrían enfrentarse a la persecución y detención del gobierno, y fue a preguntarle al respecto a mi primo, que trabajaba en la fiscalía. Al llegar a casa me contó: “Tu primo dice que el gobierno está tomando medidas enérgicas contra los credos religiosos, especialmente contra los creyentes en Dios Todopoderoso. Además, por un creyente se implica a toda su familia. No creas más en Dios Todopoderoso. Si has de creer, ve a una iglesia de las Tres Autonomías”. Vi que mi esposo no entendía las cuestiones de fe. “La Iglesia de las Tres Autonomías fue fundada por el Partido Comunista”, le contesté. “Priorizan el patriotismo y el amor por el partido, y después viene el amor a Dios. Para ellos, el partido es más grande que Dios. Eso no es fe. No iré a la Iglesia de las Tres Autonomías”. “Sé que es bueno tener fe en Dios Todopoderoso”, dijo resignado, “pero tienes que ver la situación con claridad. El mundo actual es del Partido Comunista y, si conservas tu fe, podríamos perder el trabajo. ¿Estás dispuesta a renunciar a tu empleo en el hospital? Además, tenemos una hipoteca y necesitamos dinero para criar a nuestra hija. ¿Cómo podemos vivir sin dinero? Si te condenan a ir a la cárcel, la gente me despreciará y nuestra hija será ridiculizada por sus compañeros de clase. ¡Tienes que pensar en nosotros también! Debes dejar de creer”. Sabía inevitable que mi marido, un no creyente, tuviera estas preocupaciones, por lo que le dije: “El Partido Comunista es ateo y siempre ha perseguido a los que creen en Dios. No renunciaré a mi fe por la persecución del partido. Los temerosos no pueden entrar en el reino de los cielos, ¿no lo sabes? Actualmente, los desastres van cada vez a peor. El Salvador, Dios Todopoderoso, ha expresado la verdad y realizado la obra del juicio de los últimos días, la de purificar y salvar por completo a la humanidad para que podamos sobrevivir a la hecatombe y ser llevados al reino de Dios. ¡Es una oportunidad que no regresará! La fe en Dios implica un sufrimiento y un peligro pasajeros, pero así podemos adquirir la verdad y ser salvados por Dios. Eso es lo que importa”. Mi marido alegó: “La entrada en el reino de Dios queda muy lejos. Lo más realista ahora mismo es vivir bien. Ni me preocupa lo que pueda pasar en el futuro ni voy a pensarlo”. Discutió conmigo más adelante al ver que seguía yendo a reuniones y cumpliendo con el deber. Me dijo: “No es vida estar siempre así, en vilo. Si continúas creyendo, se romperá la familia”. Yo pensé: “Puede que la familia se rompa de verdad si me empeño en mi fe. Mi hija solo tiene nueve años ¡y le dolería muchísimo no tener una familia completa!”. En aquel momento no quería perder a mi familia, pero mi marido se interponía en mi fe, y si las cosas seguían así, ¿cómo podría cumplir con mi deber? Mi hija, mi familia y Dios… No estaba dispuesta a renunciar a ninguno de ellos. Justo cuando luchaba contra este dilema, recordé unas palabras del Señor Jesús: “El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí. Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí(Mateo 10:37-38). Me acordé de todos esos santos de todos los tiempos, que dejaron todo por cumplir con la comisión de Dios predicando el evangelio y dando testimonio de Él, y reflexioné que yo, sustentada por tanta verdad de Dios, tenía que ser consciente de Sus intenciones y no podía abandonar la fe y el deber nada más que por preservar mi familia. Pensé en Dios, que vino encarnado a salvarnos de pleno del poder de Satanás expresando serenamente verdades que nos riegan y sustentan, mientras soporta la persecución, la detención, el vilipendio y la condena del gran dragón rojo, además del rechazo y la calumnia de la comunidad religiosa. ¡El amor de Dios por la humanidad es muy grande! Había recibido muchísimo de Dios, pero todo el tiempo valoraba a mi familia y mi hija y no pensaba en cómo retribuir Su amor. ¿Dónde estaba mi consciencia? Al pensar en esto, me sentí profundamente en deuda con Dios y decidí que, sin importar cómo se interpusiera en mi camino o me presionara mi esposo, yo seguiría a Dios. Difundiría el evangelio y daría testimonio de Él.

