He presenciado la aparición de Dios
Por Jianzheng, Corea del Sur
Formaba parte de una iglesia presbiteriana de Corea. Toda mi familia se hizo creyente cuando enfermó mi hija. Después empezó a mejorar día a día. Estaba sumamente agradecido por la misericordia del Señor Jesús. Juré que, a partir de entonces, seguiría fielmente al Señor y me esforzaría por ser la clase de persona que Él exige y en la que se alegra. No me perdía un servicio religioso por mucho trabajo que tuviera, siempre daba limosnas y ofrendas y participaba activamente en las actividades de la iglesia. Pasaba la mayor parte del tiempo leyendo la Biblia y participando en actividades de la iglesia, y casi nunca iba a cenas y fiestas organizadas por familiares, amigos, compañeros y tal. Se frustraban conmigo por eso. Algunos amigos, como dejé de beber alcohol y de fumar tras hacerme creyente, y ya no iba de fiesta con ellos, se burlaban de mí diciendo cosas como: “Te encanta ir mucho a la iglesia; cuéntanos, ¿qué te aporta ir todos los días allí? ¿Qué sentido tiene esta fe que tienes?”. A decir verdad, ante el bombardeo de preguntas, realmente no sabía qué contestar, pero sus preguntas hicieron que empezara a reflexionar seriamente: ¿Para qué tenía fe en realidad? ¿Para que Dios sanara a mi hija o cuidara bien de mi familia? ¿Tener fe era únicamente leer la Biblia e ir a la iglesia a diario? La verdad, no lo sabía. Le planteé estas cuestiones al clero de mi iglesia. Sus respuestas fueron todas muy parecidas: nuestra fe es por la gracia de la salvación del Señor, y cuando Él vuelva nos ascenderá al cielo para la vida eterna. Esa clase de respuesta parecía resolver mi confusión, pero me planteó otra pregunta: ¿Y cómo entro en el cielo? Me respondieron: “Romanos 10:10 dice: ‘Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación’. Es decir, el Señor nos perdona los pecados, así que nos salvamos por la fe y el Señor nos ascenderá directos al reino a Su regreso. Así pues, mientras tengas fe, no tienes que preocuparte por la entrada en el cielo”. Pensaba que Dios es santo, y según la Biblia, “Sin santidad, ningún hombre contemplará al Señor” (Hebreos 12:14). El Señor nos exige que nos santifiquemos, pero yo vivía en pecado y no sabía poner en práctica Sus palabras. ¿Cómo iba a ser digno del reino? El Señor Jesús nos dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39). Sin embargo, en la vida diaria, esa sencilla exigencia de amor era algo que era incapaz de hacer por más que lo intentara. Amaba a mi familia mucho más que al Señor y realmente no podía amar al prójimo como a mí mismo. Cuando mis familiares y amigos se burlaban de mí, les guardaba rencor en vez de ser tolerante y paciente. También me acordé de Hebreos 10:26: “Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados”. Sabía qué exigía el Señor, pero no lo podía llevar a cabo. Seguía viviendo en pecado y la paga del pecado es muerte. En tal caso, no entendía en qué diferiría mi resultado del de los incrédulos. Esto me hizo pensar que la entrada en el reino no podía ser tan sencilla como afirmaba el clero, pero aún no sabía cómo entrar en el cielo y recibir vida eterna. Todavía no tenía una senda. Seguí preguntando al clero y a mis amigos de la iglesia, pero ninguno me dio una respuesta clara. Solamente me preguntaron por qué de repente hacía estas extrañas preguntas y me dijeron que así ha practicado la gente la fe durante siglos. Seguía tan confundido como siempre, así que decidí releer los cuatro Evangelios, pensando que tenía que haber una respuesta en las palabras del Señor Jesús.
