Practica la verdad aunque ofenda
En mayo de 2020 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Solía leer la palabra de Dios, participar activamente en la vida de iglesia y cumplir con todo deber que pudiera. Luego me eligieron líder de la iglesia. Una vez, la iglesia necesitaba urgentemente formar a dos diáconos de evangelización. Yo tenía una lista de toda la gente capacitada y descubrí que el hermano Kevin tenía bastante aptitud, no tenía demasiado trabajo, compartía activamente en las reuniones y captaba los principios de difusión del evangelio, por lo que parecía adecuado para el trabajo. También estaba la hermana Janelle, activa en el deber y que obtenía resultados. En comparación con otros, estos dos parecían adecuados para el deber y mi líder coincidía con mis ideas. Así pues, nombré a ambos diáconos de evangelización. Con el tiempo entendieron las responsabilidades de un díacono de evangelización y se familiarizaron con ellas, así que dejé que empezaran a cumplir con el deber de manera independiente e invertí toda mi energía en el trabajo de riego. Unas semanas después, descubrí que unos que acababan de recibir el evangelio se habían ido del grupo de reunión y que algunos que difundían el evangelio tenían dificultades que no sabían resolver. Ante estos problemas en la labor evangelizadora, me pregunté: “¿Hacen un trabajo práctico los diáconos de evangelización?”. Fui a investigar algunos pormenores del trabajo y descubrí que los diáconos de evangelización solo organizaban las cosas, pero no hacían el trabajo. En las reuniones no resolvían problemas prácticos, solo instaban a otros hermanos y hermanas a cumplir con el deber. Tras conocer la situación, estaba muy decepcionada. Como diáconos de la iglesia, ¿no era negligente no resolver los problemas prácticos? También descubrí que el hermano Kevin no trabajaba adecuadamente y que a veces se iba a jugar, mientras que la hermana Janelle se había vuelto perezosa e irresponsable en el deber durante esa época. Quería hablar con ellos y señalarles los problemas de su deber, pero, habida cuenta de que nos llevábamos muy bien, no quería deteriorar la relación. Esperaba que mis hermanos y hermanas me consideraran buena persona, una persona comprensiva y considerada. Si les señalaba directamente sus problemas, podría hundirse mi buena reputación. ¿Qué opinarían de mí los dos diáconos? ¿Dirían que no me fijaba en sus esfuerzos, sino solamente en sus defectos, y que me faltaba amor en el corazón? Además, si señalaba sus problemas y ellos no los admitían y se volvían pasivos, ¿me creerían mis hermanos y hermanas incapaz de trabajar como líder? ¿Me creerían mala líder? Si mi líder preguntaba por esto, puede que tratara conmigo. Así pues, con eso en mente, no les señalé sus problemas. A veces pensaba que, por estar a cargo del trabajo de la iglesia, era responsable de señalar sus problemas para que reflexionaran. Pese a ello, no podía hacerlo. En cambio, les enviaba palabras de Dios de aliento y consuelo y les hablaba con delicadeza de cómo cumplir bien con el deber y cooperar en armonía con los demás. No señalaba los problemas de su deber. Después me sentía muy culpable. Me parecía deshonesto y falso.