Posteriormente se agravó la persecución del Partido Comunista hacia la iglesia, y la persecución de mi marido se intensificó. En la segunda mitad de 2007, so pretexto de mantener la estabilidad para los Juegos Olímpicos, el partido tomó medidas enérgicas contra los credos religiosos y suprimió iglesias, y varios hermanos y hermanas fueron detenidos. Una mañana de septiembre, cuando me disponía a salir a compartir el evangelio, mi marido me paró y no me dejaba salir. Llamó a mi hermano mayor para que viniera y dijo: “Hace unos días, tu primo me explicó que la Comisión de Asuntos Políticos y Jurídicos ha coordinado una operación conjunta de los organismos de seguridad y justicia en la que se ha desplegado a muchísimo personal para practicar detenciones masivas de creyentes en Dios Todopoderoso. Una vez detenidos, se les condena. Así pues, deja de creer en Dios, ¿de acuerdo?”. Mi hermano también me instó a ello: “Sé que la fe es algo bueno, pero el partido no permite que el pueblo tenga fe en Dios. Como no tenemos fuerza para luchar contra ellos, si has de practicar tu fe, hazlo en casa. Deja de salir a difundir el evangelio. ¿Qué harías si te detuvieran?”. Yo contesté: “Sé que quieres lo mejor para mí, pero lo más recto es tener fe en Dios y compartir el evangelio para que más gente pueda ser salvada por Él y sobrevivir. Es la mejor buena obra posible. ¿No sería sumamente egoísta de mi parte dejar de compartir el evangelio solo por protegerme?”. Acto seguido, mi marido se arrodilló y me imploró: “Te lo ruego. Por nuestro hogar, por nuestra hija, deja de tener fe en Dios. La fe supondría que nuestra hija no entraría en la universidad ni encontraría un buen empleo. ¡Se malograría su porvenir! Solamente tenemos una hija: ¡tienes que pensar en ella! Si te detienen, la gente hablará de mí a mis espaldas cuando salga. Dime, ¿qué dignidad me queda después de eso?”. Al ver a mi marido así, realmente no sabía qué hacer. Siempre fue muy orgulloso, pero ahí estaba suplicándome de rodillas delante de mi hermano. Si me empeñaba en creer, eso no haría sino lastimarlo más aún. ¿Y qué le pasaría a mi hija si el partido acababa impidiéndole ir a la universidad por mi fe, dejándola sin la posibilidad de encontrar un buen trabajo y hacer carrera? Hasta mi hermano se oponía a mi fe. Mi familia probablemente me impediría tener fe si supiera que esta nos estaba distanciando a mi marido y a mí. Eso me dificultaría aún más la senda de fe. Sin embargo, si cedía ante mi marido y prometía renunciar a mi fe, ¿eso no sería traicionar a Dios? Cuanto más lo pensaba, más nerviosa me ponía, así que oré en silencio para pedirle a Dios que protegiera mi corazón. En ese momento recordé un pasaje de las palabras de Dios que había leído anteriormente: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). ¡Efectivamente! En apariencia, mi familia se interponía en mi camino, pero en realidad era Satanás el que me estaba tentando. Al creer en Dios y cumplir con mi deber, iba por la senda correcta. Satanás utilizaba a mi familia para que se interpusiera en mi camino y me hiciera traicionar a Dios. No podía caer en los trucos de Satanás, sino que tenía que mantenerme firme, dar testimonio y humillarlo. Con esta idea, les dije solemnemente: “Dios lo decide todo. Nuestro trabajo y nuestro futuro están orquestados por Dios, diga lo que diga el Partido Comunista. El auge y caída de los países y de los partidos políticos, por no hablar del destino de un individuo insignificante, están en manos de Dios. Ambos sabéis lo enferma que estaba antes de hacerme creyente, y habría muerto hace mucho tiempo de no haber sido por Dios. Él me dio esta vida y he recibido muchísimo de Él. Para mí sería inconcebible no tener fe o no cumplir con mi deber. ¿Sería tan siquiera humana? ¿Tendría sentido mi vida?”