En 2008, un día leí estos versículos: “Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26). Estos versículos me confundieron cuando los leí. ¿Por qué afirmó el Señor que debíamos vivir y creer en Él? Los creyentes, ¿no estamos todos vivos y creemos en Él? ¿Nos consideraba muertos el Señor por algún motivo? Esto me planteó muchas preguntas. Durante un tiempo, le daba vueltas en mis ratos libres, pero no entendía su auténtico significado. Acudí de nuevo al clero y a otros miembros de la iglesia con mis preguntas, y no solo no me dieron respuesta, sino que, además, se rieron de mí. Sin embargo, me seguía pareciendo que lo expresado por el Señor tenía un significado oculto más profundo.
Leí entonces lo siguiente en el Evangelio de Mateo: “Otro de los discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Pero Jesús le dijo: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:21-22). Al ver la frase “deja que los muertos entierren a sus muertos”, me confundí un poco. ¿Por qué llamaba el Señor muertos a los que vivían en aquel tiempo? ¿Nos consideraba el Señor vivos o muertos? Recordé que la Biblia afirmaba que la paga del pecado es muerte y yo vivía en pecado. ¿Qué quiso decir el Señor con “los muertos”? En tal caso, ¿cómo podría cobrar vida y entrar en el reino? Mi corazón estaba plagado de preguntas sin sentido para mí, pero en el fondo tenía algo claro: dado que el Señor dijo estas cosas, la respuesta tiene que estar en algún punto de la Biblia. Por tanto, no perdí la fe y seguí buscando respuesta.
Agradezco la guía del Señor. Unos meses después leí otra cosa expresada por Él: “En verdad, en verdad os digo que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oigan vivirán” (Juan 5:25). Al leer esto, me quedó claro inmediatamente que los muertos vuelven a la vida cuando oyen la voz de Dios. ¡Seguro que esta era la respuesta que buscaba! Pero aún estaba algo confundido, pues creía haber oído la voz del Señor mucho tiempo atrás, pero todavía no era libre de las ataduras del pecado. ¿Se me consideraba vivo? ¿A qué se refería en realidad “los que oigan vivirán”? ¿Cómo cobra vida la gente? ¿Iba a decir el Señor a Su regreso alguna cosa más que necesitáramos oír? De ser así, ¿cómo podríamos oír la voz de Dios? ¿Dónde podríamos oírla? Como no lo entendía, oré al Señor: “Oh, Señor, te ruego que me permitas oír Tu voz cuanto antes. No quiero estar muerto. Te pido que me ayudes a vivir”.
Posteriormente, cuando acudía a los servicios religiosos, empecé a estar atento a si, en los sermones, los pastores hablaban alguna vez del regreso del Señor o de Su voz. Lo verdaderamente decepcionante para mí era que lo único que nos decían era que nos guardáramos de la herejía, que veláramos y aguardáramos, pero nada de nada sobre el regreso del Señor. También les pregunté por estas cosas a algunas personas clave encargadas de la iglesia, pero me respondieron que mis constantes preguntas provenían de la falta de fe, que era como Tomás. Comenzaron a aislarme. Entonces empezaron a distanciarse y a excluirme otros miembros de la iglesia con quienes siempre me había llevado bien. Acabé yéndome de esa iglesia, de la que había formado parte 18 años. Veía todo el día programas de la CBS y la CTS, con la esperanza de oír la voz de Dios en los sermones de pastores famosos. Esto hice durante casi seis meses: ver esos programas como mínimo 10 horas prácticamente a diario. Realmente sí oí muchos sermones, pero seguía sin hallar las respuestas que deseaba. No hacía más que oírles afirmar que el Señor iba a regresar muy pronto y que debíamos velar y aguardar, pero a mí me desbordaban las preguntas. Todos los pastores afirmaban que el Señor iba a regresar, ¿pero cuándo? ¿Y por qué no lo habíamos recibido aún? En aquel entonces oraba constantemente al Señor: “¡Señor! Llevo todo este tiempo aguardándote con la viva esperanza de recibirte en vida, de oír Tu voz. ¡Oh, Señor! ¿Cuándo vas a venir? Te ruego que me permitas oír Tu voz”.