Una noche no pude dormir pensando que la ineficacia de la labor evangelizadora guardaba relación directa conmigo. Veía que había dos diáconos de evangelización irresponsables en el deber que no resolvían los problemas de los hermanos y hermanas predicadores del evangelio, lo que ejercía una gran presión sobre los hermanos y hermanas e hizo que algunos nuevos fieles dejaran el grupo de reunión, pero yo no señalaba sus problemas. Sentía tanta culpa dentro de mí que no sabia qué hacer, así que oré sinceramente a Dios: “Dios mío, me siento muy culpable por no saber guiar bien a los hermanos y hermanas. Dios mío, te pido esclarecimiento y guía para resolver este problema”. Después de orar, miré un video de un testimonio de experiencia con unas palabras de Dios que me animaron mucho. Las palabras de Dios dicen: “Tanto la conciencia como la razón deben ser componentes de la humanidad de una persona. Ambas son las más fundamentales e importantes. ¿Qué clase de persona es la que carece de conciencia y no tiene la razón de la humanidad normal? Hablando en términos generales, es una persona que carece de humanidad, una persona de una humanidad extremadamente pobre. Entrando en más detalle, ¿qué manifestaciones de humanidad perdida exhibe esta persona? Prueba a analizar qué características se hallan en tales personas y qué manifestaciones específicas presentan. (Son egoístas y mezquinas). Las personas egoístas y mezquinas son superficiales en sus acciones y se mantienen alejadas de las cosas que no les conciernen de manera personal. No consideran los intereses de la casa de Dios ni muestran consideración por la voluntad de Dios. No asumen ninguna carga de testificar por Dios o de desempeñar sus deberes y no poseen ningún sentido de responsabilidad. […] Hay algunas personas que no asumen ninguna responsabilidad, independientemente del deber que estén cumpliendo. Tampoco informan a sus superiores de los problemas que descubren. Cuando ven a gente actuar de manera entrometida o siendo problemática, hacen la vista gorda. Cuando ven a gente malvada cometiendo el mal, no intentan detenerlos. No muestran la menor consideración hacia los intereses de la casa de Dios, ni a lo que es su deber y responsabilidad. Cuando cumplen con su deber, las personas así no hacen ningún trabajo real; son unos complacientes sedientos de comodidades; hablan y actúan solo por su propia vanidad, su imagen, su estatus y sus intereses, y se aseguran de dedicar su tiempo y esfuerzo a cualquier cosa que les beneficie” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Leí dos veces las palabras de Dios y me sentí muy triste. Creía tener buena humanidad, que ayudaba con paciencia a mis hermanos y hermanas y atendía a los diáconos de evangelización. En mis actos siempre tenía en cuenta los sentimientos de los demás y no quería lastimarlos. Creía que eso era tener en consideración la voluntad de Dios y que yo era buena persona. Sin embargo, al ver que los dos diáconos eran irresponsables en el trabajo de la iglesia, no les señalaba sus problemas para que se dieran cuenta de que eran irresponsables en el deber. Por el contrario, los complacía por temor a que señalar sus problemas destruyera nuestra relación. También me preocupaba que mi líder me reprendiera si les hacía volverse negativos y que mis hermanos y hermanas me miraran mal, por lo que opté por preservar la relación con ellos, así como mi imagen y estatus, y solo les enseñaba enviándoles palabras de consuelo y aliento de Dios. Por consiguiente, ni reconocían sus problemas ni se arrepentían y cambiaban oportunamente. Por el bien de mi imagen y de mis intereses personales, no pensaba en el trabajo de la iglesia. Esto era no tener ninguna consideración por la voluntad de Dios y yo no era buena persona. De hecho, la gente de buena humanidad es honesta, capaz de practicar la verdad y de proteger los intereses de la casa de Dios, se atreve a compartir y exponer los problemas de los demás para ayudarlos a cambiar y trata a sus hermanos y hermanas con sinceridad de corazón. ¿Pero yo? Cuando veía los problemas de los diáconos, no decía nada y prefería que se resintieran los intereses de la casa de Dios para salvaguardar los míos. ¡Qué humanidad más mala tenía!