. Mi hermano frunció el ceño y contestó: “Cierto, te curaste tras descubrir la fe. No obstante, ahora vivimos bajo el Partido Comunista y este quiere detener a los creyentes. Salir a predicar el evangelio, ¿no es ponerte a tiro?”. Mi marido estaba a su lado manifestándose de acuerdo. Sin embargo, yo me empeñaba en mi fe dijeran lo que dijeran. Al ver que no me conmovían, recurrieron a tácticas más duras. Aproximadamente un mes después, en cuanto llegué a casa de una reunión, mi marido me dio una bofetada y me dijo airadamente: “El partido detiene a creyentes como loco, pero tú sigues asistiendo a reuniones. Te dije que no creyeras, ¡pero insistes en hacerlo! Te he respetado todos estos años sin levantarte nunca la mano. Tu hermano y tu cuñada dicen que te he malcriado y que debería mantenerte a raya y no darte la oportunidad de seguir creyendo en Dios”. Lo miré fijamente, asombrada por su conducta. Temeroso de mirarme a los ojos, bajó la cabeza y añadió: “Realmente no quiero pegarte. No quiero que te detengan y te metan en la cárcel por tu fe en Dios. Es por tu bien”. Me molestaron mucho estas palabras suyas. Mi marido siempre había sido muy bueno conmigo, pero, por miedo a la persecución, se había vuelto un títere del Partido Comunista. Intentaba que yo traicionara a Dios. ¿Qué tenía eso de bueno para mí? Más adelante, al verme decidida a mantener mi fe, sencillamente dejó de ir a trabajar. Me hacía un estrecho seguimiento, no me dejaba leer las palabras de Dios, ir a reuniones ni cumplir con el deber. Había mucho trabajo en la iglesia en aquella época, pero él me tenía en arresto domiciliario y yo no podía cumplir con mi deber. Le pedí que no me impidiera tener fe: “Dios te protegió en aquellas ocasiones en que estuviste a punto de tener un accidente de tráfico, cuando tú apoyabas mi fe. Si Dios nos ha concedido tanta gracia, ¿cómo puedes resistirte a Él y rechazarlo?”. Respondió: “Antes, tu fe en Dios era útil, pero ya no es lo mismo. Mientras tengas fe en Dios, el partido no te dejará en paz y la familia sufrirá. ¿No podemos sobrevivir sin fe?”. Después, como no deseaba verse implicado, dijo que debíamos divorciarnos. Eso me afectó, pero mi odio hacia el gran dragón rojo era mayor. Me perseguía y pegaba y ahora quería el divorcio. Todo provenía de la opresión del Partido Comunista. Rememoré este pasaje de las palabras de Dios: “Ahora es el momento: el hombre lleva mucho tiempo reuniendo todas sus fuerzas; ha dedicado todos sus esfuerzos y ha pagado todo precio por esto, para arrancarle la cara odiosa a este diablo y permitir a las personas, que han sido cegadas y han soportado todo tipo de sufrimiento y dificultad, que se levanten de su dolor y se rebelen contra este viejo diablo maligno. ¿Por qué levantar un obstáculo tan impenetrable a la obra de Dios? ¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios? ¿Dónde están la verdadera libertad y los derechos e intereses legítimos? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está el consuelo? ¿Dónde está la cordialidad? ¿Por qué usar intrigas engañosas para embaucar al pueblo de Dios?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). El partido es un demonio contrario a Dios y que lo odia. Detiene y persigue a creyentes para obstaculizar y exterminar la obra de Dios. Se inventa todo tipo de rumores a fin de calumniar la obra de Dios y de engañar al pueblo para que también este se oponga a Dios y acabe aniquilado. Llega a oprimir y perseguir a las familias de los cristianos, de modo que familias enteras sufren por la fe de una persona. Mi familia apoyaba mi fe al principio, pero la persecución y los rumores del partido los descarriaron, con lo que se convirtieron en cómplices que se resistían a Dios. ¡Qué malvado el partido! Recordé otro pasaje de las palabras de Dios: “Como alguien que es normal y que busca el amor por Dios, la entrada al reino para convertirse en uno del pueblo de Dios es vuestro verdadero futuro, y es una vida que tiene el mayor