En marzo de 2013, un día, a la entrada de nuestro edificio, un anciano que aparentaba unos 70 años vino hacia mí a preguntarme si quería suscribirme al periódico Chosun Ilbo. Yo creía que ahora que todo el mundo tiene móviles y computadoras, ¿quién lee el periódico? Así pues, lo rechacé bastante de plano, pero durante unos días, cada vez que me veía, no dejaba de pedirme que me suscribiera. Yo no hacía más que rechazarlo, pero, para mi sorpresa, me encontré a ese mismo hombre un mes más tarde junto al ascensor. Era como si me hubiera estado esperando. Al verme, sonrió, saludó y me pidió que me suscribiera. Me preguntaba por qué este hombre llevaba tanto tiempo intentando venderme un periódico. Tratando de ser amable, acabé adquiriendo una suscripción, pero por varias razones no tuve tiempo de leerlo durante un tiempo. A principios de mayo, una mañana, cuando llegó el periódico, lo agarré y eché un rápido vistazo a los titulares, como siempre, y había uno que me llamó mucho la atención. Decía: “El regreso del Señor Jesús: Dios Todopoderoso expresa palabras en la Era del Reino”. Me quedé boquiabierto: ¿Qué? ¿El regreso del Señor? ¿Dios Todopoderoso? ¿La Era del Reino? ¿Podía ser realmente cierto? En ese momento tuve todo un lío de emociones, me exalté mucho. Por fin tuve noticia del regreso del Señor. Sin embargo, luego me pregunté si acaso era una noticia falsa. Miré al final de la página y vi un número y una dirección de la Iglesia de Dios Todopoderoso y los títulos de unos libros de la Iglesia. Me pareció importante investigarlo detenidamente, pues el regreso del Señor es algo muy grande. Llamé de inmediato al número que había encontrado en el periódico. Oí que contestaba la llamada la voz de una hermana y le pregunté: “¿Puedo preguntarte si es realmente cierto lo que viene en este periódico? ¿Ha vuelto el Señor? ¿De veras son de Dios estas palabras?”. Me respondió: “Es cierto”. Las hermanas Kim y Piao, de la Iglesia de Dios Todopoderoso, fijaron una hora para verme y me enseñaron las tres etapas de la obra de Dios. La hermana Kim me dijo: “Desde que Satanás corrompió a Adán y Eva, el hombre vive en pecado bajo las fuerzas de Satanás, que juega con él y le hace daño. Dios ha realizado tres etapas de obra para salvar plenamente a la humanidad de la influencia satánica: la Era de la Ley, la Era de la Gracia y la Era del Reino. Son tres etapas distintas de obra, pero todas la realiza el mismo Dios. Cada etapa de la obra de Dios se basa en lo que necesita la humanidad corrupta y cada una se construye sobre la anterior para llevar a cabo una obra más profunda y elevada”. Leyó entonces un pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso. Dios Todopoderoso dice: “El plan de gestión de seis mil años se divide en tres etapas de la obra. Ninguna etapa por sí sola puede representar la obra de las tres eras, sino solo una parte de un todo. El nombre ‘Jehová’ no puede representar la totalidad del carácter de Dios. El hecho de que Él llevara a cabo Su obra en la Era de la Ley no demuestra que Dios solo pueda ser Dios bajo la ley. Jehová estableció leyes para el hombre, le entregó mandamientos, y le pidió a este que edificase el templo y los altares; la obra que Él hizo solo representa la Era de la Ley. La obra que realizó no demuestra que Dios es solo un Dios que pide al hombre guardar la ley, o que Él es el Dios en el templo, o el Dios delante del altar. Decir esto sería falso. La obra realizada bajo la ley solo puede representar una era. Por tanto, si Dios solo llevó a cabo la obra en la Era de la Ley, el hombre limitaría a Dios dentro de la siguiente definición y diría: ‘Dios es el Dios en el templo, y, para