¿Por qué no comparto todo cuando enseño a otros?

16 Abr 2023

Por Aiden, Italia

En julio de 2021 producía videos en la iglesia. Como sabía que era un deber importantísimo, dedicaba mucho tiempo cada día a mirar tutoriales y buscar información. Escuchaba atento cuando otros hablaban de una destreza técnica, y luego la analizaba e investigaba detalladamente y la aprovechaba. Además, oraba y buscaba la ayuda de Dios ante las dificultades. Tras un tiempo a tientas, mis destrezas técnicas mejoraron bastante. Se me ocurrían unos estilos de producción novedosos y trabajaba más eficazmente. Todos me admiraban mucho y me preguntaban cuestiones técnicas. Tenía una sensación real de logro. Sentía que todo mi esfuerzo no había sido en vano, que por fin obtenía fruto de ello.

Al ver lo bien que producía los videos, el supervisor me pidió que compartiera mis destrezas técnicas y mi experiencia en producción con hermanos y hermanas. Algunos miembros de otros equipos incluso pedían escucharme a mí en especial. Me sentía muy feliz de haber sido capaz de mostrarme. Pero empecé a preocuparme cuando me planteé compartir mis claves del éxito. Pensé: “Si revelo la esencia de estas destrezas y todos las aprenden, poco a poco serían más eficaces en su trabajo. Entonces, ¿alguien seguiría viniendo a pedirme ayuda? ¿Seguirán admirándome? No debo contarles todo”. Así pues, expliqué algunas cosas, pero me guardé otras. Sabía que no era lo correcto pero, por mis propios intereses, me callaba lo que tenía en la punta de la lengua. Una hermana me dijo después: “Los videos creados según tus instrucciones son mucho mejores que antes, pero aún somos ineficientes. ¿Hay algo que todavía no nos hayas enseñado?”. Indiferente, respondí: “Así lo hago yo. ¿Puede que necesiten practicar más para ser más eficientes?”. Ella no añadió nada más. Me sentí entonces un poco mal y vi que estaba siendo falso pero, al pensar que era más eficaz en el trabajo que los demás, reprimí esa pequeña pizca de culpa.

Después de un tiempo, yo era el que producía más videos y eran de la mejor calidad. Me felicitaba ante esas cifras y me alegraba de haber decidido no enseñar todas mis destrezas. Entonces no habría tenido las mejores cifras. Cuando más ufano me sentía, el supervisor supo que no había compartido todas mis destrezas con los demás y me podó: “¡Qué egoísta eres! No piensas en la labor de la iglesia, sino nada más que en tu productividad. Quieres lucirte. ¿Cuánto puedes conseguir tú solo? Si todos conocieran estas destrezas, podríamos mejorar el progreso global del trabajo”. Sabía que eso favorecería el trabajo de la iglesia pero, al pensar que todos serían más competentes y ya no me admirarían, me sentía muy confundido. Oré: “¡Oh, Dios mío! Últimamente no he podido evitar ser falso por mis propios intereses. Ya no quiero vivir inmerso en esta corrupción. Por favor, guíame para comprender mi problema y desechar este carácter corrupto”.

