Las consecuencias de buscar la comodidad
Por Lingshuang, España
Mi deber en la iglesia es la creación de efectos especiales. En producción, cuando tengo proyectos bastante difíciles, hay que probar y modificar una y otra vez el efecto de cada fotograma y hay muchos fallos. Cuando reparé en que los proyectos de mis hermanos y hermanas eran relativamente fáciles y ellos terminaban más proyectos, pensé: “Mis proyectos son de alta exigencia técnica, he de dedicar tiempo a pensar, a buscar materiales y a estudiar, y el ciclo de producción es largo. Si fueran más fáciles los proyectos, no serían tanto problema. Solo me haría falta dominar algunos métodos y habilidades sencillos y el ciclo de producción también sería más breve, lo que haría que los proyectos fueran menos engorrosos”. Después de aquello, en el deber evaluaba qué proyectos eran difíciles y cuáles fáciles y decídía cuáles aceptar. En una ocasión, opté por hacer un proyecto fácil y les dejé los complicados a mis hermanos y hermanas. Al ver que mis hermanos y hermanas aceptaban de buena gana, me sentí algo incómoda: “¿No me estaba acobardando ante las dificultades?”. Sin embargo, luego pensé: “Los proyectos difíciles me llevan demasiado tiempo y energía y me consumen demasiado esfuerzo mental, así que mejor elijo proyectos fáciles”. Más adelante, uno de mis proyectos de efectos especiales me parecía mejorable, pero no quería esforzarme demasiado para modificarlo y me percaté de que mis hermanos y hermanas no veían ningún problema, por lo que no lo modifiqué y pasé de ello. A veces, cuando tenía problemas, solo pensaba en ellos un momento y después iba a preguntarles a mis hermanos y hermanas. Creía que eso resolvía rápidamente el problema y no me agotaba, así que era una forma fácil de terminar mis trabajos. No obstante, tenía una sensación de culpa al hacerlo. Algunas cuestiones eran realmente sencillas y podría haberlas resuelto con poco esfuerzo, y preguntando a mis hermanos y hermanas los interrumpía en el deber, pero no recapacitaba ni trataba de comprenderme a mí misma. Así, esta especie de triquiñuela pasó a ser la norma en mi modo de cumplir con el deber.
Después me cambié al deber de la producción de vídeos. Además de hacer vídeos, tenía que orientar a mis hermanos y hermanas en el estudio y cultivar las competencias profesionales de todos, por lo que tenía que trabajar más de lo habitual. No solo tenía que aprender competencias profesionales; tenía que buscar materiales y preparar las clases según lo que necesitaran los hermanos y hermanas. Todo ello me parecía una tarea difícil y agotadora. Pensaba: “Mi deber anterior era mejor. No tenía tantas cargas ni presiones. Lo único que tenía que hacer era terminar mis propios proyectos. Ahora tengo muchísimo más trabajo y muchas más preocupaciones”. Me daba dolor de cabeza pensar en todo eso. Posteriormente empecé a pensar en cómo ahorrar tiempo y no sentirme tan cansada, y decidí enviar los tutoriales de efectos especiales a mis hermanos y hermanas. Así ellos podrían estudiarlos y yo no tendría que dedicar tiempo a buscar materiales. Cuanto más lo pensaba, más creía que no podía haber mejor método. Pasado un tiempo, los hermanos y hermanas dijeron que los tutoriales no les resolvían los problemas. En ese momento me sentí mal, por lo que, sin otra alternativa, busqué materiales para enseñarles a todos de forma sencilla y pensé: “Bueno, he organizado clases para