servirle, debemos ponernos túnicas sacerdotales y entrar en el templo’. Si la obra de la Era de la Gracia nunca se hubiera llevado a cabo y la Era de la Ley hubiera continuado hasta el presente, el hombre no sabría que Dios también es misericordioso y amoroso. Si la obra en la Era de la Ley no se hubiera realizado y en vez de ello solo se hubiera llevado a cabo la obra en la Era de la Gracia, entonces todo lo que el hombre sabría es que Dios solo puede redimir al hombre y perdonar sus pecados. El hombre solo sabría que Él es santo e inocente, y que puede sacrificarse y ser crucificado en aras del hombre. El hombre solo sabría esto, pero no tendría entendimiento de nada más. Por tanto, cada era representa una parte del carácter de Dios. En cuanto a qué aspectos del carácter de Dios están representados en la Era de la Ley, cuáles en la Era de la Gracia y cuáles en la etapa actual, solo cuando las tres etapas se han integrado en un todo pueden revelar la totalidad del carácter de Dios. Solo cuando el hombre ha llegado a conocer las tres etapas puede comprenderlo plenamente. Ninguna de las tres etapas puede omitirse. Solo verás el carácter de Dios en su totalidad después de que llegues a conocer estas tres etapas de la obra. El hecho de que Dios haya completado Su obra en la Era de la Ley no demuestra que Él es solamente el Dios bajo la ley, y el hecho de que Él haya completado Su obra de redención no significa que Dios redimirá para siempre a la humanidad. Todas estas son conclusiones que el hombre saca. Una vez que la Era de la Gracia ha llegado a su fin, no puedes decir entonces que Dios solo pertenece a la cruz y que la cruz por sí sola representa la salvación de Dios. Hacerlo sería definir a Dios. En la etapa actual, Él está llevando a cabo, principalmente, la obra de la palabra, pero no puedes decir que Dios nunca ha sido misericordioso con el hombre y que todo lo que ha traído es castigo y juicio. La obra en los últimos días pone al descubierto la obra de Jehová y la de Jesús, así como todos los misterios no entendidos por el hombre, con el fin de revelar el destino y el final de la humanidad, y concluye toda la obra de salvación en medio de la humanidad. Esta etapa de la obra en los últimos días pone fin a todo. Todos los misterios no comprendidos por el hombre necesitan descifrarse para permitirle al hombre llegar a lo más profundo de los mismos y tener un entendimiento claro en su corazón. Solo entonces puede la raza humana ser clasificada según su especie. Hasta que el plan de gestión de seis mil años se haya completado, llegará el hombre a entender el carácter de Dios en su totalidad, porque Su gestión habrá llegado entonces a su fin” (La Palabra, Vol. 1. La aparición y obra de Dios. El misterio de la encarnación (4)). Luego, la hermana Kim me enseñó muchísimas cosas más y aprendí que el plan de gestión de 6000 años de Dios se divide en tres eras, tres etapas: la Era de la Ley, la Era de la Gracia y la Era del Reino. En la Era de la Ley, Jehová dictó la ley para que el pueblo supiera lo que era el pecado. En la Era de la Gracia, el Señor Jesús consumó la obra de redención. Fue crucificado por la humanidad, con lo que nos perdonó del pecado y nos libró de la condena y la muerte previstas según la ley. En la Era del Reino, Dios Todopoderoso realiza la obra del juicio para corregir la raíz del pecado del hombre, purificarnos y salvarnos plenamente y llevarnos al reino de Dios. Las tres etapas de obra tienen lugar en eras distintas y abarcan cosas distintas, pero todo lo realiza un solo Dios. Hay un único Dios que realiza distintas obras en distintas eras. Me aportó gran esclarecimiento entender esto.
