¿Por qué no comparto todo cuando enseño a otros?
En julio de 2021 producía videos en la iglesia. Como sabía que era un deber importantísimo, dedicaba mucho tiempo cada día a mirar tutoriales y buscar información. Escuchaba atenta cuando otros hablaban de una destreza técnica, y luego la analizaba e investigaba detalladamente y la aprovechaba. Además, le pedía ayuda a Dios ante las dificultades. Tras un tiempo a tientas, mis destrezas técnicas mejoraron bastante. Se me ocurrían unos estilos de producción novedosos y trabajaba más eficazmente. Todos me admiraban mucho y me preguntaban cuestiones técnicas. Tenía una sensación real de logro. Sentía que todo mi esfuerzo no había sido en vano, que por fin obtenía fruto de ello.
Al ver lo bien que producía los videos, el supervisor me pidió que compartiera mis destrezas técnicas y mi experiencia en producción con otros hermanos y hermanas. Algunos hasta pidieron escucharme a mí en especial. Sentía que me había ido muy bien, pero empecé a preocuparme cuando me planteé compartir mis claves del éxito. Si revelaba la esencia de estas destrezas y todos las aprendían, poco a poco serían más eficaces en su trabajo. Entonces, ¿ya no vendría nadie a pedirme ayuda? ¿Seguirían admirándome? No debía contarles todo. Así pues, expliqué algunas cosas, pero me guardé otras. Sabía que no era lo correcto, pero, en mi beneficio, me callaba lo que tenía en la punta de la lengua. Una hermana me dijo después: “Los videos creados según tus instrucciones son mucho mejores que los de antes, pero aún somos ineficientes. ¿Hay algo que todavía no nos hayas enseñado?”. Indiferente, respondí: “Así lo hago yo. ¿Puede que necesiten practicar más para ser más eficientes?”. Ella no añadió nada más. Me sentí entonces un poco mal y vi que estaba siendo astuta, pero, al pensar que era más eficaz en el trabajo que los demás, reprimí esa pequeña pizca de culpa.
Cuando hacíamos los resúmenes mensuales, yo era la que producía más videos y de mayor calidad. Me felicitaba ante esas cifras y me alegraba de haber decidido no enseñar todas mis destrezas. Entonces no habría tenido las mejores cifras. Cuando más ufana me sentía, el supervisor supo que no había compartido todas mis destrezas con los demás y trató conmigo: “¡Qué egoísta eres! No piensas en la labor de la iglesia, sino nada más que en tu productividad. Quieres lucirte. ¿Cuánto puedes conseguir tú sola? Si todos conocieran estas destrezas, podríamos mejorar el progreso global del trabajo”. Sabía que eso favorecería el trabajo de la iglesia, pero, al pensar que todos serían más competentes y ya no me admirarían, me sentía muy confundida. Oré: “¡Oh, Dios mío! Últimamente no he podido evitar ser astuta en mi beneficio. Ya no quiero vivir inmersa en esta corrupción. Por favor, guíame para comprender mi problema y desechar este carácter corrupto”.