valor y significado; nadie está más bendecido que vosotros. ¿Por qué digo esto? Porque los que no creen en Dios viven para la carne y viven para Satanás, pero hoy vivís para Dios y vivís para seguir la voluntad de Dios. Es por esto que digo que vuestras vidas tienen el mayor significado. Solo este grupo de personas, que Dios ha seleccionado, puede vivir una vida con gran significado: nadie más en la tierra puede vivir una vida de tal valor y significado(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Conoce la obra más reciente de Dios y sigue Sus huellas). La meditación de las palabras de Dios me iluminó. Había aceptado la obra de Dios de los últimos días. Había podido gozar de muchísimo riego y sustento de Sus palabras, cumplir con mi deber de ser creado, compartir el evangelio para dar testimonio de Dios, y ayudar a más gente a presentarse ante Él y salvarse. Era lo más recto y valioso que podía hacer, y no podía renunciar a mi fe y a mi deber por preservar mi familia. Tenía que seguir a Dios hasta el final, aunque eso significara divorciarme. Así pues, le anuncié a mi marido: “Tengo el compromiso de tomar esta senda. Ya que te empeñas en divorciarnos, accedo”.

Ese mismo día fuimos a la Oficina de Registro Civil a hacer el trámite. Justo cuando estaba completando el papeleo, irrumpieron mi hermano y su mujer, me llevaron a rastras a su auto sin mediar palabra y me condujeron a su tienda. Mi papá ya estaba allí y, nada más verme, me levantó la mano, pero los empleados se apresuraron a pararlo. Gritó: “Creía que el gobierno respaldaba tu fe. No sabía que te podían detener y que tu familia se vería implicada. No puedes seguir creyendo en Dios. ¡Te repudiaré si lo haces!”. Yo contesté: “Papá, Dios nos creó, Él lo gobierna todo. Los seres humanos debemos tener fe y adorarlo”. Sin que me diera tiempo a terminar, mi hermano vociferó: “¿Quieres tener fe pese a que eso signifique perder a tu familia?”. Respondí con firmeza: “Mi fe no tiene nada de malo. Él quiere este divorcio, no soy yo la que se va a alejar de la familia”. Mi hermano me gritó: “Mi amigo funcionario me ha dicho que el gobierno ha publicado un documento en que define a los creyentes en Dios Todopoderoso como objetivos clave de represión. Nos ha advertido que te vigilemos y te alejemos de tu fe para no vernos implicados contigo”. Acto seguido, agarró una hebra de bambú y me golpeó con ella en los ojos mientras decía: “¡Esto te enseñará por no ver cómo son las cosas!”. Me dolió mucho que mi familia me tratara así. Me liberé de ellos con todas mis fuerzas y salí corriendo. Estuve sollozando todo el camino de vuelta a casa. Me sentía muy indefensa y sola y realmente no sabía cómo permanecer en esta senda. Llorando, oré a Dios: “Oh, Dios mío, ya está toda mi familia en mi contra, interponiéndose en mi camino, diciéndome que no puedo tener fe. Es durísimo para mí. Dios mío, por favor, guíame para comprender Tu intención y saber resolver esta situación”. Tras orar recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y cumplir muchas de Sus palabras lleva tiempo; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Con las palabras de Dios entendí que Él está obrando en los últimos días en el país del gran dragón rojo, donde recibe la oposición más feroz, y que quienes lo seguimos seguro que vamos a padecer opresión y exclusión. Dios obra así para que podamos descubrir cómo es el gran dragón rojo y su esencia, malvada y contraria a Dios, y para que no aquel nos desoriente más. También para perfeccionar nuestra fe, de modo que aprendamos a ampararnos en Dios en la dificultad, a seguirlo sin dejarnos constreñir por las fuerzas de Satanás y a tener verdadera fe en Él. Sin embargo, a mí, tras un poco de sufrimiento, me parecía demasiado duro tener fe. Vivía en la negatividad y quería huir de la situación. Me faltaba mucha fe. Ante estas dificultades, supe que tenía que aceptarlas de parte de Dios. Tenía que orar y buscar la verdad y mantenerme firme en el testimonio de Dios. Como ser creado, eso era lo que debía hacer. No me sentía tan desdichada una vez que comprendí la intención de Dios. Luego me enteré de que mi marido no quería divorciarse en realidad, pero que lo había hablado con mi familia y ellos habían pensado que eso me obligaría a renunciar a mi fe.