todos, mi trabajo ya está hecho”. Nuestra líder de equipo no tardó en comentar: “Hace poco, los hermanos y hermanas han dicho que, por problemas técnicos, la producción de vídeos es mediocre y se repiten con frecuencia, lo que retrasa los progresos”. Al oírlo, no recapacité ni traté de comprenderme a mí misma y me pareció que este deber no solo requería sufrir y pagar un precio, sino también responsabilidad si las cosas iban mal, así que lo deseaba todavía menos. Un día se me acercó la líder y me puso en evidencia por salir del paso y ser astuta en el deber, y me trató diciéndome que, de no cambiar las cosas, me destituirían. Cuando me comentó aquello mi líder, aunque admití que salía del paso en el deber, no sentí arrepentimiento. Al pensar en las dificultades y los problemas que tendría que afrontar en el deber en lo sucesivo, ya no tuve ganas de cumplir con él. Quería cambiar a un deber más fácil. Al día siguiente me dirigí a mi líder: “No tengo capacidad para este deber. Quiero cambiar a otro”. Tras oír aquello, me trató: “¿En serio no puedes cumplir con este deber? ¿Lo has intentado realmente? Eludes el esfuerzo, siempre sales del paso, tratas de ser astuta y tienes una mala humanidad. A tenor de esas conductas, la verdad es que no sirves para este deber”. Cuando oí estas palabras de mi líder, me sentí como si se me hubiera vaciado repentinamente el corazón. De vuelta en el estudio, vi a las demás hermanas ocupadas en el deber, pero a mí me habían destituido y había perdido el mío, y me entristecí profundamente. Nunca había pensado que realmente podría perder mi deber. En aquel momento llegué a defenderme para mis adentros: “No quería este deber, pero podían haberme asignado otro. ¿Por qué anularon mi cualificación para cumplir con el deber?”. No obstante, luego pensé: “Dios ostenta la soberanía de todo. Mi destitución es el advenimiento del carácter justo de Dios. He de obedecer y hacer introspección”. En días posteriores, reproducía mentalmente una y otra vez, como una película, la escena de mi líder destituyéndome. Al recordar lo que me dijo, me sentía desdichada, sobre todo cuando afirmó que tenía una mala humanidad. Como no sabía cómo recapacitar ni conocerme a mí misma, oré a Dios con dolor para pedirle que me guiara hasta conocerme.
Después descubrí un pasaje de la palabra de Dios: “¿No es propio de un carácter corrupto ocuparse de las cosas de una manera así de frívola e irresponsable? ¿Qué es esto? Abyección; en todos los asuntos dicen ‘está bastante bien’ y ‘suficientemente bien’; es una actitud de ‘tal vez’, ‘posiblemente’ y ‘está al 80 %’; hacen las cosas de manera superficial, están satisfechos haciendo lo mínimo y saliendo del paso como pueden; no le ven sentido a tomarse las cosas en serio ni a esforzarse por ser minuciosos, y ni mucho menos a buscar los principios. ¿No es esto propio de un carácter corrupto? ¿Es demostración de una humanidad normal? Es correcto denominarlo arrogancia y también es totalmente apropiado llamarlo libertinaje, pero, para plasmarlo a la perfección, la única palabra válida es ‘abyección’. Esa abyección está presente en la humanidad de la mayoría de las personas; en todos los asuntos desean hacer lo menos posible, a ver de qué pueden librarse, y todo lo que hacen huele a mentira. Engañan a los demás y toman atajos cuando pueden y son reacias a dedicar mucho tiempo o reflexión a analizar un asunto. Piensan para sí que: ‘Mientras