En mis devociones leí estas palabras de Dios: “Los incrédulos tienen un cierto tipo de carácter corrupto. Cuando enseñan a otras personas algún conocimiento o habilidad profesional, creen que ‘una vez que el alumno sabe todo lo que sabe el maestro, este perderá su sustento. Si les enseño a los demás todo lo que sé, entonces ya nadie me tendrá en consideración o me admirará y habré perdido todo el estatus como maestro. No me sirve. No puedo enseñarles todo lo que sé, debo guardarme cosas. Solo les enseñaré el ochenta porciento de lo que sé y me guardaré el resto bajo la manga. Es la única manera de demostrar que mi habilidad es superior a la de los demás’. ¿Qué clase de carácter es este? Es un engaño. Cuando enseñas a otros, los asistes o compartes con ellos algo que has estudiado, ¿qué actitud debes adoptar? (No debemos ahorrarnos ningún esfuerzo ni guardarnos nada). […] Si aportas tus dones y especialidades en su totalidad, resultarán beneficiosos para todos los que cumplen con el deber, así como para la labor de la iglesia. No creas que cuando solo compartes lo más básico con los demás, así está bien, y que no estás ocultando conocimiento; eso no es suficiente. Solo enseñas algunas teorías o cosas que la gente puede entender literalmente, pero la esencia y los puntos importantes escapan a la comprensión de un novato. Tú no das sino una visión general, sin profundizar ni entrar en detalles, al tiempo que piensas: ‘Bueno, de todas formas, ya te lo he explicado y no me he guardado nada a propósito. Si no lo entiendes, es porque tienes muy poco calibre, así que no me culpes. Tendremos que ver cómo te guía Dios ahora’. Dicha deliberación entraña engaño, ¿no es así? ¿No es egoísta y vil? ¿Por qué no podéis enseñar a la gente todo lo que tenéis en vuestro corazón y todo lo que entendéis? ¿Por qué, en cambio, os reserváis conocimientos? Hay un problema con vuestras intenciones y vuestro carácter. […] Si uno no busca la verdad, sino que vive según las actitudes satánicas, como los incrédulos, eso es agotador. Entre los incrédulos la competencia es feroz. Dominar la esencia de una habilidad o de una profesión no es nada fácil, y una vez que otra persona lo descubre y lo domina, el sustento de uno corre peligro. Para proteger ese sustento, la gente se ve obligada a actuar así. Han de ser precavidos en todo momento: lo que dominan es su activo más valioso. Es su medio de vida, su capital, su savia, y no deben permitir que nadie más lo sepa. Pero tú crees en Dios; si piensas así y actúas de esta manera en la casa de Dios, no hay nada que te diferencie de un incrédulo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al leer este pasaje sentí que Dios me juzgaba y revelaba directamente. Vi que, tras años de fe, mi carácter vital no se había transformado para nada. Era igual que una incrédula que vivía según reglas satánicas de supervivencia como “cada hombre para sí mismo” y “a veces, el discípulo supera al maestro”. Cuando tenía ciertas destrezas o técnicas especiales, quería guardármelas para mí. No accedía a enseñarle todo a otra persona y a arriesgarme a perder mi puesto y mi medio de vida. En esa época, cuando tenía más destrezas técnicas que los demás y era más productiva en el deber, estaba muy satisfecha conmigo misma y disfrutaba de admiración. El supervisor me pidió que enseñara a los demás, pero no les conté todo para poder conservar mi estatus. Temía que los demás me superaran si lo aprendían todo y que ya no me admirara nadie. Incluso cuando venían a preguntarme individualmente, yo ocultaba la verdad y no les contaba todo. Practicaba la filosofía satánica de que “Alumno diestro, maestro desempleado”. Por la reputación y el estatus, era retorcida y jugaba con la gente, con miedo a que, si otros dominaban totalmente mis destrezas, yo no tendría más ocasión de lucirme. No pensaba para nada en el trabajo de la iglesia ni en la voluntad de Dios. Consideraba estas destrezas mis herramientas personales para conservar mi reputación y estatus. ¡Qué egoísta, vil y carente de humanidad! Oré a Dios, dispuesta a poner en práctica la verdad y a abandonar la carne. Recordé unas palabras de Dios: “La mayor parte de la gente, cuando se le introduce por primera vez a algún aspecto específico del conocimiento profesional, solo comprende su significado literal; requiere un periodo de práctica antes de que se puedan captar los puntos principales y la esencia. Si tú ya has dominado estos puntos más sutiles, debes explicárselos directamente; no les hagas dar tantas vueltas y pasar tanto tiempo tanteando. Esta es tu responsabilidad; es lo que debes hacer. Explicarles los que consideras son los puntos principales y la esencia es la única forma de no reservarte nada y no ser egoísta” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica: compartir con los hermanos y hermanas todas mis técnicas y conocimientos de trabajo para que nadie tuviera que perder más tiempo abordándolo con rodeos. Después podrían entender mejor a partir de esa base y seguir mejorando en el deber. Eso favorecería el trabajo de la iglesia. Además, tenía cualificación y lo hacía razonablemente bien en el deber, no por ser más inteligente ni más activa que los demás, sino por la gracia de Dios, que me dio esta poca inspiración. No podía solo pensar en mí, pero tenía que cumplir mis responsabilidades y compartir todo mi conocimiento. Entonces mejoraría nuestra labor en general. Por ello, enseñé a los hermanos y hermanas todas las destrezas profesionales que conocía y, cuando descubría otra buena técnica, les hablaba de ella por propia voluntad. Con el tiempo se disparó la productividad del equipo, y a algunos se nos ocurrieron innovaciones basadas en mis destrezas.