Después leí un pasaje de las palabras de Dios y me comprendí un poco a mí misma. Dios Todopoderoso dice: “Algunos líderes de la iglesia, al ver a los hermanos o hermanas cumplir con sus deberes de forma descuidada y superficial, no los reprenden, aunque deberían hacerlo. Cuando ven algo claramente perjudicial para los intereses de la casa de Dios, hacen la vista gorda y no indagan para no ocasionar la más mínima ofensa a los demás. Su propósito y su objetivo reales no son mostrar consideración por las debilidades del prójimo; saben muy bien lo que pretenden: ‘Si sigo así y no ofendo a nadie, me considerarán buen líder. Tendrán una buena opinión, positiva, de mí. Me reconocerán y les caeré bien’. Por mucho que se menoscaben los intereses de la casa de Dios, por más que se impida al pueblo escogido de Dios entrar en la vida o por más que se perturbe la vida de su iglesia, dichas personas se aferran a su filosofía satánica y no ofenden a nadie. Nunca sienten un reproche en su corazón; a lo sumo, puede que mencionen brevemente algún problema, así de pasada, y con eso basta. No comparten la verdad ni señalan la esencia de los problemas de los demás, y menos aún analizan minuciosamente los estados de la gente. No la guían para que entre en la realidad de la verdad y nunca comunican la voluntad de Dios, los errores que la gente suele cometer ni el tipo de carácter corrupto que revela la gente. No resuelven problemas prácticos como esos; en cambio, son siempre indulgentes con las debilidades y la negatividad de los demás, y hasta con su dejadez y superficialidad. Dejan pasar sistemáticamente las acciones y conductas de estas personas sin calificarlas como lo que son y, precisamente porque lo hacen, la mayoría llega a pensar: ‘Nuestro líder es como una madre para nosotros. Es incluso más comprensivo con nuestras debilidades que Dios. Nuestra estatura puede ser demasiado pequeña para estar a la altura de las exigencias de Dios, pero solo tenemos que cumplir las exigencias de nuestro líder; al seguir al líder, seguimos a Dios. Si, un día, lo alto releva a nuestro líder, nos haremos oír; para conservar a nuestro líder y evitar que sea relevado por lo alto, negociaremos con lo alto y los obligaremos a acceder a nuestras exigencias. Así haremos lo correcto por nuestro líder’. Cuando la gente piensa así en su interior, cuando tiene una relación de dependencia del líder y, en el fondo, siente dependencia, admiración, respeto y veneración hacia él, casi como si este líder hubiera ocupado el lugar de Dios en sus corazones; y si el líder está dispuesto a mantener dicha relación, si el líder consigue tener una sensación de gozo en su corazón y cree que los escogidos de Dios deben tratarlo de esa forma, entonces no hay diferencia entre él y Pablo y ya ha puesto un pie en la senda de los anticristos. […] Los anticristos no hacen un trabajo real, no enseñan la verdad ni resuelven problemas, no guían a la gente a comer y beber de las palabras de Dios y a entrar en la realidad de la verdad. Trabajan únicamente por el estatus y el renombre, solo se preocupan por asentarse, por preservar el lugar que ocupan en el corazón de la gente y por hacer que todos los idolatren, veneren y sigan; así logran sus objetivos. Así es como los anticristos intentan ganarse a la gente y controlar a los escogidos de Dios. ¿No es malvada esa forma de trabajar? ¿No es abominable? ¡Es aberrante!” (La Palabra, Vol. 4. Desenmascarar a los anticristos. Tratan de ganarse a la gente). Tras leer este pasaje de las palabras de Dios, noté un profundo rubor de vergüenza. Las palabras de Dios revelaban mi estado con precisión. Tenía claro que los dos diáconos no trabajaban realmente y que el problema era grave. Debí haber utilizado las palabras de Dios que juzgan y revelan el carácter corrupto de la gente para enseñarles de modo que pudieran conocer sus problemas y cambiar de actitud hacia el deber. Esto les habría impedido perjudicar el trabajo de la iglesia. Sin embargo, por mantener mi relación con ellos y darles una buena impresión, no revelaba la esencia de sus problemas y solo los alentaba con palabras reconfortantes de Dios. Creía que, con esto, pensarían que era una buena líder y