pueda evitar ser revelado, no cause problemas y no se me pidan cuentas, entonces me las puedo arreglar con esto. Hacer bien un trabajo es demasiado problemático como para merecer la pena’. Esas personas no llegan a dominar lo que aprenden ni se aplican al estudio. Solo quieren aprender las líneas generales de una materia para hacerse llamar expertas en ella, y luego se apoyan en esto para abrirse camino. ¿No es esta una actitud de la gente hacia las cosas? ¿Es una buena actitud? Este tipo de actitud de estas personas hacia la gente, los acontecimientos y las cosas supone, en pocas palabras, ‘salir del paso’, una abyección existente en toda la humanidad corrupta. Las personas con abyección en su humanidad adoptan el enfoque de ‘salir del paso’ en cualquier cosa que hagan. ¿Les permite esto hacer algo de manera adecuada? No. Entonces ¿son capaces de sacar algo adelante? Aún más improbable”. “¿Cómo distinguir a las personas nobles de las viles? Sencillamente, fíjate en su actitud y en la manera en que tratan a la gente, los acontecimientos y las cosas: cómo actúan, cómo se ocupan de las cosas y cómo se comportan cuando surgen problemas. Las personas con carácter y dignidad son meticulosas, serias y esmeradas en sus actos y están dispuestas a hacer sacrificios. Las personas sin carácter ni dignidad son incoherentes y descuidadas en sus actos, siempre preparando algún truco, siempre queriendo únicamente salir del paso. No llegan a dominar ninguna habilidad que aprenden y, por más tiempo que estudien, la ignorancia aún las confunde en cuestiones de oficio o profesión. Si no las presionas para que te respondan, todo parece estar bien, pero en cuanto lo haces, les aterra: se les empapan las cejas en sudor y no tienen respuesta. Son personas de baja calaña” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (II)). Las palabras de Dios me traspasaron el corazón, sobre todo: “Engañan a los demás y toman atajos cuando pueden”, “sin carácter ni dignidad” y “baja calaña”. Cada palabra revelaba mi actitud hacia el deber y mi humanidad. Me di cuenta de que justo así cumplía yo con el deber. Salía del paso en todo lo que hacía y solo hacía las cosas a un nivel aceptable. Pensaba en mis intereses carnales en todo, buscaba la manera de evitar sufrir y nunca pensaba en cómo cumplir correctamente con el deber. Por la comodidad de la carne y para evitar sufrir y pagar un precio, siempre elegía los proyectos más fáciles cuando producía efectos especiales. En el proceso de producción, incluso cuando detectaba problemas y posibles mejoras, mientras nadie los detectara, yo toleraba su existencia. En el deber de producción de vídeos, tenía que aprender competencias profesionales y orientar a mis hermanos y hermanas para que las aprendieran. Sentía que cumplir con este deber era una presión excesiva, me provocaba demasiado sufrimiento y me agotaba solo de pensarlo, por lo que, en aras de la comodidad de la carne, probé trucos y artimañas para que mis hermanos y hermanas aprendieran solos, con lo que no mejoraban sus competencias, eran menos eficaces en el deber y se retrasaba el progeso del trabajo. En el deber, empleaba trucos y engaños por todos lados, no pensaba en el trabajo de la casa de Dios ni en cómo cumplir correctamente con el deber. ¡No tenía nada de humanidad! Era realmente egoísta, despreciable y de baja calaña. Al recapacitar sobre estas cosas, tuve una honda sensación de pesar y culpa.