Un mes más tarde, por unos cambios de personal, el supervisor mandó al líder del equipo, Colin, a encargarse de otro equipo, y a mí, asumir su puesto. Muy agradecida a Dios, quería hacer bien el trabajo. Como los hermanos y hermanas del equipo de Colin eran nuevos en la edición de video y sin experiencia, mandamos a unos que tenían aptitud que vinieran a aprender de nosotros. Todos aprendían rápido y no tardaron en dominar bien las destrezas y en mejorar en el deber. Yo me sentía mal. Vinieron a aprender destrezas y les habíamos contado todo. Si eso seguía así y continuaba mejorando la productividad de su equipo, este podría superar al nuestro. Para mantener la alta productividad del nuestro, eliminé del grupo de internet a los que habían venido a aprender. También comencé a estudiar técnicas y destrezas productivas de otras iglesias. Mi idea era que ya habían aprendido todas las destrezas que conocíamos, por lo que, si aprendíamos otras nuevas y no se lo decíamos, no podrían superarnos. Pero, para mi sorpresa, tras eliminarlos del grupo, la productividad de nuestro equipo no solo no aumentó, sino que, de hecho, cayó. El equipo experimentó más estados negativos y problemas, y yo estaba desorientada. No tenía ideas para crear videos y no sabía resolver los problemas del equipo. Me di cuenta de que, si no cambiaba mi estado, seguro que eso repercutiría en el desempeño del equipo. Oré a Dios: “Dios mío, últimamente, en el deber, por más que lo intento, estoy desorientada. Te pido esclarecimiento y guía para conocerme y salir de este lío”.
Un día leí en mis devociones este pasaje de las palabras de Dios: “Cuando la gente vive en un estado incorrecto y no le ora a Dios ni busca la verdad, el Espíritu Santo la abandonará, y Dios no estará presente. ¿Cómo van a poseer la obra del Espíritu Santo aquellos que no buscan la verdad? A Dios le dan asco. El rostro de Dios está oculto para ellos, de igual modo que el Espíritu Santo se les esconde. Cuando Dios ya no está obrando, puedes hacer lo que te plazca. Una vez que te ha apartado a un lado, ¿acaso no estás acabado? No conseguirás nada. ¿Cómo es que los incrédulos lo pasan tan mal para hacer las cosas? ¿No será guardan secretos? Guardan sus secretos y son incapaces de lograr nada, todo les resulta agotador hasta el extremo, incluso las cosas más simples. Así es la vida bajo el dominio de Satanás. Si actuáis como los incrédulos, entonces ¿en qué os diferenciáis de ellos? No hay diferencia alguna entre vosotros. Si el poder lo ostentan aquellos que viven según las actitudes satánicas, si lo ostentan los que no poseen la verdad, entonces ¿acaso no es Satanás, de hecho, el que ostenta el poder? Si las acciones de una persona son en su mayoría contrarias a la verdad, la obra del Espíritu Santo cesa, y Dios los entrega a Satanás. Una vez en manos de Satanás, todo tipo de fealdades, como los celos y las disputas, por ejemplo, surgen entre la gente. ¿Qué se ilustra con este fenómeno? Que la obra del Espíritu Santo ha cesado. Él se ha marchado y Dios ya no está obrando. Sin la obra de Dios, ¿de qué sirven las meras letras y doctrinas que comprende el hombre? No sirven de nada. Sin la obra del Espíritu Santo, la gente está vacía por dentro, nada le es comprensible. Son como los muertos y, llegado el momento, se quedarán anonadados. Toda la inspiración, la sabiduría, la inteligencia, la perspectiva y el esclarecimiento de la humanidad proviene de Dios. Todo es obra de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Percibí el carácter justo de Dios en Sus palabras. Dios tiene una actitud distinta hacia cada persona en función de su conducta. Si alguien tiene una motivación correcta en