En mis devociones, leí estas palabras de Dios: “Los no creyentes tienen un cierto tipo de carácter corrupto. Cuando enseñan a otras personas algún conocimiento o habilidad profesional creen lo siguiente: ‘Una vez que el alumno sabe todo lo que sabe su maestro, este perderá su sustento. Si les enseño a los demás todo lo que sé, entonces ya nadie me tendrá en consideración o me admirará y habré perdido todo mi estatus como maestro. No me sirve. No puedo enseñarles todo lo que sé, debo guardarme cosas. Solo les enseñaré el ochenta por ciento de lo que sé y me guardaré el resto bajo la manga. Es la única manera de demostrar que mis habilidades son superiores a las de los demás’. ¿Qué clase de carácter es este? Es un engaño. Cuando enseñas a otros, los asistes o compartes con ellos algo que has estudiado, ¿qué actitud debes adoptar? (No debo ahorrarme ningún esfuerzo ni guardarme nada). […] Si aportas tus dones y talentos en su totalidad, resultarán beneficiosos para todos los que cumplen con el deber y para la labor de la iglesia. No te limites a contarle a todo el mundo algunas cosas simples y luego pienses que lo has hecho bien o que no te has guardado nada, porque no servirá. Solo enseñas algunas teorías o cosas que la gente puede entender literalmente, pero la esencia y los puntos importantes escapan a la comprensión de un novato. No das sino una visión general, sin profundizar ni entrar en detalles, al tiempo que piensas: ‘Bueno, de todas formas, ya te lo he explicado y no me he guardado nada a propósito. Si no lo entiendes, es porque tienes muy poco calibre, así que no me culpes. Tendremos que ver cómo te guía Dios ahora’. Dicha deliberación entraña engaño, ¿no es así? ¿No es egoísta y despreciable? ¿Por qué no podéis enseñar a la gente todo lo que tenéis en vuestro corazón y todo lo que entendéis? ¿Por qué, en cambio, os reserváis conocimientos? Hay un problema con vuestras intenciones y vuestro carácter. […] Resulta muy agotador si uno no persigue la verdad, sino que vive según las actitudes satánicas, como los no creyentes. Entre los no creyentes la competencia es feroz. Dominar la esencia de una habilidad o de una profesión no es nada fácil, y una vez que otra persona lo descubre y lo domina, tu sustento correrá peligro. Para proteger ese sustento, la gente se ve obligada a actuar así. Han de ser precavidos en todo momento: lo que dominan es su activo más valioso. Es su medio de vida, su capital, su savia, y no deben permitir que nadie más lo sepa. Pero tú crees en Dios; si piensas así y actúas de esta manera en la casa de Dios, no hay nada que te diferencie de un no creyente(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al leer este pasaje sentí que Dios me juzgaba y exponía directamente. Vi que, tras años de fe, mi carácter-vida no se había transformado para nada. Era igual que un no creyente que vivía según reglas satánicas de supervivencia como “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda” y “Una vez que el alumno sabe todo lo que sabe su maestro, este perderá su sustento”. Cuando tenía ciertas destrezas o técnicas especiales, quería guardármelas para mí. No accedía a enseñarle todo a otra persona y a arriesgarme a perder mi puesto y mi medio de vida. En esa época, cuando tenía más destrezas técnicas que los demás y era más productivo en el deber, estaba muy satisfecho conmigo mismo y disfrutaba de admiración. El supervisor me pidió que compartiera mis destrezas, pero no les conté todo para poder conservar mi estatus. Temía que los demás me superaran si lo aprendían todo y que ya no me admirara nadie. Incluso cuando la hermana vino a preguntarme individualmente, yo oculté la verdad y no le conté todo. Practicaba la filosofía satánica de que “Una vez que el alumno sabe todo lo que sabe su maestro, este perderá su sustento”. Por la reputación y el estatus, era falso y jugaba con la gente, con miedo a que, si otros dominaban totalmente mis destrezas principales, yo no tendría más ocasión de lucirme. No pensaba para nada en el trabajo de la iglesia ni en las intenciones de Dios. Consideraba estas destrezas mis herramientas personales para conservar mi reputación y estatus. ¡Qué egoísta, vil y carente de humanidad! Oré a Dios, dispuesto a poner en práctica la verdad y a rebelarme contra la carne. Pensé en algo que dice Dios: “La mayor parte de la gente, cuando se le introduce por primera vez a algún aspecto específico del conocimiento profesional, solo comprende su significado literal; requiere un periodo de práctica antes de que se puedan captar los puntos principales y la esencia. Si ya has dominado estos puntos más sutiles, debes explicárselos directamente a otros; no les hagas dar tantas vueltas y pasar tanto tiempo tanteando. Esta es tu responsabilidad; es lo que debes hacer. Solo no te guardarás nada y no serás egoísta si les explicas los que consideras los puntos principales y la esencia(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica: compartir con los hermanos y hermanas todas mis técnicas principales y conocimientos de trabajo para que nadie tuviera que perder más tiempo abordándolo con rodeos. Después, podrían entender mejor a partir de esa base y seguir mejorando en el deber. Eso favorecería el trabajo de la iglesia. Además, tenía cualificación y era razonablemente eficiente en mi deber no por ser más inteligente ni más activo que los demás, sino por la gracia de Dios, que me dio esta poca inspiración. No podía solo pensar en mis propios intereses, sino que tenía que cumplir bien mis responsabilidades y compartir todo mi conocimiento. Entonces mejoraría nuestra labor en general. Por ello, enseñé a los hermanos y hermanas todas las destrezas profesionales que conocía y, cuando descubría otra buena técnica, les hablaba de ella por propia voluntad. Con el tiempo se disparó la productividad del equipo, y a algunos se nos ocurrieron innovaciones basadas en las destrezas que les había enseñado.