Luego leí en la palabra de Dios: “Visto desde fuera, algunas personas no parecen tener problemas graves a lo largo del tiempo que cumplen con su deber. No hacen nada abiertamente malvado, no causan interrupciones o alteraciones ni tampoco caminan por la senda de los anticristos. En el cumplimiento de su deber, no ha aparecido ningún error mayúsculo o problema de principio, sin embargo, sin darse cuenta, en escasos pocos años quedan expuestos como personas que no aceptan la verdad en absoluto, como incrédulos. ¿Por qué es así? Los demás no son capaces de detectar un problema, pero Dios escudriña a esta gente en lo profundo de sus corazones, y Él sí lo ve. Siempre han sido superficiales y han carecido de arrepentimiento al respecto. A medida que pasa el tiempo, quedan naturalmente expuestos. ¿Qué significa no arrepentirse? Significa que aunque han cumplido todo el tiempo con su deber, siempre han tenido una actitud equivocada, de despreocupación y superficialidad, que tienen una actitud casual, nunca son conscientes y mucho menos devotos. Puede que se esfuercen un poco, pero se limitan a actuar por inercia. No lo dan todo, y sus transgresiones son interminables. Desde el punto de vista de Dios, nunca se han arrepentido, siempre han sido superficiales y nunca se ha producido un cambio en ellos; es decir, no renuncian a la maldad que tienen entre manos ni se arrepienten ante Él. Dios no ve en ellos una actitud de arrepentimiento ni un cambio en su actitud. Persisten en considerar su deber y la comisión de Dios con la misma actitud y método. En todo momento, no hay ningún cambio en este carácter obstinado e intransigente y, es más, nunca se han sentido en deuda con Dios, nunca les ha parecido que su descuido y superficialidad sea una transgresión, una maldad. En sus corazones no hay deuda, no hay culpa, no hay autorreproche y mucho menos se acusan a sí mismos. Y, a medida que pasa el tiempo, Dios ve que esta persona no tiene remedio. No importa lo que diga Dios ni cuántos sermones escuchen o cuánta verdad entiendan, su corazón no se conmueve y no alteran o cambian su actitud. Dios dice: ‘No hay esperanza para esta persona. Nada de lo que digo toca su corazón ni le hace cambiar. No hay manera de cambiarla. Esta persona no es apta para cumplir con su deber ni para prestar servicio en Mi casa’. ¿Por qué dice esto Dios? Porque cuando cumplen con su deber y trabajan, da igual cuánta tolerancia y paciencia se les conceda, esto no tiene efecto y no puede hacerlos cambiar. No les hace cumplir bien con su deber, no puede permitirles emprender la senda de buscar realmente la verdad. Esta persona no tiene remedio. Cuando Dios determina que una persona ya no tiene remedio, ¿seguirá manteniendo un férreo control sobre ella? No. Dios la dejará ir” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo resolver el problema de ser descuidado y superficial a la hora de realizar tu deber). “¡Cómo consideras las comisiones de Dios es un asunto muy serio! Si no puedes llevar a cabo lo que Dios te ha confiado, no eres apto para vivir en Su presencia y deberías ser castigado. Está predestinado por el Cielo y reconocido por la tierra que los seres humanos deben completar cualquier comisión que Dios les confíe; esa es su responsabilidad suprema, y es tan importante como sus propias vidas. Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave; en esto eres más lamentable que Judas y debe ser maldecido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Leí una y otra vez la palabra de Dios. Me di cuenta de que antes, pese a que aparentemente cumplía con el deber, dentro de mí tracionaba a Dios. En el deber solo pensaba en mis intereses carnales y en evitar el sufrimiento, y salía del paso con trucos y artimañas. Aunque supiera hacer mejor mi trabajo, no lo hacía porque, para mí, aunque no estuviera muy bien, al menos estaba hecho y eso bastaba. Nunca me tomé en serio mi problema de querer salir del paso, ni recapacité ni traté de comprenderme a mí misma. Más tarde, mi líder me reveló y advirtió; Dios me estaba dando la ocasión de arrepentirme, pero no sentí el menor arrepentimiento y seguí pensando en mis intereses carnales. Al pensar en que el deber exigía trabajar mucho y pagar un precio, ya no lo quise. ¿Por qué era tan insensible y terca? Dios me dio reiteradas ocasiones de arrepentirme y transformarme que eran Su misericordia hacia mí, pero yo solamente pensaba en mis intereses carnales, no buscaba la verdad ni hacía introspección y seguía oponiéndome tercamente a Dios. ¡Qué rebelde era! Mi deber era una comisión y una responsabilidad que me había otorgado Dios y debería haber hecho todo lo posible por cumplirlo. Sin embargo, no solo no había cumplido correctamente con él, sino que había salido del paso para engañar a Dios y hasta rechacé el deber. ¿Eso no fue una traición a Dios? El carácter justo de Dios no tolera ofensa y Dios aborrecía todo lo que yo había hecho. Mi destitución demostró la justicia de Dios. Al comprender esto, me sentí un poco asustada. También me compungí por haberle hecho cosas dolorosas a Dios. Ya no podía seguir saliendo así del paso. Tenía que arrepentirme y transformarme.