Poco después, un día que mi marido nos estaba llevando de compras en el auto, de repente giró en la autopista y fue directamente a un hospital psiquiátrico. Me llevó a rastras a consulta y le explicó al médico: “Cree en Dios Todopoderoso y está evangelizando. Tiene que encerrarla y mantenerla apartada de otros creyentes; como una desintoxicación. Podrá salir una vez que esté libre de su fe y no evangelice más”. Fue muy desgarrador. Él quería meterme ahí con enfermos mentales para frenar mi fe en Dios. ¡El encierro allí dentro podría volver loca a una persona! Le dije inmediatamente al doctor: “Yo también soy médica. Compruebe primero si tengo algún problema mental antes de ingresarme”. Le hice entonces un resumen ordenado de cómo había administrado yo los asuntos domésticos en los últimos años. El médico, tras escucharme, le dijo a mi esposo: “No es una enferma mental. No podemos ingresarla. No podemos garantizar su seguridad si usted se empeña en dejarla aquí”. Mi marido siguió exigiendo al doctor que me ingresara. Yo le dije: “Si me encierra, me suicido aquí”. Por temor a que fuera responsabilidad suya, el médico no me ingresó. Mi marido no tuvo más remedio que llevarme a casa.

A tenor de lo ocurrido, tuve claro que, aunque mi marido siempre afirmaba estar haciendo lo mejor para mí, eso no era más que una farsa. Una y otra vez protegía sus intereses, mientras a mí me hería y humillaba. Hasta quiso internarme. Era capaz de cualquier cosa con tal de alejarme de mi fe. Que fuera contra Dios, en sintonía con el partido, demostraba que también él amaba el mal, veneraba el poder y odiaba la verdad. Las palabras de Dios dicen: “Creyentes y no creyentes no son compatibles, sino que más bien se oponen entre sí(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Íbamos por dos sendas distintas. Me desesperaba con él y no me divorcié únicamente por nuestra hija. Después, él nunca dejó de discutir, gritar y exigirme que renunciara a mi fe. Sobre todo en vísperas de las Olimpiadas, —cuando, según mi primo, el gobierno se estaba centrando en la detención de creyentes en Dios Todopoderoso, estos estaban siendo castigados duramente y nadie podía sacarlos bajo fianza—, mi marido me vigilaba más estrechamente y seguía todos mis movimientos. Me tuvo once días en arresto domiciliario. Me era imposible practicar mi fe en casa. Para ello, y para cumplir con un deber, tendría que abandonar a mi familia. Sin embargo, yo no soportaba la idea de separarme de mi hija. ¡Qué duro sería para ella que me marchara! Sin mí a su lado y sin nadie que cuidara bien de ella, ¿qué pasaría si se descarriaba? Se me saltaban las lágrimas cada vez que lo pensaba. Sumida en la tristeza, me acordé de un pasaje de las palabras de Dios: “Debes sufrir adversidades por la verdad, debes entregarte a la verdad, debes soportar humillación por la verdad y, para obtener más de la verdad, debes padecer más sufrimiento. Esto es lo que debes hacer. No debes desechar la verdad en beneficio de una vida familiar pacífica y no debes perder toda una vida de dignidad e integridad por el bien de un disfrute momentáneo. Debes buscar todo lo que es hermoso y bueno, y debes buscar un camino en la vida que sea de mayor significado. Si llevas una vida tan vulgar y no buscas ningún objetivo, ¿no estás malgastando tu vida? ¿Qué puedes obtener de una vida así? Debes abandonar todos los placeres de la carne en aras de una verdad y no debes desechar todas las verdades en aras de un pequeño placer. Las personas así, no tienen integridad ni dignidad; ¡su existencia no tiene sentido!