Un mes más tarde, por unos cambios de personal, el supervisor mandó al líder del equipo, Colin, a encargarse de otro nuevo equipo, y a mí a asumir su puesto. Muy agradecido a Dios, quería hacer bien el trabajo. Como los hermanos y hermanas del equipo de Colin eran todos nuevos en la edición de video y no tenían experiencia, él mandó a unos pocos que tenían aptitud a que vinieran a aprender de nosotros. Todos aprendían rápido y no tardaron en dominar bien las destrezas y en mejorar en el deber. Yo me sentía mal, pensando: “Hemos compartido todo con ustedes. Si esto continúa y la efectividad de su equipo sigue mejorando, ¿nuestro equipo no será superado por el de ustedes?”. Entonces, eliminé del grupo de internet a aquellos que habían venido a aprender. También comencé a estudiar técnicas y destrezas productivas de otras iglesias. Mi idea era que ya habían aprendido todas las destrezas que conocíamos por lo que, si aprendíamos otras nuevas y no se lo decíamos, no podrían superarnos. Pero, para mi sorpresa, tras eliminarlos del grupo, la productividad de nuestro equipo no sólo no aumentó sino que, de hecho, cayó. El equipo experimentó más estados negativos y problemas, y yo estaba confundido. No tenía ideas para crear videos y no sabía resolver los problemas del equipo. Me di cuenta de que, si no cambiaba mi estado, seguro que eso repercutiría en el desempeño del equipo. Oré a Dios: “Dios mío, últimamente, en el deber, por más que lo intento, estoy confundido. Te pido esclarecimiento y guía para conocerme y salir de este lío”.