Más adelante, difundí el evangelio con mis hermanos y hermanas. Como ni conocía los principios ni se me daba bien hablar con gente, el deber me parecía dificilísimo y no quería esforzarme ni pagar el precio otra vez. No obstante, recordé mi actitud anterior hacia el deber y comprendí que podía predicar el evangelio por la gran misericordia de Dios hacia mí. No debía huir de los problemas como antes. Comprendido eso, me sentí algo más positiva.
Después, además, hice introspección y me preguntaba por qué me daban ganas de acobardarme cuando el deber me parecía engorroso. ¿Qué naturaleza me controlaba cuando me pasaba eso? Luego vi una lectura en vídeo de la palabra de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Hoy, no crees las palabras que digo ni les prestas atención; cuando llegue el día en que esta obra se esparza y veas la totalidad de ella, lo lamentarás y, en ese momento, te quedarás boquiabierto. Existen bendiciones, pero no sabes cómo disfrutarlas; y existe la verdad, pero no la buscas. ¿No haces que los demás te menosprecien? En la actualidad, aunque el siguiente paso de la obra de Dios todavía está por comenzar, no hay nada excepcional acerca de las cosas que se te piden y lo que se te pide vivir. Hay tanta obra y tantas verdades; ¿no son dignas de que las conozcas? ¿Son el juicio y el castigo de Dios incapaces de despertar tu espíritu? ¿Son el castigo y el juicio de Dios incapaces de hacer que te odies? ¿Estás contento de vivir bajo la influencia de Satanás, en paz y disfrutando y con un poco de comodidad carnal? ¿No eres la más vil de todas las personas? Nadie es más insensato que los que han contemplado la salvación, pero no buscan ganarla; estas son personas que se atiborran de la carne y disfrutan a Satanás. Esperas que tu fe en Dios no acarree ningún reto o tribulación ni la más mínima dificultad. Siempre buscas aquellas cosas que no tienen valor y no le otorgas ningún valor a la vida, poniendo en cambio tus propios pensamientos extravagantes antes que la verdad. ¡Eres tan despreciable! Vives como un cerdo, ¿qué diferencia hay entre ti y los cerdos y los perros? ¿No son bestias todos los que no buscan la verdad y, en cambio, aman la carne? ¿No son cadáveres vivientes todos esos muertos sin espíritu? ¿Cuántas palabras se han hablado entre vosotros? ¿Se ha hecho solo poco de obra entre vosotros? ¿Cuánto he provisto entre vosotros? ¿Y por qué no lo has obtenido? ¿De qué tienes que quejarte? ¿No será que no has obtenido nada porque estás demasiado enamorado de la carne? ¿Y no es porque tus pensamientos son muy extravagantes? ¿No es porque eres muy estúpido? Si no puedes obtener estas bendiciones, ¿puedes culpar a Dios por no salvarte? Lo que buscas es poder ganar la paz después de creer en Dios, que tus hijos no se enfermen, que tu esposo tenga un buen trabajo, que tu hijo encuentre una buena esposa, que tu hija encuentre un esposo decente, que tu buey y tus caballos aren bien la tierra, que tengas un año de buen clima para tus cosechas. Esto es lo que buscas. Tu búsqueda es solo para vivir en la comodidad, para que tu familia no sufra accidentes, para que los vientos te pasen de largo, para que el polvillo no toque tu cara, para que las cosechas de tu familia no se inunden, para que no te afecte ningún desastre, para vivir en el abrazo de Dios, para vivir en un nido acogedor. Un cobarde como tú, que siempre busca la carne, ¿tiene corazón, tiene espíritu? ¿No eres una bestia? Yo te doy el camino verdadero sin pedirte nada a cambio, pero no buscas. ¿Eres uno de los que creen en Dios? Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Acaso no eres igual a un cerdo o a un perro? Los cerdos no buscan la vida del hombre, no buscan ser limpiados y no entienden lo que es la vida. Cada día, después de hartarse de comer, simplemente se duermen. Te he dado el camino verdadero, pero no lo has obtenido: tienes las manos vacías. ¿Estás dispuesto a seguir en esta vida, la vida de un cerdo? ¿Qué significado tiene que tales personas estén vivas? Tu vida es despreciable y vil, vives en medio de la inmundicia y el libertinaje y no persigues ninguna meta; ¿no es tu vida la más innoble de todas? ¿Tienes las agallas para mirar a Dios? Si sigues teniendo esa clase de experiencia, ¿vas a conseguir algo? El camino verdadero se te ha dado, pero que al final puedas o no ganarlo depende de tu propia búsqueda personal” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Cada pregunta de Dios me traspasó el corazón, como si Dios me preguntara cara a cara, y sentí que le debía muchísimo. Me acordé de cómo expresó tanta verdad Dios encarnado para regarnos y proveenos de forma que podamos recibir la verdad, desechar nuestro carácter corrupto y tener la oportunidad de salvarnos. Esta es la mayor bendición de Dios para la humanidad. Los realmente prudentes valoran la oportunidad que les da la obra de Dios y dedican su tiempo a buscar la verdad, a cumplir con los deberes de un ser creado, a lograr transformar su carácter vital en el deber y, por último, a comprender la verdad y ser plenamente salvados por Dios. Sin embargo, los ciegos e ignorantes aspiran al goce carnal, van tirando y no se esfuerzan en buscar la verdad. Actúan por inercia, se esfuerzan poco en el deber y, por mucho tiempo que crean, jamás comprenden la verdad, no alcanzan la transformación de su carácter vital y acaban eliminados por Dios. Pensé en mí misma. ¿No era precisamente una persona ignorante de este tipo? Filosofías satánicas como “vive en piloto automático” y “la holgazanería está bendecida” eran mis principios de vida. Cada día me contentaba con mi situación, trabajaba para ir tirando y aspiraba a las comodidades de la carne. Llevaba años creyendo en Dios sin buscar la verdad ni concentrarme en transformar mi carácter ni en si mi deber estaba en consonancia con la voluntad de Dios. Para mí, el goce carnal era más importante que la voluntad de Dios, por lo que, cada vez que el deber me exigía sufrir o pagar un precio, salía del paso y recurría a trucos y engaños, con lo que no alcanzaba resultados en el deber y retrasaba el trabajo de la casa de Dios. Y ni por esas sentía remordimiento o culpa. Mi ansia de comodidad me volvió degenerada, indiferente a mejorar e inconsciente. ¿No estaba desperdiciando mi vida? ¿En qué me diferenciaba de un animal? Por fin entendí que estos venenos satánicos son falacias de Satanás para corromper a la gente. Hacen que la gente vaya en pos de la comodidad, no aspire a mejorar, se degenere y acabe muriendo en la ignorancia. Era la única culpable de haber perdido mi deber. Era demasiado perezosa, frívola de temperamento e indigna de confianza, lo que repugnaba a mis hermanos y hermanas y hacía que Dios me aborreciera. Antes creía que los deberes con altas exigencias y muchas tareas equivalían a sufrir, pero esto no era sufrir por mi deber en absoluto. Obviamente, mi naturaleza era demasiado perezosa y egoísta y me preocupaba en exceso la carne. Aunque hemos de sufrir y pagar un precio cuando se produzcan dificultades en nuestro deber, todo esto lo podemos soportar porque Dios jamás nos da cargas insoportables. Con estas dificultades, Dios me mostró mis actitudes corruptas y mis defectos para que me conociera, buscara la verdad para resolver los problemas y transformara mi carácter vital. Al mismo tiempo, Dios esperaba que aprendiera a confiar en Él ante estas dificultades y que tuviera una fe sincera. Antes era ignorante, estaba ciega y no comprendía la voluntad de Dios. Perdí muchas ocasiones de recibir la verdad y ser perfeccionada por Dios y dejé que esa época maravillosa pasara de largo inútilmente. Pese a tener la comodidad de la carne y no sufrir ni pagar un gran precio, no poseía ninguna verdad y no se corregían mis actitudes corruptas, no acumulaba buenas acciones en el deber, retrasaba la labor de la casa de Dios y lo disgustaba a Él. Si continuaba viviendo de esa manera tan desordenada, al final perdería por completo la salvación de Dios. En ese momento estaba harta y disgustada conmigo misma y no quería seguir viviendo como un animal.