Después, la hermana Piao me enseñó cómo purifica Dios Todopoderoso a la gente con Su obra del juicio. Compartió conmigo un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Cristo de los últimos días usa una variedad de verdades para enseñar al hombre, para exponer la sustancia del hombre y para analizar minuciosamente sus palabras y acciones. Estas palabras comprenden verdades diversas tales como el deber del hombre, cómo el hombre debe obedecer a Dios, cómo debe ser leal a Dios, cómo debe vivir una humanidad normal, así como la sabiduría y el carácter de Dios, etc. Todas estas palabras están dirigidas a la sustancia del hombre y a su carácter corrupto. En particular, las palabras que exponen cómo el hombre desdeña a Dios se refieren a que el hombre es una personificación de Satanás y una fuerza enemiga contra Dios. Al realizar Su obra del juicio, Dios no aclara simplemente la naturaleza del hombre con unas pocas palabras; la expone, la trata y la poda a largo plazo. Todos estos métodos diferentes de exposición, de trato y poda no pueden ser sustituidos con palabras corrientes, sino con la verdad de la que el hombre carece por completo. Solo los métodos de este tipo pueden llamarse juicio; solo a través de este tipo de juicio puede el hombre ser doblegado y completamente convencido por Dios y, además, obtener un conocimiento verdadero de Dios. Lo que la obra de juicio propicia es el entendimiento del hombre sobre el verdadero rostro de Dios y la verdad sobre su propia rebeldía. La obra de juicio le permite al hombre obtener mucho entendimiento de la voluntad de Dios, del propósito de la obra de Dios y de los misterios que le son incomprensibles. También le permite al hombre reconocer y conocer su esencia corrupta y las raíces de su corrupción, así como descubrir su fealdad. Estos efectos son todos propiciados por la obra del juicio, porque la esencia de esta obra es, en realidad, la obra de abrir la verdad, el camino y la vida de Dios a todos aquellos que tengan fe en Él. Esta obra es la obra del juicio realizada por Dios” (La Palabra, Vol. 1. La aparición y obra de Dios. Cristo hace la obra del juicio con la verdad). Luego, la hermana Piao me dijo: “Dios Todopoderoso juzga y purifica a la gente con la verdad. Ha expresado millones de palabras que revelan los misterios de la Biblia, dan testimonio de la obra de Dios y exponen la raíz de la pecaminosidad del hombre y la verdad de nuesra corrupción. Unas son sobre la transformación del carácter y la entrada en la vida, y otras, sobre cómo se decide el resultado de la gente, etc. Es toda la verdad y viene de Dios. Esto nos muestra el carácter justo y santo de Dios y Su sabiduría. Todo el que lee Sus palabras percibe su autoridad y poder. Dios lo ve todo y solo Dios conoce de cabo a rabo a la humanidad corrupta. Dios expone nuestros pensamientos, opiniones, ideas y estados corruptos con gran claridad y en términos muy prácticos. También revela y analiza la esencia de esta corrupción, con lo que corrige por completo y de raíz la pecaminosidad y la oposición de la humanidad a Dios”. Dijo, además: “Con el juicio, las revelaciones y las refinaciones de las palabras de Dios, entendemos un poco la verdad de nuestra corrupción satánica. Vemos lo arrogantes, torcidos, egoístas y despreciables que somos, que todo lo que decimos y hacemos se basa en la corrupción y que ni de lejos vivimos con semejanza humana. Pelear por la reputación y el estatus, participar en intrigas, mentir y engañar, ser celosos y detestables, tener fe sin someternos a Dios, estar llenos de deseos absurdos, culpar a Dios y oponernos a Él en las pruebas o dificultades, son algunos ejemplos. Con el juicio y castigo de Dios, comprendemos algunas verdades y aprendemos a discernir las cosas positivas de las negativas. También conocemos mejor el carácter justo de Dios, que no tolera ofensa, y poco a poco llegamos a venerarlo y a someternos a Él. Somos capaces de arrepentirnos, de aceptar Su juicio y castigo y cumplir Sus palabras”. Añadió: “Si no nos delataran las palabras de Dios y solo nos apoyáramos en la oración y la confesión, no alcanzaríamos esa comprensión mediante la reflexión ni corregiríamos la raíz de nuestro pecado. Con la experiencia también descubrimos que el juicio de Dios es Su amor más sincero y Su mejor salvación para el hombre, y que, sin esa obra práctica, jamás podría purificarse nuestro carácter corrupto. Por ello, la única senda al reino es la de aceptar la obra del juicio de Dios de los últimos días”. Luego me contó su testimonio personal del juicio de las palabras de Dios. Todo él era muy práctico. Me di cuenta de que la obra de Dios Todopoderoso era justo lo que yo necesitaba espiritualmente, de que la obra de Dios de los últimos días puede transformar y purificar realmente a la gente y de que el único camino de entrada al reino pasa por aceptar el juicio de Dios.