Un día en mis devociones, leí este pasaje de las palabras de Dios: “Cuando la gente vive en un estado incorrecto y no le ora a Dios ni busca la verdad, el Espíritu Santo la abandonará, y Dios no estará presente. ¿Cómo van a poseer la obra del Espíritu Santo aquellos que no buscan la verdad? Dios los detesta, de modo que Su rostro está oculto para ellos y el Espíritu Santo se les esconde. Cuando Dios ya no está obrando, puedes hacer lo que te plazca. Una vez que te ha apartado a un lado, ¿acaso no estás acabado? No conseguirás nada. ¿Cómo es que los no creyentes lo pasan tan mal para hacer las cosas? ¿No será que guardan secretos? Guardan sus secretos y son incapaces de lograr nada, todo les resulta agotador hasta el extremo, incluso las cosas más simples. Así es la vida bajo el poder de Satanás. Si actuáis como los no creyentes, entonces ¿en qué os diferenciáis de ellos? No hay diferencia alguna. Si el poder en la iglesia lo ostentan aquellos que no tienen la verdad, si lo ostentan los que están plagados de actitudes satánicas, entonces ¿acaso no es Satanás, de hecho, el que ostenta el poder? Si todas las acciones de las personas que ostentan el poder en la iglesia son contrarias a la verdad, la obra del Espíritu Santo cesa, y Dios los entrega a Satanás. Una vez en manos de Satanás, todo tipo de fealdades, como los celos y las disputas, por ejemplo, surgen entre la gente. ¿Qué se ilustra con este fenómeno? Que la obra del Espíritu Santo ha cesado. Él se ha marchado y Dios ya no está obrando. Sin la obra de Dios, ¿de qué sirven las simples palabras y doctrinas que el hombre comprende? No sirven de nada. Cuando alguien ya no tiene la obra del Espíritu Santo, está vacío por dentro, ya no puede sentir nada, es como un muerto y, llegado a este punto, está pasmado. Toda la inspiración, la sabiduría, la inteligencia, la perspicacia y el esclarecimiento de la humanidad provienen de Dios; todo es obra Suya(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Percibí el carácter justo de Dios en Sus palabras. Dios tiene una actitud distinta hacia cada persona en función de su conducta. Si alguien tiene una motivación correcta en el deber, busca la verdad y defiende el trabajo de la iglesia con los demás, recibe la obra del Espíritu Santo. Pero, si no practica la verdad y vive inmerso en sus actitudes, Dios lo abandona con asco. Pensé en los hermanos y hermanas del otro equipo que procuraban aprender de nosotros. Cuando ví que aprendían rápido, temí que nos dejaran atrás, así que los eliminé del grupo y no dejé que participaran más en nuestros entrenamientos. Actuaba como un no creyente, usaba trucos y dejaba una salida nada más que por mis propios intereses. Siempre temía que me superaran y que eso afectara a mi reputación y estatus. Era sumamente egoísta y despreciable. Leí esto en las palabras de Dios: “Sin la obra de Dios, ¿de qué sirven las simples palabras y doctrinas que el hombre comprende? No sirven de nada. Cuando alguien ya no tiene la obra del Espíritu Santo, está vacío por dentro, ya no puede sentir nada, es como un muerto y, llegado a este punto, está pasmado”. Al empezar en aquel trabajo, quería aprender las destrezas y cumplir bien mi deber. Oraba y buscaba la ayuda de Dios cuando me topaba con problemas, aprendía rápido y nunca sentía cansancio. Pero, dado que comencé a vivir en un estado de competitividad sin buscar la verdad y actuando corruptamente a cada paso, Dios se hastió y me abandonó. Me faltaban un rumbo y un objetivo en el deber y me sentía inepto en todo. Vi que, cuando Dios no obraba en mí, mi escaso conocimiento profesional se volvía inútil. Esto era por no tener unas motivaciones correctas en el deber, por proteger siempre mis intereses y no practicar la verdad.