Un día, durante mi devocional, leí otro pasaje de la palabra de Dios. “La búsqueda de hoy se orienta por completo a establecer las bases de la obra futura, para que puedas ser usado por Dios y dar testimonio de Él. Si haces que este sea el objetivo de tu búsqueda, podrás ganar la presencia del Espíritu Santo. Cuanto más alto fijes el objetivo de tu búsqueda, más podrás ser perfeccionado. Cuanto más busques la verdad, más obrará el Espíritu Santo. Cuanta mayor energía emplees para la búsqueda, más ganarás. El Espíritu Santo perfecciona a las personas de acuerdo con su estado interno. Algunas personas dicen que no están dispuestas a ser usadas o perfeccionadas por Dios, que solo quieren que su carne esté a salvo y no sufra ningún infortunio. Algunas personas no están dispuestas a entrar al reino, pero están dispuestas a descender al abismo sin fondo. En ese caso, Dios también te concederá tu deseo. Lo que sea que busques, Dios lo hará realidad. Así que, ¿qué estás buscando ahora? ¿Ser perfeccionado? ¿Se orientan tus acciones y comportamientos presentes a ser perfeccionado por Dios y ser adquirido por Él? Constantemente te debes medir de esta manera en tu vida diaria. Si dedicas tu corazón por completo a la búsqueda de una sola meta, definitivamente Dios te perfeccionará. Esta es la senda del Espíritu Santo. La senda en la que el Espíritu Santo guía a la gente se alcanza por medio de su búsqueda. Cuanto más anheles ser perfeccionado y adquirido por Dios, más obrará el Espíritu Santo dentro de ti. Cuanto menos busques, y cuanto más negativo y huidizo seas, más privas al Espíritu Santo de oportunidades para obrar; con el paso del tiempo, el Espíritu Santo te abandonará. ¿Deseas ser perfeccionado por Dios? ¿Deseas ser adquirido por Dios? ¿Deseas ser usado por Dios? Debéis buscar hacer todo por el bien de ser perfeccionados, ganados y usados por Dios, para que el universo y todas las cosas puedan ver las acciones de Dios manifestadas en vosotros. Vosotros sois los amos de todas las cosas, y entre todo lo que existe, le permitiréis a Dios gozar del testimonio y la gloria a través de vosotros; ¡esta es la prueba de que vosotros sois la generación más bendecida de todas!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Aquellos cuyo carácter ha cambiado son los que han entrado a la realidad de las palabras de Dios). “Debes sufrir adversidades por la verdad, debes entregarte a la verdad, debes soportar humillación por la verdad y, para obtener más de la verdad, debes padecer más sufrimiento. Esto es lo que debes hacer. No debes desechar la verdad en beneficio de una vida familiar pacífica y no debes perder la dignidad e integridad de tu vida por el bien de un disfrute momentáneo. Debes buscar todo lo que es hermoso y bueno, y debes buscar un camino en la vida que sea de mayor significado. Si llevas una vida tan vulgar y no buscas ningún objetivo, ¿no estás malgastando tu vida? ¿Qué puedes obtener de una vida así? Debes abandonar todos los placeres de la carne en aras de una verdad y no debes desechar todas las verdades en aras de un pequeño placer. Personas como estas no tienen integridad ni dignidad; ¡su existencia no tiene sentido!