el deber, busca la verdad y defiende el trabajo de la iglesia con los demás, recibe la obra del Espíritu Santo. Pero si no practica la verdad y vive inmerso en su carácter satánico, Dios lo abandona con asco. Pensé en los hermanos y hermanas del otro equipo que procuraban aprender de nosotros. Como aprendían rápido y eran más eficaces que nosotros, estaba celosa. Los eliminé del grupo para que pudiéramos superarlos y no dejé que participaran más en nuestra formación. Así no nos quedaríamos atrás. Actuaba como una incrédula, nada más que en mi beneficio. Siempre temía que me superaran y que eso afectara a mi reputación y estatus. No defendía para nada el trabajo de la iglesia; era sumamente egoísta y despreciable. Leí en las palabras de Dios: “Sin la obra de Dios, ¿de qué sirven las meras letras y doctrinas que comprende el hombre? No sirven de nada. Sin la obra del Espíritu Santo, la gente está vacía por dentro, nada le es comprensible. Son como los muertos y, llegado el momento, se quedarán anonadados”. Al empezar en aquel trabajo, quería aprender las destrezas y cumplir bien mi deber. Oraba y pedía ayuda cuando me topaba con problemas, aprendía rápido y nunca sentía cansancio, pero, dado que comencé a vivir en un estado de competitividad sin buscar la verdad y actuando corruptamente a cada paso, Dios se hastió y me abandonó. Me faltaban un rumbo y un objetivo en el deber y me sentía inepta en todo. Vi que, cuando Dios no obraba en mí, mi escaso conocimiento profesional se volvía inútil. Esto era por no tener unas motivaciones correctas en el deber, por proteger siempre mis intereses y no practicar la verdad.
Rememoré un pasaje de las palabras de Dios. Dios revela a los anticristos por pensar solo en sus intereses, no en los de la casa de Dios. Las palabras de Dios dicen: “Independientemente del trabajo que lleven a cabo, las personas que son del tipo de un anticristo no consideran para nada los intereses de la casa de Dios. Solo consideran si los suyos propios van a verse afectados, solo piensan en ese poquito de trabajo frente a ellos que los beneficia. Para ellos, la obra principal de la iglesia solo es algo que hacen en su tiempo libre. No se la toman en serio para nada. Simplemente hacen un esfuerzo superficial, solo hacen lo que les gusta y solo trabajan para mantener su posición y su poder. A sus ojos, toda labor dispuesta por la casa de Dios, la labor de difundir el evangelio y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios no son importantes. No importa qué dificultades tengan otras personas en su trabajo, qué cuestiones hayan identificado o les hayan informado, o lo sinceras que sean sus palabras, los anticristos no prestan atención, no se involucran, es como si no tuviera nada que ver con ellos. Los asuntos de la iglesia les resultan totalmente indiferentes, por importantes que sean. Incluso cuando tienen el problema delante, solo lo abordan de manera superficial. Solo cuando lo alto trata con ellos directamente y se les ordena que resuelvan un problema, hacen a regañadientes un poco de trabajo real y le muestran algo a lo alto. Poco después, siguen con sus propios asuntos. Con respecto a la obra de la iglesia, a las cosas importantes en el contexto más amplio, no están interesados, se muestran ajenos. Incluso ignoran los problemas que descubren, y dan respuestas superficiales o utilizan palabrería para quitarte de encima cuando se les pregunta por los problemas, y solo los abordan con gran reticencia. ¿Acaso no es esto la manifestación del egoísmo y la vileza? Es más, no importa el deber que estén cumpliendo los anticristos, en lo único que piensan es en si van a elevar su perfil. Con tal de que