Rememoré un pasaje de las palabras de Dios, donde Dios expone cómo los anticristos solo consideran sus propios intereses, no los de la casa de Dios. Las palabras de Dios dicen: “Independientemente del trabajo que lleven a cabo, los anticristos no piensan para nada en los intereses de la casa de Dios. Solo consideran si los suyos propios van a verse afectados, solo piensan en ese poquito de trabajo frente a ellos que los beneficia. Para ellos, la obra principal de la iglesia solo es algo que hacen en su tiempo libre. No se la toman en serio para nada. Solo se mueven cuando se los empuja a actuar, solo hacen lo que les gusta y solo hacen el trabajo destinado a mantener su estatus y su poder. A sus ojos, toda labor dispuesta por la casa de Dios, la labor de difundir el evangelio y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios no son importantes. No importa qué dificultades tengan otras personas en su trabajo, qué cuestiones hayan identificado o les hayan informado, o lo sinceras que sean sus palabras, los anticristos no prestan atención, no se involucran, es como si no tuviera nada que ver con ellos. Por muy importantes que sean los problemas que surjan en la labor de la iglesia, ellos son totalmente indiferentes. Incluso cuando tienen un problema delante, solo lo abordan de manera superficial. Solo cuando lo Alto los poda directamente y se les ordena que resuelvan un problema, hacen a regañadientes un poco de trabajo real y le muestran algo a lo Alto. Poco después, siguen con sus propios asuntos. Con respecto a la obra de la iglesia, a las cosas importantes en el contexto más amplio, no les interesan ni les hacen caso. Incluso ignoran los problemas que descubren, y dan respuestas superficiales o titubean cuando se les pregunta por los problemas, y solo los abordan con gran reticencia. ¿Acaso no es esto la manifestación del egoísmo y la vileza? Es más, no importa el deber que estén realizando los anticristos, lo único que les interesa es si va a permitirles pasar a un primer plano. Con tal de que aumente su reputación, se devanan los sesos para idear una manera de aprender a hacerlo, de llevarlo a cabo. Lo único que les importa es si los va a distinguir del resto. Da igual lo que hagan o piensen, solo se preocupan por su propia fama, ganancia y estatus. Sea cual sea la tarea que estén realizando, solo compiten por quién está más arriba o más abajo, quién gana y quién pierde, quién tiene mejor reputación. Solo se preocupan por cuántas personas los idolatran y los admiran, cuántas los obedecen y cuántos seguidores tienen. Nunca hablan con la verdad ni resuelven problemas reales. Nunca consideran cómo hacer las cosas según los principios al cumplir el deber, tampoco reflexionan respecto a si han sido leales, han desempeñado bien sus responsabilidades, si ha habido desvíos o descuidos en el trabajo o hay algún problema, ni mucho menos piensan para nada en lo que pide Dios ni en cuáles son Sus intenciones. No prestan la menor atención a todas esas cosas. Solo se concentran y hacen cosas en aras de la fama, la ganancia y el estatus, para satisfacer sus propias ambiciones y deseos. Esta es la manifestación del egoísmo y la vileza, ¿verdad? Esto expone plenamente que su corazón rebosa con sus propios deseos, ambiciones y exigencias sin sentido. Todo lo que hacen está regido por sus ambiciones y deseos. Hagan lo que hagan, tienen como motivación y origen sus propias ambiciones, deseos y exigencias sin sentido. Esta es la manifestación arquetípica del egoísmo y la vileza(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión cuatro: Resumen de la calidad humana de los anticristos y de su esencia-carácter (I)). Las palabras de Dios exponen que los anticristos solo actúan en pos de su reputación y estatus, sin pensar en el trabajo de la iglesia. No les importan nada las disposiciones de la iglesia ni los problemas de otros en el deber. Ignoran cualquier dificultad que afronten los hermanos y hermanas, son muy egoístas y viles y carecen de toda humanidad. Observé la conducta de los anticristos y reflexioné acerca de que yo parecía sufrir y pagar un precio, y me esmeraba por aprender destrezas para mi deber, pero no consideraba las intenciones de Dios. Consideraba mi deber una herramienta para obtener estatus y una buena reputación. No pensaba más que en si tenía estatus entre la gente y en si los demás me admiraban y valoraban. Nunca pensaba en lo que exigía Dios ni en cómo debía satisfacerlo. Cuando obtenía algunos resultados en el deber y todos venían a preguntarme, se veía totalmente satisfecho mi deseo de reputación y estatus. Al compartir mi conocimiento profesional con los demás, era falso, jugaba con ellos y ocultaba parte de mis destrezas principales. No les contaba todas mis destrezas y eliminé del grupo a los que vinieron a aprender de nosotros para que no aprendieran, por temor a que se capacitaran y me robaran protagonismo. Sabía que hacíamos videos para difundir las palabras de Dios, que debería haber trabajado junto con los demás con un solo corazón y una sola mente para cumplir bien con nuestros deberes, de modo que más gente que anhela la aparición de Dios pueda presentarse ante Él antes, perseguir la verdad y salvarse. Sin embargo, por conservar mi reputación y mi estatus, no estaba dispuesto a compartir mis destrezas con nadie. Consideraba mis destrezas profesionales y recursos de aprendizaje como algo de mi propiedad, para mi disfrute. Solamente quería lucirme y satisfacer mi ambición y deseo de ser admirado por otros. Ni de lejos pensaba en la labor de la iglesia ni en las intenciones de Dios. ¿En qué se diferenciaba mi conducta de la de un anticristo? Parecía un estado realmente peligroso, por lo que oré en mi interior: “¡Oh, Dios mío! No quiero seguir ignorando mi conciencia y pensar solo en mis intereses. Quiero arrepentirme, enseñar mis destrezas a todos y cumplir bien con mi deber”.