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). En la palabra de Dios entendí que, para recibir la verdad en el deber, hemos de traicionar la carne y practicar la verdad, y entonces Dios nos perfeccionará al final. Esta es la manera de vivir que tiene más sentido y valor. Si abandonamos la verdad por la comodidad temporal de la carne, viviremos sin dignidad, perderemos la obra del Espíritu Santo y, al final, Dios nos eliminará y perderemos la ocasión de salvarnos. También aprendí que, para corregir el problema que supone ansiar la comodidad de la carne, necesitamos un corazón que busque la verdad, hacer introspección a menudo cuando nos suceda algo, centrar nuestros esfuerzos en el deber y, ante las dificultades, ser capaces de rechazar la carne, renunciar a nosotros mismos y proteger la labor de la casa de Dios. Así es como se reciben la guía y la obra del Espíritu Santo. Comprendidas estas cosas, mi corazón se sintió alegre y juré que renunciaría a la carne y emplearía todos mis esfuerzos en el deber.
Después de aquello, valoraba a conciencia el modo de predicar bien el evangelio. Cuando no tenía claros los principios, les consultaba a mis hermanos y hermanas y sacaba tiempo para estudiar con todos los demás. Luego, conforme había que hacer más cosas para predicar el evangelio, ya no me parecían tan engorrosas. Me parecían, en cambio, cosas que debía hacer y mi responsabilidad. Aunque estaba ocupadísima todos los días, me sentía enriquecida.
Inesperadamente, un día se me acercó mi líder para pedirme que volviera al deber de efectos especiales. Me emocioné mucho con la noticia. Aparte de estarle agradecida a Dios, no sabía qué decir. Recordé que, anteriormente, amaba la carne y salía del paso en el deber, y me sentí especialmente en deuda con Dios. Al no poder compensar mis errores del pasado, solo podía corresponder al amor de Dios en mi deber actual. Después, ante las dificultades en el deber, oraba conscientemente a Dios y pensaba en cómo resolverlas. En una ocasión no salió muy bien un proyecto mío de efectos especiales y el líder del equipo, y encargado, no sabía cómo arreglarlo. También yo estaba atrapada en la dificultad y no sabía por dónde empezar a arreglarlo. Pensé: “Si sigo tratando de arreglarlo y le dedico tiempo y trabajo a esto, no sé si sabré hacerlo bien, por lo que a lo mejor debería hacerlo otro”. Me percaté de que, con esas ideas, trataba de eludir la dificultad de nuevo, así que enseguida oré a Dios. Me acordé de Sus palabras: “Cuando tienes un deber ante ti y se te confía, no pienses en cómo evitar la dificultad; si algo es difícil, no lo dejes de lado y lo ignores. Debes afrontarlo directamente. En todo momento debes recordar que Dios está contigo, que con Él nada es difícil. Debes tener una fe tal” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo resolver el problema de ser descuidado y superficial a la hora de realizar tu deber). La palabra de Dios me dio una senda de práctica. Sean cuales sean los problemas y dificultades con que nos topemos en el deber, debemos ampararnos en Dios para buscar la forma de resolverlos. No debemos tratar de eludir las dificultades ni nuestro deber por el padecimiento carnal. Eso es traición y deslealtad a Dios. Una vez que lo comprendí, me prometí que en esa ocasión me ampararía en Dios, renunciaría a la carne y trabajaría por arreglarlo. Así pues, me calmé, lo repasé una y otra vez y por fin solucioné lo necesario. Cuando lo vieron, a todos les pareció bueno y no sugirieron nada. Tras practicar de esta manera, tenía el corazón tranquilo y en calma. Sentí que pagar un precio en el deber fue realmente una bendición de Dios. ¡Gracias a Dios!