aumente su reputación, se devanan los sesos para idear una manera de aprender a hacerlo, de llevarlo a cabo. Lo único que les importa es si los va a distinguir del resto. Da igual lo que hagan o piensen, solo se preocupan por su fama y su estatus. Sea cual sea la tarea que estén realizando, solo compiten por quién está más arriba o más abajo, quién gana y quién pierde, quién tiene mejor reputación. Solo se preocupan por cuántas personas les admiran, cuántas les obedecen y cuántos seguidores tienen. Nunca hablan con la verdad ni resuelven problemas reales. Nunca consideran cómo hacer las cosas según los principios al cumplir con el deber, si han sido fieles, si han cumplido con sus responsabilidades, si se han desviado, o si existe algún problema, ni tampoco le dedican pensamiento alguno a lo que pide Dios ni a Su voluntad. No prestan la menor atención a todas esas cosas. Solo se concentran y hacen cosas en aras del estatus y el prestigio, para satisfacer sus propias ambiciones y sus propios deseos. Esta es la manifestación del egoísmo y la vileza, ¿verdad? Esto expone plenamente que su corazón rebosa con sus propios deseos, ambiciones y exigencias sin sentido. Todo lo que hacen está regido por sus ambiciones y deseos. Hagan lo que hagan, la motivación y el punto de partida son sus propias ambiciones, deseos y exigencias sin sentido. Esta es la manifestación arquetípica del egoísmo y la vileza” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión cuatro: Resumen de la naturaleza humana de los anticristos y de la esencia de su carácter (I)). Las palabras de Dios revelan que los anticristos solo actúan en pro de su reputación y estatus, sin pensar en el trabajo de la iglesia. No les importan nada las disposiciones de la iglesia ni los problemas de otros en el deber. Ignoran cualquier dificultad que afronten los hermanos y hermanas, son muy egoístas y viles y carecen de toda humanidad. Observé la conducta de los anticristos y reflexioné acerca de que yo parecía sufrir y sacrificarme y me esmeraba por aprender destrezas para mi deber, pero no pensaba en la voluntad de Dios. Consideraba mi deber una herramienta para obtener estatus y una buena reputación. No pensaba más que en si tenía estatus entre la gente y en si los demás me admiraban y valoraban. Nunca pensaba en lo que exigía Dios ni en cómo debía satisfacerlo. Cuando me iba un poco bien en el deber y todos venían a preguntarme, se vio totalmente satisfecho mi deseo de reputación y estatus. Al compartir mi conocimiento profesional con los demás, era retorcida, jugaba con ellos y ocultaba parte de lo que sabía. No les contaba todas mis destrezas y eliminé del grupo a los que vinieron a aprender de nosotros para que no aprendieran, por temor a que se capacitaran y me robaran protagonismo. Pero hacíamos videos para difundir las palabras de Dios, así que debería haber trabajado con los demás para cumplir bien con nuestro deber, de modo que más gente que anhela la aparición de Dios pueda presentarse ante Él antes, buscar la verdad y salvarse. Sin embargo, por conservar mi reputación y mi estatus, no estaba dispuesta a compartir mis destrezas. Consideraba de mi propiedad, para mi disfrute, mi cualificación y mis recursos didácticos. Solamente quería lucirme y satisfacer mi alocada ambición de ser admirada. Ni de lejos pensaba en la labor de la iglesia ni en la voluntad de Dios. ¿En qué se diferenciaba mi conducta de la de un anticristo? Parecía un estado realmente peligroso, por lo que oré en mi interior: “¡Oh, Dios mío! No quiero seguir ignorando mi conciencia y pensar solo en mis intereses. Quiero arrepentirme, enseñar mis destrezas a todos y cumplir bien con mi deber”.