Luego, leí estas palabras de Dios: “Si la gente no comprende la verdad, nada le resultará más complicado que renunciar a sus intereses. Eso se debe a que sus filosofías de vida son ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’ y ‘El hombre muere por la riqueza como las aves por el alimento’. Obviamente, vive para sus intereses. La gente piensa que, sin sus intereses, si los perdiera, no podría sobrevivir. Es como si su supervivencia fuera inseparable de ellos; por eso la mayoría de la gente está ciega a todo lo que no sean sus intereses. Los considera superiores a todo lo demás, vive para sus intereses, y conseguir que renuncie a ellos es como pedirle que renuncie a su propia vida. Entonces, ¿qué debe hacerse en tales circunstancias? Las personas deben aceptar la verdad. Solo cuando comprenden la verdad pueden comprender la esencia de sus propios intereses; solo entonces pueden empezar a rebelarse contra ellos y abandonarlos, y a ser capaces de soportar el dolor de desprenderse de aquello que tanto aman. Y cuando puedas hacer esto, y abandones tus propios intereses, te sentirás más tranquilo y en paz de corazón, y al hacerlo habrás vencido a la carne. Si te aferras a tus intereses y te niegas a renunciar a ellos, y si no aceptas en lo más mínimo la verdad, por dentro tal vez digas: ‘¿Qué hay de malo en intentar beneficiarme y negarme a sufrir pérdida alguna? Dios no me ha castigado, ¿qué va a hacerme la gente?’. Nadie puede hacerte nada, pero con semejante fe en Dios, al final no obtendrás la verdad y vida. Esto será una gran pérdida para ti: no podrás alcanzar la salvación. ¿Acaso existe algún remordimiento mayor? Esto es lo que en última instancia resulta de buscar tus propios intereses. Si las personas solo buscan fama, ganancia y estatus, si solo persiguen sus propios intereses, entonces nunca obtendrán la verdad y vida, y al final serán ellos los que sufran una pérdida. Dios salva a los que persiguen la verdad. Si no aceptas la verdad, y si eres incapaz de reflexionar y conocer tu propio carácter corrupto, entonces no te arrepentirás realmente y no tendrás entrada en la vida. Aceptar la verdad y conocerte a ti mismo es la senda para el crecimiento en la vida y para alcanzar la salvación, supone la oportunidad de presentarte ante Dios para aceptar Su escrutinio, Su juicio y Su castigo, y para ganar la verdad y vida. Si renuncias a perseguir la verdad en aras de la búsqueda de la fama, la ganancia y el estatus y de tus propios intereses, esto equivale a renunciar a la oportunidad de aceptar el juicio y castigo de Dios y de alcanzar la salvación. Eliges la fama, la ganancia y el estatus y tus propios intereses, pero a lo que renuncias es a la verdad, y lo que pierdes es la vida y la oportunidad de ser salvado. ¿Qué es más importante? Si eliges tus propios intereses y renuncias a la verdad, ¿acaso no es necio? Hablando de manera sencilla, es sufrir una gran pérdida en aras de una pequeña ventaja. La fama, la ganancia y el estatus, el dinero y los intereses son todos temporales, todos ellos son efímeros, mientras que la verdad y vida es eterna e inmutable. Si la gente resuelve su carácter corrupto que le hace buscar fama, ganancia y estatus, entonces tiene la esperanza de alcanzar la salvación(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). En las palabras de Dios entendí que, si siempre me aferraba a mis intereses y dejaba totalmente de practicar la verdad, sería yo, y no otra gente, el que sufriría una pérdida. Perdería la ocasión de ganar la verdad y, por ello, sería sumamente necio. Antes vivía según las filosofías satánicas. Creía que “Una vez que el alumno sabe todo lo que sabe su maestro, este perderá su sustento”, con la idea de que saldría perdiendo por enseñar a los demás. Si eran buenos alumnos y terminaban logrando más que yo, no tendría un estatus especial entre la gente. Vi entonces que esa es una falacia satánica y un enfoque falso de las cosas. Vivir así solo me haría cada vez más egoísta, falso y carente de humanidad. Acabaría revelado y descartado por Dios. Tenía que dejar de lado mis propios intereses y enseñar lo que sabía. Únicamente eso coincidía con la intención de Dios y suponía cumplir bien mis responsabilidades. Era el camino hacia mi paz interior. Además, cuando los hermanos y hermanas tuvieran nuevas ideas sobre la base de lo que les hubiera enseñado, eso podría elevar mis destrezas a otro nivel. No era ninguna pérdida. No quería continuar viviendo de una forma tan egoísta y, siempre que tuviera un buen enfoque o una buena destreza, estaría feliz de contárselo a todos.