tendrían buena opinión de mí, me mirarían con buenos ojos y les caería bien. ¡Qué egoísta y despreciable! Como no señalaba y exponía oportunamente los problemas de los dos diáconos, los nuevos fieles no podían corregir sus nociones a tiempo y otros, que acababan de aceptar el evangelio, dejaron el grupo de reunión. Comprendí que era culpa mía. El deber de un líder es supervisar y seguir el trabajo de los diáconos y líderes de grupo de la iglesia y resolver los problemas a tiempo. Hemos de conocer las situaciones de los hermanos y hermanas, y cuando alguien haga algo que vulnere los principios o perjudique la labor de la iglesia, debemos enseñarle y ayudarlo con amor. Si nuestra enseñanza, aun así, no cambia las cosas, debemos podarlo, tratar con él o destituirlo. Es la única forma de proteger el trabajo de la casa de Dios. Pero yo, como líder de la iglesia, no solo era irresponsable, sino que hacía de sierva de Satanás y perturbaba el trabajo de la casa de Dios. ¡Una vergüenza! Fue humillante y triste que las cosas salieran así. Estos problemas se produjeron porque no me comporté como debe hacerlo un líder. De haber hablado de sus problemas y haberlos expuesto, no habría provocado tanta pérdida al trabajo de la iglesia. Era una falsa líder que no trabajaba realmente. Ni ayudaba a mis hermanos y hermanas a comprender la verdad ni sabía llevarlos ante Dios. Siempre quería que me vieran con buenos ojos y me defendieran para así tener buena imagen ante ellos y estatus en sus corazones. Iba por la senda de resistencia a Dios del anticristo. Sin el juicio de la palabra de Dios, no sé qué maldad podría haber cometido. Una vez que lo reconocí, lamenté mis actos, por lo qué oré sinceramente a Dios: “Dios mío, no me daba cuenta de que mi egoísmo haría tanto daño al trabajo de la iglesia y pondría en peligro la vida de mis hermanos y hermanas. Soy indigna de una comisión tan importante. Dios mío, deseo arrepentirme. Espero recuperar a los hermanos y hermanas que acababan de aceptar el evangelio. Te pido que me guíes para que haga introspección y no vuelva a cometer los mismos errores”. Mi estado mejoró algo después de orar, pero aún me sentía muy culpable. Me sentía pecadora, como si todo lo que hiciera representara a Satanás; creía que la gente como yo no podría salvarse y que no había esperanza para mí.
Una hermana envió entonces unas palabras de Dios al grupo de chat. Dicen las palabras de Dios: “Se podría decir que tus muchas experiencias de fracaso, de debilidad, y los momentos de negatividad son pruebas de Dios para ti. Esto se debe a que todo procede de Dios, todas las cosas y todos los eventos están en Sus manos. Tanto si fracasas como si eres débil y tropiezas, todo se sustenta en Dios y Él lo tiene agarrado. Desde la perspectiva de Dios, esto es una prueba para ti, y si no lo puedes reconocer, esto se convertirá en tentación. Existen dos clases de estados que las personas deberían reconocer: uno procede del Espíritu Santo, y el otro probablemente de Satanás. En un estado, el Espíritu Santo te ilumina y te permite conocerte, detestarte y arrepentirte, así como ser capaz de tener amor genuino por Dios, y de disponer tu corazón para satisfacerlo. El otro estado es que te conoces, pero eres negativo y débil. Podría decirse que esto es el refinamiento de Dios. Podría decirse también que es la tentación de Satanás. Si reconoces que esto es la salvación de Dios hacia ti y sientes que ahora estás increíblemente en deuda con Él, y si de ahora en adelante intentas compensarlo y no caes más en tal depravación; si pones tu esfuerzo en comer y beber Sus palabras, si siempre consideras que eres deficiente y que tienes un corazón que anhela, esta es la prueba de Dios. Después de que el sufrimiento haya terminado y una vez que avances de nuevo, Dios seguirá dirigiéndote, iluminándote, esclareciéndote, y nutriéndote. Pero si no lo reconoces y eres negativo, si te limitas a abandonarte hasta la desesperación, si piensas de esta forma, la tentación de Satanás habrá caído sobre ti” (La Palabra, Vol. 1. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Tras leer este pasaje de las palabras de Dios, me sentí reconfortada y, además, tenía confianza para avanzar. Antes, cuando leí las duras palabras de Dios en que Él revelaba mi corrupción, me resultó doloroso e incómodo y creía que me había condenado y no tenía esperanza de salvación, por lo que estaba negativa y débil. No obstante, cuando leí este pasaje de las palabras de Dios, comprendí Su voluntad. Si la gente no defiende los intereses de la casa de Dios en el deber, la revelan y tratan con ella, es normal que se sienta negativa y débil. Pero yo podía buscar la verdad de mi fracaso y hacer introspección; era mi oportunidad de aprender una lección. Si me volvía negativa, abandonaba o me rendía, estaría cayendo en la trampa de Satanás y sucumbiendo a la tentación. Vi que, detrás del juicio y la revelación por parte de Dios del carácter corrupto de las personas, estaba el amor de Dios. Dios quiere que nos conozcamos, aprendamos de los fracasos y no estemos controlados por actitudes satánicas. Esto es bueno, una oportunidad de crecer. Al reconocerlo ya no me sentí negativa ni malinterpreté a Dios. Tenía que cumplir con el deber según la palabra de Dios y los principios. Ya no podía obedecer mis emociones carnales y proteger mi reputación y estatus.
Luego leí unas palabras de Dios: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos. En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él. Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganaros el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre” (La Palabra, Vol. 1. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). “No hagas siempre las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres tu propio estatus, orgullo o reputación, y no tengas en cuenta los intereses humanos. Primero debes tener en cuenta los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu principal prioridad. Debes ser considerado con la voluntad de Dios y empezar por contemplar si has sido impuro o no en el cumplimiento de tu deber, si has sido leal, has cumplido con tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has pensado de todo corazón en tu deber y en la obra de la casa de Dios. Debes meditar sobre estas cosas” (La Palabra, Vol. 3. Discursos de Cristo de los últimos días. Entrega tu verdadero corazón a Dios y podrás obtener la verdad). Estas palabras de Dios me ayudaron. Con la palabra de Dios entendí que Él detesta a los mentirosos, pero ama a los honestos. Los honestos protegen los intereses de la casa de Dios y la entrada en la vida de sus hermanos y hermanas. Cuando los honestos son líderes, no se demora el trabajo de la iglesia. Tenía que priorizar los intereses de la casa de Dios y afrontar honestamente los problemas de los dos diáconos. Tenía que enseñarles y exponerles sus actos para que comprendieran la gravedad de sus problemas, se arrepintieran sinceramente y empezaran a actuar de forma responsable otra vez. Si no eran capaces de cambiar después de mi enseñanza, tenía que destituirlos para proteger el trabajo de la iglesia.
Más tarde, encontré unas palabras de Dios y hablé primero con el hermano Kevin para advertirle que estas tendencias sociales son tentaciones de Satanás y que debía renunciar a sus inclinaciones carnales. Después hablé con la hermana Janelle, y le señalé la ausencia de carga en su deber y le dije que tuviera en consideración la voluntad de Dios. Para mi sorpresa, tras enseñarles, ambos estaban dispuestos a cambiar de actitud hacia el deber y a corregir su conducta. Posteriormente, el hermano Kevin también hizo algunos cambios, por lo que, nuevamente tentado, era capaz de renunciar conscientemente a la carne, mientras que la hermana Janelle era capaz de ser más proactiva en el deber. Ante este resultado, me culpé por no haber señalado sus problemas antes. También entendí que quienes aceptan la verdad no están negativos cuando se les revela y aconseja. A partir de eso, pueden conocerse a sí mismos, arrepentirse sinceramente y cooperar mejor con Dios. Me alegro mucho de esta experiencia. Experimentar el juicio y la revelación de la palabra de Dios me aportó cierta comprensión de mi corrupción. Experimenté, además, que las palabras expresadas por Dios Todopoderoso son la verdad y pueden transformar y salvar a la gente. ¡Demos gracias a Dios Todopoderoso!