Luego leí estas palabras de Dios: “Si la gente no comprende la verdad, nada le resultará más complicado que renunciar a sus intereses. Eso se debe a que sus filosofías de vida son ‘cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’ y ‘hazte rico o muere en el intento’. Obviamente, solo vive para sus intereses. La gente piensa que, sin sus intereses, si los pierde, no podrá sobrevivir, como si su supervivencia fuera inseparable de sus intereses, y por eso la mayoría de la gente está ciega a todo lo que no sean sus intereses. Los considera superiores a todo lo demás, solamente vive para sus intereses, y conseguir que renuncie a ellos es como pedirle que renuncie a su propia vida. Entonces, ¿qué debe hacerse en tales circunstancias? Deben aceptar la verdad. Solo cuando las personas comprenden la verdad pueden comprender la esencia de sus propios intereses; solo entonces pueden aprender a renunciar, a abandonar, y a ser capaces de soportar el dolor de dejar ir aquello que tanto aman. Y cuando puedas hacerlo, y abandones tus propios intereses, te sentirás más tranquilo y en paz en tu corazón, y al hacerlo prevalecerás sobre la carne. Si te aferras a tus intereses y no aceptas en lo más mínimo la verdad, si en tu corazón dices: ‘¿Qué hay de malo en buscar mis propios intereses y negarme a sufrir pérdida alguna? Si Dios no me ha castigado, ¿qué va a hacerme la gente?’, entonces nadie te hará nada. Pero si esta es tu fe en Dios, al final no obtendrás la verdad y la vida, lo que será una gran pérdida para ti; no podrás ser salvado. ¿Acaso existe algún remordimiento mayor? Esto es lo que en última instancia resulta de buscar tus propios intereses. Si las personas sólo buscan el estatus y el prestigio, si sólo persiguen sus propios intereses, entonces nunca obtendrán la verdad y la vida, y al final serán ellos los que sufran la pérdida. Dios salva a los que buscan la verdad. Si no aceptas la verdad, y si eres incapaz de reflexionar y conocer tu propio carácter corrupto, entonces no te arrepentirás realmente y no tendrás entrada en la vida. Aceptar la verdad y conocerte a ti mismo es la senda para el crecimiento en tu vida y para la salvación, supone la oportunidad de presentarte ante Dios para aceptar Su escrutinio y aceptar el juicio y castigo de Dios y ganar la vida y la verdad. Si renuncias a buscar la verdad en aras de la búsqueda del estatus y el prestigio y de tus propios intereses, esto equivale a renunciar a la oportunidad de recibir el juicio y castigo de Dios y alcanzar la salvación. Eliges el estatus y el prestigio y tus propios intereses, pero a lo que renuncias es a la verdad, y lo que pierdes es la vida y la oportunidad de ser salvado. ¿Qué significa más? Si eliges tus propios intereses y abandonas la verdad, ¿acaso no eres tonto? Hablando sin rodeos, es una gran pérdida a cambio de una pequeña ventaja. El prestigio, el estatus, el dinero y los intereses son todos temporales, todos ellos son efímeros, mientras que la verdad y la vida son eternas e inmutables. Si la gente resuelve su carácter corrupto que les hace buscar el estatus y el prestigio, entonces tiene la esperanza de alcanzar la salvación” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). En las palabras de Dios entendí que, si siempre me aferraba a mis intereses y dejaba totalmente de practicar la verdad, sería yo, y no otra gente, la que sufriría una pérdida. Perdería la ocasión de ganar la verdad y, por ello, sería sumamente necia. Antes vivía según las filosofías satánicas. Creía que “a veces, el discípulo supera al maestro”, con la idea de que saldría