Un día, una hermana me preguntó cómo mejorar la eficacia del trabajo. Pensé que, si le contaba los métodos de nuestro equipo y el suyo lo hacía mejor, nosotros pareceríamos peores. Después, ¿qué opinaría la gente de mí? Recordé entonces estas palabras de Dios: “Deberías ser capaz de cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y tu deber, dejar de lado tus deseos egoístas, intenciones y motivos. Debes mostrar consideración hacia las intenciones de Dios y poner primero los intereses de la casa de Dios, la obra de la iglesia y el deber que se supone que has de cumplir. Después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de comportarte. Es vivir sin rodeos y honestamente, y no ser una persona vil y miserable; es vivir justa y honorablemente en vez de ser despreciable, vil y un inútil. Considerarás que así es como una persona debe actuar y la imagen por la que debe vivir. Poco a poco, disminuirá tu deseo de satisfacer tus propios intereses(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). La hermana vino a preguntar cómo mejorar su eficacia porque pensaba en la labor de la iglesia. Tenía que dejar de pensar en mi reputación y mi estatus, pensar en los intereses de la iglesia, renunciar a mis deseos y motivaciones egoístas y ayudar a los otros. Así pues, le conté a la hermana todo lo que sabía. Sentí paz al hacerlo. Para mi sorpresa, ella también me dio unos buenos materiales didácticos que me ayudaron a mejorar mis destrezas. No supe qué decir de la emoción. Simplemente di gracias a Dios una y otra vez en mi interior. Al aprender poco a poco a renunciar a mis intereses, pude probar las bondades de la práctica de la verdad. Luego envié a los demás, a modo de referencia, los materiales didácticos y las destrezas y técnicas útiles que había recopilado.

Esta experiencia me mostró lo corrompido que estaba por Satanás. Mis intereses prevalecían en todo y no pensaba en el trabajo de la iglesia. Revelaba un carácter como el de un anticristo, pero Dios no me trató en función de mis transgresiones. Dispuso una situación tras otra para purificarme y transformarme. Este fue el amor de Dios. También experimenté el carácter justo de Dios. Cuando vivía según mi carácter corrupto, compitiendo por la fama y la ganancia sin proteger la labor de la iglesia, Dios escondió Su rostro de mí y yo chocaba contra una pared en todo lo que hacía. Cuando practiqué las palabras de Dios, enmendé mis motivaciones, defendí la labor de la iglesia y compartí con todos mi conocimiento, el resto empezó a intercambiar destrezas y técnicas, y mejoraron los trabajos en video de nuestro equipo. He experimentado de veras esa paz que se deriva de actuar según las palabras de Dios. A veces, aún tengo en cuenta mis intereses frente a los problemas, pero sé cómo ampararme en Dios y rebelarme contra mí mismo. ¡Gracias a Dios por salvarme!

Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.

Contenido relacionado

¿Qué me impide seguir a Dios?

Por Chen Ming, China Era diciembre de 2011, y habían arrestado a los dos líderes de nuestra iglesia. Tras conocer la noticia, tuvimos que...

Lo que gané de una elección

Por Mu Tong, Japón La iglesia realizó una elección especial hace poco para cubrir un puesto de líder. Cuando supe que la hermana Zhao era...

Deja un comentario

Reducir tamaño de fuente
Aumentar tamaño de fuente
Pantalla completa
Salir de pantalla completa