Los siguientes días, las hermanas también me contaron por qué el mundo religioso está hoy tan desolado y los sermones de los pastores son vacíos, además de la historia real de la Biblia y los misterios y el sentido de las encarnaciones de Dios. Sentí que las palabras de Dios Todopoderoso tenían mucho contenido y me abrieron los ojos a muchísimos misterios. Tras estudiarlas, acepté con dicha la salvación de Dios Todopoderoso de los últimos días.
Estas hermanas me regalaron un par de libros de las palabras de Dios. Al llegar a casa abrí uno de ellos, El rollo abierto por el Cordero. Lo primero que vi fueron unas palabras de Dios en el prólogo: “Aunque muchas personas creen en Dios, pocas entienden qué significa la fe en Él y qué deben hacer para conformarse a Su voluntad. Esto se debe a que, aunque están familiarizadas con la palabra ‘Dios’ y con expresiones como ‘la obra de Dios’, no conocen a Dios y, menos aún, Su obra. No es de extrañar, por tanto, que todos los que no conocen a Dios estén confusos en su creencia en Él. Las personas no se toman en serio la creencia en Dios, y esto se debe, totalmente, a que creer en Dios les es muy poco familiar; es totalmente extraño para ellos. De esta forma, no están a la altura de las exigencias de Dios. Es decir, si las personas no conocen a Dios ni Su obra, no son aptas para que Él las use, y, menos aún, pueden satisfacer Su voluntad. ‘Creer en Dios’ significa creer que hay un Dios; este es el concepto más simple respecto a creer en Él. Aún más, creer que hay un Dios no es lo mismo que creer verdaderamente en Él; más bien es una especie de fe simple con fuertes matices religiosos. La fe verdadera en Dios significa lo siguiente: con base en la creencia de que Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas, uno experimenta Sus palabras y Su obra, purga su carácter corrupto, satisface la voluntad de Dios y llega a conocerlo. Sólo un proceso de esta clase puede llamarse ‘fe en Dios’” (“La Palabra manifestada en carne”). Las palabras de Dios son detalladas y prácticas y enseñan el auténtico sentido de la fe en Él. Me di cuenta de que la fe exige experimentar las palabras y la obra de Dios para poder desechar la corrupción, recibir la verdad y conocerlo a Él. Esa es la única fe auténtica. Creía que la fe implicaba orar a diario e ir mucho a la iglesia. Tristemente, nunca averigüé si iba por la senda correcta de la fe o no, así que no hice sino tropezar hasta ese momento. Al leer las palabras de Dios Todopoderoso, me pareció totalmente equivocada la senda de fe que había tomado anteriormente. Después vi en el índice el título “¿Eres alguien que ha cobrado vida?”. Me atrajo y me dirigí inmediatamente a él. Tenía estas palabras de Dios: “Dios creó al hombre, pero entonces Satanás lo corrompió, tanto que las personas se convirtieron en ‘muertos vivientes’. Así, después de que hayas cambiado, ya no serás como esos ‘muertos vivientes’. Son las palabras de Dios las que otorgan la luz a los espíritus de las personas y hacen que vuelvan a nacer, y cuando renacen, entonces cobran vida. Al hablar de ‘muertos vivientes’ me refiero a cadáveres que no tienen espíritu, a personas cuyos espíritus han muerto en su interior. Entonces, cuando se enciende la chispa de la vida en los espíritus de las personas, estas cobran vida. Los santos de los que antes se hablaba se refieren a las personas que han cobrado vida, aquellas que estuvieron bajo la influencia de Satanás pero que lo derrotaron. […]