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Tras leer las palabras de Dios recordé mis años de fe. Satanás siempre estaba utilizando a mis parientes para oprimirme y perturbarme, para apartarme de Dios y forzarme a traicionarlo. Estaba con mi familia, pero no era feliz, y mi marido no me dejaba leer las palabras de Dios, compartir el evangelio ni cumplir con el deber. Era una manera dolorosa de vivir. Dios dispuso que yo naciera en los últimos días y aceptara Su evangelio para que pudiera perseguir la verdad, salvarme y cumplir bien con mi deber de ser creado. A eso debía dedicarme. Rememoré unas palabras de Dios: “La suerte del hombre está controlada por las manos de Dios. Tú eres incapaz de controlarte a ti mismo: a pesar de que el hombre siempre va apresurado y se ocupa de sus propios asuntos, sigue siendo incapaz de controlarse. Si pudieras conocer tu propia perspectiva, si pudieras controlar tu propio sino, ¿seguirías siendo un ser creado?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). Cierto. Para cada persona que viene a este mundo, Dios determinó hace mucho qué senda tomaría y cuánto sufriría. Nadie puede ayudar a nadie. Yo di a luz a mi hija, pero su destino estaba en manos de Dios. Él decidió hace tiempo cuánto sufriría ella y cuántas bendiciones disfrutaría en su vida. Aunque yo estuviera a su lado, no podría cargar con ninguno de los sufrimientos que le estuvieran destinados. Ni siquiera podía controlar mi propio destino; mucho menos el suyo. Solo tenía que encomendar a mi hija a Dios y someterme a Su soberanía. Un día, mientras mi marido dormía, conseguí escapar de casa.

Para mi sorpresa, un par de semanas después, un líder me contó que mi marido estaba molestando a los hermanos y hermanas todos los días y amenazándolos con que, si yo no volvía, los denunciaría a la policía. Tenía que irme a casa para que ellos no se metieran en problemas. Mi marido me vigiló más estrictamente esta vez. Me tenía encerrada en casa, con la llave escondida, y siempre estaba a pocos metros de mí. Me vigilaba incluso cuando cocinaba y cuando iba al baño. Tenía la televisión encendida desde la mañana hasta la noche y me obligaba a ver con él las noticias y películas patrióticas todos los días, mientras me decía que quería lavarme el cerebro. Según él, mi primo le había advertido que no me diera ocasión de orar ni de leer las palabras de Dios y que, para que yo abandonara mi fe, él tenía que meterme continuamente en la cabeza lo que hubiera en la tele, de modo que no hubiera margen para las ideas religiosas. Añadió que no podía concederme ni un momento de paz porque, en cuanto orara, Dios me daría una salida, yo iría a las reuniones y volvería a evangelizar. Enfadada, repliqué: “Soy libre de tener fe. ¿Por qué, de acuerdo con el Partido Comunista, me oprimes y privas de libertad? Has disfrutado de abundante gracia de Dios a través de mi fe y has visto lo que puede hacer Dios. Ahora me impides tener fe y me oprimes. Eso no solamente supone oprimirme a mí, ¡sino oponerse a Dios!”. Para mi sorpresa, él me gritó: “Si me estoy oponiendo a Dios, ¡haz que venga a castigarme!”. Me escandalicé por completo. ¿Cómo podía decir algo semejante? Había perdido totalmente la razón. Me tuvo encerrada así una semana, sin ni siquiera poder salir. No podía leer las palabras de Dios, ni ir a reuniones ni cumplir con mi deber. Una absoluta desdicha. No tenía apetito y no dormía. Pensaba en que los demás estaban cumpliendo con su deber mientras yo permanecía encerrada en casa por mi marido, privada hasta del derecho a orar. De continuar así, ¿no me alejaría cada vez más de Dios? Además, todos los miembros de mi familia estaban del lado de mi marido y me oprimían. ¡Prácticamente no aguantaba más! Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. Estaba sola e indefensa.