perdiendo por enseñar a los demás. Si eran buenos alumnos y terminaban logrando más que yo, no tendría un estatus especial entre la gente. Vi entonces que esa es una falacia satánica y un enfoque astuto de las cosas. Vivir así solo me haría cada vez más egoísta, astuta y carente de humanidad. Acabaría revelada y descartada por Dios. Tenía que dejar de lado mis intereses y enseñar lo que sabía. Únicamente eso coincidía con la voluntad de Dios y suponía cumplir mis responsabilidades. Era el camino hacia mi paz interior. Además, cuando los hermanos y hermanas tuvieran nuevas ideas sobre la base de lo que les hubiera enseñado, eso podría elevar mis destrezas a otro nivel. No era ninguna pérdida. No quería continuar viviendo de una forma tan egoísta y, siempre que tuviera un buen enfoque o una buena destreza, estaría feliz de contárselo a todos.
Un día, una hermana me preguntó cómo mejorar la eficacia del trabajo. Pensé que, si le contaba los métodos de nuestro equipo y el suyo lo hacía mejor, nosotros pareceríamos peores. Después, ¿qué opinaría la gente de mí? Recordé entonces unas palabras de Dios: “Deberías ser capaz de cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y deberes, dejar de lado tus deseos egoístas y tus propias intenciones y motivos, tener consideración de la voluntad de Dios y poner primero los intereses de la casa de Dios, la obra de la iglesia y el deber que has de cumplir. Después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de comportarte: es vivir sin rodeos y honestamente, sin ser una persona vil o un bueno para nada, y vivir justa y honorablemente en vez de ser despreciable y miserable. Considerarás que así es como una persona debe vivir y actuar. Poco a poco disminuirá el deseo dentro de tu corazón de gratificar tus propios intereses” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). La hermana vino a preguntar cómo mejorar su eficacia porque pensaba en la labor de la iglesia. Tenía que dejar de pensar en mi reputación y mi estatus, pensar en los intereses de la iglesia, renunciar a mis deseos y motivaciones egoístas y ayudar a los otros. Así pues, le conté a la hermana todo lo que sabía. Sentí paz al hacerlo. Para mi sorpresa, ella también me dio unos buenos materiales didácticos que me ayudaron a mejorar mis destrezas. No supe qué decir de la emoción. Simplemente di gracias a Dios una y otra vez en mi interior. Al aprender poco a poco a renunciar a mis intereses, pude probar las bondades de la práctica de la verdad. Luego envié a los demás, a modo de referencia, los materiales didácticos y las destrezas y técnicas útiles que había recopilado.
Esta experiencia me mostró lo corrompida que estaba por Satanás. Mis intereses prevalecían en todo y no pensaba en el trabajo de la iglesia. Exhibía el carácter de un anticristo, pero Dios no me trató en función de mis transgresiones. Dispuso una situación tras otra para purificarme y transformarme. Este fue el amor de Dios. También experimenté el carácter justo de Dios. Cuando iba por la senda equivocada, Dios me ocultaba Su rostro y yo chocaba contra una pared en todo lo que hacía. Cuando practiqué las palabras de Dios, enmendé mis motivaciones, defendí la labor de la iglesia y compartí con todos mi conocimiento, el resto empezó a intercambiar destrezas y técnicas y mejoraron los trabajos en video de nuestro equipo. He experimentado de veras esa paz que se deriva de actuar según las palabras de Dios. A veces aún tengo en cuenta mis intereses frente a los problemas, pero sé cómo ampararme en Dios y renunciar a mí misma. ¡Gracias a Dios por salvarme!