[…] ‘Los muertos’ son los que se oponen y se rebelan contra Dios; son los que son insensibles en espíritu y no entienden las palabras de Dios; son los que no ponen la verdad en práctica y no tienen la más mínima lealtad a Dios, y son los que viven bajo el campo de acción de Satanás y que son explotados por Satanás. Los muertos se manifiestan oponiéndose a la verdad, rebelándose contra Dios y siendo viles, despreciables, maliciosos, brutos, engañosos e insidiosos. Incluso si esas personas comen y beben las palabras de Dios, no pueden vivir Sus palabras; aunque estas personas están vivas, sólo son cadáveres que caminan y respiran. Los muertos son totalmente incapaces de agradar a Dios, mucho menos de serle completamente obedientes. Sólo pueden engañarlo, blasfemar contra Él y traicionarlo, y todo lo que provocan con su forma de vivir revela la naturaleza de Satanás. Si las personas quieren convertirse en seres vivientes y dar testimonio de Dios, y que Dios las apruebe, entonces deben aceptar la salvación de Dios; se deben someter gustosamente a Su juicio y castigo y deben aceptar gustosamente la poda de Dios y ser tratadas por Él. Sólo entonces podrán poner en práctica todas las verdades que Dios exige, y sólo entonces obtendrán la salvación de Dios y se convertirán verdaderamente en seres vivientes. Dios salva a los vivos; Dios los ha juzgado y castigado, están dispuestos a consagrarse, están felices de dar sus vidas por Dios y con gusto dedicarían todas sus vidas a Él. Sólo cuando los vivos dan testimonio de Dios, Satanás puede ser humillado; sólo los vivos pueden esparcir la obra del evangelio de Dios, sólo los vivos son conformes al corazón de Dios, y sólo los vivos son personas reales” (“La Palabra manifestada en carne”). Tras leer este pasaje, supe dentro de mí que esta era la respuesta que había buscado todos esos años. Por fin sabía qué significaba estar “muerto” o “vivir”. Cuando Dios creó a Adán y Eva, podían escucharlo, manifestarlo y glorificarlo a Él. Eran personas vivas con espíritu. Luego Satanás los tentó para que traicionaran a Dios, comenzaron a vivir en pecado, bajo el poder de Satanás, y así es como la humanidad se volvió cada vez más corrupta, con toda clase de venenos satánicos impregnados en nosotros. Nos hundimos más a fondo en el pecado, al negar a Dios, rechazarlo y resistirnos a Él y vivir con un carácter satánico. No somos para nada como Dios nos hizo en el principio. Dios considera muerto a todo aquel que vive en pecado y bajo el poder de Satanás, y los muertos son de Satanás, se oponen a Dios. No son dignos de Su reino. Los vivos son los salvados por Dios. Su corrupción se purifica con el juicio y castigo de Dios. Desechan el pecado, las fuerzas satánicas, y dejan de rebelarse y oponerse contra Dios. Sin importar cómo hable y obre Dios, saben escuchar y obedecer. Los vivos saben dar testimonio de Dios y glorificarlo y son los únicos capaces de recibir la aprobación de Dios y de entrar en Su reino. Para ser de los vivos, hemos de aceptar las verdades expresadas por Dios Todopoderoso y experimentar Su juicio; básicamente, purificarnos y recuperar nuestra conciencia y razón, obedecer al Creador, poner en práctica las palabras de Dios, venerarlo y dar testimonio de Él. Esta es una persona que realmente ha vuelto a la vida, que puede entrar en el reino y recibir vida eterna. En ese momento entendí de veras lo que quiso decir el Señor con “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Juan 11:25-26). Eso es lo que significa. Cuando entendí todo aquello, sentí alegría en el corazón.