Una noche, cuando mi marido dormía, oré a Dios en silencio: “Dios mío, no puedo leer Tus palabras. Me siento muy débil por dentro. Oh, Dios mío, mi estatura es muy pequeña. Por favor, dame fe y fortaleza”. Tras orar recordé un pasaje de Sus palabras: “Aquellos a los que Dios alude como ‘vencedores’ son los que siguen siendo capaces de mantenerse firmes en el testimonio y de conservar su confianza y su lealtad a Dios cuando están bajo la influencia de Satanás y mientras se hallan bajo su asedio, es decir, cuando se encuentran entre las fuerzas de las tinieblas. Si sigues siendo capaz de mantener un corazón puro ante Dios y tu amor genuino por Él pase lo que pase, entonces te estás manteniendo firme en el testimonio delante de Él, y esto es a lo que Él se refiere con ser un ‘vencedor’(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios). Las palabras de Dios me enseñaron que, en los últimos días, Él quiere formar un grupo de personas para convertirlas en vencedoras, las cuales, bajo los ataques y la persecución de Satanás, no cederán a las fuerzas de las tinieblas. Por el contrario, se aferrarán a su fe y su lealtad y darán un maravilloso testimonio de Dios. Me sentí motivada y dispuesta a someterme y a aprender una lección. Sin importar cómo me estorbara y oprimiera mi marido, yo me mantendría firme en mi testimonio y satisfaría a Dios. Posteriormente, cuando mi marido dormía, yo meditaba las palabras de Dios, mientras oraba en silencio o cantaba un himno para mis adentros, y esto me producía cierta alegría. Al decimonoveno día de mi arresto domiciliario, mi marido empezó a tener dolores de cabeza, cuello y espalda en cuanto se puso a pelear conmigo. Cuanto más se enfadaba, más le dolían, al punto de gritar de dolor, hasta que ya no se atrevió a discutir más. Finalmente exclamó: “¡No puedo más! Cuanto más te tengo encerrada, más te animas. En vez de eso, me enfermo yo”. Al día siguiente se fue a trabajar y me dejó encerrada. Un día encontré por casualidad la llave y me escapé de casa mientras él no estaba. Estaba muy agradecida a Dios por facilitarme una salida y porque por fin podía volver a asistir a reuniones y cumplir con mi deber.

Mi marido ya no me vigilaba tanto después. A veces, cuando se empeñaba en oponerse a mí y frenarme, se ponía enfermo y le dolía el cuello una barbaridad. En marzo de 2012, un día me dijo: “Todos estos años he querido que eligieras entre nuestra familia y tu fe, pero nunca renunciaste a tu fe. Pongamos fin a esto hoy. Tienes dos sendas ante ti. Si te quedas en esta casa, no puedes seguir a Dios, y si sigues a Dios, nunca podrás volver a esta casa”. Con convicción, respondí: “He elegido la senda de la fe en Dios y nunca me echaré atrás”. Hice las maletas y me fui de la casa para sumarme a todos aquellos que cumplen con su deber. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!

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