Posteriormente leí otro artículo, titulado “Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna”. Realmente me causó una honda impresión. Dios Todopoderoso dice: “El Cristo de los últimos días trae la vida y el camino de la verdad, duradero y eterno. Esta verdad es el camino por el que el hombre obtendrá la vida, y el único camino por el cual el hombre conocerá a Dios y por el que Dios lo aprobará. Si no buscas el camino de la vida que el Cristo de los últimos días provee, entonces nunca obtendrás la aprobación de Jesús y nunca estarás cualificado para entrar por la puerta del reino de los cielos, porque tú eres tanto un títere como un prisionero de la historia. Aquellos que son controlados por los reglamentos, las letras y están encadenados por la historia, nunca podrán obtener la vida ni el camino perpetuo de la vida. Esto es porque todo lo que tienen es agua turbia que ha estado estancada por miles de años, en vez del agua de la vida que fluye desde el trono. Aquellos que no reciben el agua de la vida siempre seguirán siendo cadáveres, juguetes de Satanás e hijos del infierno. ¿Cómo pueden, entonces, contemplar a Dios? Si sólo tratas de aferrarte al pasado, si sólo tratas de mantener las cosas como están quedándote quieto, y no tratas de cambiar el estado actual y descartar la historia, entonces, ¿no estarás siempre en contra de Dios? Los pasos de la obra de Dios son vastos y poderosos, como olas agitadas y fuertes truenos, pero te sientas y pasivamente esperas la destrucción, apegándote a tu locura y sin hacer nada. De esta manera, ¿cómo puedes ser considerado alguien que sigue los pasos del Cordero? ¿Cómo puedes justificar al Dios al que te aferras como un Dios que siempre es nuevo y nunca viejo? ¿Y cómo pueden las palabras de tus libros amarillentos llevarte a una nueva era? ¿Cómo pueden llevarte a buscar los pasos de la obra de Dios? ¿Y cómo pueden llevarte al cielo? Lo que sostienes en tus manos es la letra que solo puede darte consuelo temporal, no las verdades que pueden darte la vida. Las escrituras que lees solo pueden enriquecer tu lengua y no son palabras de filosofía que te ayudan a conocer la vida humana, y menos aún los senderos que te pueden llevar a la perfección. Esta discrepancia, ¿no te lleva a reflexionar? ¿No te hace entender los misterios que contiene? ¿Eres capaz de entregarte tú mismo al cielo para encontrarte con Dios? Sin la venida de Dios, ¿te puedes llevar tú mismo al cielo para gozar de la felicidad familiar con Dios? ¿Todavía sigues soñando? Sugiero entonces que dejes de soñar y observes quién está obrando ahora, quién está llevando a cabo ahora la obra de salvar al hombre durante los últimos días. Si no lo haces, nunca obtendrás la verdad y nunca obtendrás la vida” (“La Palabra manifestada en carne”). Esto me impactó enormemente. Me pareció muy autorizado y poderoso, que esas palabras solo podían venir de Dios. Me acordé de que el Señor Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Así es. Aparte de Dios, ¿quién podría enseñorearse de la puerta del reino? Si queremos vida eterna, hemos de aceptar el camino de vida eterna traído por el Cristo de los últimos días; o sea, las verdades expresadas por el regreso del Señor Jesús, y ese es el único camino para alcanzar nuestras esperanzas de entrar en el reino. Me sentí muy afortunado de poder hallar la senda al reino. Estaba muy emocionado. Leía las palabras de Dios como el hambriento ansía la comida, y me impactaron profundamente. Cuanto más las leía, más sabía que eran la verdad, que no podían venir de ningún pastor ni ningún teólogo. Las palabras de Dios Todopoderoso alimentaban mi alma errante y hambrienta y me acordé de aquel anciano que vendía periódicos. No paró de pedirme que adquiriera una suscripción, y por eso al final oí la voz de Dios. Quería darle las gracias, pero nunca lo volví a encontrar. Comprendí entonces que las maravillosas obras de Dios permitieron aquello. Ese hombre me pedía que me suscribiera, gracias a lo cual oí la voz de Dios y recibí el regreso del Señor. Eso fue la guía y el amor de Dios para conmigo. Le estoy verdaderamente agradecido a Dios. Me siento sumamente bendecido por haber oído la voz de Dios y haber presenciado Su aparición en vida. Esto es la misericordia y la gracia de Dios y, más aún, Su salvación para mí. ¡Demos gracias a Dios Todopoderoso!